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Concurso de verano: elija reina de España

El 18 de agosto de 1905, el diario ‘Abc’ convocó un concurso para designar la princesa con la que debía casarse el joven rey Alfonso XIII

Concurso de verano: elija reina de España

Ena de Battenberg, la princesa más bella de Europa, ganaría el concurso de reina de España.

El 16 de noviembre de 1870 unas Cortes en la que estaban presentes todos los colores del arco político español, desde republicanos a carlistas, eligió rey de España. Es un acontecimiento único en la Historia de España y raro en la del mundo, pero los diputados votaron libremente según sus ideologías: 191 lo hicieron por Amadeo de Saboya, hijo del rey de Italia, apoyado por el gobierno progresista del general Prim; 27 por el duque de Montpensier, hijo del rey Luís Felipe de Francia, casado con una hermana de Isabel II, la infanta Luisa Fernanda, la cual recibió también un voto. Hubo 63 votos por la República, 8 por el general Espartero, eminente figura del liberalismo, y 2 por el príncipe Alfonso, adolescente hijo de la destronada Isabel II.

Curiosamente sería este último quien, al cabo de cinco años de tremendas turbulencias políticas, terminaría subiendo al trono, en un proceso político llamado la Restauración que supuso la pacificación de España para cuatro décadas. Fue en la etapa final de la Restauración, un 18 de agosto de 1905, cuando se produciría un nuevo proceso de elección de monarca, en este caso de la reina de España. Pero no fue una circunstancia dramática como la elección de Amadeo de Saboya, sino algo festivo, simpático e intrascendente: un concurso para las lectoras de un periódico.

Lo organizó el diario ABC, un medio informativo declaradamente monárquico, aprovechando la expectación que despertaban los viajes del joven rey Alfonso XIII «buscando novia»”», para ofrecer una de esas diversiones que caracterizan el contenido de la prensa durante el verano.

ABC había aparecido como semanario en 1903, convirtiéndose en diario en junio de 1905. Para promocionarse ideó una serie de concursos que revolucionaron la tranquilidad de las clases medias a las que iba dirigido el periódico. El primer concurso fue a los pocos meses de aparecer, en septiembre de 1903. Anunció que un personaje desconocido, hombre o mujer, se pasearía por varias calles madrileñas y asistiría a ciertos espectáculos el domingo 27 de septiembre, llevando un sobre con 500 pesetas. Se las daría a la primera persona que le preguntase «¿Tiene usted las 500 pesetas de ABC?».

La idea era que todo Madrid se lanzase a la calle ese domingo, preguntándose unos a otros por las 500 pesetas. Habría sido divertido, pero al gobernador civil don Juan de la Cierva, un prócer muy serio, le pareció que alteraría el orden público y prohibió el evento. Las 500 pesetas serían «para cuatro niños pobres», de los cuales se publicaron las fotografías.

Pero en cuanto don Juan de la Cierva fue substituido en el gobierno civil por un regidor más tolerante, ABC volvió a la idea del sobre con una gran cantidad de dinero circulando de incógnito por las calles madrileñas, que despertaba tanta expectación. Esta vez anunció que dos empleados del periódico se pasearían por la calle de Alcalá, y a las 12 en punto de la mañana le entregarían cada uno 250 pesetas a las personas que tuviesen más cerca, siempre que llevasen en la mano un ejemplar de ABC. Ese día se alcanzó una cifra récord de venta de más de 40.000 ejemplares, y las aceras de la calle de Alcalá se llenaron de una multitud que casi no podía moverse. Uno de los sobres fue para una señora que iba con un niño en brazos y su marido, los tres con ejemplares del diario.

La empresa editora de ABC convocó otros concursos más convencionales, ninguno de los cuáles tendría tanta repercusión como los anteriores, hasta que las circunstancias de la alta política de estado ofrecieron otra oportunidad. En el mes de junio de 1905 Alfonso XIII, que acababa de cumplir los 19 años pero era rey desde el mismo momento de su nacimiento, realizó un viaje a Francia e Inglaterra. Entonces los personajes de la realeza no estaban sometidos al escrutinio del menor de sus actos como ahora, pero de todas maneras enseguida se corrió la voz de que «iba a buscar novia».

