Pequeñas revoluciones pendientes
Tres libros plantean la necesidad de lentitud, brevedad y silencio en nuestra sociedad
Entre los excesos del presente, hay tres especialmente molestos en la vida actual: la aceleración, el ruido y la verborrea. Tres excesos que dinamitan nuestra calidad de vida y que nos hacen buscar denodadamente sus opuestos: la lentitud, la brevedad y silencio. Hoy son tres virtudes, pero hasta hace nada eran consideradas defectos, mientras que la velocidad, el estrépito y la labia eran cualidades buscadas y apreciadas. Probablemente no sean las más urgentes, pero no cabe duda de que se pueden considerar tres de las revoluciones pendientes para humanizar nuestra era y alcanzar un aceptable estado de bienestar.
La casualidad, la demanda o el márketing, a saber, han querido que coincidan en las librerías tres títulos que hacen referencia a estos asuntos. Al historiador Laurent Vidal debemos el ensayo Los lentos (Errata Naturae), que lleva por subtítulo “La resistencia a la aceleración de nuestro mundo del siglo XV a la actualidad”. El asesor de comunicación y consultor político Antoni Gutiérrez-Rubí ha escrito Breve elogio de la brevedad (Gedisa), cuyo título habla por sí solo. Y, aunque publicado hace ya cuatro años, sigue estando entre los más vendidos y sumando ediciones Biografía del silencio (Galaxia Gutenberg), de Pablo d’Ors.
Laurent Vidal cuenta cómo los lentos “han sido marginados” por la maquinaria del progreso. La rapidez ha sido encumbrada por la sociedad capitalista y asociada a una mayor producción. Incluso en la moral católica no pocas veces se ha tachado al lento de vago. El lento ha acabado por ser discriminado, negándole las mismas oportunidades que al rápido. La revolución tecnológica, con su dinámica vertiginosa, ha contribuido a denostar aún más la lentitud. Pocas veces se asimila a virtudes como la meticulosidad, el perfeccionismo en el trabajo o al disfrute parsimonioso de los placeres de la vida.
Decía la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda en una entrevista con Winston Manrique Sabogal (VMagazin) que, “especialmente en los tiempos que corren, cada vez hay menos espacios para pensar”. Entonces, según la autora de Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, “la obra de arte se convierte en una rotura del tiempo veloz, la velocidad es la enemiga del pensamiento”.
Precisamente las prisas, según asegura Antoni Gutiérrez-Rubí, son las que “te impiden ser claro y ejercer la brevedad”. “La brevedad exige un trabajo de intención, de precisión, de reelaboración permanente. Ambas cosas, brevedad y claridad -afirmaba en una entrevista concedida a un diario argentino-, son un excelente antídoto contra este contexto de intoxicación, de cámaras de eco, de algoritmos que nos atrapan en sus redes y nos obnubilan. Son un antídoto para vivir, convivir, soportar y superar este ritmo frenético en donde tenemos abundancia de información y escasez de tiempo”.
Gutiérrez-Rubí sostiene que “la brevedad exige a los políticos valores, como la moderación, la contención, el equilibrio, el respeto al tiempo del otro. Es decir, que esos valores te hacen más sincero, más auténtico y más transparente. Por eso los políticos pueden descubrir en la brevedad una oportunidad para volver a reconectar el vínculo con la ciudadanía”.
El asesor político va aún más allá y plantea qué efectos pueden tener la verborrea, la palabrería, los discursos vacíos “¿Y si la desinformación, la radicalización, la polarización, viene por el exceso de las palabras? ¿Y si en cambio la contención, la soberanía, la moderación obliga a un tipo de conversación pública que permite un debate público diferente? Tal vez hay una relación entre los excesos de la palabra, de todo tipo, incluyendo su duración, y la calidad democrática. Habría que estudiar el vínculo entre el exceso de la palabra y el deterioro democrático”.
Entre las muchas voces que se rebelan contra esta era ruidosa y reivindican el silencio, llama poderosamente la atención la de Pablo d’Ors, cuyo ensayo “Biografía del silencio” lleva más de 300.000 ejemplares vendidos. El padre D’Ors propone insuflar nuestras vidas de contemplación, de silencio que nos permita concentrarnos en la exploración de uno mismo. Tan lejos ha llevado su propuesta, que en 2014 fundó la asociación Amigos del Desierto, cuyo propósito es profundizar y promover la práctica contemplativa. “El silencio -escribe- es solo el marco o el contexto que posibilita todo lo demás. ¿Y qué es todo lo demás? Lo sorprendente es que no es nada, nada en absoluto: la vida misma que transcurre, nada en especial. Claro que digo ‘nada’, pero bien podría también decir ‘todo’”.
A modo de adenda, podemos añadir un libro más a este repaso, un libro que plantea un cuestionamiento global a la calidad de nuestras vidas. El codirector de Atapuerca Juan Luis Arsuaga acaba de publicar una novela, Al otro lado de la niebla (Destino), que es toda una loa al hombre prehistórico. Le pregunta la periodista de El Mundo Teresa Guerrero si considera que el ser humano de hoy es superior al de entonces. “Nuestras vidas son más planas y menos creativas, no ves más que lo inmediato y lo útil -responde-. Tenemos una tecnología superior, pero como individuos o en creatividad, ni de coña somos superiores”.