Cuando los mamuts dominaban la Tierra
El nuevo libro de Steve Brusatte recupera la impresionante odisea evolutiva de los mamíferos
Un safari científico en la prehistoria. Eso es lo que nos propone el paleontólogo Steve Brusatte en Auge y reinado de los mamíferos, obra en la que ofrece datos sorprendentes, anécdotas y nuevos descubrimientos sobre el árbol genealógico en el que, a última hora, prosperó la especie humana.
El científico incluye en este excepcional ensayo pasajes que parecen extraídos de una novela de aventuras. A lo largo de sus páginas, van apareciendo investigadores de distintas épocas, animales entrañables o peligrosos, e incluso cazadores de mamuts rusos, «caldeados por vasos de vodka», que buscan bajo el terreno congelado las momias de estos gigantes. Pese a los peligros que entraña la tarea, obtener ilegalmente marfil de mamut aún puede ser, como dice el autor, ese «gran hallazgo que los libre de una vida de pobreza poscomunista».
En compañía de Brusatte y con su libro bajo el brazo, descubrimos todo tipo de criaturas sorprendentes. Son animales que ya forman parte del registro fósil, pero que hoy nos parecen tan quiméricos o legendarios como el unicornio o el hipogrifo.
Siguiendo un impulso difícil de resistir, Brusatte nos invita a viajar a un pasado remoto, en el que fieras espléndidas, de largos y brillantes colmillos, aguardan pacientemente a sus presas, mientras herbívoros de unas dimensiones titánicas, con un aire desafiante, se abren paso entre ramas cubiertas de musgo e imponen un profundo respeto a otros habitantes de la floresta.
Brusatte, toda una estrella dentro de su especialidad, llega a los límites más lejanos a los que ha llegado la ciencia paleontológica. Conoce la prehistoria como un relato del que fuera capaz de recitar pasajes de memoria, y por descontado, lee como un libro abierto los fósiles de todas esas magníficas bestias.
Las primeras etapas de esta peripecia evolutiva comienzan hace 325 millones de años, cuando los linajes de los reptiles y los mamíferos se separaron. Tiempo después, mientras los dinosaurios aún consolidaban su imponente dinastía, aparecieron unos animales pequeños, tan frágiles como una musaraña. Es el caso del Megazostrodon, de 10 o 12 centímetros de longitud. Le pregunto a Steve Brusatte cómo es posible que seres tan modestos lideren un linaje que luego dio lugar a criaturas descomunales como el mastodonte o a seres tan complejos como los primates.
«Si vieras algunos de los primeros mamíferos -responde-, por ejemplo, uno corriendo por el suelo frente a ti, pensarías que es un ratón. Los mamíferos comenzaron siendo pequeños, humildes y olvidables. Eran animales que vivían en las sombras, que se escondían bajo tierra y salían sólo de noche. Tenían que vivir de esta manera porque compartían su mundo con un nuevo y aterrador tipo de reptil gigante: los dinosaurios. Pero al aprender a sobrevivir en un mundo dominado por estos últimos, los mamíferos se volvieron especiales. Se volvieron resilientes. Se volvieron buenos viviendo de incógnito, enfrentando todo tipo de problemas y desafíos. Desarrollaron cerebros grandes, agudos sentidos del oído y del olfato, dientes especializados para masticar la comida, leche para alimentar a sus bebés y pelo para mantenerse calientes. Cierto, eran pequeños, pero establecieron el modelo que más tarde daría forma a todo tipo de descendientes notables, desde elefantes y ballenas hasta perros y humanos».
Steve Brusatte se dio a conocer con otro libro, Auge y caída de los dinosarios. En la cultura popular, los grandes reptiles son criaturas icónicas y es innegable su influencia en nuestro imaginario. En el caso de los mamíferos prehistóricos, los mamuts -verdaderos reyes del invierno- o el smilodon ‒el tigre de dientes de sable‒ resultan igualmente atractivos. Pero hay una gran cantidad de especies fascinantes y desconocidas que merecerían el mismo interés y que se dan cita en estas páginas. ¿Quizá este libro, más allá de sus intenciones científicas, es una invitación para que el lector quede fascinado por toda esa fauna excepcional?
