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'Civil War': Estados Unidos en guerra… consigo mismo

La película del británico Alex Garland plantea un futuro cercano e inquietante, pero diluye el trasfondo político

‘Civil War’: Estados Unidos en guerra… consigo mismo

Imagen de una escena de la película. | A24

En 2021, las imágenes de un energúmeno con el rostro pintado y un gorro con cuernos de bisonte en medio del asalto de una turba trumpista al Capitolio dieron la vuelta al mundo. Ese episodio esperpéntico no llegó a hacer temblar los cimientos de la democracia americana, pero sí provocó tal bochorno que hasta los padres fundadores se removieron en sus tumbas. Y generó también que más de uno se planteara una pregunta hasta entonces impensable: ¿podría llegar a ser posible en pleno siglo XXI una segunda guerra civil en Estados Unidos?

Esta hipótesis se hace realidad en Civil War de Alex Garland, ambientada en un futuro muy cercano, en un entorno perfectamente reconocible. De entrada, uno se imagina que se va a enfrentar a una película de notable carga política, un aviso para navegantes sobre los peligros del populismo y los líderes mesiánicos, pero en seguida queda claro que la propuesta va por otros derroteros. Porque se trata en primer lugar de un largometraje bélico –muy bien rodado, con acción trepidante y tensión angustiante– y en segundo lugar de una suerte de homenaje a la profesión periodística y los reporteros de guerra en particular, dado que cuatro de ellos son los protagonistas.

El trasfondo político queda, de forma sorprendente –y voluntaria– muy diluido, porque los responsables del proyecto querían evitar a toda costa una cinta polarizadora que la mitad del público estadounidense entendiera como un cuestionamiento de su opción política. La premisa se aplica de un modo tan metódico que nunca queda claro qué ha provocado la guerra civil ya en marcha al inicio de la cinta. Tan solo se apunta que el presidente ha cruzado ciertas líneas rojas –ha desmantelado el FBI y ha ordenado disparar contra población civil–, pero en ningún momento se da pista alguna sobre cuál es su partido. Es más, la coalición que lucha contra él la forman dos Estados antitéticos: California (tradicionalmente demócrata y progresista) y Texas (tradicionalmente republicano y conservador). No es ni una metedura de pata, ni una elección casual, es una decisión pensada para que ningún espectador pueda entender que la película va contra sus posturas ideológicas.

En lo que se centra Garland –también autor del guion– es en visualizar lo inimaginable: qué pasaría si Estados Unidos se enfrascara en una guerra civil sin cuartel y las calles de las grandes ciudades empezaran a parecerse a la Mogadiscio de Black Hawk derribado. Con este panorama, toma como protagonistas a cuatro reporteros que deciden compartir un coche para realizar una peligrosa travesía entre líneas de frente, desde Nueva York a Washington, donde el presidente está a punto de caer y pretenden hacerle una última entrevista exclusiva en la sitiada Casa Blanca.

El núcleo dramático de la trama es la relación que se establece entre estos cuatro personajes complementarios. Kirnsten Dunst da vida a una curtida fotógrafa que se hizo famosa con sus imágenes de la llamada «masacre Antifa», de la que no sabemos quién masacró a quien. Ella tiene claro que su función es dejar constancia en imágenes de lo que sucede ante sus ojos, manteniendo la sangre fría y sin involucrarse emocionalmente. Del mismo parecer es el periodista al que interpreta Wagner Moura.

Cartel de la película. | A24

‘Road movie’ bélica

Si la película aspirara a ser un blockbuster de medio pelo, nos enchufaría la trillada historieta romántica de manual entre ellos dos, pero Garland, con buen criterio, nos la ahorra. Con ellos viaja un veterano periodista de la vieja escuela -de «lo que queda del New York Times», dicen-, al que Stephen Henderson dota de un aura de sabiduría vital y profesional. Dado que es un hombre achacoso al final de su carrera, tiene todos los números para convertirse en la víctima sacrificial de la función (¿lo será?, no pienso desvelárselo). La cuarta pasajera del vehículo es una rockie, una jovencita que está dando sus primeros pasos como aspirante a reportera en primera línea y que se mira en el espejo del personaje de Kristen Dunst. Atención, que la interpreta Cailee Spaeny, cuya cara quizá les suene por el recital que daba en Priscilla de Sofia Coppola (papel por el que ganó una merecidísima Copa Volpi a la mejor actriz en el pasado Festival de Venecia)

Las interacciones –dudas, crisis, miedos, desacuerdos, empatías– entre estos cuatro personajes se desarrollan en forma de road movie bélica, mediante una sucesión de giros argumentales y encuentros. El más tenso de ellos es con un militar patriotero –no sabemos de qué bando–, al que da vida un aterrador Jesse Plemons con gafas rojas en la que es, sin duda, la mejor escena de la película.

Civil War supone un giro sorprendente en la carrera del británico Alex Garland, que hasta ahora se había movido en el terreno de la ciencia ficción seria y ambiciosa con largometrajes como Ex Machina, su brillante debut sobe la inteligencia artificial; Aniquilación, que estrenó directamente Amazon Prime, y la fallida y estrambótica fábula de terror Men. Su obra maestra es la ambiciosa serie de HBO Devs, sobre el desgarro de la pérdida y las posibilidades de alterar el pasado con un ordenador cuántico.

Con Civil War cambia de género y se lanza a una cinta de gran presupuesto que evita los clichés del cine de acción de encefalograma plano. De entrada, lo difuso de la situación política que presenta desconcierta –un poco o más bien bastante–, pero si se acepta jugar con la baraja que propone la película, la acción avanza con un ritmo que nunca decae, los personajes tienen una construcción sólida y la distopía de un futuro próximo de compatriotas matándose entre ellos resulta convincentemente inquietante.

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