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Cultura

Amin Maalouf y el agotamiento de Occidente

El escritor libanés analiza el nuevo (des)orden mundial causado por el declive moral de Estados Unidos y Europa

Amin Maalouf y el agotamiento de Occidente

El escritor libanés Amin Maalouf. | El Universal (Zuma Press)

Las culturas occidentales, nacidas en Europa y prolongadas en Estados Unidos, viven esta tercera década del siglo inmersas en una aciaga profecía que señala, con algo más que argumentos, su inevitable ocaso. Un canto del cisne entonado, en buena medida, por las propias sociedades de Occidente, en las que se ha instalado una honda sensación de vulnerabilidad. Los hechos son nítidos: la emergencia de China —el gran gigante asiático— y la amenaza de la Rusia de Putin, en guerra desde hace dos años con Ucrania, sumada a la espiral de violencia en Palestina, que vive la tragedia del enésimo enfrentamiento entre Israel y los países de la órbita musulmana, señalan que la capacidad de Occidente para gobernar el mundo ya no es la que desde la Segunda Guerra Mundial venía condicionando la geopolítica mundial

No estamos en la mejor hora de la Historia contemporánea. Esta certeza ha hecho que Amin Maalouf (Beirut, 1949), escritor libanés afincado en Francia, premio Príncipe de Asturias y miembro de la Académie française, se cuestione si vivimos realmente el hundimiento definitivo de la cultura europea y norteamericana o, en cambio, pasamos por una crisis seria pero de impacto coyuntural. El resultado de su reflexión es un ensayo político —El laberinto de los extraviados. Occidente y sus enemigos (Alianza)— donde intenta explicar las razones de este agotamiento y su consecuencia: la configuración de un nuevo (des)orden mundial. 

A primera vista —sobre todo desde una óptica europea— la impresión es que, en lugar de un argumento lineal, la política internacional, ese juego de correlación de intereses, fuerza y ambiciones, carece de un sentido concreto. Occidente contempla su hipotético declive como una anomalía, no exento de desconcierto. Maalouf, en cambio, cree que en el centro de este aparente caos —cambio climático, guerras de dimensión global, manipulación genética y la entronización, no necesariamente democrática, del futuro imperio de los algoritmos— existe un significado, aunque no sepamos descifrarlo. Su ensayo trata de encontrar una solución al marasmo de hechos, muchos desvinculados, que horadan los valores occidentales, al tiempo que hace una sabia autocrítica: Occidente vive una suerte de prórroga de su vieja hegemonía (que es seguro que no va a ser eterna, igual que no lo fueron los imperios antiguos y muchas otras civilizaciones) que exige, en bastantes cuestiones, un cambio de actitud. Más humildad.

Para entenderlo es necesario —y así lo hace el autor libanés— retroceder al menos dos siglos y recurrir, como siempre, a la Historia. Maalouf centra su análisis en el devenir a lo largo de las dos últimas centurias, con fugas hacia un pasado algo más remoto, de cuatro países que en su momento supusieron un desafío para Occidente y ahora pueden protagonizar —de otra manera y con otros intereses— otro frente antagónico a Europa y Norteamérica: Japón, que tras el pacifismo de la última posguerra mundial vuelve a convertirse en una nación con ejército; la Rusia soviética, cuya herida alma imperial, destruida con la caída del muro de Berlín, alimenta los delirios de Putin, apoyado por la iglesia ortodoxa y líder autócrata de la última gran metamorfosis nacionalista; la descomunal China, donde confluyen una civilización milenaria (el Imperio del Centro) y la gran paradoja de un país sin libertades, comunista, convertido al capitalismo; y la encrucijada de Estados Unidos, la Roma de nuestra era, sumida en una situación (electoral) equivalente al declive del antiguo imperio del Mediterráneo. 

Maalouf desgrana la evolución de estos sistemas de poder (e intereses) para tratar de desentrañar si estamos a las puertas de un ciclo histórico distinto o en las vísperas del nuevo Armagedón. El mayor temor del escritor libanés es que, ante la indiscutible crisis occidental, el mundo se quede sin un modelo moral, ya que las fórmulas alternativas —todas con origen y destino en Asia— también carecen de respuestas para salir de este laberinto geopolítico, donde la democracia y la paz ya no son —necesariamente— valores estables, sino temporales. 

Un nuevo escenario

La inquietud de Maalouf, que ha dedicado a esta misma cuestión otros ensayos anteriores —El desajuste del mundo y El naufragio de las civilizaciones (ambos en Alianza)—, tiene una indudable base: la convención surgida tras la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, y la etapa posterior de la Guerra Fría, finiquitada tras la caída del telón de acero, que dio paso en los noventa la era de la globalización, se ha transformado por completo

En buena medida, este cambio de escenario tiene mucho que ver con las omisiones, errores y renuncias de Occidente: el abandono de la Rusia postsoviética a su suerte (que favoreció la consolidación de un régimen nacionalista, antidemocrático y reaccionario), los desequilibrios nunca resueltos del eterno conflicto palestino-israelí, la incapacidad de Europa para construir una alternativa política con capacidad de influencia, que descargue a Estados Unidos de su condición de gendarme internacional, y la propia crisis de identidad de Norteamérica. 

Todos estos factores juntos nos han conducido –escribe Maalouf– «a uno de los momentos más peligrosos de la Historia». En este tablero lleno de desequilibrios, donde los avances tecnológicos operan como otro factor de desestabilización –el ejército de la propaganda está en las redes sociales– y la carrera armamentística resucita, parte de los antiguos países en vías de desarrollo, como India, Brasil o Sudáfrica, ahora potencias de orden económico, todavía no han elegido bando, pero son muy críticos con la soberbia de Occidente. De fondo aparece el inquietante renacer de los conflictos identitarios, que se manifiestan en Europa y en Norteamérica a través del culto a unas minorías (establecidas en función de la religión, las preferencias sexuales, la procedencia o los hábitos culturales) que segmentan el tejido social. 

Nuevas formas políticas –como el populismo– se han vuelto dominantes. La resurrección de la ultraderecha y el sectarismo de las izquierdas (burguesas en vez de proletarias), contaminan la atmósfera internacional, amenazando los mínimos equilibrios democráticos y favoreciendo nuevas inquisiciones tribales. Pero, a diferencia de lo que sucedía en la Guerra Fría, donde eran el comunismo y el capitalismo los únicos contendientes, las fronteras ideológicas ahora se han desdibujado. Es quizás lo que más desconcierta: un mundo con nuevas guerras, donde se reabren conflictos seculares y el holocausto deja de ser una mera ensoñación, que ya no se entiende con los viejos conceptos de izquierda y derecha, sino en función de la lógica de los señores y los vasallos. Una Edad Media con tecnología, pero regida por la hybris de siempre.

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