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Cultura

El hombre que quiso hablar con las ballenas

El libro ‘Cómo hablar balleno’, de Tom Mustill, publicado por Taurus, descubre la vida secreta de los grandes cetáceos

El hombre que quiso hablar con las ballenas

Imagen del documental 'Humpback Whales – A Detective Story' (2019), de Tom Mustill. | BBC

En septiembre de 2015, una ballena jorobada (Megaptera novaeangliae) emergió de las aguas de la bahía de Monterrey, en California. Con sus 30 toneladas de peso, aquella heredera de Moby Dick estuvo a punto de aterrizar sobre los kayaks del biólogo y documentalista Tom Mustill y su amiga Charlotte Kinloch.

Mustill y Kinloch sobrevivieron milagrosamente, quizá porque el gigante los evitó adrede en el último segundo. Una experiencia tan novelesca hizo que Mustill se interesara por este asombroso animal. No tardó en descubrir que se trata de una criatura gentil e incluso altruista, capaz de proteger a los buceadores amenazados por los tiburones y de enfrentarse a las orcas para defender a otros animales.

Pero lo que más fascinó a Mustill es su costumbre de cantar. Según cuentan los expertos en ballenas, estos mamíferos vendrían a ser los trovadores del océano. Esa percepción tiene su lógica. El canto de los grandes cetáceos se modula con cadencias específicas y comunica mensajes complejos. Además, al igual que sucedía con la poesía más primitiva, los mensajes se repiten y heredan en cada comunidad submarina.

Mustill se preguntó por qué estos gigantes entonan himnos ancestrales de rara belleza. Unos cánticos que además, por su armonía y por su poderosa penetración en nuestro inconsciente, anticipan lo que habitualmente llamamos cultura.

Fascinado por este lenguaje, mostrando el mismo entusiasmo que un arqueólogo que hubiera encontrado una tablilla ilegible en una excavación, Mustill nos plantea el reto de traducirlo en un libro sorprendente, Cómo hablar balleno.

A lo largo de sus páginas, el autor hace el papel de detective en busca de pruebas. Y como los buenos investigadores, cuando imagina la solución a un enigma, la dice en voz alta, pero no sin antes haber consultado a los mayores especialistas en la materia.

Imagen del documental ‘Humpback Whales – A Detective Story’ (2019), de Tom Mustill.

No todo es silencio en las profundidades

El océano parece un lugar vacío, pero está lleno de criaturas que excitan nuestra imaginación desde hace siglos. En este caso, como si fueran el vestigio de un mundo prehistórico, bajo la superficie de las aguas pueden escucharse los cánticos que sirven para organizar la vida social de los cetáceos. Sin embargo, hace relativamente poco que les prestamos atención. La tecnología para registrarlos no estuvo disponible hasta los años sesenta del pasado siglo, cuando la Marina estadounidense por fin logró detectarlos gracias al instrumental militar.

¿Cómo interpretar ese coro acuático sin dejarse llevar por la fantasía? Dos científicos, Roger Payne y Scott McVay, comprobaron que el idioma balleno sigue patrones predecibles que escapan a las frecuencias audibles por el común de los mortales. Tras dar a conocer sus estudios en un artículo que luego sería citado una y mil veces ‒«Songs of Humpback Whales», Science, 1971‒, Payne y McVay lograron que el canto de las ballenas jorobadas se incorporase, con todas las de la ley, a la cultura de masas.

Carl Sagan, convencido de que aquello eran pulsaciones de un pensamiento avanzado, incluyó estos sonidos en los discos dorados que viajaron al espacio en las sondas Voyager I y II. Por razones más poéticas, infinidad de músicos, desde Kate Bush a Pink Floyd, emplearon el cancionero de las ballenas en sus composiciones.

Tom Mustill. | Sam Mansfield / Taurus

El éxito discográfico que lo cambió todo

Aquella era una época en la que el rock progresivo nos había acostumbrado a discos muy originales, así que a nadie le sorprendió que un insólito LP, Songs Of The Humpback Whale, editado por el propio Roger Payne en 1970, alcanzase un éxito inmediato. Apoyaron tácitamente a Payne figuras tan dispares como Bob Dylan y Johnny Carson.

