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Historias de la historia

Richelieu, el mayor enemigo de España

Hace 400 años llegó al poder en Francia el cardenal Richelieu, que acabaría con la hegemonía de España como potencia

Richelieu, el mayor enemigo de España

Triple retrato del cardenal Richelieu, por Phillipe de Champaigne (National Gallery, Londres). | National Gallery

Los astros quisieron que Abril fuese el mes decisivo en el ciclo de poder del cardenal Richelieu. El 17 de abril de 1607 fue ordenado obispo, lo que le dio su primer gobierno, el de la diócesis de Luçon. Abril de 1617 fue en cambio nefasto: cuando desempeñaba su primer cargo ministerial al servicio de María de Medici, la reina madre, el joven Luís XIII se prestó a un golpe de estado que envió al destierro a María de Medici y a sus colaboradores.

Volvió a ser favorable abril en 1622, pues fue cuando el Papa Gregorio XV lo nombró cardenal. Pero sobre todo el gran día de Richelieu fue el 29 de abril de 1624, hace ahora 400 años, cuando fue nombrado miembro del Consejo Real de Luís XIII, la máxima instancia del poder en Francia. Ese día se formó en el horizonte una nube que iría creciendo, hasta tapar el sol que durante siglo y medio iluminó el Imperio español. Cuando la nube Richelieu alcanzara su máximo volumen dejaría de tener vigencia la reflexión de Felipe II, «en España nunca se pone el sol», porque siempre era de día en un imperio español que iba desde Europa, el Atlántico, América y el Pacífico, hasta Asia.

A la Historia le gusta jugar con el destino de los que van a ser sus protagonistas. Armand Jean du Plessis era hijo del señor de Richelieu, gran preboste de Francia. Como era el tercer varón de una familia noble le correspondía seguir la carrera de las armas, y para formarse como militar ingresó en la Academia de Pluvinel, un famoso maestro de equitación. Por concesión real la familia poseía el obispado de Luçon, con carácter hereditario. Debía desempeñarlo al segundo de los hijos varones, Alphonse, pero éste se retiró del mundo ingresando en un convento cartujo. Si no se ocupaba el obispado se perdía, de modo que le tocó al tercer hijo, Armand, cambiar la espada por la mitra.

El futuro cardenal solamente tenía 20 años, según el derecho canónico era demasiado joven para ser obispo, de modo que tuvo que ir a Roma a solicitar una licencia especial del Papa. Paulo V, el Papa Borghese, quedó impresionado por la inteligencia y el carácter del joven peticionario, y concedió la licencia. Richelieu fue ordenado obispo de Luçon en abril de 1607, con 21 años.

Iba a necesitar ese vigor juvenil el nuevo obispo, porque se encontró con la diócesis más pobre y abandonada de Francia. Sin desanimarse por el destino que le había tocado vivir, Richelieu se dedicó durante siete años a gobernar su diócesis, y a base de mucho trabajo, inteligencia e integridad logró sacarla adelante. Cómo sería de notable la administración del nuevo obispo que, estando en un oscuro rincón de la atrasada región de La Vendée, lejos de París, su nombre comenzó a ser conocido en Francia.

En 1614 el clero de Poitou eligió al obispo Richelieu diputado en los Estados Generales, lo que suponía el regreso a París, corte de Francia. En cuanto abrió la boca en las sesiones parlamentarias Richelieu atrajo la atención de María de Medici, la reina madre, que seguía gobernando como regente aunque su hijo, Luís XIII, fuera ya mayor de edad. La reina María llamó a Richelieu y lo nombró limosnero de la joven reina Ana de Austria, recién casada con Luís XIII. 

Eso suponía la entrada en la corte, el ámbito del supremo poder en Francia. Es curioso que la puerta estuviese en las habitaciones de Ana de Austria, la orgullosa infanta española hija de Felipe III, con la que Richelieu mantendría toda la vida unas relaciones tensas, a veces tormentosas, aunque ambos reconociesen la valía del otro. Una situación que ha pasado a la cultura popular porque inspiraría a Alejandro Dumas para escribir Los Tres Mosqueteros, y al mundo del cine para hacer numerosas películas.

María de Medici no iba a desperdiciar las condiciones de Richelieu dejándolo al servicio de su nuera, y al poco tiempo lo nombró secretario de estado de Guerra, su primer cargo en el gobierno de Francia. Sin embargo duraría muy poco este primer contacto con el poder central. A los cinco meses, Luís XIII, que había cumplido ya los 15 años y estaba manejado por su favorito, el duque de Luynes, dio un golpe de estado, hizo matar al primer ministro de su madre, y mandó a María de Medici al destierro. A Richelieu lo calificó de antipático y lo expulsó de la corte. Esa caída del incipiente poder ocurrió en abril de 1617, como hemos explicado antes.

