THE OBJECTIVE
El purgatorio

Ángel Antonio Herrera: «Echo de menos a Ángela Rodríguez 'Pam', fue mi musa»

El poeta y periodista presenta en El purgatorio su nuevo libro, ‘Salvaje España: Retrato de la nueva modernidad’

Me advierte Ángel Antonio Herrera (Albacete, 1964) de que hubo un tiempo en que le llegaron unas cuantas demandas. Años de su presencia en las tertulias del corazón. Momentos pasados de los que no reniega, pero a los que tampoco añora, porque hoy muchos famosos, así lo defiende, son gente cuyo oficio máximo es haber estado en un concurso. Gente sin oficio. Herrera sí tiene uno que son varios a la vez, el amor por la palabra, el respeto a la palabra, la dedicación con la palabra. Periodista, escritor, poeta, tertuliano, observador, curioso, cabreado, libérrimo, irreverente, todo en uno. Todo en este albaceteño que lleva toda su vida en Madrid y ha publicado un nuevo libro Salvaje España: Retrato de la nueva modernidad.

PREGUNTA.-¿Usted diferencia entre una alta y una baja cultura?

RESPUESTA.- No, por decirlo de alguna manera rápida. Si afinara mucho, a lo mejor. Pero no: hay cultura e incultura.

P.- O sea, entre Lola Flores y Rainer María Rilke, hay cultura.

R.- Sí, son dos figuras de la cultura en general. Tengo un credo muy promiscuo respecto a lo que son los personajes de la cultura o las obras. Naturalmente, me parece que conforman, aúpan y cimentan una cultura Rilke, Baudelaire, Lorca, pero también Camarón de la Isla, Rosalía o Lola Flores. Es decir, ante estos personajes que parecen más del folclore, que es un término aparentemente más peyorativo que el término cultura, ilustración o literatura, pues creo que todo conforma lo que es la vida popular de la cultura que abarca todo, desde el cocido hasta la absenta.

P.- ¿La televisión es cultura? 

R.- Sí, creo que es cultura. Luego están los contenidos, que ese es otro asunto, aunque no censuro a un medio de antemano. Claro que me parece que la poesía es un arte noble y a lo mejor una tertulia televisiva no tanto o no, directamente. Ahora no me atrevo a decir que una cosa es cultura y la otra, es decir, el hombre vive inmerso en una cultura que ha de abarcarlo todo. Es verdad que hay algunos contenidos televisivos que son garrafón, pero también los hay en los periódicos y también los hay en la literatura y en muchos museos.

P.- Ya que hablamos de televisión, quiero preguntarle por los famosos. No sé si tiene una decepción o una crítica de que los famosos ya no son famosos como tales, o al menos esa categoría de famosos que antes sí teníamos.

R- Bueno, he hecho durante muchísimos años, crónica de gentes: una crónica de sociedad que creo que es un género literario en el periódico o en las revistas, y lo he ejercido además con gusto y creo que con bastante criterio durante mucho tiempo. Lo que ocurre es que mi materia ahí era gente que tenía un oficio, y que desde el oficio o la labor, había logrado una fama, una resonancia. Hablo de actores, de cantantes, pero con trayectoria, no cantantes de un rato ni de trimestre. Es decir, personas que, efectivamente, desde su propio oficio han logrado una popularidad -lo que llamamos fama- e incluso son celebridades. Pero de un tiempo a hoy, creo que el famoso es un tipo que sale en televisión y es un famoso de garrafón, un famoso de trimestre, un popular de la nada.

No tiene oficio, habla de la vida privada, fundamentalmente de otro o de otra con el que convivió en un concurso. Entonces, en ese momento, sí que yo vi que mi labor de cronista no tenía sentido, porque yo he pasado mucho tiempo viviendo de Madrid, de la tarde y de la noche de Madrid como materia de trabajo. Es decir, frecuentando lo peor y lo mejor de esta ciudad. Y ahí sí que sacaba crónicas que hice mucho tiempo en Interviú y en el periódico El Mundo. Pero a la gente empezó a interesarle la gente que salía en televisión y, además, se ha producido un fenómeno que se puede rastrear de una manera perfecta.

