THE OBJECTIVE
Cultura

La edad de oro de los monstruos gigantes

El estreno de ‘Godzilla y Kong: El nuevo imperio’ confirma el retorno de un subgénero que ya cumple un siglo

La edad de oro de los monstruos gigantes

'Godzilla y Kong: El nuevo imperio'. | Legendary Pictures, Screen Queensland, Warner Bros.

Los monstruos gigantes han sido y siempre serán bienvenidos en la ficción literaria. También en el cine: cuando los efectos especiales lo permiten, se entiende. De ahí que suela citarse como precursora en este ámbito la película El mundo perdido (1925), basada en la novela homónima del creador de Sherlock Holmes, Arthur Conan Doyle.

Tanto en el largometraje de Harry Hoyt como en el libro de Doyle asistimos al mismo prodigio. En un lugar inhóspito, dejado de la mano de Dios, aún sobreviven imponentes dinosaurios. Bestias de carne acorazada que aplastan los árboles y la espesura. Supervivientes de la Vieja Tierra, con las fauces abiertas, desafiantes ante el paso de los milenios.

Los efectos especiales de El mundo perdido estuvieron a cargo de Willis O’Brien, un mago del llamado stop-motion (animación fotograma a fotograma). No mucho después, O’Brien perfeccionó su técnica en King Kong (1933), otra obra maestra heredera de la fantasía prehistórica de Doyle. En este caso, un gorila enorme ‒una exageración de cuanto somos‒ reina en la Isla Calavera, un enclave aislado que sacude nuestros deseos y miedos más íntimos.

Impotente ante las trampas del hombre moderno, Kong es llevado hasta la civilización, donde su poderío es doblegado sin remedio.

El mundo perdido y King Kong plantaron las semillas ‒unas semillas colosales‒ del subgénero de monstruos gigantes. Pero la pasión colectiva por estas criaturas viene de muy atrás. E igual que no hay un día concreto en que pasamos de niños a adultos, no hay forma de señalar la fecha exacta en que el ser humano comenzó a soñar con cíclopes y dragones.

‘King Kong’ (1933).

Sabemos, eso sí, que nuestros antepasados crearon sus mitologías al mezclar «esto» con «aquello». Por ejemplo, folclore y descubrimientos paleontológicos. Cuando en el siglo VII a.C. los griegos entraron en contacto con los escitas, conocieron sus relatos en torno a los grifos, unos monstruos guardianes de los yacimientos de oro. En realidad, aquellos jinetes nómadas habían ideado al grifo ‒parte águila, parte león‒ después de toparse con esqueletos del dinosaurio Protoceratops aflorando en las arenas del desierto. Lo mismo pasó con la leyenda homérica del cíclope. El gigante de un solo ojo fue una mala interpretación de los cráneos de los elefantes fosilizados.

En este sentido, las antiguas civilizaciones se movían bajo esta premisa: «Dadme un punto de apoyo ‒es decir, un hueso de algún titán extinguido‒ e imaginaré leyendas que se nutrirán del mismo suelo». A partir del siglo XIX, la literatura fantástica hizo el resto. De ese modo, el camino que luego nos condujo a películas como Parque Jurásico (1993) o Jurassic World: Dominion (2022) ya estaba despejado.

Uno de los lectores más atentos de la novela que inspiró Parque Jurásico, el best-seller de Michael Crichton, es el paleontólogo José Ignacio Canudo, que lidera el equipo de investigación de vertebrados del Mesozoico y el Cuaternario de la Universidad de Zaragoza, conocido como  ‘Aragosaurus: Recursos geológicos y paleoambientes’.

Los hallazgos de este equipo y el hecho de que Canudo sea una referencia internacional en el estudio de los dinosaurios me llevan a preguntarle por su relación con estos ensueños prehistóricos que nos brindan el cine y la literatura. 