Del destierro al poder

La admiración que Richelieu despertaba en todo el mundo, incluso entre sus adversarios, hizo que, a la muerte del favorito del rey, Luís XIII recurriese a Richelieu. Volvió del destierro para emprender una ascensión imparable que culminaría en ese 29 de abril de 1624. A partir de ese momento el ya cardenal Richelieu sería el amo del destino de Francia, hasta su muerte en 1642.

Richelieu era inteligente, trabajador, eficaz, pero su mayor virtud era tener una concepción clara del estado. En aquella época quedaban por todas partes residuos de la Edad Media, poderes feudales, fueros locales, obstáculos a una administración efectiva. Richelieu quería acabar con ellos y establecer un poder central fuerte. El cardenal sentaría las bases de la monarquía absoluta, encarnada luego por Luís XIV. Sin Richelieu no habría existido el Rey Sol.

Richelieu encontraba tres obstáculos para su proyecto, uno exterior, España, y dos internos, la nobleza y los protestantes. Desde el Edicto de Nantes, con el que Enrique IV puso fin a las guerras de religión francesas, los protestantes franceses, llamados hugonotes, gozaban de amplia autonomía, eran un estado dentro del estado. A Richelieu, aunque por sus hábitos pareciese un hombre de Iglesia, no le importaba mucho la religión, no era un católico ferviente y no quería imponer su credo, pero no podía tolerar que en Francia hubiese un contrapoder, de modo que le hizo la guerra a los hugonotes. Puso sitio a La Rochelle, símbolo de la independencia protestante, y la tomó después de que muriesen 22.000 de sus 27.000 habitantes. Al final los protestantes firmaron una paz en la que perdían todos sus derechos políticos y territoriales.

Más peliagudo era enfrentarse a la nobleza, pues los nobles estaban cercanos al rey y tenían privilegios seculares. La primera batalla que les dio el cardenal, prohibir los duelos, puede parecer anecdótica porque Alejandro Dumas hace que D’Artagnan inicie su relación con los Tres Mosqueteros enfrentándose en un duelo. Los guardias del cardenal intentan detenerlos, y los duelistas se unen y terminan amigos, «todos para uno y uno para todos». Sin embargo lo cierto es que en 20 años habían muerto en duelo 4.000 caballeros franceses, lo que suponía una importante pérdida militar. Quizá influyó también en la decisión de Richelieu que un hermano suyo había muerto en duelo, pero lo cierto es que el cardenal emprendió la medida con toda decisión, e incluso ejecutó a un conde por batirse en duelo.

Esa campaña contra los duelos fue la punta del iceberg, la pugna con la nobleza duró prácticamente toda la vida de Richelieu, pero al final Luís XIV heredaría un estado donde la nobleza pasó a ser un elemento decorativo de la Corte.

Sin embargo el gran adversario de Richelieu fue España, que cuando el cardenal subió al poder en 1624 era todavía la primera potencia del mundo, pero que veinte años después perdería la supremacía militar sobre Europa al ser vencida por los franceses en la batalla de Rocroy (1643). Richelieu no pudo verlo, había muerto pocos meses antes, en diciembre de 1642, pero realmente se puede decir que el cardenal fue el vencedor de aquella batalla.

Hay que decir que Richelieu no era enemigo personal de España –«Yo no tengo más enemigos que los del estado», decía el cardenal-, incluso al inicio de su carrera política se le tildaba de pro español. Simplemente quería que Francia fuese la primera potencia del mundo, y para eso había que desmantelar el poderío español, cuyas posesiones tenían rodeada a Francia, con España al oeste, los Países Bajos al norte, Italia al sur y el Imperio Germánico, donde regía la rama menor de los Austrias, al este. 

Añádase que la reina madre María de Medici, y el único hermano del rey, Gastón de Orleans, conspiraban continuamente con apoyo español, y se comprenderá que Richelieu se aliase hasta con el diablo para luchar contra España. Siendo un príncipe de la Iglesia católica, Richelieu apoyó a los protestantes alemanes en la Guerra de los Treinta Años, a los protestantes holandeses en su rebelión contra la corona hispánica. Y siendo el creador del estado centralista, animó a los separatistas catalanes para que se sublevaran contra Felipe IV.

El mejor político que ha tenido Francia, el que la convirtió en una gran potencia, vería sin embargo vituperado su nombre siglo y medio después de su muerte, pues durante la Revolución Francesa su tumba fue profanada, y su cadáver sometido a una farsa de ejecución. Fue decapitado y su cabeza estuvo perdida mucho tiempo. Hoy día no se sabe a ciencia cierta dónde está enterrada.

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