Cuando alguien, un actor, un cantante, un artista, sacaba un disco, tenía cierta celebridad o resonancia, aparecía en televisión. Se ha avalado el fenómeno contrario, que creo que ya está en decadencia, pero es lo contrario. Es decir, la gente que sale en televisión se hace famosa porque está en televisión, pero no ha hecho nada más. La propia televisión levanta y sepulta a gente en muy poco tiempo. Además, ha cundido. Las revistas, por ejemplo, y a menudo también los periódicos, acogen páginas que se dedican a la gente que no tiene realmente nada que ofrecer, salvo la trifulca familiar o el contencioso de rellano, que es, al fin y al cabo, la televisión de concurso.

Ángel Antonio Herrera en un momento de la entrevista. | Víctor Ubiña

«No hay debate en los partidos. Hay una militancia férrea al lema de la mañana»

P.- Hay una frase en su libro Salvaje España que dice: «Ser famosa en España es dejarse insultar». 

R.- Sí, esto me lo dijo Lita Trujillo hace ya años en Madrid. A mí la frase me pareció que era un lema de oro para lo que ocurría. Una fama fundada en la injuria, y yo, que no he sido una persona de demasiados miramientos para meterme en asuntos de la crónica, todo aquello ya empezó a parecerme mal. Y eso que he sido siempre una persona bastante salvaje o crítica a la hora de hacer crónica de salón o páginas de sociedad.

P.- Hablando de famosos, se hizo mucho elogio de una intervención suya en Espejo Público hablando del fallecimiento de Julia Muñoz. Porque tendemos a que cuando se muere alguien, aparte de todo el carácter humano de lamentar una muerte, vamos al elogio. Y llegó usted a decir que Muñoz había sido un grandísimo corrupto de la época de los mayores corruptos. 

R.- Es que a mí no me gusta que cuando ha de hacerse el obituario haya que celebrar al personaje. El retrato tiene que ser completado desde los aspectos positivos y los negativos, y esto no lo digo para hacer saludable mi maldad o mi malicia a la hora de hacer un retrato, sino esencialmente, para ser honesto con el oficio. Los personajes, desde un Rolling Stone a un alcalde corrupto de Marbella, tienen unos costados vistosos y otros que no lo son. Aquel que hace la crónica está obligado a señalar las dos partes. Es la técnica de la rosa y el látigo, tan antigua. Voy a decir algo positivo, pero enseguida hay que dar algo negativo para realmente hacer real el personaje. 

Luego he de decirte, respecto a los personajes, que yo creo en la palabra personaje. Cuando he hablado de gente, no de este alcalde que efectivamente encarna lo peor de una ciudad saqueada como Marbella y que viene de lejos el asunto y de otros personajes similares. Pero cuando hablo de gente que existe, que es real, ya para mí son personajes. Luego, cuando escribía crónicas y la gente se molestaba. Me los encontraba en las fiestas y nunca supuse que eran aquel del que yo había escrito. Es decir, que los veo como personajes de ficción que uno luego encuentra en la calle o en un plató de televisión. A mí siempre me pillan el despiste cuando alguien, en fin, me censura algo que he escrito o que no le gusta. 

P.- Sé que sigue estas entrevistas de El purgatorio. Sabrá entonces que siempre preguntamos por la relación con la fe de los invitados. La fe entendida de un modo muy amplio.

R.- De modo muy amplio tenemos que verla. Tengo fe en pocas cosas, francamente. Quizá tengo fe en mí mismo, pero según los días, y cierta fe en el talento de algunas gentes. Luego, respecto a la fe propiamente dicha. Es decir, la fe en su acepción más inicial, la fe de religión, no la tengo. O sea, soy ateo, pero no soy ateo sólo respecto a Dios, sino de muchas cosas. Soy un ateo del mal gusto, por ejemplo. Claro, práctico también el ateísmo de las gentes que utilizan emoticonos, por ejemplo, o dicen «finde». Podría ser un ateísmo general, en asuntos que me molestan. 

P.- ¿Cuál ha sido esa materia donde tenía una convicción fuerte y en la que ha perdido la fe?

R.- Por ejemplo, que con el paso de los tiempos, la amistad se puede resentir por cosas que yo no sospechaba. No pierdo la fe en la memoria, que a mí me parece una fuente de goces y también de desastres. Y diría que es una fe menor tener cierta confianza en algunas cosas, que es como tener esperanza en algunas cosas. Pero tengo poca fe. 

