THE OBJECTIVE
Cultura

'La lista', una novela sobre el linchamiento digital

THE OBJECTIVE conversa con la periodista británica Yomi Adegoke sobre su libro y los acosadores en Internet

‘La lista’, una novela sobre el linchamiento digital

La periodista y escritora Yomi Adegoke. | X

No puedo asegurar si se debe a la emoción, o es que Yomi Adegoke viene así de serie. En cualquier caso, parece que ha desayunado lengua. Su elegantísimo acento británico cacarea con cada pregunta acompañando un torrente de ideas y opiniones tan variadas, como reveladoras. Es periodista. Se le nota. Joven y espabilada, no esquiva ningún guante. La ha traído a Madrid, al hall del Hotel 7 Islas de la Gran Vía, su última novela: La lista (ADN). Tras haber aparecido, en 2021, en al lista de Forbes 30 under 30, y siendo una mujer afrobritánica y abiertamente feminista y trabajando en The Guardian, lo suyo hubiese sido que tirara de comodín. Novela de una familia negra tradicional en la que una joven ambiciosa decide emanciparse de los cánones conservadores y enfrentarse el mundo con sororidad, resiliencia y blablablá… Si a Sonsoles le valió el Premio Planeta, ¿para qué más?

Pero no. Yomi, con cuajo y valentía, escribe una novela sobre un pareja de «comunicadores», que están a un mes de casarse, y les cae el bombazo de que el chico, Michael, aparece en una lista de acosadores sexuales publicada en Twitter. Ola, la chica, se dedica precisamente a poner a parir a esta clase de personajes. ¿Qué más se puede añadir? La faena está servida.

Alumbrada con un tono tirando a sobrio, sin florituras, más de «qué» que de «cómo», La lista es un relato fácil de devorar. Un fiel reflejo del sinsabor constante de la era de Internet, así como de los innumerables bochornos de la moralina y el linchamiento derivados de este universo digital. Sin despistar aspectos esenciales, como las dudas, la amistad, los celos y la venganza, Adegoke ha parido una novela que, desde la ficción, dice mucho de la realidad.

PREGUNTA.- ¿Cuándo y cómo nace la idea de este libro?

RESPUESTA.- Decidí escribir el libro porque había oído hablar de ese tipo de listas, que se distribuían por ahí, en distintos sectores en el Reino Unido. Había la lista de los escritores, de la gente en la industria de la música… Y cuando veía estas listas pensaba… sin ser escéptica con las mujeres, sí me salía serlo con el medio. Es decir, que se está distribuyendo esta información en Internet. Cualquier cosa puede pasar en Internet. En tanto que periodista siempre me han preocupado mucho las fake news y el enmarañado de creciente falsedad. Así que, ¿cómo puedes plantearte que es imposible que una de estas listas no sea falsa? No estoy diciendo que las mujeres mientan, cuidado. Lo que digo es que Internet te permite fingir ser otra persona y decir lo que quieras. Yo tenía esta idea en 2017. Quería escribir un artículo, en un momento en el que el Me Too estaba en pleno auge. Así que decidí esperar, y llegamos a 2020. Pandemia. Confinamiento. No había nada más que hacer en ese momento. Y me dije, bueno, quizás podría escribir una novela en lugar de un artículo. Y ya que la conversación en Internet es muy controvertida. Blanco y negro y todo muy polarizado, sin matices, me decidí por la ficción para poder incluirlos. Tenía muchas preguntas por resolver.

P.- ¿Y has encontrado respuestas?

R.- Definitivamente no. De hecho, creo que tengo ahora más preguntas que antes. Lo que más he disfrutado es poder hablar con mucha gente que tampoco tiene las respuestas. Conjuntamente podemos tener… una conversación que nos acerque un poquito más a una conclusión. Pero no la tengo. Ojalá alguien en el gobierno o, no sé, una gran empresa tecnológica lea el libro y diga, vamos a buscar algo aquí.

P.- En La broma, de Milan Kundera, el protagonista, Ludvik Jahn, manda una postal a una compañera en la que malmete contra algunos principios ideológicos del comunismo checo. La postal, filtrada a las autoridades del Partido, fuerza la expulsión y la marginación de Ludvik, prácticamente sin posibilidad de defensa. Un poco lo que sucede con algunas de estas listas. ¿Se ha convertido la era de internet en una especie de régimen estalinista?

R.– Sí. Creo que así es. Internet descarrila las cosas. Las saca de su lugar. Algo que era chiquitito explota y se convierte en una enorme bola de nieve, hasta convertirse en algo irreconocible.

«Internet y las redes sociales están dictando qué es lo que tienen que escribir los periodistas, lo que es peligrosísimo»

P.- Siendo periodista, ¿no crees que los medios de comunicación, en el universo digital, tienen una gran responsabilidad en esto? ¿Cómo ves esta conexión?

R.- Esa es una buena pregunta porque creo que la relación entre la prensa e Internet ha hecho que haya cambiado quién tiene el poder. Internet, hoy por hoy, y las redes sociales en concreto, son dominantes y están dictando qué es lo que tienen que escribir los periodistas, lo que es peligrosísimo. Hemos tenido ejemplos en el Reino Unido. Me imagino que en todos los países ha pasado lo mismo. Alguien tuitea una cosa, una cuenta anónima, una opinión y, de repente, está en todos los medios de comunicación tradicionales, que dicen que esta opinión, o esta anécdota que nadie ha comprobado, se ha convertido en una noticia relevante. Hay mucha pereza y mala praxis. No se va a los hechos.

P.- ¿Se está muriendo el periodismo?

