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El Pequeño Nicolás, el político que nos merecemos

«La serie de Netflix revela que Francisco Gómez Nicolás no era un simple farsante sino un perfecto arribista»

El Pequeño Nicolás, el político que nos merecemos

Francisco Nicolás Gómez Iglesias, en un momento del documental de Netflix. | Netflix

«Me lo creía tanto que los de mi alrededor también se lo creían», dice Francisco Nicolás Gómez Iglesias, el Pequeño Nicolás, en el documental que le ha dedicado Netflix: (P)Ícaro: El Pequeño Nicolás. Es una frase que define una ética pero también una praxis. El Pequeño Nicolás fue un niño mimado y querido (de orígenes relativamente humildes), con una autoconfianza desbordante y patológica y una estrategia transparente de captura de poder desde muy joven.

Antes de los veinte años, se hizo pasar por asesor del Gobierno, agente del CNI y enlace de la Casa Real. Consiguió acudir invitado a la coronación del rey Felipe VI y tenía el teléfono personal del Rey emérito, al que escribió un SMS tras su abdicación: «Señor, gracias por los 40 años de mayor prosperidad que ha conocido España. Gracias por la estabilidad que hemos vivido». (Yo a los veinte años no me atrevía ni a escribirle un mensaje a la chica que me gustaba). Acudía al instituto con escolta y tiene fotos con decenas de poderosos en España, a los que trataba de tú a tú.

Es una historia excéntrica que, sin embargo, resulta canónica. Es decir, define un sistema. Porque, ¿qué diferencia hay entre la trayectoria del Pequeño Nicolás y la de cualquier político de carrera que comienza en las juventudes de un partido y va escalando al calor del poder? Es una diferencia de grado o alcance. O de soberbia. Porque si no lo hubieran pillado, si no hubiera volado tan cerca del sol (de ahí la referencia a Ícaro del título de la docuserie), quizá hoy Francisco Gómez Nicolás sería portavoz de un partido, secretario de Estado, o incluso ministro: «Yo me veía como el ministro más joven de la democracia», dice.

«Su estrategia era la correcta. Así se accede al poder en España»

Como recuerda el periodista J. J. Gálvez en El País, nadie ha sabido exactamente cómo accedió tan fácilmente al poder. «En 2014, por circunstancias todavía no esclarecidas, Gómez Iglesias mantenía relaciones con importantes empresarios, políticos y autoridades», escribe la magistrada Caridad Hernández en la sentencia que lo condenó por tercera vez a la cárcel. ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo consiguió engañar a tanta gente? Es fácil. Porque, en el fondo, no les engañaba. Porque, como insiste en el documental, él nunca se colaba, sino que lo invitaban.

No es un simple farsante sino un perfecto arribista, como de novela de Balzac. Como dice Daniel Gascón, en una frase perfecta para definir cualquier situación surrealista de la política española, toda parodia es eufemismo. Y toda excepción es regla. El Pequeño Nicolás no es la desviación, es el camino. Si fracasó, quizá es porque quiso volar demasiado alto, o porque no le dejaron subir demasiado. Pero su estrategia era la correcta. Así se accede al poder en España.

Como dice Ángel Villarino en un artículo reciente en El Confidencial sobre la degradación de la clase política española, «los incentivos para presentarse en una lista electoral o aceptar un cargo son ya tan pocos que la profesión —vocaciones aparte— atrae a quien no tiene otra cosa mejor que hacer, a quien ya llega con las espaldas cubiertas (una plaza de funcionario a la que volver o un patrimonio esperando) o a personas con trastornos de personalidad narcisista». En 2014 pensaba que el Pequeño Nicolás era un outsider, una excentricidad y un caso aislado; hoy pienso que es el perfecto insider y el político que realmente nos merecemos.

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