THE OBJECTIVE
Cultura

'Superman: Hijo Rojo': el hombre de acero en la Rusia de Stalin

ECC Ediciones reedita el cómic en el que Superman emplea sus poderes al servicio de la URSS

‘Superman: Hijo Rojo’: el hombre de acero en la Rusia de Stalin

'Superman: Hijo Rojo'. | ECC Ediciones

«¿Otra historia más de superhéroes?», se preguntarán quienes etiquetan este tipo de obras como productos clónicos o prefabricados. Y no ha de faltarles una pizca de razón. Sin embargo, incluso en un subgénero ancestralmente plagado de tópicos, conviene evitar los prejuicios y, sobre todo, la condescendencia.

Los semidioses y los titanes encapuchados siguen dando juego en el cine, las series y los cómics. Tiene todo el sentido. Es la mitología de nuestro tiempo. Pero la intención del público que devora estos productos no pasa siempre por aceptar, sin más, lo previsible. Es más, los mejores ejemplos de esta corriente narrativa no son los que exprimen los clichés y el colorido pop, sino aquellos que, además de solvencia, poseen ritmo y ofrecen alguna novedad. Así lo demuestra Superman: Hijo Rojo, una miniserie dividida en tres entregas, escrita por Mark Millar, con Kilian Plunkett y Dave Johnson a los lápices.

Nadie que haya conocido al contradictorio protagonista de estas viñetas ‒un Superman ruso, criado en la fe comunista‒ podrá olvidar a este héroe que, en palabras del propio Millar, se le ocurrió al guionista cuando era niño.

Aquello pasó en 1976, tras leer el número 300 de Superman, donde se contaba una historia alternativa del hombre de acero. «Este cómic tenía una gran escena ‒contaba Millar‒, con el cohete de Superman aterrizando en aguas neutrales. Tanto los soviéticos como los estadounidenses corren para hacerse con la nave espacial. Los americanos llegan primero, pero recuerdo que le pregunté a mi madre qué era la URSS. Pensé que cambiar la localización donde se criaba Superman era una idea interesante. Se lo propuse por primera vez a la editorial DC en los ochenta. Yo tenía 13 años, pero el asunto aún tardó bastante tiempo en concretarse».

Cuando se imprimió por primera vez, en mayo de 2003, Superman: Hijo Rojo acaparó infinitos elogios gracias a este hallazgo del guionista: un superhombre al servicio del Kremlin. En este caso, Millar reinventa las convenciones de Superman a través de una distopía de la Guerra Fría. Así, en lugar de crecer en el pueblo estadounidense de Smallville, el héroe es criado en una granja colectiva de la Ucrania soviética.

Millar ofrece el protagonismo a un semidiós cuyas proezas acrobáticas despiertan la admiración del propio Stalin. Como el Superman de los tebeos clásicos, este titán del Ejército Rojo no puede renegar de su poderío. Es capaz de volar y de exponerse a cualquier peligro. Pero cambian sus ideales: en lugar de preservar la libertad , la esperanza y el estilo de vida americano, el personaje luce en su uniforme la hoz y el martillo.

«Superman ‒añadía Millar en otra entrevista‒ siempre fue una representación de todo lo bueno de Estados Unidos. En este sentido, está a la altura de la Estatua de la Libertad. Es la encarnación del color de la bandera y del sueño de ese inmigrante que vino a Estados Unidos y tuvo éxito. Darle la vuelta a esto fue fascinante. Lo que decidí desde el principio fue que un joven granjero idealista se criara en Ucrania y creyera, con todo su corazón, en las bondades del comunismo. Así como nuestro propio Superman no se ve empañado por los bombardeos estadounidenses en Vietnam o Irak, este Superman soviético tampoco es responsable de los gulags ni de las matanzas masivas de Stalin».

‘Superman: Hijo Rojo’. | DC Comics, ECC Ediciones

¿Y si el Pacto de Varsovia hubiera triunfado?

El lector permanece atento a lo largo del tramo temporal que recorre Millar, que no es precisamente corto. En este caso, la línea histórica cambia. Todo comienza en los cincuenta. Es Nixon quien muere asesinado en Dallas en 1963. En lugar de un líder entusiasta, Kennedy es el presidente que asiste a la decadencia de América y al avance global del comunismo. Nadie puede reprochárselo, porque su adversario es invencible, sobre todo tras la muerte de Stalin.

Quien sucede al dictador no es otro que el propio Superman, que transforma sus dominios en una pesadilla orwelliana. No en vano, el nuevo premier de esta Unión Soviética globalizada destila una superinteligencia que emplea para controlar a la población de todas las formas imaginables.

El único capaz de hacerle frente desde Estados Unidos es el supervillano Lex Luthor, quien llega a ocupar la Casa Blanca, en este caso como un dictador populista. En esa realidad alternativa, Luthor crea todo tipo de ingenios tecnológicos y de criaturas mutantes para destruir a Superman.

