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Literatura

La revolución cultural de la ciencia ficción china

Llegan a España la novela de ciencia ficción china ‘Saltonautas’ y la película francesa ‘The Beast’

La revolución cultural de la ciencia ficción china

Escena de El Problema de los tres cuerpos | Netflix

A la serie El problema de los tres cuerpos solo le faltaba un extraño asesinato en la vida real para terminar de convertirse en la comidilla del entero universo audiovisual.

Gran apuesta de Netflix –lo venden como el nuevo Juego de Tronos–, ha ofendido al todopoderoso líder chino Xi Jinping, que ha contraatacado con su propia versión de la serie, otra gran novela de ciencia ficción perfectamente dirigida hacia sus objetivos y una furibunda campaña contra Netflix, uno de cuyos productores ha muerto en extrañas circunstancias.

La serie adapta la trilogía de novelas del mismo nombre escrita por Cixin Liu (nacido en 1963: ojo al dato), que narra la épica batalla de la humanidad contra una invasión extraterrestre con el epicentro en China y una narrativa muy sugerente, sólida y efectiva. Publicada en 2006 por entregas en la revista Science Fiction World, su salida en 2008 en formato libro fue un bombazo en China. Xi Jinping no estaba por entonces a los mandos del Partido (lo de Comunista en este caso es tautológico: en China no hay más partidos).

No se tradujo al inglés hasta 2014. Xi Jinping llevaba ya un año en el poder, pero no podía esconder el fenómeno: la trilogía ganó el premio Hugo, algo así como el Oscar de la literatura de ciencia ficción. Netflix se fijó en su potencial y, pasada la pandemia, se embarcó con todo su arsenal: aunque oficialmente el presupuesto era de 160 millones de dólares, el más caro de su historia para una primera temporada, Forbes asegura que ha terminado gastándose 500 millones.

El resultado es, desde luego, deslumbrante. El éxito de crítica y público no ha hecho sino aumentar la ira de Xi y/o el Partido. Ha prohibido su emisión en cualquier televisión china (menos en Taiwán, claro, porque de momento no puede) y Netflix ya estaba vetada de antes. Sin embargo, no ha podido ponerle puertas al campo de Internet y muchos chinos la están viendo.

Para justificarse, Xi ha soltado los perros de su amaestrada prensa, que acusa a Netflix de promover «la hegemonía cultural americana». Resulta que, en su versión, los personajes no son casi todos chinos, como en las novelas, sino de diferentes etnias, y buena parte de la trama se sitúa en Londres (que no está, por cierto, en EEUU, país que casi no se menciona). Muy al estilo woke de Netflix, pero también por una cuestión obvia: el producto se dirige a una audiencia mundial. Xi, al que algunos ven cierto complejo de Napoleón, parece querer recuperar aquella narcisista autodefinición de China como Imperio del Centro.

Dicen que los únicos que tienen «la piel amarilla» son «los villanos», pero lo cierto es que el único gran malvado de esta primera temporada es, como en las novelas, un estadounidense enriquecido por el petróleo. Eso respecto a la trama principal. Lo que quizás les moleste un poco más a Xi y su armada mediática sea el prólogo… que también aparecía en las novelas. Los malos ahí son, efectivamente, chinos, pero unos muy concretos: los comunistas de la Revolución Cultural de Mao, que torturan y asesinan al padre (también chino hasta los tuétanos) de la protagonista. Esto es lo que Xi no quiere que vean sus súbditos.

Xi quiso anticiparse a Netflix creando su propia versión a través de la productora Tencent. No escatimó en gastos: 10 millones de dólares para cada uno de los 15 capítulos. En ninguno de ellos aparece la escena antes mencionada. Hace tres años, Lin Qi, un multimillonario productor de cine y televisión chino que iba a trabajar con Netflix en la serie, murió envenenado. Al presunto asesino (o cabeza de turco, nunca lo sabremos: el sistema judicial chino ni siquiera intenta aparentar independencia y trasparencia) lo condenaron a muerte hace un par de semanas… justo el día después del estreno mundial de la serie de Neflix.

La idea central de El problema de los tres cuerpos de que los chinos sean los primeros que contacten con los extraterrestres no es tan descabellada. Llevan tiempo mirando al cielo, y no solo desde las alusiones de sus clásicos y, ahora, la ciencia ficción. Como ya explicó Luis M. García, «a China se le queda pequeña la Tierra» y se está gastando un pastón en su programa espacial. Sus experimentos sociológicos con la tecnología, especialmente con la IA, son también bastante marcianos.

