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Cultura

Manuel Marlasca: ficciones para diseccionar el mal

El periodista publica, tras varias décadas dedicadas a la crónica negra, su primera novela: ‘Tú bailas y yo disparo’

Manuel Marlasca: ficciones para diseccionar el mal

Manuel Marlasca. | Fotografía de Patricia J. Garcinuño.

Hay personas a quienes cuesta imaginar conciliando plácidamente el sueño por las noches. Párrocos de lo paranormal, como Iker Jiménez, o testigos de las miserias humanas, como Manuel Marlasca. Son gajes de un oficio, el de Manuel, el de cronista negro y reportero de investigación, al que ha dedicado más de 30 años de su vida. Y es que cadáveres, antes o después, ya sea en tanatorios, o heridos por la inclemencia de la mala fortuna en un entorno no funerario, los vemos todos. Pero carearse, hasta poder diseccionar el olor, con quienes han ido dejando difuntos a su paso, estudiarlos en profundidad y dar testigo de los entresijos de su barbarie, eso ya es harina de otro costal.

Quizás Manuel Marlasca se haya robustecido con el tiempo porque no ha perdido la fe en nuestra raza, a pesar de lo cruel que puede ser con sus semejantes. Prueba de esto último, es que Marlasca ha parido su primera obra de ficción -libros de no-ficción ya atesora varios-. Y nadie, si no atisba un hálito de esperanza en el ser humano, siente el impulso de arrancar de la inexistencia una historia, y rendirla al mundo.

Tú bailas y yo disparo (Destino) es, claro, un thriller. Sus protagonistas son los policías del Grupo X de la Brigada Judicial de Madrid, una maleta con el tórax de una mujer y… hasta aquí creo que merece la pena desvelar. Tratándose del género que se trata, toda información puede sembrar una duda razonable. Por eso, en THE OBJECTIVE nos hemos dado cita con este retratista del margen sanguinolento, al que si se le escapa un temido spoiler, será problema suyo.

PREGUNTA.- ¿Cómo y cuándo nace la idea de este libro?

RESPUESTA.- Nace hace mucho tiempo, pero yo no me atrevía a darle salida porque por lo mucho que leo, y respeto a la literatura, creo que escribe demasiada gente. Se publican demasiados libros y los estándares de calidad verdaderamente son muy bajos. Yo no quería ser otro periodista que escribiera una novela. Y por eso retrasé mucho una idea que, por lo menos desde 2006, estaba en mi cabeza. Todo eso cristalizó después de seis libros de True Crime, de dos documentales y de muchos años trabajando de reportero. Y en el año 2019-2020 ya comencé a escribir.

P.- ¿Qué te puede llevar a la literatura, al menos a una buena, si no es la vocación lectora?

«Hay una frivolización del mal. Y tienen parte de la culpa el cine y la televisión, que han pintado a los asesinos como gente atractiva»

R.- Desgraciadamente, veo bastantes libros de gente que se le nota que no ha leído prácticamente nada. Como también veo muchos periodistas que se dedican al periodismo sin haber leído, lo que es un drama.

P.- ¿Qué opinas que tiene el crimen, el lado oscuro, que tanto nos atrae?

R.– Yo, diría creo que por suerte, he tenido el privilegio de conocer ese lado oscuro. Siempre digo que he conocido lo mejor y lo peor. Y me sigue sorprendiendo esa fascinación por el mal. Esa romantización. Convertir a asesinos en iconos pop, como a Charles Manson. Pero es que si hablamos de España, aquí hay unos restaurantes que se llaman La Mafia se sienta a la mesa. Imaginemos que en Turín alguien abre un restaurante que se llama ETA hace chopitos. Sería verdaderamente sorprendente y nos llevaríamos las manos a la cabeza. Yo creo que hay una frivolización del mal. Y que en eso tiene gran parte de la culpa sobre todo el cine, la televisión, que han pintado a los asesinos como gente atractiva. Con algún encanto. Llegando al colmo de la hibristofilia, que es ese enamoramiento por un asesino, como las grupis que tienen algunos presos en los corredores de la muerte norteamericanos.

P.- Pero la realidad de esos personajes es muy distinta ¿no?