«Cuando encontramos los restos de un dinosaurio ‒responde, a título personal‒, especialmente si es grande, no escapamos de la fantasía y la aventura. Forma parte de nuestra profesión. Cada vez que voy al campo y encuentro un hueso de dinosaurio, me emociono. Cuando estamos en una excavación y empezamos a encontrar un hueso, y otro hueso, me emociono. La diferencia con un no profesional es que nos imaginamos al animal de una manera real, no fantasiosa. Sabemos que no es un monstruo como los de las películas, sino un animal que vivió y murió hace millones de años, y con sus huesos podemos llegar a reconstruirlo de una manera más o menos cercana a la realidad».

‘Godzilla. Japón bajo el terror del monstruo’ (1954), de Ishirô Honda. | Toho

¿Qué es un ‘kaiju’?

«Los dinosaurios de El mundo perdido, la vieja película de 1925 ‒escribió Ray Bradbury en 1982‒, aterrizaron justo sobre mí, al igual que lo hizo King Kong cuando yo tenía 12 años. Soberbiamente aplastado, enmudecido por el amor, corrí hasta mi máquina de escribir de juguete y me pasé el resto de la vida muriendo a causa de ese amor que yo no había pedido. A lo largo del camino me encontré a otro joven (el técnico de efectos especiales Ray Harryhausen), que tenía exactamente mi edad y sentía el mismo amor que yo».

Uno de los cuentos más famosos de Bradbury, «La sirena de la niebla» (1951), se ambienta en un faro cuya sirena atrae a un enorme saurio marino. La adaptación al cine, El monstruo de los tiempos remotos (1953), alcanzó un éxito que llegó a oídos del productor Tomoyuki Tanaka, quien tomó la decisión de rodar una cinta equivalente en Japón, con Ishirō Honda tras la cámara.

El resultado fue Godzilla. Japón bajo el terror del monstruo (1954), un largometraje que, además de mostrar a un reptil antediluviano de enorme capacidad destructiva, conjuraba temores muy obvios: el bombardeo de Tokio en 1945 ‒causante de alrededor de 100.000 muertes de civiles‒, la masacre nuclear de Hiroshima y Nagasaki, la sensación de que Japón era un país castigado por la naturaleza y la inmediatez de las pruebas atómicas en el Pacífico.

Encarnado por un actor embutido en un disfraz de caucho, Godzilla fue el primer kaiju (en japonés ‘bestia extraña’). Hablamos del punto de partida de un linaje muy prolífico. Como bien saben los aficionados a la ciencia ficción, el triunfo internacional de la película dio lugar a una saga interminable, protagonizada por infinidad de bestias descomunales: Rodan, Mothra, King Ghidorah, Gamera, Gappa, Guilala y tantos otros.

En las kaiju-eiga (‘películas de monstruos’) se aceptan variaciones en sus peculiares protagonistas. Unos son amistosos y otros resulta que no. Lo que no debe faltar es la destrucción generalizada. Y aunque las sucesivas cintas de la saga fueron infantilizándose cada vez más, a partir de la década de los ochenta uno puede encontrar películas de notable calidad, como sucede con la reciente Godzilla: Minus One (2023).

‘King Kong contra Godzilla’ (1963), de Ishirô Honda. | Toho

Godzilla y sus descendientes

Lejos de la supervisión de los paleontólogos, ya vimos cómo los creadores han jugueteado con los monstruos, y con una ilusión más o menos desbocada, han reunido a una horda de bestias imaginarias que, de forma tangencial, también han interesado a un reducido grupo de académicos.

Uno de los más prestigiosos, sin duda, es Jason Barr, profesor del Blue Ridge Community College (Virginia) y autor de dos libros indispensables para los amantes de estos leviatanes, The Kaiju Film: A Critical Study of Cinema’s Biggest Monsters (McFarland, 2016) y The Kaiju Connection: Giant Monsters and Ourselves (McFarland, 2023).

Portada del libro de Jason Barr.

