Daniel Guebel y la maravillosa locura filosófica de Luis XIV
El novelista argentino fantasea en ‘El Rey y el filósofo’ con la relación entre el Rey Sol y Leibniz en un Versalles surrealista
Literatura peculiar la de Daniel Guebel (Buenos Aires, 1956). Un tipo diferente. Capaz de armar con temas normalmente tan sesudos como la historia y la filosofía una juerga de tintes surrealistas, disfrutona y… peculiar. Muy peculiar.
Autor con una amplia trayectoria, por estos lares empezó a ser relativamente conocido por El absoluto, un genial novelón disparatado publicado en 2016 por Random House, que ahora saca El Rey y el filósofo, confirmación de la estupenda locura de Guebel. A poco que se extienda la buena nueva, a toda su obra le queda mucho recorrido.
Como él mismo nos explica, el disparate de su nueva novela tiene una base muy real: «En su juventud, el filósofo Gottfried Wilhelm Leibniz es enviado a Versalles por Leopoldo I, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, para persuadir a Luis XIV de la conveniencia de que Francia invada y conquiste Egipto».
A partir de ahí, el novelista expande una trama tremebunda. «Basándome en ese hecho, sobre el que se sabe poco o más bien nada (y eso que busqué en bibliotecas, pregunté a historiadores y filósofos…), armé una novela de peripecias intelectuales, conspiraciones y conflictos entre países europeos y africanos, aventuras sexuales, experimentos científicos, meditaciones filosóficas y acontecimientos fantásticos».
Semejante amalgama fluye en una estructura tan eficiente en este caso como poco común en la literatura actual. «Se me impuso rápidamente el modelo de la novela epistolar, porque soy un lector devoto de Las relaciones peligrosas de Choderlos de Laclos. ¿Quién no querría escribir una novela como esa? ¿Quién no querría escribir esa novela?» Aunque, «por supuesto, enseguida el diablo mete la cola y el libro busca sus propios rumbos. El estilo de El Rey y el filósofo es una versión posible de un estado de lengua de las clases ilustradas de la Francia de mediados del siglo XVII, combinado con otros vulgares, pedestres y malintencionados, secretamente rioplatenses».
Guiños contemporáneos
No tiene reparos Guebel en introducir guiños contemporáneos o, en general, cualquier triquiñuela que le engrose el calibre a su estilo, que en esta ocasión encuentra un contexto especialmente fértil: «Quise que el mundo Versalles fuera apasionante, que Leibniz padeciera la demora de Luis XIV en recibirlo, que la corte resultara una romería que el lector habita y donde se pierde: en ese caos, en ese lujo, en las intrigas y los olores y las fiestas y fornicaciones y adicciones, como asistir a una fiesta pasada de rosca en el Palacio de la Moncloa». De hecho, ciertas actitudes de Pedro Sánchez…
La filosofía sostiene la trama, le sirve de excusa, pero también le ofrece una cierta profundidad secreta, arcana, que se intuye entre los diálogos surrealistas y las descripciones de aquel Versalles imposible: «Mis libros se ligan en una trama, un universo de burbujas que brotan una tras otra y se expanden como las mónadas de Leibniz. Que fue a colocar en la Francia del siglo XVII el plan que un siglo y medio más tarde llevaría a cabo Napoleón».
Suena como una música de fondo en Guebel más interesante de lo que las risas pueden sugerir a simple vista, pero el objetivo primero es que «los lectores la pasen tan bien leyéndola como yo escribiéndola. El humor vino solo y desde el principio, con pulgas cayendo sobre las pelucas de los cortesanos. Me entretuve armando los tinglados de ese mundo de sobones, petulantes e intrigantes, y me hizo feliz inventar a un Luis XIV frenético, brillante, sentencioso y desaforado, omnipotente y frágil y solitario».
El dios del poder
Ese Rey Sol desmesurado alcanza su mayor estatura en el absurdo cuando se apropia, sin el menor rubor, de la teoría de la armonía preestablecida de Leibniz. Suceso este tan necesario (por genial) como indemostrable: «La hipótesis es mía, mía, mía, así como el difunto presidente argentino Carlos Menem dijo ‘La Ferrari es mía, mía mía’, cuando algún abogado le señaló que ese vehículo suntuoso y digno de un farabute o de un jeque no debía tomarlo por propio sino como una distinción recibida en su carácter de jefe de Estado. ¡Quizá Luis XIV pensaba como Menem! ¿Cómo saberlo? Pero es claro que Versalles era su visión, una cosmovisión que a Luis XIV lo igualaba (al menos en la dimensión estética y arquitectónica) a los laberintos conceptuales de Leibniz. Mi Luis XIV es como un niño ante la vidriera de una juguetería: lo quiere todo».
La alusión a Menem no es baladí. Guebel no tiene reparos en trazar paralelismos entre los entresijos de la novela y la política actual. Para bien (literariamente) y para mal (¿todo lo demás?), su Argentina da para mucho. «El actual presidente Javier Milei, un anarco-capitalista que dice que el Estado es una organización criminal sin advertir que podría ser acusado de jefe de la banda, podría pensarse como un avatar actual de Luis XIV. Y Luis XIV, Nerón, Calígula, y tantos otros, son avatares del dios del poder absoluto. En mi novela, a cambio de trágica, esa propensión es cómica».
La realidad supera y sujeta a la ficción, pero hay que saber contarla y atreverse con según qué materiales. Guebel no se corta: «Mito, razón, esoterismo y ciencia, son las bases de mi libro. Y personajes fuertes». Ya te digo.
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