Lo cierto es que el rumor público respondía a la realidad. Un año antes, al cumplir los 18 años, el 17 de mayo de 1904, una comisión del Congreso que fue a felicitarle le planteó que era urgente que se casara. La preocupación de los políticos estaba justificada, Alfonso era el único varón de la Familia Real y no parecía muy fuerte. Su padre había muerto con 27 años, su hermana mayor, María de las Mercedes, que era la heredera, moriría poco después de esta entrevista, con sólo 24. Sin embargo el joven monarca, que había sido muy mal educado y pensaba que su voluntad era la ley suprema, les hizo un desplante a los diputados. Les dijo que pensaba casarse por amor y que no se iba a echar novia “por fotografía”.

La princesa del pelo blanco

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Se oponía así Alfonso XIII los planes de un matrimonio de estado que estaban haciendo, cada cual por su lado, su madre la reina María Cristina y el gobierno. Doña María Cristina quería que se casara con una princesa germánica y católica, como ella misma, mientras que el gobierno prefería una británica sin lazos sanguíneos, y que además acercara España a Inglaterra, que era la primera potencia del mundo. El ministro de Estado (Exteriores) se encargó de buscar la candidata adecuada y eligió a la princesa Patricia de Connaught, nieta del rey Eduardo VII.

Pero como el joven rey no quería echarse novia “por fotografía”, se organizó el viaje al que nos hemos referido, en el que Alfonso XIII aprovechó su paso por Francia para conocer otra posible esposa, Luisa de Orleans, hija del conde de París, pretendiente al trono de Francia. En Inglaterra encontraría no una, sino un ramillete de princesas entre las que elegir. Afortunadamente, hay que decir, porque la candidata del gobierno español, la princesa Patricia, tenía ya novio y no le hizo ni caso.

El joven monarca se quedó hecho polvo, no estaba acostumbrado a que lo rechazasen, y le preguntó a uno de sus acompañantes de confianza: “¿De verdad soy tan feo?”. Pero el disgusto se le pasó en cuanto vio a otra princesa británica que le gustó muchísimo, a la que apodó “la del pelo blanco”. Como Alfonso XIII no era discreto la princesa aludida le oyó y se enfadó. “Éste se ha pensado que soy albina”, comentó irritada.

La relación empezaba mal, aunque enseguida se encauzó. Ella era Ena de Battenberg, sobrina de Eduardo VII y nieta de la reina Victoria. No era de una realeza impoluta, porque su madre, la princesa Beatriz, se había casado con un inferior, pero en cambio era, sin duda, la princesa más bella de Europa. Para Ena, el impertinente joven español le daba una oportunidad de ascenso única, convertirse en reina de una antigua e importante dinastía. Además, Alfonso, aunque feo, era muy simpático, de modo que cuando le dirigió la primera fase que intercambiaron, “¿coleccionas postales?”, ella aceptó entablar relaciones.

Alfonso XIII volvió de aquel viaje de junio de 1905 con la candidata a esposa elegida, aunque para no disgustar a su madre aceptó realizar otro viaje en octubre por Alemania para pasar revista a las candidatas de la reina María Cristina.

Entre ambos viajes, el 18 de agosto de 1905 ABC tuvo una ocurrencia genial. Publicó una página con los retratos de ocho bellas principesas, y pidió a sus lectoras -solamente mujeres- que participasen en un concurso para designar cuál de ellas debía convertirse en reina de España. 

Era una idea novedosa, que el público, femenino por más señas, interviniese en la Historia, asumiese una especie de representación de la soberanía nacional para “elegir” reina. Lo de menos eran los premios que ofrecía el periódico, “un artístico abanico y una elegante sombrilla”, lo importante era realmente participar.

Y las lectoras participaron, pues enviaron más de 72.600 “papeletas de votación”, recortadas de la misma página en que aparecían los retratos. Ganó la que tenía que ganar, naturalmente, Ena de Battenberg, que recibió 18.427 votos, 5.000 más que Patricia de Connaught, que quedó en segundo lugar.

No es que el periódico hiciese trampas, es que el público ya había recibido noticias sobre el naciente romance entre Alfonso y Ena, empezando por los elogios –“No podéis imaginaros una muchacha más linda, más delicada y espiritual que esta princesa rubia”- que había hecho el famoso Azorín, enviado especial de ABC al viaje del rey… Aunque ya se sabe que Azorín, cuando el periódico lo enviaba al extranjero, se quedaba en su piso de Madrid y simulaba estar por ahí, pero eso es ya otra historia.

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