R.– El periodismo no es que esté muriendo, pero hay muchas complicaciones en medio. Hay un algoritmo con el que luchar. Y se escribe rápido y con la intención de que la gente clique en la noticia porque quieres que la lea. Pero eso muchas veces destruye todo el proceso de comprobar qué es verdad, y qué es inventado. Creo que es muy importante para nosotros asumir la responsabilidad que tenemos como medios y asumir qué es noticia y qué no. Porque, hoy por hoy, parece que aquello que se va a convertir en algo viral es de lo que vamos a hablar, y solamente de eso.

P.- Bueno, entrando ya en la novela. ¿Hasta qué punto te homologas con tu protagonista? ¿Cuánto hay de ti en Ola?

R.- Me preguntan mucho esto. Y lo entiendo. Mentiría si dijera que no nos parecemos en nada. Las dos somos nigeriano-británicas. Las dos somos feministas, periodistas. Las dos trabajamos en medios de comunicación para mujeres. Pero Ola no habría podido escribir este libro, porque está muy centrada en lo que la gente piensa de ella. Es muy dogmática en lo que cree y le faltan esos matices que uno necesita para escribir algo así. Yo creo que mi personalidad está un poco dividida entre Ola y Michael. Michael es terrible, de acuerdo. Pero hay partes de él que puedo ver en mí. Esa lucha por encontrar quien te ayude, por pedir ayuda en algunos momentos. Hay elementos de los dos que son míos.

«Piensa en el subidón de autoestima, en las endorfinas que consigues cuando tus noticias se convierten en virales»

P.- En la revista donde trabaja Ola, está claro que hay un beneficio en azuzar el señalamiento, y motivar una cultura de la cancelación. ¿Hasta qué punto crees que estamos generando una sociedad que alimenta los bulos y el sensacionalismo por una rentabilidad mayor? ¿Y por qué todo el mundo parece comprarlo de una forma tan brutal?

R.– En el caso de Frankie, hay que entender que ella empieza con muy buena intención con su revista. Pasa con muchas publicaciones. Hay un objetivo que dices, en este mercado hace falta esto, necesitamos esto. Quiero también que haya medios que ayuden al feminismo y procuren información sobre la salud sexual de las mujeres. Pero, al fin y al cabo, tienes que pagar las facturas. Además, piensa en el subidón de autoestima, en las endorfinas que consigues cuando tus noticias se convierten en virales. Entonces, todo lo terrible, a veces, lo viral, es lo que paga las facturas y te permite publicar las cosas correctas. Necesitas un poquito de salseo para pagar las noticias serias.

P.- ¿Consideras que existe la cultura de la cancelación o es un invento de los cancelados?

R.– Creo que una de las mayores mentiras que nos han contado es que no existe la cultura de la cancelación, porque sería intelectualmente deshonesto decir que no existe. Es un poco el problema de Internet. Si algo no es blanco, es negro. Y si no es negro, es blanco. No hay matices. No hay grises. Y lo estamos viendo. Sí, hay muchos ejemplos de hombres que han hecho cosas terribles y que si continúan con sus vidas, les siguen premiando, aplaudiendo… No les pasa nada. Pero también es verdad que otros, con menos poder habitualmente, han sido mandados al patíbulo público. Parece que es imposible tener dos ideas contradictorias en la cabeza. O es o no es. Una de las cuestiones fundamentales de la conversación aquí, en la cultura de la cancelación, es cómo afecta a aquellos hombres acusados de estos actos que no se han comportado incorrectamente. En Internet no tenemos ni porcentajes. No tenemos ni idea de cómo funciona. Porque ¿qué pasa si acusas a alguien de lo que sea, de forma anónima en Internet? ¿Cómo puedes llevar a un abogado contra eso cuando no hay una causa real?

«Hay que saber discernir muy bien qué es verdad y qué no, y lo mismo para saber cuándo algo es noticia, y cuándo no»

P.- A este respecto, te quería sacar el reciente caso de Ed Piskor, el dibujante que se ha suicidado tras el linchamiento recibido por unas acusaciones de acoso digital en redes.

R.- Vaya por delante que, en el Reino Unido, los casos de acusaciones falsas son mínimos, respecto a la cantidad de acosadores que, efectivamente, sí han cometido delitos. Dicho esto, el caso que me comentas es un ejemplo claro de cómo internet tiene un potencial muy peligroso. Como me dices, a ese dibujante sólo lo habían acusado por redes, y todo el mundo ya lo daba por válido. Hay que saber discernir muy bien, ya lo he dicho, qué es verdad, qué no lo es y lo mismo para saber cuándo algo es noticia, y cuándo no.

P.- Para ir acabando, me hace gracia porque sucede varias veces en el libro, que a los personajes negros los escojan para una trabajo precisamente por su etnia. Parece que las minorías, más que igualarse e integrarse, se han convertido en lavado de cara comercial de los bancos liberales, ¿no?

R.Sí, a Michael lo contratan para que no les acusen de racismo. Es algo que vemos en todos los grupos de minorías. La idea de, bueno, si tenemos una mujer contratada y la ponemos en la parte frontal de la foto, no pueden acusarnos de ser machistas. Aunque, a lo mejor, le damos un puesto de mierda, cobra menos y no tiene opciones de ascender. Pero está ahí. Cumple su función. Por ejemplo, yo he estado en empresas donde contratan a muchísima gente de distintas minorías y a los tres años ya no queda apenas nadie. Es un elemento en el que esta diversidad light está, pero tienes que plantearte si luego se pueden quedar, si les va bien, si están a gusto, si funciona. En fin, es básicamente el horizonte de posibilidades. Además, nunca he conocido a ninguna persona negra que me haya dicho: «Ey, qué bien, ¡me han contratado por ser negro!». La idea sería llegar a una meritocracia efectiva, sin tener en cuenta la raza, el género… sólo el valor de cada uno.

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