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Los actores sintéticos quieren ser inmortales

La posibilidad de usar clones digitales abre en Hollywood un horizonte tan innovador como inquietante

Los actores sintéticos quieren ser inmortales

Un Harrison Ford rejuvenecido en 'Indiana Jones y el dial del destino' (2023). | Lucasfilm Ltd., Walt Disney Studios Motion Pictures

En 2013, la película El congreso, escrita y dirigida por Ari Folman, exploraba la idea de un Hollywood posthumano, donde los actores son sustituidos por avatares digitales. En una de sus escenas más memorables, Robin Wright, interpretándose a sí misma como una actriz en horas bajas, recibe una insólita proposición por parte de Jeff (Danny Huston), el mandamás de un gran estudio.

«Queremos escanearte a ti ‒le dice Jeff‒. Tu cuerpo, tu rostro, tus emociones, tu risa, tus lágrimas, tus clímax, tu felicidad, tus depresiones, tus miedos, tus deseos… Queremos digitalizarte, preservarte. Queremos ser los dueños de la propiedad llamada ‘Robin Wright’. Haremos todo lo que Robin Wright no quiso hacer. Todas las películas que te perdiste por elegir mal, o cuando te rendiste, huiste o sabe Dios que hiciste en el último momento. ¡Retrasaste rodajes y nos costaste millones! Necesito a Buttercup de La princesa prometida y a Jenny de Forrest Gump. No te necesito a ti. Solo te necesito por tu historia. Puedo salvarte de ti misma, Robin».

Mientras el nuevo milenio avanza, somos testigos de cómo esta cinta de ciencia ficción es superada por la realidad. Sin ir más lejos, la oferta que recibe Robin Wright conecta con una divertida secuencia de Érase una vez en Hollywood (2019). En este caso, Tarantino nos pide que hagamos un ejercicio de fantasía. ¿Qué hubiera pasado si el actor protagonista, Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), hubiera sido la estrella de La gran evasión? ¿Cómo hubiera sido esta superproducción si Rick ‒es decir, DiCaprio‒ hubiera ocupado el lugar de Steve McQueen? Los técnicos digitales de dos compañías, Luma Pictures y Lola VFX, pulieron esta y otras escenas de la película para convencernos de esa realidad alternativa.

Leonardo DiCaprio sueña con haber interpretado al protagonista de ‘La gran evasión’ (1963) en ‘Érase una vez en… Hollywood
‘ (2019). | Columbia
Pictures, Heyday Films, Polybona Films

Aunque sigue siendo capaz de sorprendernos, la tecnología ya ha normalizado un par de logros: el de sustituir un rostro por otro ‒por ejemplo, cambiando la cara de un especialista por el de la estrella a la que sustituye en las escenas de riesgo‒ y el de conseguir que actores veteranos vuelvan a ser jóvenes.

La compañía ILM, fundada por George Lucas, lleva dos décadas perfeccionando estos procesos. Su último avance ha sido un conjunto de herramientas llamado FaceSwap, que ha servido para lograr que Harrison Ford engañe al calendario en Indiana Jones y el dial del destino. El supervisor de efectos visuales Andrew Whitehurst dirigió al equipo que se ocupó de recuperar material de archivo del actor. A grandes rasgos, su propósito era obtener una versión digital del rostro de la estrella ‒un falso Indiana Jones de 37 años‒ sobre la que se mapearon las interpretaciones faciales realizadas por el Ford de 79 años en el plató. «Dos días después, ya tenía en mi sala de montaje al joven Harrison», cuenta el director James Mangold. «Se podía ver que reproducía a la perfección lo que estaba haciendo, lo que significa que venía de su alma. Transmitía las expresiones, la intensidad y la pasión del personaje».

Por supuesto, retroceder en el tiempo es una cosa y sustituir a un trabajador humano es otra. Así lo cree el sindicato de actores de Hollywood (Sag-Aftra), que incluye este asunto entre otros que les han llevado a secundar la huelga emprendida por los guionistas.

Aunque es una estrella que juega en otra liga, Tom Cruise había tratado de negociar poco antes en nombre de sus compañeros. Cruise habló en ese encuentro con los grandes estudios de algo que ha dejado de ser un futurible: el uso de la inteligencia artificial para crear entornos virtuales también permite prescindir de los dobles de acción, los extras y los actores de doblaje, todos ellos representados por el sindicato.

