THE OBJECTIVE
Historias de la historia

El magnicidio estremece Europa

Los catastrofistas nos asustan con el atentado al primer ministro eslovaco, pero hace un siglo las cosas estaban peor

El magnicidio estremece Europa

El atentado de Sarajevo al heredero de Austria en 1914 desencadenó la I Guerra Mundial (ilustración de la época). | .

El atentado contra el primer ministro de Eslovaquia es comparado por algunos analistas con el famoso magnicidio de Sarajevo en 1914, cuando la muerte del archiduque Francisco Fernando, heredero del trono de Austria, provocó la Primera Guerra Mundial.

Aparte del hecho de que ambos se han producido en el Este de Europa, la equiparación es absurda, un alarmismo gratuito. En 1914 Europa vivía un clima de guerra, deseada por las dos primeras potencias continentales, Alemania y Francia, que tenían cuentas pendientes. Ese ambiente belicoso no tenía nada que ver con nuestra actualidad, por mucho que exista en estos momentos una guerra en la Europa marginal, entre Rusia y Ucrania.

Nada mejor que el conocimiento de la Historia para disolver la histeria de los alarmistas, y disculpen el fácil juego de palabras. El intento de asesinar al dirigente eslovaco es el primer magnicidio que se produce en Europa en lo que va de siglo XXI. ¿Cuál era la situación hace 100 años? ¿Cuántos jefes de Estado o de gobierno habían sufrido atentados entre 1900 y 1924? He aquí la cuenta, lean y comparen.

En 1900 se abre la serie con el asesinato del rey Humberto I de Italia. En realidad era el tercer intento de regicidio que sufría, pues era la bestia negra del naciente movimiento obrero italiano por su política de represión del sindicalismo. El anarquista Gaetano Bresci, que como tantos italianos pobres había emigrado a Estados Unidos a buscar una vida mejor, invirtió sus ahorros en un pasaje de vuelta a Italia, expresamente para vengar la matanza de un centenar de manifestantes en Turín, entre los que estaba su hermana. 

El 29 de julio de 1900 el monarca italiano asistió a una exhibición gimnástica en el hipódromo de Monza. En vista de los atentados anteriores, Humberto I llevaba en sus salidas una cota de malla debajo de la camisa, pero hacía mucho calor ese día de verano y no se la puso. El atentado se produjo en el último momento, cuando el rey estaba montando en su coche de caballos descubierto y sonaba la Marcha Real para despedirlo, un escenario muy teatral. Bresci le hizo tres disparos de revólver y lo mató en el acto.

Tres años después, en la madrugada del 11 de junio de 1903, un grupo de oficiales ultranacionalistas serbios asaltó el palacio real de Belgrado. Querían matar al rey Alejandro I, que se había hecho muy impopular al casarse con una plebeya viuda y mayor que él, Draga Masin, que según opinión general lo manejaba a su antojo. El atentado fue especialmente sangriento, denotando auténtico odio -entre los conspiradores estaba un cuñado de la reina, de su anterior matrimonio -. Los oficiales emplearon sus sables, ensañándose en las víctimas hasta dejarlas irreconocibles, y finalmente tiraron por un balcón los cadáveres de Alejandro I y su esposa. 

Por cierto, esos mismos militares ultranacionalistas serían años después los organizadores del asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, que en 1914 provocó la Primera Guerra Mundial. No nos detendremos en este magnicidio que es muy conocido, y que desde luego batió el récord en cuanto a consecuencias catastróficas.

Ni anarquistas ni ultranacionalistas, en nuestro vecino Portugal fueron republicanos jacobinos, admiradores de la Revolución Francesa, quienes atacaron a la familia real en 1908, buscando acelerar la caída de la monarquía, que llegaría efectivamente dos años después, con la proclamación de la República Portuguesa en 1910.

Uno de los terroristas, Manuel Buiça, era soldado profesional y tirador calificado, y utilizó un fusil que ocultaba bajo un amplio abrigo. Cuando el landó de la familia real portuguesa, que volvía de unas vacaciones, atravesaba la Praça do Comércio, la más amplia y hermosa de Lisboa, Buiça comenzó a disparar fríamente. Aunque la reina intentó golpearle con su ramo de flores, el regicida mató al rey Carlos, al príncipe heredero Luís Felipe, e incluso hirió al hijo pequeño, Manuel, de 18 años, que sería el último y breve rey de la Casa de Braganza, con el nombre de Manuel II el Desventurado. La escolta mató allí mismo a los terroristas.

Muy distinto escenario fue el del asesinato del rey Jorge I de Grecia en 1913. No respondió a un complot, no fue un crimen premeditado, quizá ni siquiera fue un delito político. El monarca era un príncipe danés al que la Asamblea Nacional de Grecia eligió como «rey de los helenos» cuando tenía 17 años. Venía de un país democrático y extremadamente cívico, donde la familia real se mezclaba con la población sin problemas, y había conservado durante los 50 años de su reinado la costumbre de pasear por las calles sin escolta.

El 18 de marzo de 1913 Jorge I salió a pasear por su capital, Salónica. Al pasar por delante de un café, un individuo alcoholizado que rumiaba allí sus penas vio al rey, salió tras él y le disparó varios tiros por la espalda, matándolo en el acto. Según declaró el regicida, le había pedido dinero al rey, pero éste no le había hecho caso, aunque parece que eso era mentira.