R.- Absolutamente. En España hemos tenido una parte de eso, con Miguel Carcaño o José Rabadán, el asesino de la catana. Yo he tenido ocasión de estar muy cerca de muchos asesinos, y si tengo que decir algo que los una a todos, que sea un nexo, es su insignificancia. Son gente absolutamente insignificante, que sólo son algo por los crímenes que han cometido. Así es José Bretón, así es José Enrique Agüín, el Chicle, así es Ana Julia Quezada…

P.- ¿Ningún Aníbal Lecter?

R.- Yo no he conocido a ninguno que tenga una sensibilidad e inteligencia semejantes.

P.- ¿Esa atracción será que los criminales parecen más libres? ¿Capaces de llegar a límites, para los demás, inalcanzables?

R.– Bueno, se han saltado los límites. Todos tenemos unos límites, o todos deberíamos tenerlos. Te pueden venir dados por la moral, por la religión incluso. Yo conocí un día a un policía que en el despacho tenía un cartel que decía: «Se mata poco porque matar es delito». Hay un empeño, a colación de esto, que yo he puesto en la novela. Dejar claro que el asesino es exactamente igual que tú o que yo. Comparte el ADN contigo en un 99,99%. Tiene rasgos humanos, tiene muchas zonas oscuras, pero también zonas de claridad. Tiene quien le quiera y tiene a quien querer. Y eso es muy difícil de encajar. Pensar que quien va en el autobús con nosotros puede ser un asesino. Recuerdo el caso de Alfredo Galán, el asesino de la baraja. Él decía que le provocaba un subidón de la hostia si iba en el autobús y alguien estaba comentando sus crímenes. Lo movía la fama.

P.- A razón de unos pasajes de tu novela, ¿cuál crees que es la diferencia entre un policía y un criminal a nivel psicológico?

R.– Los dos se mueven en el mismo ecosistema, y a mí me gusta decir que se compone de ovejas, de lobos y de mastines. El policía es el mastín, realmente, que protege a las ovejas, que somos casi toda la población. Y el asesino es el lobo. Entonces las ovejas tenemos que cuidar a esos mastines para que hagan bien su trabajo. Y el policía tiene, por encima de todo, ese alma de cazador. En la novela se ve. Cuando un policía huele el rastro, si huele sangre, ya no hay quien lo pare. Eso es lo que algunos llaman vocación de servicio.

«Toda sociedad está obligada a convivir con unas cuotas de corrupción»

P.- En la novela se desarrolla una trama de corrupción, ¿hasta qué punto crees que la corrupción es consustancial a cualquier cuerpo político?

R.– Creo que la corrupción está ahí desde el inicio de la humanidad. Quiero decir, que en cuanto alguien puede comprar una voluntad o agregar una voluntad, con dádivas de cualquier tipo; sexuales, económicas, pues ahí está la corrupción. Toda nación, todo país, toda sociedad, hasta cualquier democracia occidental, siendo el sistema menos malo para mí de todos los que existen, está obligada a convivir con unas cuotas de corrupción. El problema es hasta dónde permites esas cuotas. Porque como desparrame, como esa cuota sea demasiado grande, al final te conviertes en algo que se llama un Estado fallido. Bélgica, Países Bajos, van camino de convertirse en Estados fallidos, porque allí el crimen organizado, la llamada Mocromafia, es tan poderosa que está empezando a corromper los cimientos de la administración pública, que es, según Naciones Unidas, el último estadio de la implantación del crimen organizado.

P.- España nunca ha llegado a tanto, ¿no?

R.- Todavía no, pero el crimen organizado está muy atento para poder doblegar cualquier voluntad y corromper. Si la corrupción llega a los mastines, a la gente que se encarga de velar por nosotros, tenemos un problema muy grande.

P.- Sin embargo, te he oído decir que el crimen organizado, frente al terrorismo, al que le tenemos muy tomada la medida, es el mayor riesgo ahora en nuestro país. ¿Por qué?