P.- ¿Ha perdido la fe en la política?

R.- En la política, sobre todo últimamente, de un modo clamoroso. Estos últimos meses son devastadores, no hay por donde cogerles. Desde Ayuso hasta Sánchez, Feijóo en el otro lado, o Ábalos, exÁbalos o Ábalos en curso. El nivel es ya tan ramplón que a mí me es difícil hincarle el diente a estos asuntos de la política,. Me cuesta encontrarle la esquina a un tema porque no tienen ninguna enjundia en la palabra, ni en el ingenio, ni en el riesgo.

Y se ha convertido todo en un asunto que a mí me parece muy cercano a las reuniones de vecinos, a estas reuniones de rellano a las que no hay que ir nunca, pero que si uno va una vez, sabe que metió la pata seriamente y que lo que iba sospechando es aún peor. Son cuestiones particulares de medianera, de vecindario, levantadas en política a aspectos generales de la vida.

P.- Discuto en ocasiones con compañeros de oficio, cuando de repente aparecen ciudadanos que pregonan su nula atención a lo que digan los medios, que no consumen informativos, ni periódicos, nada. Y a mí, al contrario de lo que muchos piensan, me parece razonable.

R.- Yo es que me cabreo pronto. El cabreo es una costumbre española que además… Mira, en eso no he perdido la fe, en cabrearme mañana de nuevo. Entonces el cabreo para mí es un estímulo para escribir, no diré que es una esclavitud de mi trabajo tener que estar atento a lo que ocurre en la política, porque a mí mi trabajo me gusta, pero asisto con cierta vergüenza al panorama político.

Es que no tiene calado, es una cosa que puede ser apasionante, pero a mí no me apasiona nada. Haber condescendido a estos niveles de… en fin, perdularios de lo personal en general, llevado eso aspectos principales de la de la higiene o la salud pública que no pasan por ahí.

«El nivel es ya tan ramplón que a mí me es difícil hincarle el diente a estos asuntos de la política»

P.- Aunque ahora el asunto informativo ande volcado en otras lides, este 2024 será el año, entre otros nombres, de José Luis Ábalos. Ábalos con Koldo, Aldama, el caso de las mascarillas, el piso de Jessica en la Plaza de España, los matrimonios, las amantes. El otro día, decía Juan Manuel de Prada: «Me gustaría escribir una gran novela sobre Ábalos»… A usted, como poeta, narrador, escritor, ¿también le pondría una novela con o sobre Ábalos?

R.- La parte de Ábalos que a mí más me seduce para escribir es cómo desde la amistad, desde esa amistad muy española del cubateo, puedes lograr la felicidad o el edén, con trinque o no de por medio, o realmente irte a la cárcel. Esto es lo que a mí me interesa del panorama político del momento. Hay una trastienda que tiene que ver con lo español, a lo mejor con lo peor de lo español, pero desde luego, lo muy vigente es esa amistad casi taurina, inquebrantable, entre gentes que en algún momento ven un negociete o un negociazo. Y eso desde la desde una amistad que no sé en qué anda fundada pues levantan un tinglado que puede llevarlos al declive o al infierno puro. Hay que hacer un Torrente para meter a Ábalos.

P.- Claro, con la cautela para ver si después es o no condenado, hay actitudes que son así.

R.- Que superan el afán, la ebriedad que pueda tener cualquier vocacional de la escritura, del relato de la conjetura. Ábalos es extraordinario en ese sentido. Su faceta política no me importa ya nada. Sin embargo, la personal adquiere una relevancia enorme porque entronca con cierta cutredad nacional que nunca se extingue. Y miramos este caso de Ábalos porque es reciente, pero podríamos irnos a periodos no tan lejanos, con gentes que a mí me han servido mucho para escribir, porque son también estímulo, como Ángela Rodríguez Pam, la antigua secretaria de Igualdad, que ha sido para mí una musa absoluta. Cada vez que salía, era un neologismo, un brinco verbal y eso para escribir daba muchísimo juego.

P.- ¿La echa de menos? 

R.- A ratos, sí, porque no es fácil encontrar una mujer como Pam en el panorama. Es como los dadaístas, que en la errata encontraban un hallazgo. Son gente, Pam, Koldo, Puente, que de pronto, en una tertulia con copas y amigos, empiezas ya a desbridar y se te ocurren personajes que ya la vida diaria te los ofrece con el DNI.

