Últimas noticias sobre la decadencia de Occidente
El relato actual es nihilista, como si la extinción de la figura del héroe conllevara la inevitable asunción de la derrota
Francia y Alemania protagonizan el pensamiento del siglo XX, y las dos escuelas abordan ampliamente el tema de la decadencia. En Alemania, no sólo Spengler la explora, también Heidegger habla de la larga decadencia de la metafísica occidental, que se habría equivocado siempre salvo en las iluminaciones de los presocráticos. Se suponía que Ser y tiempo iba a acabar con esa decadencia, a costa de dejarnos huérfanos ante el abismo. ¿Y qué decir de Francia? Como dice Alain Badieu en La aventura de la filosofía francesa, Francia buscó en Alemania «una nueva relación entre el concepto y la existencia; relación que adoptó variados nombres: deconstrucción, existencialismo, hermenéutica. A través de todos ellos tenemos, sin embargo, una aspiración común: modificar, desplazar la relación entre el concepto y la existencia». Sí, cierto, pero ese existencialismo, esa hermenéutica y esa deconstrucción (dicho sea en el orden correcto) eran inseparables de la idea de decadencia, de clausura de un mundo que tenía mucho que ver con el humanismo, y por lo tanto estaban incidiendo en la decadencia del humanismo, convertido en una morsa inmovilizada a la que se le podían dar dentelladas.
Tras el paso turbulento de Nietzsche, Heidegger dio grandes dentelladas al humanismo, y tras él la escuela de París. Todos sus miembros hablaron de la decadencia de la civilización occidental, y algunos, como Barthes, lo hicieron con insistencia. La decadencia resultaba tan clara que se convertía en una evidencia.
Sí, de acuerdo, pero ¿qué entendemos por decadencia? Todo indica que la decadencia es un concepto dialécticamente relacionado con el heroísmo y la épica. Cuando un país deja atrás la fase del heroísmo y la épica, sería un país en decadencia. Así lo creen pensadores franceses como Pascal Bruckner y François Azouvi, que le reprochan a Occidente haber abandonado el culto al héroe en beneficio de la figura de la víctima. Para ellos colocar en el pináculo a la víctima es inclinar las rodillas ante el destino y es abandonar la verdadera senda de la civilización, que para los pensadores referidos sólo puede ser de naturaleza heroica.
En Francia se acumulan desde hace tiempo las visiones spenglerianas de nuestra cultura, el último en hacerlo ha sido el antropólogo Emmanuel Todd con su libro La défaite de l’Occident, donde analiza el declive norteamericano y lo relaciona con la decadencia del protestantismo. Alejándome de su teoría, creo que consideramos a Norteamérica en decadencia no porque abandone la religión o porque tenga en frente al imperio chino, una vez más renacido de sus propias cenizas, sino más bien porque los americanos han dejado atrás la edad de los héroes. América no necesita más héroes, como reza la canción de Tina Turner. Razón de más para que la veamos como una construcción decadente.
«Las culturas no decaen por feminizarse. Tampoco porque le falten héroes»
El problema es que en América el heroísmo quedó atrás hace mucho tiempo, y en narrativa fue Fitzgerald el encargado de cuestionarlo, como indica Robert Sklar. El héroe americano, el caballero genteel que todavía está presente en las novelas de Edith Warthon, desaparece en las de Fitzgerald, o es puesto en cuestionamiento hasta demolerlo. Se me objetará que su amigo Hemingway resucitó el heroísmo, sí, pero se trata de un heroísmo crispado y critico, de un heroísmo existencialista, melancólico, decadente, como se observa perfectamente en Las nieves del Kilimanjaro. El cine rescató temporalmente figuras que la novela había aniquilado pero no ha evitado que veamos a América adoptar la actitud de resistente más que la de beligerante, que según el relato habitual que hacemos de la historia es un síntoma de decadencia.
Más problemas que nos depara el concepto decadencia: aceptarlo supone seguir demasiadas ideas preconcebidas: por ejemplo la idea de destino en la historia, que sería vista como una sustancia más que en una narración. Una sustancia que seguiría un argumento, y en ese argumento ahora estaríamos en la parte conclusiva, ya lejos del ecuador, de la luz y de la gloria. Desde esa visión inmensamente narrativa de la historia, cuando las civilizaciones decaen, desaparecería la virilidad como principio fundamental y las sociedades se feminizarían, como dicen que ocurrió con el imperio romano y certifican las películas de Hollywood y de Cinecittà. Uno puede apreciar el humanismo y estar dispuesto a recuperar de él todo lo recuperable, pero no ha de aceptar relatos tramposos. Las culturas no decaen por feminizarse, ni la feminización es una consecuencia de la decadencia. Tampoco una cultura decae porque le falten héroes. Y además, la decadencia es sólo un relato dentro de otro relato mayor. Primero tenemos la historia, de la que habría que aceptar que tiene un argumento, y luego nos colocaríamos dentro de él.
El inconveniente reside en que ni la vida ni la historia suelen ser tan simbólicas y no nos preparan para los acontecimientos inesperados que pueden alterar de arriba a abajo los cimientos de una cultura. Vistas las cosas desde una perspectiva amable que valorara todos los adelantos conseguidos en los dos últimos siglos, cabría pensar que nos hallamos en un buen momento histórico, sin embargo nuestro relato no lo certifica porque es un relato totalmente nihilista, como si la extinción de la figura arquetípica del héroe conllevara, según nuestros esquemas mentales, la inevitable asunción de la derrota.