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El zapador

Charing Cross, un homenaje a una reina española en el corazón de Londres

Pocos españoles saben que la cruz encierra una historia que involucra a Leonor de Castilla con un rey inglés

Charing Cross, un homenaje a una reina española en el corazón de Londres

Charing Cross, Londres.

En el corazón de Londres, no muy lejos de la icónica Trafalgar Square, se alza un monumento que contiene siglos de historia compartida entre dos grandes naciones: España e Inglaterra. Esta estructura, conocida hoy como Charing Cross, es más que un simple punto de referencia o una estación de metro. Es un emblema tangible del lejano vínculo cultural que une a ambos países. 

Pocos españoles saben que Charing Cross encierra una conmovedora historia personal y que, a la vez, refleja la importancia de las alianzas matrimoniales en la política medieval. Las uniones entre las casas reales de Europa eran estrategias diplomáticas clave que ayudaban a mantener la paz, orillar los conflictos y fomentar la cooperación entre naciones. El enlace entre Eduardo de Inglaterra y Leonor de Castilla es paradigmático en este aspecto. Celebrado en 1254, fue una de tantas alianzas estratégicas, diseñada para fortalecer las relaciones entre Castilla e Inglaterra en una época de frecuentes coimas y conflictos territoriales; y un ejemplo de cómo las conexiones personales pueden actuar como puentes entre naciones.

Esta conexión se manifestó aún más tras la muerte de Leonor en 1290, que dejó a su esposo Eduardo profundamente afectado y ahíto de dolor. Para aliviar su pena y en homenaje a la reina que tanto quiso, mandó erigir una serie de cruces en cada parada del cortejo fúnebre que trasladó su cuerpo desde Harby hasta Westminster. La más conocida de estas cruces es la de Charing Cross.

Charing Cross, Londres.

Leonor o Eleanor es una figura que, aunque quizá menos conocida que otros personajes históricos, desempeñó un papel crucial en las relaciones hispano-británicas. Leonor, hija de Fernando III el Santo y medio hermana de Alfonso X el Sabio, fue una mujer querida y respetada tanto en su tierra natal como en su siguiente hogar inglés. Su boda con Eduardo, celebrada en el monasterio de Santa María La Real de Las Huelgas en Burgos, ayudó a estrechar los lazos entre Castilla e Inglaterra. 

Es un error común pensar que Inglaterra y España siempre han sido naciones enemigas. De hecho, esta perspectiva simplista de enemistad perpetua e ignora los momentos de colaboración que también caracterizan la historia compartida de estos dos países. Nadie niega que haya habido innumerables conflictos, pero la historia de sus relaciones a lo largo de los siglos es mucho más compleja. Las alianzas matrimoniales durante la Edad Media son perfectas para entender que hubo periodos significativos de cooperación y amistad

Podemos remontarnos a Leonor de Aquitania (1122-1204) que fue reina consorte de Francia y luego de Inglaterra. Es útil recordar las embajadas de Leonor de Aquitania, quien se casó en segundas nupcias con Enrique II de Inglaterra. La pareja se reunió en varias ocasiones con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, y firmaron alianzas en contra de Ramón V de Tolosa. El sucesor de Enrique II fue su hijo Ricardo I, conocido como Ricardo Corazón de León, quien contrajo matrimonio con Berenguela de Navarra. Otra hija de Enrique II, Leonor Plantagenet —fruto de su unión con Leonor de Aquitania—, se casó con el rey castellano Alfonso VIII en 1170, quien años más tarde lideraría un formidable ejército cruzado logrando una gran victoria para la cristiandad en la célebre batalla de las Navas de Tolosa en 1212. La hija de ambos, Blanca de Castilla, contrajo matrimonio con el futuro rey de Francia Luis VIII, después de ser seleccionada por su abuela, Leonor de Aquitania en una de sus famosas embajadas. Y es que la famosa reina, ya anciana, viajó a Castilla en 1200, donde reinaba como consorte su hija Leonor Plantagenet, para elegir entre sus nietas a la futura dama de Francia, la siguiente reina de la Flor de Lis. Inicialmente, la intención era que Urraca, la hija mayor soltera de los monarcas castellanos, se casara con el príncipe Luis, pero Leonor prefirió a Blanca, que dio muestras de estar mejor preparada. 