Ángel Antonio Herrera durante la entrevista. | Foto: Víctor Ubiña

P.- Ángel Antonio Herrera ha escrito Salvaje España: Retrato de la nueva modernidad, un compendio de artículos, de escritos, retratos que ha ido publicando en el diario Abc durante los cuatro últimos años. Y donde cabe desde Belén Esteban a la actualidad política con la pandemia, las mascarillas, las redes sociales, los modos de amar…Visiones de esta persona que tengo aquí delante, que no ha perdido la curiosidad.

R.- Hablábamos de la fe y se me ha pasado esto, quizá la fe mayor que tengo es la fe en la curiosidad, que es la proteína de esta labor nuestra.

P.- Le decía antes, no se me cabree, que le veo más joven que nunca escribiendo. No tiene redes sociales, pero no le da la espalda al mundo de las redes. Intenta comprenderlo, intenta saber qué es Tinder, por ejemplo.

R.- Agradezco el apunte de mi juventud desde el texto, soy un joven veterano. El libro abarca todo, es un libro coral, como todo lo que he hecho yo siempre en prosa y que no desdeña nada. Es decir, es una mirada salvaje y es una mirada alegremente abierta a lo que ocurre. Claro, desde el panorama político hasta las últimas bobadas o no tan bobadas de internet. A mí me interesa mucho lo de Internet, porque es un fenómeno que ocurre y que además lo digital ha sido la gran zancada de los últimos tiempos, lo que pasa es que yo no dedico ni un solo minuto a tener redes sociales porque no me interesan. Ahora bien, vivo en Madrid y vivo en el terreno en el que a uno le ha tocado funcionar y de interesarme por todo.

Y veo que el pensamiento ahora es un bikini porque la gente está todo el rato en Instagram exhibiendo, haciendo escaparatismo de la vida. Esto a mí me interesa mucho como gran fenómeno quizás de la nadería, pero la gente invierte tiempo en eso. La gente va a un restaurante y lo último que piensa es a lo mejor en la tertulia o en la compañía, lo primero y lo último es hacer un retrato a una lubina.

Esto es perfectamente surrealista, que es desde donde lo veo yo. Cómo uno se va sustraer a esto que ahora es tan masivo y tan abusivo. Ahora, yo, en fin, sigo fiel a usanzas de mi vida antiguas, que son las que me nutren: la lectura, la curiosidad naturalmente que sí, que va desde un libro a una última cosa pirotécnica que hagan en internet. Nunca doy la espalda a nada.

«En España no caben tantos fachas y rojos»

P.- Deja constancia de este libro, además, haciendo un repaso de lo que era moderno hace tres años, de que a veces lo moderno puede ser una absoluta gilipollez.

R.- Lo moderno, por buscar una acuñación rápida, sería una actualidad que se mira en el espejo ahora mismo. Yo no comparto que lo último sea importante, pero constato que es así. Mi opinión es una opinión más, tan deplorable o tan elogiosa como la de cualquier otro. Ahora bien, no estoy a favor de fomentar y de celebrar con aplauso incluso que las redes sociales son una gran herramienta cultural. No lo creo, creo que es un enemigo de la cultura. Puede parecer una opinión arcaica, pero va en contra de lo que yo entiendo que es esencialmente la formación humana y humanística de cualquiera que tiene que pasar por la lectura, por el arte tradicional en sus moldes tradicionales.

De lo que estamos hablando, que es de lo de que hago coña, es del uso recreativo, vital, de experiencia que la gente hace las redes sociales, donde veo un mundo de misses. Es un mundo de una felicidad que no existe, porque para mí lo digital no existe realmente. O sea, hacemos muchas fotos con los móviles. No existen, no tengo fotos desde hace bastante tiempo. La gente tiene muchas fotos, pero ¿dónde están las fotos? Las fotos están en la nube, y todos estamos en las nubes. Habría que darle un poco de espacio a lo que han dicho siempre los antiguos, que es el tuteo personal, la emoción, el trato y eso se ha perdido.

P.- Y es interesante esta construcción de la doble personalidad. La persona que somos en la vida real y la persona que algunos queremos ser en redes.

