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Cultura

Jacques Cousteau, el explorador de las profundidades

70 años después de su primer éxito, Cousteau sigue siendo una figura mítica de la divulgación científica

Jacques Cousteau, el explorador de las profundidades

Cousteau en un momento de la teleserie 'El mundo submarino de Jacques Cousteau' | David L. Wolper Productions, Les Réquins Associés, Metromedia Productions

Era un misterio. Pese a que su rostro afilado se hizo famoso en todo el planeta, la verdadera personalidad del hombre del gorro rojo ‒el investigador de los océanos, pionero de la investigación subacuática‒ se ocultaba tras el fragor de las olas, como sucede con esas figuras legendarias que antaño surcaron los siete mares. 

Cousteau se limitaba a mostrar en pantalla su carisma aristocrático y su aire de sabiduría, ocultando a los espectadores las cicatrices de una vida marcada por el amor a las profundidades.

¿Pero quién fue, en realidad, ese francés que nunca pudo estar en dique seco? Fue un oceanógrafo, sin duda, pero sobre todo, un submarinista excepcional, y acaso uno de los tres mejores documentalistas televisivos del siglo XX (Los otros dos fueron David Attenborough y Félix Rodríguez de la Fuente). También fue un defensor de la naturaleza, capaz de seducir a millones de espectadores, sin distinción de culturas e ideologías.

Cousteau nació en 1910, en Saint-André-de-Cubzac, no lejos de Burdeos, y aprendió a nadar a los cuatro años. Cuando su familia se trasladó a vivir a Estados Unidos, tras la Primera Guerra Mundial, descubrió la magia del buceo a pulmón libre en un lago de Vermont. 

Otra de sus pasiones era el cine. De regreso a Francia, nos encontramos con un Cousteau adolescente, filmando películas caseras con su cámara Pathé, la misma que se entretenía en desmontar para estudiar su enrevesado mecanismo. 

Pese al empeño de sus padres, a aquel joven solo le apetecía convertirse en un lobo de mar. En 1930 ingresó en la academia naval de Brest, y así pudo calmar sus dos obsesiones: la de navegar y la de usar su cámara en escenarios marinos. Tres años después, se alistó en la fuerza aérea, y siguiendo esa carrera militar, acabó en la base naval de Tolón. Ahí comienza su leyenda. Aliado con dos entrañables cómplices, Philippe Tailliez y Frédéric Dumas, formó un equipo de buceadores: Les Mousquemers… Los mosqueteros del mar. 

Cousteau en un momento de la teleserie ‘El mundo submarino de Jacques Cousteau’

El mundo del silencio

Una cosa llevó a la otra. El trío se puso en contacto con el ingeniero Émile Gagnan. Entre Cousteau y Gagnan, inventaron el regulador de buceo, que les sirvió para desarrollar la primera escafandra autónoma: el aqua-lung. Corría el año 1943, y gracias a este adelanto, el joven Cousteau y sus amigos cruzaron esa frontera acuática que nadie se había atrevido a franquear hasta entonces.

Era un sueño cumplido, y desde luego, un desafío formidable. De esa épica experiencia surgieron un libro superventas, El mundo del silencio (1953), escrito por Cousteau y Dumas, y la película documental del mismo título, codirigida en 1956 por Louis Malle y galardonada con un Oscar.

Póster de ‘El mundo del silencio’

El resto ya es historia: aquel film popularizó internacionalmente a la tripulación del buque oceanográfico Calypso, protagonista de una mítica serie televisiva estrenada no mucho después, El mundo submarino de Jacques Cousteau (1966-1976).

El presidente Kennedy entrega la medalla de oro de la National Geographic Society a Jacques Cousteau en 1961. | Wikimedia Commons

«El planeta ‒dijo a propósito de esa labor divulgadora‒ tiene su propio destino y nosotros formamos parte de él. Modificar ese destino es nuestra misión. Si actuamos como espectadores pasivos, seremos un peso muerto. Nos corresponde ser activos, porque la mayor aventura del universo es la aventura humana».

Aunque el mensaje ambientalista de la serie y de sus continuaciones fue canalizado por la tripulación ‒los hijos de Cousteau, Jean-Michel y el malogrado Philippe, o el buzo Albert Falco‒, los espectadores desconocían a la verdadera organizadora de la vida en el Calypso: Simone, esposa del comandante desde 1937, administradora de todo el proyecto y coordinadora de aquel equipo humano a lo largo de cuarenta años. 

Cuando Cousteau murió en 1997, su legado ya era inmensamente popular. Sin embargo, el misterio de su personalidad, con el que iniciábamos estas líneas, aún está por explorar. En realidad, el comandante fue un hombre estoico, creyente y visionario, marcado por el espíritu castrense. Aparentemente retraído, su egolatría le permitió crear un imperio audiovisual y hablar de tú a tú con los políticos más poderosos. Por muchas razones, el mundo aún sigue en deuda con él.

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