«Los dinosaurios -responde el paleontólogo- acaparan la mayor parte de nuestra atención. Lo sé muy bien, ya que soy un paleontólogo que estudia principalmente a los dinosaurios, y la mayoría de mis libros tratan sobre dinosaurios. Amo a los dinosaurios y siempre lo haré. Son fascinantes, desde luego. Pero también lo son los mamíferos. Cuando me enamoré de los fósiles durante mi adolescencia, fueron tanto los tiranosaurios como los mamuts los que me inspiraron. Sin embargo, la cuestión es que los dinosaurios no somos nosotros. Podrían ser extraterrestres».
«Muchos de ellos -continúa- eran enormes y hoy en día no hay nada vivo que realmente se parezca a un tiranosaurio o a un brontosaurio. Sí, las aves evolucionaron a partir de los dinosaurios y su linaje sobrevive. Pero todos los dinosaurios icónicos desaparecieron hace mucho tiempo. En cambio, los mamíferos son diferentes. Todavía están a nuestro alrededor… ¡Y nosotros también somos mamíferos! Son nuestra familia y creo que eso hace que su estudio sea incluso más importante que el de los dinosaurios. Y seamos realistas: si nos fijamos en un mamut, en un tigre de dientes de sable o en un perezoso terrestre gigante, estos mamíferos extintos son tan geniales como cualquier dinosaurio».
Al igual que los dinosaurios, los mamíferos se adaptaron a toda una variedad de nichos evolutivos. Sin embargo, los mamíferos terrestres gigantes han desaparecido de nuestro entorno. Pensemos, por ejemplo, en el Paraceratherium, un primo lejano del rinoceronte, con una altura de más de siete metros y un peso de 15 toneladas. ¿Echamos de menos a estos supermamíferos y quizá por ello creamos ficciones sobre gorilas gigantes o soñamos con resucitar a colosos extintos en el laboratorio?
«Los mamíferos terrestres más grandes que viven hoy en día -contesta Brusatter- son algunos elefantes y rinocerontes. Pero debería haber muchos más mamíferos de gran tamaño. Si el mundo se siente un poco vacío es porque realmente lo está. Hay un hueco del tamaño de un mamut en la tundra y otro hueco del tamaño de un tigre de dientes de sable en América y Europa. Hasta hace unos 10.000 años, había una gran abundancia de mamíferos enormes. No sólo mamuts y dientes de sable, sino también perezosos que vivían en el suelo y medían tres metros de altura, armadillos del tamaño de un Volkswagen o castores del tamaño de humanos. Luego, la mayoría de ellos se extinguieron repentinamente. Se extinguieron en una fecha tan reciente que los ecosistemas aún no se han recuperado de su ausencia. El mundo de hoy está desequilibrado. La triste verdad es que los humanos probablemente provocaron la extinción de muchos de estos mamíferos gigantes. A medida que nos expandimos por el mundo, los mamíferos gigantes desaparecieron a nuestro paso».
Que anuncien la posibilidad de clonar mamuts es todo un reto para la imaginación de quienes leemos Auge y reinado de los mamíferos con la impresión de que, al pasar la página, nos encontraremos con una máquina del tiempo capaz de viajar a la era de la megafauna. Al fin y al cabo, es un pasado accesible, casi al alcance de la mano. Cuando hace 4.000 años murió el último mamut en la isla de Wrangel, al norte de Siberia, la civilización egipcia ya construía pirámides.
«No soy partidario de recuperar un dinosaurio mediante la clonación -me dice Brusatte-. ¿Pero un mamut? Quizás puedas convencerme. Porque somos la razón por la que el mamut está muerto. Acaso clonar uno nuevo sería una penitencia por nuestros pecados».
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