El mágico mundo de Mary y Molly
En el libro ‘Nuestro Mundo’ la poeta Mary Oliver dio cuenta de su amor hacia la fotógrafa Moly Malone Cook
Existen decenas de miles de libros buenos (muchos más de los que se pueden leer en una vida) y se publican aún muchos libros buenísimos (más, de hecho, de los que podemos leer incluso quienes nos ganamos la vida leyendo), pero existen «pocos» libros especiales. Lo entrecomillo porque existen muchos, claro, pero son un mínimo porcentaje de la literatura, un pequeño y discreto menhir al lado del inmenso y abrumador Everest de libros existentes. Pero cuando, algunas veces, aparece alguno, entonces se le reconoce: el frondoso bosque nunca impide que veamos ese árbol diferente.
La editorial madrileña Comisura publica ahora Nuestro mundo, de la poetisa norteamericana Mary Oliver, y he aquí uno de esos libros impagables de los que andábamos hablando. En él su autora cuenta los años de amor, complicidad, alegría y trabajo que pasó junto a la fotógrafa Molly Malone Cook, y lo hace de una forma tan limpia, tan bonita y tan sencilla que es imposible no sentirse invitado a esa preciosa intimidad, testigos de algo tan valioso, tan divertido y tan pleno.
El libro es brevísimo, por supuesto, porque en el fondo lo esencial de una vida, o de unas vidas, se cuenta enseguida, y ése es además su espíritu: ir a lo básico, que es todo, pero que se sintetiza en pocas palabras tan simples y cercanas como sublimes y sagradas. El estilo que elige Oliver nos implica en ese amor, y a través de ese lenguaje tan pulcro e inteligente la autora nos compromete con su historia y con su relato. Es, en efecto, Nuestro mundo (Our world en el original, que ha traducido al español Regina López Muñoz): el suyo, pero también, ahora, un poco el de todos, lo cual no rompe para nada el sortilegio de su privacidad, porque es en el fondo un libro muy pudoroso, intachable en su elegancia. Pero es un libro hospitalario, delicioso, y editado además de un modo muy oportuno: qué importante es que todos los detalles materiales de un libro vayan «a juego» con su intención, con su mirada, con su fondo…
La edición de Comisura (como sucedía con la original, y como ocurre siempre con los títulos de Comisura, donde presumen con razón de ofrecer «libros híbridos») incluye fotografías buenísimas de Molly Malone Cook, algunas hechas desde detrás del mostrador de la librería que regentó en Provincetown (Massachusetts), como la que le tiró en 1967 a un sorprendido y algo arisco Walker Evans, al que veo yo por primera vez delante y no detrás de una cámara, o las que le hizo a W. Eugene Smith, a quien sí había visto, pero no haciendo el ganso, como aquí.
No pienso citar ni una sola palabra de Oliver, porque hay que descubrirlas, encontrarlas en su contexto, merecerlas. Pero adelanto que el respeto por la libertad de la otra, la admiración por su talento y por su forma de desarrollarlo, y el profundo cariño con el que la poetisa habla de todos los aspectos, todas las rutinas y todos los sobresaltos de su pareja es emocionante en su transparencia, en su sinceridad, en su bondad. A pesar de darse en él cuenta de un amor acabado por la muerte, no es en absoluto un libro triste, muy al contrario: es un libro de exaltación serena, de gratitud tan inmensa como tranquila, el testimonio final de una poetisa que, consciente de su suerte, agradece a la vida el enorme (y claramente merecido) regalo que le dio, celebrando a aquella mujer que le iluminó la vida durante décadas, y aun después, durante los años que aún tuvo para recordarla y para escribir esta maravilla que ahora nos ilumina, nos enternece y nos hace sonreír a todos sus lectores.