De fondo suena el rumor de un movimiento geopolítico-cultural (el famoso soft power), con un creciente protagonismo más o menos voluntario de la ciencia ficción. Una mirada más amplia al contexto sugiere que, mientras el Partido chino proyecta la suya en un futuro fantástico para atar su futuro político, la industria estadounidense lo hace al presente para forrarse en el futuro comercializándola vía Netflix… y en Europa nos quedamos con el pasado, más significativo (y, por lo tanto, futurista) de lo que parece.

Por partes

En China, recordemos que Xi Jinping llegó al poder en 2013. Cuando se publicó El problema de los tres cuerpos, su antecesor Hu Jintao estaba ya replegando las velas del cierto aperturismo propiciado por la caída del Muro: restableció, por ejemplo, el control estatal de algunos sectores de la economía.

Cixin Liu, autor de ‘El problema de los tres cuerpos’

La idea de una invasión alienígena, la otredad absoluta, favorece el fervor nacionalista, y el liderazgo de la resistencia por los científicos hace lo propio con el materialismo dialéctico marxista. A Xi todo eso le parece estupendo, claro. Pero sin menciones a episodios oscuros del comunismo patrio y completamente protagonizado por su Pueblo. Por eso ha facturado su propio El problema de los tres cuerpos.

Saltonautas es una extensa novela publicada en España por Nova, sello de Penguin que también trajo El problema de los tres cuerpos. Vende a su autora, Hao Jingfang, nacida en 1984 (ojo al dato) como la primera china en ganar el Premio Hugo… Aunque tiene truco: ella lo hizo en la categoría de mejor relato, no en la más importante, la de novela, como Cixin Liu en su momento. Además, no menciona lo más interesante de su biografía, que sí aparece en su perfil en la Wikipedia: tras obtener un doctorado en Física en 2013, trabaja como investigadora en la Fundación de Investigación para el Desarrollo de China (CDRF por sus siglas en inglés). Una organización muy, pero que muy pública.

La novela narra otro contacto con extraterrestres, estos buenos: pertenecen a una Unión Colaborativa de Civilizaciones, en guerra con las civilizaciones devoradoras. Hacen falta: estamos a finales de siglo XXI y el mundo está en guerra. Los contendientes son la Liga del Pacífico y la Alianza Atlántica.

Contactan con ellos cuatro amigos, todos chinos, estupendos y esquemáticos a veces hasta el sonrojo. Ella, historiadora, es la tradición; uno de los muchachos, emprendedor de un negocio de blockchain y parte de una acaudalada familia, es la economía, algo zascandil pero de buen corazón (frente al capitalismo devorador); otro, soldado y también muy buen mozo, es el ejército, siempre a la gresca con la economía, aunque al final la amistad triunfa; el último, ex piloto de guerra devenido en cocinero, derrocha bonhomía, empatía y un liderazgo de fondo capaz de poner de acuerdo a los otros tres. ¿El Partido?

Hao Jingfang, autora de la novela ‘Saltonautas’

Salpican la trama muy interesantes disquisiciones y estimulantes hipótesis, además de un despliegue correcto de acción y fantasía que remata un efectista jugueteo con el pasado a partir de las típicas especulaciones de la arqueología extraterrestre, tan de moda últimamente.

Curiosamente, ese pasado no incluye ominosas escenas maoístas como las de la Revolución Cultural. Sí que hay declaraciones nacionalistas –«la civilización china […] lo ha conservado todo: mitología, idioma, escritos, cultura, tradición e incluso territorio»– y llamadas a la cooperación entre las diferentes élites que guían al pueblo –en «la larga historia del país, han aparecido en todas las épocas individuos capaces de morir por mantenerse firme en sus ideales», y unas «pocas chispas bastan para preservar la llama […] Sus ideales nunca llegaron a extinguirse y sus sucesores espirituales son los historiadores espirituales de cada época» (sic). Sic transit gloria mundi, Xi, quiero decir.

Incluso resulta que el primer emperador, Qin Shi Huan, no quemó libros ni enterró académicos, sino que… Y hasta aquí puedo leer sin hacer un spoiler definitivo de la parte más divertida del libro, pero gloria a la gran China, frente a la maledicencia de historias y rumores, que no te puedes fiar de la prensa, vamos; porque el emperador, como todos los grandes gobernantes de la gran China, «tenía planeado un gran futuro para el pueblo».

El gran malo de la película es el James Bond de la Alianza Atlántica. Aunque tiene nombre chino, se educó en West Point (más sic) y se comporta como una caricatura que atraviesa de vez en cuando el límite de lo bochornoso. Pero, y alerta de spoiler gordo, al final los cuatro amigos detienen la guerra convirtiéndose en embajadores de la humanidad ante los extraterrestres, que nos monitorizarán por nuestro bien.