Las alianzas entre Castilla y Francia y Castilla e Inglaterra se dieron en un momento crucial para la supervivencia del reino de Castilla, ya que estas alianzas podían ayudar a contener a los reinos hispánicos vecinos. Y, de hecho, resultó ser muy beneficiosa. Como botón de muestra tenemos una serie de pleitos territoriales entre los monarcas Alfonso VIII de Castilla y Sancho VI de Navarra en los que se necesitó echar mano de un laudo arbitral del rey Enrique II de Inglaterra con el objetivo de redefinir las fronteras entre Navarra y Castilla.

Otro problema distinto fue el de Gascuña. Leonor de Plantagenet había aportado como dote el ducado de Gascuña al casarse con Alfonso VIII en 1170. La Gascuña está en territorio francés, pero por entonces estaba administrado por los monarcas ingleses. Tras la muerte de Ricardo Corazón de León, su hermano Juan I de Inglaterra, conocido como Juan Sin Tierra, asumió el trono y comenzó a enfrentarse a diversos desafíos, incluyendo la administración y defensa de los territorios ingleses en Francia, entre ellos Gascuña. Este ducado, originalmente parte del patrimonio de su esposa, se convirtió en un objetivo estratégico para Castilla. Tras la muerte de Ricardo, Alfonso VIII vio una oportunidad para afirmar su control sobre Gascuña, especialmente después de arrebatarle a Sancho VII de Navarra (hijo de Sancho VI) un corredor territorial a través de Guipúzcoa y Álava, que le proporcionaba acceso directo al ducado gascón.

Buena parte de los nobles gascones reconocieron a Alfonso VIII como su señor, lo que animó al monarca castellano a lanzar una campaña militar alrededor de 1205. Sin embargo, este esfuerzo fue visto con escepticismo dentro de Castilla, como lo refleja la Crónica Latina de los Reyes de Castilla, que comparó la empresa con «arar una piedra» y describió a Gascuña como una tierra pobre, en contraste con las descripciones más favorables del Codex Callixtinus​. A pesar de los recursos invertidos y los nobles gascones que lo apoyaron, Alfonso VIII no logró mantener el control de Gascuña. Se enfrentó a su cuñado, Juan Sin Tierra, quien consiguió mantener el dominio inglés sobre Gascuña gracias a sus victorias militares. La derrota de Alfonso VIII y la retirada de las fuerzas castellanas fueron vistas con satisfacción por el autor de la Crónica Latina, quien señaló que Gascuña podría haber sido una carga económica considerable para Castilla. 

El malhadado regalo de la Gascuña, devino en un conflicto que dejó cicatrices en las relaciones entre los reinos peninsulares e Inglaterra. Con las tensiones aún presentes, Juan Sin Tierra buscó alianzas estratégicas y en 1207 firmó un tratado con Alfonso IX de León, acérrimo enemigo de su primo hermano Alfonso VIII de Castilla. Las tensiones duraron varias décadas, pero finalmente Enrique III de Inglaterra y Alfonso X de Castilla buscaron una solución para poner fin a las hostilidades. El rey inglés exigió el matrimonio entre Leonor de Castilla (bisnieta de Alfonso VIII y medio hermana de Alfonso X) y Eduardo (hijo de Enrique III) como una demostración de buena fe y una prueba de la sincera voluntad de sellar la paz por la posesión de Gascuña, transfiriendo su titularidad a la casa real inglesa. Este matrimonio entre dos adolescentes no solo serviría para consolidar una concordia duradera sino también para fortalecer los lazos políticos y familiares entre las dos casas reales. Además, la boda se celebró —¡qué mejor sitio!— en el Monasterio de las Huelgas, una construcción que había sido fundada en 1187 por el rey Alfonso VIII de Castilla y Leonor de Plantagenet.