El 13 de julio, justo un día antes de comenzar la huelga, el negociador del Sag-Aftra, Duncan Crabtree-Ireland, dio a conocer una inquietante propuesta de la Alianza de Productores de Cine y Televisión (Amptp): el uso de inteligencia artificial para escanear a los actores y usar esta réplica digital a perpetuidad.

La presidenta de Sag-Aftra, Fran Drescher, dejó claro lo que esto supone para el gremio: poner el carro delante de los bueyes. «Si no nos mantenemos firmes ‒explicó‒, todos estaremos en peligro de ser reemplazados por máquinas».

Brad Pitt en ‘El curioso caso de Benjamin Button’ (2008). | Paramount Pictures, Warner Bros. Pictures, The Kennedy/Marshall Company

Un poco de historia

A mediados de los ochenta, la generación que devoraba vídeos en la MTV recibió entusiasmada a un personaje que se convirtió en icono de la cibercultura, Max Headroom. En diversos formatos, incluida una teleserie de éxito, este ‘presentador digital’ nos hizo creer que ya era posible recrear a un ser humano mediante infografía. Para decepción de muchos, acabó descubriéndose que Max era un actor real (Matt Frewer) maquillado con piezas de látex y embutido en una americana de plástico rígido.

Poco después, en 1987, dos estrellas de Hollywood, Marilyn Monroe y Humphrey Bogart, ‘resucitaron’ gracias a una tecnología demasiado imperfecta para engañar a nadie. El resultado fue un cortometraje experimental, Rendez-vous in Montreal, que solo entusiasmó a los seguidores de la incipiente cultura digital.

Sin embargo, la animación por ordenador no tardó en madurar. De ese Bogart que parecía tallado en poliuretano pasamos a dos criaturas ideadas por James Cameron: el extraterrestre acuático de The Abyss (1989) y el robot de metal líquido que perseguía a los protagonistas de Terminator 2: El juicio final (1991). En ambos casos, el mérito hay que atribuírselo a una sola empresa, ILM.

La compañía de George Lucas asumió el reto de Cameron, pero antes tuvo que tomar una decisión traumática: despedir a su equipo de escultores, modelistas y animadores ‒curtidos en las sagas de Star Wars e Indiana Jones‒ para sustituirlos por una nueva generación de artistas digitales recién salidos de la universidad.

A una velocidad de vértigo, la tecnología impulsada por ILM fue madurando a partir de un nuevo problema: el ‘valle inquietante’ (uncanny valley), o dicho en otras palabras, el rechazo que provoca en nosotros la visión de una réplica de un ser humano ‒sea un robot o un avatar digital‒ que no consigue ocultar su naturaleza artificial. No había más que asomarse a la mirada mortecina de un Tom Hanks virtual en Polar Express (2004) para comprender que el público aún pedía lo imposible: actores sintéticos que fueran indistinguibles de los reales.

Andy Serkis en ‘El Señor de los Anillos: las dos torres’ (2002). | WingNut Films, The Saul Zaentz Company, New Line Cinema

En el futuro hubo más volantazos por este uncanny valley. No obstante, un logro monumental cambió el arte de proyectar imágenes en una sala oscura. Me refiero a la trilogía de El Señor de los Anillos (2001-2003), y más en concreto, al personaje de Gollum, diseñado por los técnicos de Weta Digital. Como explicó el director Peter Jackson, «Gollum estaba basado en los movimientos y la interpretación del actor Andy Serkis, pero fue articulado por medio de avanzadas técnicas de motion capture (captura y réplica de movimientos). Weta desarrolló una gran cantidad de material para crear a Gollum. Tuvieron que crear nuevos códigos de modelado, para la piel, para los músculos… Es increíblemente real y fuimos capaces de darle un gran abanico de expresiones».

En realidad, Gollum, con sus más de trescientos músculos digitalizados, era el resultado de una tecnología que también permitió a Jackson rodar imponentes batallas.

¿Cómo? ¿Que había que simular ejércitos de orcos sin contratar a miles de extras? Para eso servía el programa Massive, obra de otro técnico de Weta, Stephen Regelous. Gracias a Massive, el director dispuso de miles de individuos personalizados con inteligencia artificial. Además de prestarse de maravilla a las escenas épicas, Massive anticipaba otra opción: prescindir de los extras en cualquier escena multitudinaria.