La polifonía de las ballenas, divulgada en medio mundo gracias al álbum de Payne, tenía la consistencia y el sentimiento de una sesión de jazz. Alternaba susurros, chasquidos, ronroneos, bufidos e interminables lamentos. Más o menos, como si los cetáceos fueran músicos que dominasen diversos estilos y tocasen ante públicos igualmente diversos.

Desde entonces, la influencia de este trabajo no ha dejado de crecer y aún proyecta una imagen muy poderosa de la inteligencia de los cetáceos. Una inteligencia que, por aquellos años, contrastaba de forma dramática con su caza indiscriminada en barcos industriales, provistos de cañones con arpones de acero.

Aquel vinilo de Payne, nos dice el autor de Cómo hablar balleno, inspiró a toda una legión de estudiosos y documentalistas. «En las numerosas entrevistas que realicé medio siglo después ‒escribe‒ descubrí que fue este disco el que los cautivó, de niños y adolescentes, y les enganchó de por vida a las ballenas».

Imagen del documental ‘Humpback Whales – A Detective Story’ (2019), de Tom Mustill. | BBC

Cómo unirse al club de los cetólogos

La cetología es la parte de la zoología que estudia los cetáceos. Aunque concita muchos otros contenidos, el estudio de la comunicación de ballenas y delfines es algo exclusivo de esta disciplina.

Los cetólogos han identificado algunos registros del lenguaje balleno con determinadas actividades, como los rituales de apareamiento o el cuidado de los ballenatos recién venidos al mundo. Pero desentrañarlo por completo exige nuevos recursos, y es aquí donde entran en juego la inteligencia artificial y las nuevas tecnologías de observación.

¿Podrá la IA ayudarnos a comprender qué se dicen estas apacibles criaturas mientras engullen grandes tragos de agua marina y criban las corrientes en busca de alimento?

Si aceptamos que la memoria es identidad y que eso, sumado a una estructura social y a una buena comunicación, manifiesta una forma de vivir culturalmente en el mundo, está claro que los últimos experimentos e investigaciones que describe Mustill son, como mínimo, elocuentes.

Por supuesto, decir que las ballenas poseen una «cultura» requiere un estado de ánimo que aún es minoritario, pero el funcionamiento de su cerebro nos lleva en esa dirección.

Los cetáceos demuestran un rendimiento mental asombroso, una cognición compleja y unos sistemas neuronales que les permiten ser conscientes de sí mismos. Por volver a su «idioma», ahora sabemos que reconocen canciones e inventan y difunden otras nuevas. Y parece que todo ello los sitúa en una categoría que antes pensábamos que era exclusiva de las complejidades del alma humana.

«Quienes estudian a las ballenas francas (Eubalaena australis) y otras especies de cetáceos altamente sociales, como las orcas ‒escribe Mustill‒, han observado cómo cooperan en el mar, se reúnen en grupos que hacen las cosas de manera especial e ignoran o evitan a otras ballenas que suenan diferente. El poder de estas sociedades de ballenas radica en sus comportamientos aprendidos y en su conocimiento común, así como en su capacidad para transmitirse unas a otras sus conocimientos».   

Que estas sociedades marítimas estén formadas por seres descomunales ‒la ballena azul (Balaenoptera musculus) pesa tanto como 25 elefantes‒ nos dice algo más. En una era en la que los animales gigantes han desaparecido del panorama, tiene su gracia que ese tesoro cognitivo sea patrimonio de criaturas enormes y majestuosas, pero también muy vulnerables.

En el siglo XVII, por una serie de malentendidos, las ballenas aún eran consideradas como bestias apocalípticas. Una novela legendaria, la citada Moby Dick, insistía en este juicio sumario. Por suerte para ellas y para nosotros, estos animales que obsesionaron a Herman Melville han dejado de ser una mercancía valiosa y un peligro para quienes desean verlas de cerca.

Una vez erradicada su caza, nuestro siguiente reto será acompañarlas en sus rutas de navegación para entender qué susurran en las profundidades y, sobre todo, qué podrían contarnos a nosotros, sus antiguos y más letales perseguidores.

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