El terrorista era Alexandros Schinas, un desgraciado que había emigrado a Estados Unidos, como el asesino de Humberto I, pero que había vuelto pobre y fracasado. La versión oficial del gobierno sería que se trataba de «un vagabundo borracho», sin motivaciones políticas, pero Schinas se consideraba algo así como un apóstol del socialismo, aunque también había fracasado en su intento de abrir una «escuela socialista». Sin embargo no pertenecía a ninguna organización socialista ni anarquista, era un lobo solitario. La policía lo torturó para que delatase a sus cómplices, pero fue en vano porque no los tenía, al final «se cayó» por una ventana de la comisaría y murió.

Él colofón a esta serie de soberanos asesinados en el primer cuarto del siglo XX lo pondría el espantoso final de la Familia Imperial de Rusia en 1918, que según la perspectiva ideológica fue una ejecución extrajudicial o un asesinato en masa. El zar Nicolás II, su esposa la zarina Alejandra, su hijo Aleksei, que era un niño de 13 años enfermo de hemofilia, las cuatro hijas adolescentes de los zares, es decir, la Familia Imperial en pleno, más su médico, un criado, una criada, el cocinero y hasta los perros, fueron masacrados a tiros y bayonetazos por los bolcheviques en el sótano de una casa de la lejana Ekaterinburgo, donde los tenían encerrados.

España, suerte y desgracia

Reyes y herederos de Italia, Serbia, Portugal, Grecia, Austria y Rusia, todos asesinados entre 1900 y 1924. ¿Por qué no sucedía lo mismo en España? Por pura y repetida suerte, pues Alfonso XIII sufriría hasta cinco intentos de asesinato frustrados. Por desgracia, la suerte del monarca no cubría a los súbditos, y en el atentado del día de su boda murieron 28 inocentes, miembros del pueblo de Madrid.

De los intentos de magnicidio contra Alfonso XIII destacan tres, ocurridos en el periodo que estamos observando, en 1905, 1906 y 1913. El primero tuvo lugar en París, en una visita oficial. Invitado por el presidente de la República Francesa, Émile Loubet, habían ido a la Opera, y cuando circulaban en automóvil descubierto por el centro de París, al pasar cerca del Louvre les arrojaron dos bombas de mano. Alfonso XIII, que era un joven imberbe de 19 años recién cumplidos, tranquilizó al veterano presidente Loubet, que estaba al borde de la crisis nerviosa: «No es nada, un petardo como los que tiran los niños», pero en la calle había 16 heridos graves.

Mucho peor fue el siguiente intento al año siguiente, el día de la boda del monarca español con la princesa británica Ena de Battenberg. El 31 de mayo de 1906 el cortejo nupcial debía atravesar todo Madrid, desde la iglesia de los Jerónimos, donde se había oficiado el matrimonio, hasta el Palacio Real, donde se celebraría el banquete nupcial. Estaban ya muy cerca del final, en el último tramo de la Calle Mayor, cuando desde el balcón de una pensión situada en el número 88 arrojaron un ramo de flores sobre la carroza de los recién casados. Disimulada dentro iba una bomba casera de dinamita y nitrobencina que provocó la matanza a la que nos hemos referido. Los reyes, sin embargo, salieron ilesos, aunque el vestido blanco de la novia estaba lleno de salpicaduras de sangre de las víctimas.

El huésped de la pensión que tiró la bomba era un tal Mateo Morral, un joven de Sabadell de familia pudiente. Tan pudiente que habían enviado al hijo a estudiar a Alemania, pero allí, en vez de hacerse ingeniero se hizo anarquista. El día de antes del magnicidio Morral se fue al Parque del Retiro y en un arranque de exhibicionismo grabó en la corteza de un árbol: «Ejecutado será Alfonso XIII día de su enlace. Un irredento. Dinamita».

Morral consiguió huir de Madrid con ayuda de periodistas anarquistas, pero el guarda jurado de una finca particular lo detuvo cerca de Torrejón de Ardoz. No está claro lo que sucedió después, pero es posible que Morral matase a tiros al guarda y se suicidara, o que se mataran entre ellos.

En una espiral de «más difícil todavía», Alfonso XIII se librarían de otro atentado que parecía imposible de fallar. En la historia del terrorismo lo que no se puede prevenir es la acción del terrorista suicida, del que está dispuesto a sacrificarse por su causa. Un tirador que se pone junto a su víctima y le dispara sin esconderse ni intentar huir, es mortal de necesidad. 

El 13 de abril de 1913 Alfonso XIII participó en un acto militar, y al terminar iba montado a caballo por la céntrica calle de Alcalá cuando un hombre salió del público que llenaba las aceras, se puso en medio de la calle y comenzó a disparar con una pistola. El rey practicaba el deporte del polo, que exige un avanzado manejo del caballo, así que fue capaz de adelantarse una fracción de segundo al terrorista, colocar la montura entre ambos y echársela encima al agresor. Éste era, como no, un anarquista, Rafael Sancho Alegre, que resultó inmediatamente detenido. Fue juzgado y condenado a muerte, aunque Alfonso XIII le conmutó la pena capital por cadena perpetua.

En esta rápida recopilación sólo hemos tratado de regicidios en el periodo 1900-1924. Pero hubo también magnicidios contra presidentes y jefes de gobierno, aunque eso será otra historia. Compasando las épocas, no estamos tan mal.

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