R.– Primero, porque nuestra legislación es extremadamente garantista. Hubo una reforma de la ley de enjuiciamiento criminal que, por ejemplo, puso muchas trabas para poner balizas. Lo que puso trabas a la policía frente a los delincuentes. Luego veo falta de preparación, de determinación. Si bien para luchar contra el terrorismo sí que se han hecho reformas encaminadas a facilitar el trabajo de quienes luchan contra el terrorismo, con el crimen organizado pasa lo contrario. Las reformas han ido, digamos, a favor de los malos.

«Soy un gran defensor de nuestro Estado de derecho. Me repatea quienes ladran que el sistema judicial es una mierda»

P.- ¿Apostarías más por la libertad o la seguridad?

R.– No se puede hacer una tabula rasa. Depende mucho del momento y el lugar. Si me voy a Afganistán, prefiero seguridad. Quiero que registren hasta el último agujero del tipo que va a entrar en mi sede, en mi hotel o donde sea. Pero en una sociedad normal hay que buscar ese delicado equilibrio. Soy un gran defensor de nuestro Estado de derecho. Me repatea quienes van con aire nihilista, hablando de jueces corruptos, privilegiados, machistas, y ladran que el sistema judicial es una mierda. No. Mira el ejemplo de Urdangarín, que fue condenado. Quiero decir que nuestro Estado de derecho funciona. ¿Con sus fallos? Claro que sí. Sin embargo, poniéndonos a comparar con países como Italia, Francia, países occidentales, vaya, España es un país tremendamente seguro. España está entre los países más seguros de Europa. Mucho más seguros que todos los de su entorno.

P.- ¿Cómo han afectado las redes al trabajo policía?

R.– Pues mira, como los criminales son bastante imbéciles, y bastante torpes y muy presumidos, hace tres días la sección de fugitivos de la Comisaría General de Policía Judicial, eso verdaderos cazadores, detuvieron a un peligroso fugitivo polaco porque colgaba en las redes fotos con sus pastores belgas. Con ellas la policía pudo localizar el sitio donde estaba, que era Marbella. Esto no pasa siempre, pero, curiosamente, las redes han tenido su parte positiva en el trabajo policial. Otra cosa ya es internet.

P.- Para hablar un poco de literatura, ¿qué te ha resultado más fácil de la ficción?

R.- Lo más difícil ha sido dar a los personajes esa personalidad propia. No quería que cayesen bien, pero los quería hacer identificables y con muchos claroscuros.

«Me alucina ver a chavales vascos que no saben quién es Miguel Ángel Blanco. O cómo asesinaron a Fernando Múgica»

P.- También con realismo patrio, ¿no? Que no parezca que todo es Raymond Carver en California. Como el personaje que tiene un padre dedicado al contraterrorismo en los ochenta, con ETA muy activa. ¿De hecho, qué tal ves esa situación hoy?

R.- Verás, en el libro hay una reflexión sobre cómo nace un radical. Un radical nace cuando tú creas un agravio, ¿vale? Y convences a la gente de que ese agravio tiene un causante. Uno muy claro y terrible. Y ya está, y ya has sembrado su creación. Eso puede ser que España nos roba, por ejemplo, para el nacionalismo catalán o que la cultura euskaldún se ha perseguido. Y todo eso llevado al máximo extremo hace una fábrica de radicales. En el caso de Euskadi, han acertado ahora los que han ganado las elecciones en saber que la educación era la clave de todo eso. Si tú lo que estás promoviendo es la desmemoria, evidentemente los jóvenes de 20 años, que no vivieron lo que supuso ETA, son unos desmemoriados. Me alucina ver a chavales vascos que no saben quién es Miguel Ángel Blanco. O cómo asesinaron a Fernando Múgica. Entonces, yo lo que creo que ha pasado, y me parece terrible, es que lo que se ha creado en Euskadi es la cultura de la desmemoria. Eso y que, además, Fernando Aramburu lo dice muy bien en un trocito de Patria, las víctimas molestan.

P.- Para concluir, ¿qué libros, series, películas te han inspirado?

R.- En series te diría The Wire, sin duda. En literatura me apasionan las formas de Javier Marías, y, dentro de la novela negra, citaría a Eugenio Fuentes, Lorenzo Silva y a Domingo Villar. Como extranjero, a John Connolly, así como Chandler o Hammett. Y en cine, todo el noir y el neo-noir, como Perdición.

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