Leonor, conocida por su papel como «proveedora de herederos», tuvo muchos hijos con Eduardo, consolidando su posición en la corte inglesa y fortaleciendo a la dinastía Plantagenet. Lo que comenzó como un matrimonio de conveniencia política, tan habitual en aquellos tiempos, se acabó convirtiendo en una verdadera historia de amor. El matrimonio tuvo quince hijos, aunque no todos sobrevivieron a la infancia. Su capacidad para engendrar herederos fue fundamental para la estabilidad del reino y su legado. La maternidad de Leonor fue un aspecto crucial de su reginalidad, y su papel como madre prolífica y devota ha sido objeto de numerosos estudios historiográficos. Pero Leonor no fue una mera paridera, también fue una reina activa y culta, que influyó significativamente en la corte inglesa. Patrocinó la literatura y las artes, y gestionó con éxito un vasto imperio inmobiliario.

Eduardo de Inglaterra, conocido como Eduardo «Piernas Largas», aparece en la oscarizada Braveheart dirigida por Mel Gibson. En la película, interpretada por el actor Patrick McGoohan, Eduardo I es representado como el principal antagonista, un rey despiadado y astuto que se enfrenta a William Wallace, el héroe escocés interpretado por Mel Gibson. Sin embargo, esta caracterización no se ciñe bien a la realidad, siempre más rica en matices. La prueba es que Eduardo I se encontraba en plena riña con los escoceses cuando su adorada dama enfermó gravemente. Y ahí es cuando vemos la faceta más tierna y afectiva del monarca inglés.

Al enterarse de la deteriorada salud de su cónyuge, Eduardo viajó rápidamente para estar a su lado. Llegó a Harby el 20 de noviembre de 1290. Las noticias no eran halagüeñas. A pesar de los esfuerzos médicos, la reina no pudo recuperarse. Leonor de Castilla falleció en la aldea rural de Harby, en Nottinghamshire, el 28 de noviembre. La causa de su muerte fue una «fiebre doble cuaternaria», una forma de malaria.

Devastado por la muerte de su queridísima Eleanor, Eduardo I ordenó que su cuerpo fuera trasladado a la Abadía de Westminster en Londres. El cortejo fúnebre recorrió aproximadamente 172 millas, realizando paradas nocturnas en varios puntos donde se erigieron cruces de madera en su memoria. El recorrido fue planeado con el fin de asegurar que la reina sería recordada y honrada en su último viaje. Para ello se erigieron una serie de cruces, doce en total, que marcaban los lugares donde la comitiva iba descansando en su camino final hacia la capital del reino. Las cruces se ubicaron en Lincoln, Grantham, Stamford, Geddington, Northampton, Stony Stratford, Woburn, Dunstable, St Albans, Waltham, Cheapside y Charing (actual Caring Cross). Las tallas de madera serían posteriormente reemplazadas por monumentos de piedra profusamente decorados tallados como catedrales en miniatura. Estos monumentos de piedra fueron diseñados para atraer por su belleza e inspirar devoción, sirviendo como puntos de oración para el alma de la reina.

La tumba de Leonor en la Abadía de Westminster fue diseñada con gran detalle y elegancia. La tumba incluía una efigie de bronce de Leonor, encargada al destacado orfebre William Torel. Esta efigie es considerada una de las mejores muestras del arte de la época. El rey también mandó que se encendieran dos velas de cera junto a la tumba de la reina. Se dice que las velas permanecieron encendidas durante 250 años, hasta que la tradición se interrumpió con la Reforma del siglo XVI.

«Viva la amaba profundamente y no podré dejar de amarla en la muerte», dijo el rey tras la muerte de su amada. Charing Cross es el mejor recordatorio de esta bonita historia de amor. Desde el siglo XVIII, Charing Cross se ha sido considerado como el centro geográfico de Londres. Por ello, las distancias a otros lugares en el Reino Unido a menudo se miden desde este punto, al igual que ocurre con la Puerta del Sol en Madrid. Por Charing Cross pasan millones de personas al año, que a menudo se paran a contemplar el monumento, aunque hay que advertir que la estructura actual es una réplica erigida en el siglo XIX victoriano. Porque las únicas cruces originales que quedan en pie son las de Geddington, Hardingstone y Waltham. No obstante, la de Charing, la última de las doce etapas, es la más célebre y es la que sirve como documento perenne de aquella alianza histórica y del respeto y cariño que la reina Leonor inspiró. No es solo un monumento en el centro de Londres; es un portal al pasado, una ventana a la historia de Europa, donde España e Inglaterra tejieron juntos episodios de afecto y memoria compartida.

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