Fabio MacNamara le reza a la Inmaculada
‘Una exposición’ reúne 13 obras del mítico artista de la Movida en las que fusiona iconografía religiosa, pop-art y purpurina
A Fabio MacNamara le gusta pintar imágenes de vírgenes en colores fosforescentes y rezarlas con devoción. El mítico artista de la Movida se apartó hace años de los focos y los escenarios, a los que solo sube si se encuentra entre amigos, pero nunca dejó de pintar. ¿Quizás su verdadera vocación? Sus obras plásticas son como los textos de sus canciones, carecen de pulcritud o de trazo fino, mezclan la iconografía religiosa con el pop-art y la purpurina, pero cotizan. La galería madrileña My name’s is Lolita Art inaugura el próximo día 5 la muestra Flash & The Pan, en la que reúne 13 de sus últimas obras en las que se despoja de los malos tragos de su pasado para convertirse en un pintor consolidado «con sus auténticos e irrepetibles atributos y miserias», según sus propias palabras.
«Tiene algo innato que lo hace un artista plástico interesante. Me gusta especialmente su parte más salvaje de trazos muy fuertes, esa donde reina un desorden muy bien organizado», asegura Ramón Alcaraz, director de la galería. Sus cristos pop e irreverentes han dado paso a otros lienzos más sobrios, con menos marabús y más santidad. Antes de la conversión (la religión se ha convertido en su refugio) defendió su trabajo como chochonismo, lo que venía a ser que uno pinta lo que quiere y como puede. Ahora, sigue pasando del qué dirán. Flash &The Pan hace guiños al Blackstar de Bowie, a su Picasso robado, la Inmaculada Concepción y con Blasfemia hasta pinta con el culo: tras derramar acrílico y purpurina lo esparce con el trasero. En su aparición fabiana vaticina que sus cuadros pueden «convertirse en auténticos relicarios, que tienen poder curativo y artístico en cualquier galería que se atreva a colgarlos».
El Madrid de los 80
Fabio de Miguel (Madrid, 1957) mantiene su rostro afilado como un cuchillo, pero se encuentra muy, pero que muy lejos de aquella estrella de telenovelas porno que interpretaba a Patti Diphusa en Laberinto de pasiones. No sale, no se droga, acude a misa diaria y reivindica la figura de Franco y el mantenimiento del Valle de los Caídos. Fabio siempre fue excesivo. Demasiado, incluso, para sí mismo. Era el rey del petardeo, el que más molaba en el Madrid de los ochenta. Cantaba a los amores de alcantarilla y soñaba con convertirse en una mujer superficial con veraneos en Usera. Fabio parecía estar en todas partes y sobre él corren demasiadas historias, muchas sin verificar. En mi memoria, lo recuerdo en el escenario de la mítica sala Rock Ola, con chaqueta de luces y cresta rubia, entonando junto a Pedro Almodóvar ese himno llamado Quiero ser mamá; en el bar la Bobia esnifando pintauñas o tirado en la calle, a la salida de la discoteca Amnesia.
Nació un 8 de enero, el mismo día que David Bowie, algo más que una coincidencia como refleja bien en su pintura. Creció en Ciudad Pegaso, una colonia del distrito madrileño de San Blas, edificada para los empleados de Enasa, la empresa que fabricaba automóviles de ese nombre y donde su madre ejercía como secretaria. Trabajó como mecánico de camiones pero lo dejó (o lo dejaron) y se instaló en el barrio de Malasaña. No todo el mundo puede presumir de haber recibido la confirmación artística del propio Warhol. Sucedió en Madrid (la capital de la gloria en los años ochenta) en el curso de la exposición dedicada al artista norteamericano en la galería Fernando Vijande, en enero de 1983. «You are a star», le dijo en una de las noches locas por la ciudad. Y Fabio, que ya compaginaba la pintura con la música, arropado por sus amigos Costus o Tino Casal, siguió su línea pictórica. Vivía con ellos en la calle de La Palma, en el barrio de Malasaña, una fuente de inspiración continua. Bebió del estilo trasgresor que supuso el pop-art pero adaptado a su estilo, siempre motivado por sus impulsos y su estado de ánimo.
Ruptura con Almodóvar
Músico (ha grabado siete discos), compositor, pintor y, sobre todo, provocador, fue una de las figuras que alumbraron lo que se denominó la Movida madrileña. Era un fijo en los créditos de las primeras películas de un novel Almodóvar, como Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980) y Laberinto de pasiones (1982). Juntos grabaron su primer disco, ¡Como está el servicio… de señoras! y lo pasearon con éxito por los escenarios hasta que el director manchego, que ya iba camino del Oscar, se hartó de sus plantones y se separaron.
Esta también podría contarse como la historia de dos amigos íntimos cuyas vidas acabaron tomando caminos radicalmente opuestos al separarse. Mientras Pedro Almodóvar encadenaba un éxito tras otro como director de cine, Fabio sumaba rehabilitaciones. Se había metido de todo, según sus propias palabras, pero salió vivo del hoyo con la ayuda de su familia y de sus amigos. Abrazó la religión y centró su fuerza creativa en la pintura. Su vida anterior, la música, la composición, el cine y la provocación quedaron en el olvido, pero, casualidades de la vida, el arte vuelve a unirlos en sendas exposiciones en Madrid. Juntos pero no revueltos, el director manchego, Madrid, Chica Almodóvar, el día 11 en Conde Duque y Fabio en la galería madrileña My name is Lolita hasta finales de julio.