Nada es enteramente como uno lo imagina. Aunque la mayoría piense que este subgénero se limita a grandes monstruos destrozando gozosamente una ciudad, Barr sabe que en la trastienda de estas películas hay mucho más. Folclore, viejos mitos, y por supuesto, mensajes relativos al colonialismo, los peligros de la contaminación, el militarismo o la ciencia desprovista de ética.

¿Qué es lo que hace que estas criaturas sigan estampando su huella en la cultura actual?, le pregunto. «Hay una serie de factores que explican por qué los kaiju continúan siendo populares durante casi 70 años ‒responde‒, particularmente en Estados Unidos y Japón. Por supuesto, en su momento, muchos de los kaiju japoneses (Mothra, Rodan, Godzilla) fueron presentados como una especie de aviso. Estos kaiju fueron esencialmente presentados como advertencias a la humanidad ante toda una variedad de transgresiones. No sólo relativas a la energía nuclear, sino también al medio ambiente, la destrucción de la naturaleza y la moralidad de la ciencia».

‘La humanidad en peligro’ (1954), una de las numerosas producciones que en la década de los cincuenta, en plena Guerra Fría, nos mostraron a seres mutantes afectados por la radiación nuclear.

Resulta curioso que algunos protagonistas de esta historia hayan evolucionado en su propósito. «Sólo un kaiju ‒añade Barr‒ ha gozado de permanencia en Estados Unidos: King Kong. Kong originalmente representó los horrores del colonialismo para el público de la década de 1930 y se convirtió en una especie de advertencia pseudoambiental y contra los abusos de la ciencia en los remakes y secuelas posteriores».

En todo caso, que ese mensaje sea más o menos consistente depende de quien se ocupe de producir la película en cuestión. «Curiosamente ‒dice Barr‒, las versiones más recientes de Godzilla muestran una creciente división en las perspectivas culturales. Godzilla: Minus One (2023), fuera de Japón, revisita el horror nuclear y el sacrificio en tiempos de guerra. Godzilla vs. Kong (2021) y Godzilla y Kong: El nuevo imperio (2024) han eliminado la mayor parte del significado subyacente entre estos dos personajes y simplemente han regresado a un estilo de peleas tontas que apenas las diferencia de las películas de superhéroes».

‘Kong: La isla calavera’ (2017). | Legendary Pictures, Tencent Pictures, Warner Bros.

Esta doble perspectiva, la japonesa y la estadounidense, puede devolver al adulto a su infancia o descifrar asuntos que abren los ojos al espectador más despierto. «William Tsutsui ‒aclara Barr‒, en su libro de 2004 Godzilla on My Mind, señaló las diferencias culturales generales y señaló ‒estoy parafraseando bastante‒ que los estadounidenses disfrutaban más del espectáculo y el tamaño que de los mensajes socioculturales. Con ese fin, las películas sobre los kaiju han logrado encontrar audiencias más grandes porque el kaiju puede convertirse literalmente en uno de los dos polos de cualquier película: la gran fiesta que cautiva a la mayoría del público estadounidense o el mensaje que involucra temas de mayor entidad, que es popular entre el público japonés».

Barr concluye con un detalle muy revelador: «Puedes advertir este fenómeno con cada nuevo lanzamiento de Legendary Pictures».

Legendary es la compañía propietaria del MonsterVerse, la franquicia multimedia inaugurada por la película Godzilla (2014), de Gareth Edwards. En el MonsterVerse conviven los monstruos de las películas japonesas producidas por Toho y el titán norteamericano por excelencia, King Kong.

«En 2014 ‒explica Barr‒, hubo algunos mensajes sobre las armas nucleares (al tiempo que se excusaba el uso estadounidense de armas nucleares). En Godzilla: Rey de los monstruos (2019), las armas nucleares se presentan como heroicas y hay una breve diatriba sobre la destrucción del medio ambiente por parte de la humanidad. En Godzilla vs. Kong, cualquier mensaje de este tipo se borró. Y Godzilla y Kong: El nuevo imperio parece continuar esa tendencia».

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D