Como secundarios de lujo, otras figuras del llamado ‘Universo DC’ ‒Batman, Lois Lane, Wonder Woman, Brainiac, los Green Lanterns…‒ también tienen su avatar en este relato, siempre desde un ángulo nuevo, adaptado a las circunstancias históricas imaginadas por Millar.

Como el guionista escocés se ubica en una izquierda militante ‒su padre era un sindicalista que simpatizó con el comunismo‒, Superman: Hijo Rojo, pensado y realizado como un tebeo adulto, evita las posturas demasiado maniqueas. No obstante, aquí no hay equidistancia: Millar exhibe las claves necesarias para conocer con claridad el modo en que Stalin desangró a su nación.

Sin necesidad de citar a otros autores o de repetir lo obvio, el guionista parece dar por sobreentendido aquello que en su momento escribió el general e historiador Dmitri Volkogónov y que Martin Amis mencionaba en Koba el Temible: «Ningún otro hombre ha conseguido lo que Stalin: exterminar a millones de compatriotas y obtener a cambio la veneración incondicional de todo el país».

No olvidemos que el padre de Volkogónov fue condenado a muerte como «enemigo del pueblo» y que su madre perdió la vida en el destierro siberiano. Dos antecedentes que, en apariencia, contradicen la lealtad de Volkogónov al Kremlin, donde el futuro disidente llegó a ser jefe del departamento de guerra psicológica de la Dirección General Política del Ejército.

‘Superman: Hijo Rojo’. | DC Comics, ECC Ediciones

La línea ‘Otros Mundos’

Esta complejidad psicológica del protagonista, descrita sin pretensiones de superioridad moral, es la que aleja a la obra de Millar de los caminos trillados. Y es también lo que sitúa Superman: Hijo Rojo un escalón por encima de otras creaciones suyas, como las exitosas Wanted (2003), Kick-Ass (2008) o Jupiter’s Legacy (2013)

Imagino que cada lector tiene un concepto distinto de lo que supone un buen cómic de superhéroes, pero cuesta poco esfuerzo reconocer aquí esa calidad. No hay ningún desfallecimiento en la trama y, además, el tono visual que logran Johnson y Plunkett ‒sin ser dos maestros del dibujo‒ resulta muy consistente.

Los seguidores de la editorial DC ubicarán sin dificultad este cómic dentro de la línea ‘Otros Mundos’ (‘Elseworlds’), que ha dado lugar a títulos tan interesantes como Batman: Gotham a luz de gas (1989), Kingdom Come (1996) o Superman: Identidad Secreta (2004). El sello distintivo de ‘Otros Mundos’ está bastante claro: los guionistas sacan a los personajes de la continuidad establecida y los sitúan en un escenario distinto (por ejemplo, la Inglaterra victoriana, los bajos fondos del género negro o un futuro distópico). Poco más o menos, consiste en responder con mucha fantasía a la pregunta: «¿Qué hubiera pasado si…?»

Este tipo de relatos surgió de forma casi espontánea en los años cuarenta. En su libro Supergods, el guionista Grant Morrison alude a este planteamiento argumental, que a partir de los cincuenta dio lugar a tramas bastante surreales, pero casi siempre divertidas.

El Superman de aquella década, nos dice Morrison, «no tuvo reparo encarnar todos nuestros miedos: a lo largo de varias aventuras fue un obeso monstruoso, un hombre con cabeza de insecto, un monstruo estilo Frankenstein, un paria con cara de león, un cabeza de huevo, un hombre del futuro privado de emociones y un abuelete chocho y senil que volaba con la ayuda de un bastón. Con cada mutación, el hombre perfecto experimentaba por fin la desazón de ser diferente, de envejecer o transformarse en una de las muchas y horrendas distorsiones de la normalidad» que angustiaban a la sociedad norteamericana de la época.

Todos los personajes que aparecían en estos tebeos, especialmente Lois Lane, estaban sometidos a ese tipo de mutaciones. «Los rostros familiares de Superman se volvieron grotescos y antipáticos, y se veían sometidos a experimentos cíclicos que llevaban sus características básicas hasta los límites más extremos, tal y como haría un niño al estirar una goma elástica».

En realidad, como deja de manifiesto Superman: Hijo Rojo, la clave era y sigue siendo encontrar el punto de vulnerabilidad de unos héroes casi omnipotentes. Como también recuerda Morrison, aquí nos reencontramos con la cabellera de Sansón o el talón de Aquiles. Es decir, el retorno de antiguos mitos que humanizan a estos superguerreros con una fragilidad que ‒mal que nos pese‒ nos vemos obligados a compartir todos los lectores.

TO Store
Superman: Hijo rojo
Mark Millar, Kilian Plunkett y Dave Johnson
Compra este libro
Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D