R.- Por eso recelo tanto cuando la gente, amigos o conocidos. Me cuentan y me dicen: «Sabes que en internet está nosequé», yo recelo siempre, creo que todo es mentira, pero no porque ahora se haya fomentado lo del bulo y sea lo que está de moda y la verdad realmente sea una anomalía. Sino porque no me lo creo, me cuesta mucho, no tengo algo natural, arterial con este mundo de lo digital. 

P.- Sobre la verdad y la mentira, menciona en este libro aquella pregunta que tanta cola trajo de Alsina para Pedro Sánchez.  «¿Por qué nos ha mentido tanto, presidente?»… ¿Hemos normalizado la mentira con este presidente?

R.- Con este presidente y con el mundo de la política en general. El embuste ha cundido y se ha hecho hábito, y entonces es muy difícil encontrar la verdad. Decía Borges que la verdad, como la belleza, es frecuente. Ahora la belleza es frecuente, pero la verdad no tanto. Y entonces a mí el bulo como fantasía o como arte de la mentira me parecería bien, pero es que en la política no se practica el arte de la mentira, sino que se practica la artesanía de colocarle al ajeno que somos todos, un embuste por la conveniencia del momento político.

Y entonces a mí de eso lo que me molesta esencialmente, no es que me mientan, sino que me tomen por niño o por tonto, y entonces esto sí que no lo tolero y me ofende realmente. Eso es un fenómeno ya extendido, aquella pregunta de Alsina se consagró y levantó un debate esencial respecto a esto de lo que es verdad y lo que es mentira en la política. Fundamentalmente porque la verdad se está perdiendo.

P.- Porque aparte, fue la primera vez que el presidente de Gobierno reconocía en una entrevista que había cambiado de opinión, que fue la fórmula ideada en lugar de hablar de mentiras.

R.- Sí, pero es un eufemismo, porque no es cambiar de opinión realmente, sino colocarte un embuste para venderte otra cosa. Como nos han vendido la amnistía, por citar algo más o menos reciente y muy sonoro o muy importante. Conviene para seguir perpetuándose en el gobierno tener unas concesiones que serían inasumibles si se explicasen.

Entonces lo que hacemos es no explicarlas, decir que es otra cosa lo que estamos haciendo, pero mañana se enterará usted que por ley va a ser otro asunto y que realmente podemos vivir pendientes del secuestro de un tipo que está en el extranjero y que con un manojo breve de votos está manejando la política española. Pero voy a decir lo contrario, no va a pasar nada y no pasa nada.

Realmente a mí las cosas que más me molestan o me cabrean, son aquellas que tienen que ver con manejar el lenguaje al antojo del embuste, pero sin la fantasía o la imaginación que tiene aquel que realmente desde la palabra crea otra cosa. Es decir, el arte mismo en general sería, si lo hiciéramos de una manera muy básica, pues tendería a una definición que sea como el arte del embuste. Aquello de Pessoa, el poeta es un fingidor, claro, pero desde la imaginación o desde la creación, pero no desde el decreto ley o la malversación de fondos. Me molesta que utilicen palabras ramplonas para colocarme un asunto, caramba, que un adulto como yo, pues no se le puede vender. 

P.- ¿Ángel Antonio Herrera se encuentra huérfano políticamente? ¿Sigue yendo a votar o ya no tienes interés ni en eso?

R.- Sí, voy a votar, lo que no quiere decir que vote a un partido u otro. Pero vamos, que me molesto en ir a votar, creo que hay que participar.  Aunque estemos probablemente en la peor época política de las que yo recuerdo.

P.- Tiempos de polarización.

R.- Una palabra que tampoco me tiene encandilado, existe el cainismo que es lo que hay. La polarización, es una cosa que queda como casi agrícola, la veo como una palabra que es de pensadores urgentes que son los que generalmente piensan poco. El cainismo que entronca mucho más con que casi con un canibalismo, con el encontronazo, me parece que define mucho más lo que hay que polarización que parece es una palabra casi amanerada. 

Pero la polarización, si queremos usar el término, está no sólo en lo político, la polarización es a quien le gusta un artista no tiene que gustarle el otro, incluso tiene que combatir al otro. Se buscan enemistades de una manera permanente, no solo en la política. Por ejemplo, Broncano o Pablo Motos, esto es todo bajo el molde de la polarización.