Antes se ha explicado cómo llegan las civilizaciones buenas a ser colaborativas y las malas, devoradoras, tirando de un confucionismo con características ajustadas a la mayor gloria de Xi Jinping. En este artículo, Ehécatl Lázaro explica un poco de qué va. Después de leerlo, el dineral que se están gastando en sus Institutos Confucio, equivalente (se supone: los suyos tienen muchos más espías) a nuestros Cervantes, tiene todo el sentido. Saltonautas recalca, por ejemplo, que «la armonía [eufemismo muy del gusto del Partido] entre autonomía y regulación es lo único que puede hacer fuerte a una sociedad».

Uno de los protagonistas ofrece la solución a los problemas de la humanidad en la sede de la ONU: «Me gustaría sugerir la creación de un equipo global encargado de gestionar la humanidad en la sociedad cósmica de civilizaciones. Y que la Liga del Pacífico encabece dicho equipo». Con todo el morro: serán solo ellos cuatro, todos chinos. La ONU no puede evitar la aprobación de la propuesta gracias a una hábil maniobra de otro de los protagonistas para que voten los cientos de millones de usuarios su red social, creada con blockchain. Después se sorprenden cuando nos da mal rollo TikTok. Bueno, menos a Pedro Sánchez.

La ciencia ficción de Xi

Hay detalles geopolíticos y culturales muy interesantes en otros trabajos recientes de ciencia ficción. Películas como The Creator o la magnífica Dune, por ejemplo, dan para mucho, pero no quiero extenderme.

Solo apuntaré un último detalle. La película francesa The Beast realiza una excelente e interesantísima versión futurista del relato La bestia en la jungla de Henry James, escritor estadounidense pero nacionalizado británico y más inglés que el Big Ben. En un futuro más plano que distópico, un hombre y una mujer acceden a una operación cerebral que les «depure» las emociones para que la inteligencia artificial al cargo de la sociedad les permita acceder a un trabajo mejor.

La operación consiste en hacerlos viajar a sus pasadas reencarnaciones. Aquí no salen más extraterrestres que las hiperrealistas muñecas de inteligencia artificial: a la Europa descreída no le van los aliens, quizá porque está cansada de intentar trascender y ya no se cree lo que dijo Aquel: «Mi reino no es de este mundo». Pero de gestionar el pasado sabe un rato. Me temo que, desde hace rato, no hacemos otra cosa. Y eso puede ser muy útil.

Los argumentos y desarrollos de El problema de los tres cuerpos y Saltonautas están cargadas de sugerencias muy valiosas. Las objeciones en el segundo caso son obvias. En el primero, versión Netflix, solo me atormenta un gran problema de verosimilitud: ¿por qué los extraterrestres no se esfuerzan en eliminar a los héroes que luchan contra ellos y centran sus esfuerzos en acabar con la ciencia en general, eliminando solo a los individuos que pueden hacerla avanzar de forma muy concreta, que ellos detectan como decisivas (porque están más evolucionados que nosotros)? En un momento dado, recuerdo que los aliens son seres colectivos, sin lenguaje. No entienden la noción de historia. No le encuentran la gracia a Caperucita Roja cuando se la lee un humano colaboracionista, por ejemplo. Para ellos lo que cuenta es la Historia. A un tal Marx le pasaba algo parecido, creo. A Stalin se le atribuye la frase: «Una muerte es una tragedia; un millón es una estadística».

Un chino, Sun Tzu, escribió en El arte de la guerra: «Conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo; en cien batallas, nunca saldrás derrotado. Si eres ignorante de tu enemigo, pero te conoces a ti mismo, tus oportunidades de ganar o perder son las mismas. Si eres ignorante de tu enemigo y de ti mismo, puedes estar seguro de ser derrotado en cada batalla». Creo que no te estás enterando, Xi.

EEUU, la vanguardia (todavía) de Occidente, mira al pasado, donde salió el sol, o al futuro, hacia donde se dirige. Puede hacer las dos cosas con una espiral que se expande siempre refiriéndose a su origen en la curvatura. Más allá siempre, con espíritu aventurero que aprendieron en la conquista del Oeste. Pero con precaución. Porque no quiero hacer ya más spoiler, pero los europeos podemos usar nuestro vasto pasado para ser tan brillantes (magnífica película, The Beast, ya digo)… como cenizos.

¿Es posible una ciencia ficción capaz de religar el pasado, el presente y el futuro; la cooperación, el respeto al individuo y una tradición que no tenga que ser constantemente reescrita bajo la amenaza de la cancelación o directamente la cárcel?

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