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Errores policiales y falta de preparación: cuando el 11-M pudo evitarse

El politólogo Fernando Reinares analiza todo lo que rodeó la matanza de Atocha con ojo crítico

Errores policiales y falta de preparación: cuando el 11-M pudo evitarse

Socorristas retiran cadáveres del tren atacado en la estación de Atocha, Madrid, tras los atentados del 11 de marzo del 2004. | AFP

Madrid vivió el 11 de marzo de 2004 uno de los días más trágicos de su historia reciente cuando un grupo de yihadistas vinculados a Al Qaeda hicieron explotar cuatro trenes de la red de Cercanías, matando a 192 personas y dejando todo tipo de heridas físicas y psicológicas a otras 2.000. Pero el atentado del 11-M —el mayor en la historia de España y el segundo más grande cometido en Europa por detrás del atentado de Lockerbie de 1988— no fue solo un día negro para las víctimas del terrorismo, sino que supuso además un antes y un después para la sociedad y la política españolas, con consecuencias que aún se dejan sentir cuando se cumplen exactamente 20 años de la conocida como matanza de Atocha. Durante dos décadas, se ha debatido hasta la extenuación el por qué y el cómo de estos ataques e incluso se ha puesto en duda en repetidas ocasiones la verdadera autoría de los hechos, envenenando la conversación en torno a un suceso histórico del que los españoles todavía no han conseguido extraer un relato común. 

Esta situación ha provocado que, durante demasiado tiempo, en España se haya postergado «una reflexión nacional serena y rigurosa sobre las circunstancias que permitieron a los terroristas del 11-M preparar y ejecutar los atentados en Madrid sin más impedimentos que el alcance de su voluntad y de sus habilidades, eludiendo todos los controles atribuibles a un sistema desarrollado y eficaz de lucha contra el terrorismo». Esto es exactamente lo que opina Fernando Reinares, catedrático de Ciencia Política y uno de los mayores expertos en yihadismo de nuestro país, considerado como el autor de referencia sobre los atentados de 2004 en Madrid. Una demora que se explica por la fractura política y la división social que provocaron la matanza, pero que también tiene gran parte de la culpa de que no se haya puesto el foco sobre el hecho más importante de este atentado: podría haberse evitado. 

En efecto, Reinares sostiene en su nuevo libro —con el nada engañoso título de 11-M. pudo evitarse (Galaxia Gutemberg)— que los atentados de Atocha podrían no haber ocurrido si no se hubieran producido una serie de errores policiales, judiciales y de inteligencia. Y es que, a pesar de que España contaba a principios de siglo con un sistema de lucha contra el terrorismo muy desarrollado y eficaz gracias a años de lucha contra ETA, este no estaba preparado para hacer frente «a los desafíos de un terrorismo internacional, relacionado de manera directa o indirecta con Al Qaeda, que se había configurado y extendido globalmente como amenaza durante los años noventa». Esto se tradujo en que las características radicalmente diferentes del yihadismo confundieron a las fuerzas policiales, a la judicatura y a los servicios de inteligencia, impidiendo que evaluaran correctamente el nivel de amenaza.

A lo largo de poco más de un centenar de páginas, Reinares desgrana punto por punto la preparación y ejecución de aquellos atentados, haciendo hincapié no solo en las motivaciones de los terroristas, sino sobre todo en su relación con diferentes unidades policiales y en la falta de adecuación de la legislación española al fenómeno del yihadismo, así como en las diferentes evidencias de descoordinación y desconfianza entre los servicios antiterroristas antes del 11-M e incluso la falta de cooperación de otros países como Marruecos con los servicios de inteligencia españoles. Además, repasa otros puntos que pudieron facilitar la preparación del atentado, como las habilidades que los terroristas mostraron para preservar sus intenciones y movilizar recursos o la falta de concienciación social y política que existía entonces ante el problema del yihadismo. 

Sin duda, lo que más llama la atención en el pormenorizado análisis de Reinares es el hecho de que las Fuerzas de Seguridad del Estado y los servicios de inteligencia conocieran de antemano a prácticamente todos los terroristas responsables del atentado e incluso estuvieron investigando a varios de ellos cuando se produjo la matanza de Atocha. «Que el 11-M tuviese lugar, que los terroristas consiguieran ejecutar semejante acto de terrorismo en Madrid, puso de manifiesto un fallo policial», sentencia Reinares, que apunta tanto a un error de interpretación sobre la potencial amenaza que suponían los yihadistas bajo investigación como a un fallo de coordinación e incluso confianza entre los diferentes servicios terroristas. A esto se suma que no se tomaron en serio algunos avisos del CNI, que apuntaban a un posible atentado en suelo español desde el verano de 2003.

«Si en los años previos al 11-M hubiese existido una adecuada coordinación interna entre las respectivas secciones dedicadas a la lucha contra el terrorismo, a la lucha contra el tráfico de drogas y a la lucha contra el comercio ilícito de explosivos en la Guardia Civil y el Cuerpo Nacional de Policía, y si la coordinación entre ambos cuerpos hubiera sido óptima, incluyendo en ese intercambio al CNI, el cruce de datos habría hecho saltar todas las alarmas, sobre todo a partir de verano de 2003» asegura Reinares, que recuerda que no fue hasta mayo de 2004, dos meses después del 11-M, que se creó un Centro Nacional de Coordinación Antiterrorista que permitiera solucionar este problema. 

La falta de cooperación de Marruecos o Francia

Eso sí, más allá de los fallos internos, Reinares apunta también a los servicios secretos de otros países como culpables por omisión, ya que los terroristas fueron todos extranjeros y las agencias de seguridad de sus lugares de origen o residencia conocían a un significativo número de ellos. Es más, el autor explica que «varios habían sido detenidos e investigados por Marruecos, Turquía y Francia antes de los atentados de Madrid» y asegura que «es llamativo que los servicios antiterroristas marroquíes no ofreciesen o no pudiesen ofrecer indicio alguno de interés a sus homólogos marroquíes». Sobre todo porque, en 2003, después de los atentados de mayo en Casablanca, las autoridades del país magrebí detuvieron a dos individuos que desempeñaron un importante papel en el inicio y desarrollo de la red terrorista del 11-M. 

Por último, Reinares señala a un «culpable» que se suele tener menos en cuenta a la hora de hablar de los fallos que impidieron evitar la matanza de Atocha: la falta de concienciación política y la permisividad social. A pesar de la cercanía de los atentados del 11-S, el yihadismo no despertaba mayor interés en la población española y por tanto tampoco preocupaba a sus líderes, ya que la violencia que de verdad monopolizaba el debate público era la de ETA. De hecho, tal y como se recoge en el libro, el mismísimo José María Aznar admitió poco después de dejar el cargo algo muy elocuente: «Quizás los propios éxitos conseguidos en la lucha contra ETA en los últimos años nos han llevado a bajar la guardia ante la amenaza fundamentalista». 

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