Los que hayan visto Avatar (2009) sabrán lo bien que se entendió James Cameron con estos técnicos de Weta. Sin que uno se dé cuenta, su película nos traslada a un planeta en el que todo ‒sus habitantes y el entorno físico‒ es consecuencia de la magia digital. «Los actores me preguntan si estamos intentando reemplazarlos», decía un Cameron conciliador. «Por el contrario, estamos tratando de potenciarlos, de ofrecerles nuevos métodos de expresarse y de crear personaje, sin ninguna limitación. Yo no deseo reemplazar a los actores, me encanta trabajar con ellos. Es lo que hago como director. Lo que estamos intentando reemplazar son las cinco horas de estar en una silla de maquillaje. Ahora, con la tecnología actual, puedes ser cualquier cosa, de cualquier edad, incluso cambiar de género».

Peter Cushing resucita digitalmente en ‘Rogue One: una historia de Star Wars’ (2016). | Lucasfilm, Walt Disney Studios Motion Pictures

Actores que no mueren y nunca se quejan

Cuando se estrenó en 2016 Rogue One: una historia de Star Wars, la animación digital ya recibía el tratamiento de medio de expresión artística con todas las de la ley. De ahí que el público aplaudiera la ‘resurrección’ de Peter Cushing, muerto en 1994 y devuelto a la vida en esta película. No era la primera vez que se hacía algo así, pero la calidad del resultado dio a entender que Rogue One abría un nuevo horizonte para los intérpretes recuperados del más allá.

De inmediato, los cinéfilos se hicieron un par de preguntas. ¿Querríamos que James Dean o Audrey Hepburn siguieran actuando? Sin duda alguna. ¿Podrán hacerlo pronto? Es más que probable.

El mismo año en que se estrenó Rogue One, una modelo e influencer adolescente, Lil Miquela, alcanzó la celebridad y el éxito publicitario. A nadie parecía importarle el hecho de que no fuera una chica real, sino un personaje de animación fotorrealista. Es más, ni siquiera le importó a una agencia de talentos tan poderosa como la Creative Artists Agency (CAA), en cuyo catálogo figura Miquela como si fuera una profesional de carne y hueso.

El caso de esta influencer es muy significativo si pensamos en las reclamaciones del sindicato de actores de Hollywood. ¿Qué derechos asisten al profesional que cede su avatar digitalizado? ¿A qué velocidad destruirán puestos de trabajo estas variantes de la inteligencia artificial? ¿Quién contratará a un actor auténtico cuando exista un batallón de copias digitalizadas, capaces de interpretar de forma verosímil? ¿Cómo influirá en los salarios la presencia en el mercado de clones que nunca descansan y jamás enferman?

Un Luke Skywalker virtual en la segunda temporada de ‘The Mandalorian’ (2020). Su avatar reaparece, perfeccionado, en posteriores capítulos de la serie. | Lucasfilm, Fairview Entertinment, Golem Creations, Disney Media Distribution

Todo es tan sorprendente como parece. Ya hay numerosos equipos de animación y simulación de personajes que siguen el mismo protocolo: escanear rutinariamente al reparto de series o películas. Cada actor hace una sucesión de 50 expresiones faciales en un light stage (escenario de luz). De ese modo, si no está disponible durante el rodaje, ¡alehop!, su versión virtual será lo que se inserte en el fotograma.

Es algo difícil porque, para hacerlo de manera eficaz, el resultado ha de ser la suma de muchas cosas. Por ejemplo, en el episodio final de la segunda temporada de The Mandalorian (2020), Mark Hamill «vuelve a interpretar» a Luke Skywalker. Con una salvedad: el cuerpo del personaje es el de un doble, su rostro es una versión rejuvenecida de la cara de Hamill gracias a la tecnología deep-fake, y la voz que oímos es una recreación de laboratorio, obtenida a partir de antiguos audios del actor. Dicho de otra forma, todo es una impostura. Muy convincente, por cierto.

En términos éticos y legales, esta irrupción de los clones digitales recuerda un lema típico de Silicon Valley: «Move fast and break things» («Muévete rápido y rompe cosas»). También invita a la resolución de un problema complejo, para el que no hay referentes. Mientras tanto, en contraste con los tecnócratas y los frikis de los efectos visuales, veteranos como Susan Sarandon se dirigen a la opinión pública como una mezcla de Casandra y Nostradamus. «Espero que en el futuro ‒nos advierte, brutalmente sincera‒ la gente entienda la diferencia entre personas reales que toman decisiones reales y algo que es básicamente animación».

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