Houellebecq se encoge de hombros ante el mundo 'woke'
Filmin estrena, tras su éxito en Francia, la tercera colaboración entre el escritor y el director Guillaume Nicloux
No se puede decir que sea un buen actor, aunque hace bastante bien de sí mismo, al menos lo hace mejor que la mayoría de imitadores que intentan hacer de Michel Houellebecq en un concurso cutre celebrado en la isla de Guadalupe, en las Antillas francesas. Allí acude el escritor francés, acompañado por Luc, su guardaespaldas, como parte de un viaje en el que pretende presentar su último libro a la vez que escapar de una Francia metropolitana donde es perseguido por sus constantes polémicas.
Este es el argumento de En la piel de Blanche Houellebecq, última entrega de la trilogía que ha filmado Guillaume Nicloux en colaboración con el escritor galo y que fue precedida por El secuestro de Michel Houellebecq (2014) y Thalasso (2019). En esta ocasión, el famoso novelista comparte protagonismo con la humorista Blanche Gardi, que le hace de guía por la isla caribeña en esta hilarante película donde se precipitan estrambóticos sucesos que dan forma a una comedia negra muy particular.
Se trata de una grabación poco convencional, en la que los protagonistas se interpretan a sí mismos. El director ha buscado la naturalidad y comicidad que reina en la historia animando a los actores «a mentir, a equivocarse, a confiarse, a nutrir la fantasía», surgiendo así una divertidísima obrita que hará las delicias de los lectores del que es, actualmente, el escritor europeo más conocido y leído.
Un entretenimiento aparentemente inocente que guarda, en cada situación absurda, una carga de profundidad dirigida contra los dogmas reinantes en la sociedad occidental actual. Cuestionar todo desde el humor es más fácil, como enuncia el director con la cita de la escritora antillana Maryse Condé con la que se abre el film: «La risa es el primer paso hacia la liberación. Se empieza por reír. Reímos, entonces nos liberamos. Nos liberamos, entonces podemos combatir».
En la piel de Blanche… es una continuación de las dos películas anteriores. En la primera, el escritor debatía sobre literatura con sus secuestradores, mientras bebía y recurría a prostitutas para soportar un encierro del que culpaba al que era entonces el presidente de la República, François Hollande. En la segunda, en una tierna crítica a la sociedad del bienestar, es sometido a baños de vapor y a otros tratamientos junto a un Gérard Depardieu con el que discute sobre la existencia de Dios: es ahí cuando nos enteramos de que su supuesto secuestro fue ordenado por Hollande para impedir que se presentara a las elecciones y se las ganara.
«Un Bataclan al revés»
En esta tercera entrega sigue presente la figura de Hollande, que le socorre al final de la película, pero lo que está presente como un fantasma a lo largo de todo el metraje es la entrevista que le realizó el filósofo Michel Onfray hace unos años: a modo de disculpas por sus declaraciones, Luc, su guardaespaldas judío (y secuestrador en la primera entrega), dice en varias ocasiones que la entrevista fue grabada sin el consentimiento del escritor aprovechando su estado de embriaguez, lo que nos lleva a recordar con una sonrisa las aventuras televisivas de su amigo Fernando Arrabal.
Aunque en la película no se explica, el citado debate fue transcrito en la revista Front Populaire, una discusión de Houellebecq con Onfray sobre la decadencia de Occidente en el que el primero habló, entre otras muchas ideas controvertidas, del «Gran Reemplazo», la sustitución de la población francesa por una población no europea. Para el autor de Sumisión no se trata de una teoría, «sino que es un hecho». «Cuando territorios enteros estén bajo control islamista, creo que se producirán actos de resistencia. Habrá atentados y tiroteos en mezquitas, en cafés frecuentados por musulmanes… En resumen, habrá un Bataclan al revés», unas declaraciones que le valieron una denuncia del rector de la Gran Mezquita de París por «incitación al odio contra los musulmanes» y que le situaron en el centro de la crisis social y cultural que vive su país.
El Houellebecq de la cinta, lejos del incendiario de ocasiones anteriores, se presenta como El extranjero de Camus en versión cómica y posmoderna, un hombre que no entiende el mundo que le rodea y que muestra una total indiferencia ante él. Es así que Houellebecq calla constantemente, quizás porque ya ha hablado demasiado anteriormente, como le espeta la cómica Blanche en una nueva alusión a la citada entrevista: cuando le recriminan la poca negritud de sus obras, cuando le preguntan por cómo aborda desde la literatura el proceso de liberación de la mujer, cuando le sacan constantemente el tema de la opresión y la apropiación cultural en una isla habitada por descendientes de esclavos…, Houellebecq pone cara de memo y hace como que está a otras cosas. Se autoparodia, se ríe de sí mismo para reírse de paso de todas las doctrinas de lo políticamente correcto que gobiernan nuestro día a día.
Guillaume Nicloux resume brevemente la intención de la cinta: «¿Podemos hoy en día abordar temas importantes y complejos en una comedia sin sentirnos culpables? Liberarse a través de la risa para combatir ideas es un enfoque estimulante que me parece saludable».