Sabina Urraca denuncia el maltrato en clave de fábula
La autora y editora acaba de publicar ‘El celo’, su nueva novela, en la que deconstruye el concepto de víctima perfecta
Sabina Urraca cuenta en El celo (Alfaguara, 2024) la historia de una Humana que una noche en la que estaba drogada de psicotrópicos y de dolor recoge a una Perra. A partir de ahí, va desgranando los motivos que han llevado a la Humana a sentirse fuera de su misma piel, a creer un final siempre inminente. Un hombre, el Predicador, ha adormecido su sistema límbico con una relación de maltrato soterrado. Mientras, a su lado, la Perra que ha acogido y para la que no siempre saca fuerzas, estalla en celo: ambas están en carreras aparentemente contrarias.
El celo es sórdida, por tramos muy negra y, sin embargo, extrañamente luminosa. Incluso un poquito cómica. Pero la autora conoce el mecanismo de la intriga y va colocando con maestría las piezas del puzle. Va pegando a la historia bocados salvajes e incompletos que obligan a seguir leyendo.
En su cabeza, este libro lleva viviendo siete años -desde que publicara su debut, Las niñas prodigio-. Al menos, fue en ese momento cuando se produjo la imagen fundacional del mismo, como cuenta a THE OBJECTIVE en una entrevista mantenida en su casa editorial: «Estaba en El Retiro con unos amigos, no sé si de resaca o de after, una amiga estaba tumbada con su pelo largo extendido por la hierba y retozaba con su amante. Estábamos todos hablando alrededor, también mi perra, que en aquel momento tenía un celo que me hacía sentir que sería capaz de abandonarme, o de abandonar la vida de comodidades que yo había creado para ella, con tal de escapar y reproducirse. Yo no la había castrado porque el celo vino de improviso, y en un momento dado dije ‘Dios mío, cuándo se va a acabar esto del celo’. Y mi amiga, que estaba retozando con su amante, dijo casi cómicamente, recorriéndose el cuerpo con las manos, ‘sí, por favor, ¿cuándo se va a acabar?’».
Ahí encontró la autora esa comicidad que encierran, de algún modo, las pulsiones animales que compartimos también los humanos, «y la incontrolabilidad de los instintos». Pasó años apuntando ideas que giraban en torno a esta revelación, y cuando tenía 500 páginas, se puso a ordenar la historia hasta conformar la que ahora es.
Como Sabina también tiene perra, como también ha sufrido una relación fea, los lectores no paran de preguntarle cuánto hay de verdad en la trama. Pero nada de esto es autoficción, y la autora reivindica su derecho a utilizar sus vivencias sin poner en juego su valía: «Sería idiota si no utilizara cosas de mi vida para convertirlas en una ficción, y sería idiota si eso también pusiese en juego mi capacidad para ficcionar y para la fantasía». A lo que añade: «Siento que se nos fuerza un poco y a veces la literatura se ve como un cotilleo: parece que vas a abrir el libro y a saber cosas de su autor. Y obviamente si abres este libro vas a saber cosas de mí, pero porque yo soy todos mis personajes, hay algo de mí en todos, incluso en el más insospechado».
Nombres sin identidad
Sin embargo, hay muchas emociones de las que está lejos, que le repelen incluso, y que recrea en pos de una construcción real de personajes: «Por ejemplo al principio me costaba mucho que la Humana fuese desdeñosa con la Perra y que la dejara sin correa y apartase la mirada. En ese tipo de escenas a mí se me movían cosas, pero estaba construyendo un personaje y tenía que ser así».
Le pregunto por la elección de esos nombres tan desprovistos de identidad, al menos en apariencia: la Humana y la Perra: «Me servía para poner en juego todo lo humano y, enfrente, todo lo animal, que luego se entrecruzan. Luego también están la Madre y la Abuela, que tampoco tienen nombre, y también me gustaba por esta cosa tan presente en el libro que es la fábula. Aquí están los cuentos que le cuenta la abuela, los que se cuenta a sí misma, los que se cuenta con Mecha, el cuento que se cree del Predicador».
Algo significativo, y conmovedor de la nueva novela de Sabina Urraca es cómo perfila la fuerza que late en la Humana: no tiene ya casi capacidad de cuidarse, pero cuida de la Perra: «Conozco a personas que, estando profundamente deprimidas, han sido capaces de cuidar de un animal. Por eso tiene mucho valor la relación con los animales, saca una parte diferente de nosotros mismos, absolutamente desconocida. Y nos lleva a una noción más primitiva del cuidado».
Al final, la Humana está, más que domesticando a la Perra, desdomesticándose del Predicador. El maltrato y sus caras poliédricas son el otro gran tema de la novela. La Humana acude a un grupo de terapia, y a través de su observación silenciosa vemos cómo muchas de las mujeres lo intentan, pero no pueden dejar atrás su dolor. También le pasa a ella: sigue oyendo la voz que le dañó, la sigue pensando.
Víctimas
Es complejo el mecanismo que opera en la mente de una mujer maltratada, y muchas veces la sociedad culpa muy rápido a la víctima de no haber escapado a tiempo. Pero un maltratador, y en El Celo lo vemos, no lleva siempre el traje de lobo: «A mí esto me interesaba muchísimo. La Vieja, Mecha, Wendy… son personajes que reaccionan de formas muy concretas ante el maltrato. Pero todos nos entregamos a cosas que nos hacen daño, desde quedarnos apalancados en casa, no portarnos bien con una amiga porque le tienes envidia, no hacer ejercicio aunque tenemos una enfermedad y nos lo han indicado… Todos somos grandes autodestructores, todos nos lesionamos en algún momento o constantemente con pequeñas cosas», reflexiona Urraca al respecto. Y reivindica, por tanto, mayor comprensión: «Igual no has sufrido maltrato, pero ¿no has estado alguna vez atrapado en una relación laboral en la que un compañero te trataba mal, pero no era tan sencillo salir? Un maltratador es el amor de esa persona, su pareja y su familia».
De ese modo, El Celo nos deja otra lección, similar en cierto modo a la de la ficción Mi reno de peluche (Netflix): no existe la víctima perfecta, y no por ello deja de ser víctima. Sabina Urraca apuesta decididamente por las situaciones complejas, poco ejemplares, enrevesadas y reales como la vida cuando se despoja de artificios. Cuando es la vida misma.