E incluso a la gente que nos dedicamos a opinar a veces porque no hay otro remedio por oficio, enseguida intentan situarnos frente a otra cosa. Es decir, creo que en este libro se apunta en algún momento que España se ha llenado de fachas y de rojos, pero no caben tantos rojos y tanto fachas. O sea, en España no existen esas dos Españas de Machado que han de helarte el corazón.

Ángel Antonio Herrera posa en la sede de THE OBJECTIVE. | Foto: Víctor Ubiña

P.- No sé si está en contra, pero no termina de ver esto de las dos Españas.

R.- Es que no nos caben tantos fachas todos los días en el columnismo español o en las tertulias televisivas y tampoco nos caben tantos rojos. Además se ha perdido una cosa esencial. Yo hace no mucho hablaba con alguna gente y entre las que había algún ministro socialista del que no voy a dar el nombre y él me contaba que en algún momento los partidos políticos, cuando él militaba y tenía cargo estaba bien el debate, es decir, se celebraba el debate y la disensión o la discordia ideológica o de matiz dentro de un partido.

Estoy hablando en este caso del PSOE, pero probablemente también ocurría en el PP. Ahora eso es impensable, hay una militancia férrea al lema de la mañana y es verdad que hay algunos colegas, y esto no lo digo para elogiar a nuestro gremio, que se han dado más al activismo político que a la opinión. A mí me gusta la gente que le da un susto a su propia bancada en algún momento.

«El cabreo es un estímulo para escribir»

P.- Se ve cada vez menos esta cosa de cabrear a los tuyos.

R.- Yo veo obligado el desacato. Y creo que en la profesión deberíamos pensarlo un poco, nuestra labor es encontrar la verdad, y nuestra labor está también en la desobediencia o en la infracción. A mí me gusta el riesgo, o sea, me gusta arriesgar y creo que una opinión es un riesgo mayor. Uno arriesga una opinión al día en un sitio y entonces se expone. A tiempos radicales como estos se hacen necesarias también actitudes y opiniones radicales.

P.- Voy cerrando con Sabina, al que se le menciona en España Salvaje, ¿qué le ha parecido lo último de Sabina?

R.- Me parece un buen tema, en la línea más literaria de los últimos temas de Joaquín. Vuelve sin haberse ido en esa canción a lo que es la esencia de Joaquín, que es el mundo noctámbulo, el mundo arrastrado, tiene la mejor voz de España. Yo se lo dije eso en el último concierto de aquí de Madrid en Navidades, perdió la costumbre de dar una copa a los amigos y la recobró en este último concierto. Una cosa que él no llama dar una copita sino un besamanos. Y entonces, bueno, pues ahí nos juntamos una serie de gente y se lo dije, porque en Joaquín lo que se aúpa esencialmente es una personalidad.

Y fíjate, ha conseguido un imán que trasciende el cancionero. La canción es un vehículo de emociones y el cancionero de Joaquín para mí es muy bueno, y la última canción es el mundo de Sabina, del mejor Sabina, del Sabina casi prostibular, de la penúltima copa.

P.- ¿Ángel Antonio Herrera ha aprendido mucho de las noches?

R.- Sin duda, porque he vivido mucho de noche. La noche muy a menudo es el lado salvaje de la vida, pero la noche es también el lado enfermo de la vida. Yo he tenido a la noche como oficio sobre todo los años 80 y los años 90. Y fundamentalmente de los venenos o de los riesgos de la noche, y con esto quiero decir los riesgos físicos que uno contrae también a salir tanto y a ejercer tanto en la noche, me salvó la escritura, es decir, yo he vivido siempre pendiente de escribir.

Y eso me libró de muchos achaques y riesgos reales de la época de la movida en Madrid, mediados de los 80, que es cuando empecé a ejercer, y a lo largo de los años 90. La noche para mí ha sido un aprendizaje, un riesgo, todo, todo. Yo, además, reconozco en mis escritos y sobre todo en mi vida, que casi todo lo que me importa me ha ocurrido de noche, aunque no hubiera sido de noche. Porque aún vivo pendiente de esas cosas que generalmente solo pueden ocurrir en deshoras. Y para mí la deshora es nocturna. 

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