Winston Churchill: un héroe para el siglo XX
El 30 de noviembre de 1874, nació Winston Churchill, el más grande estadista del siglo XX. Su crianza en una de las familias más nobles de Inglaterra determinó una vida llena de paradojas
Winston Leonard Spencer Churchill nació hace siglo y medio en Blenheim Palace, casa solar de los duques de Malborough. Gracias a series como Downton Abbey conocemos esa institución británica que son las mansiones rurales de la aristocracia, con sus legiones de criados, pero Blenheim Palace era otra cosa. Para empezar es la única mansión inglesa que, sin ser propiedad de la Familia Real, se llama «palacio», porque en realidad es digna de un rey.
Un simple detalle: para jugar a los trenes, los niños de la familia disponían de un auténtico ferrocarril de vía estrecha tendido por la finca, con un trenecito como los de los parques de atracciones en el que se podían subir. En ese ambiente creció Winston Churchill, y esa fue su suerte y su desgracia, porque lo criaron como a un duque, pero no era un duque, siempre estuvo rodeado de riqueza, pero no era rico, siempre gastó más dinero del que tuvo, pero nunca, jamás, renunció al lujo más extravagante.
La imagen de un primer ministro que, en los bombardeos alemanes sobre Londres, se subía a la azotea de su residencia oficial para contemplar la batalla aérea y se hacía servir ostras y champagne, es reveladora de un carácter hedonista y temerario. Cuando en 1940 llovían las bombas, se esperaba un desembarco nazi en Inglaterra, todos los aliados habían sido ya derrotados por Hitler, y prácticamente todo el mundo menos Churchill esperaba que Gran Bretaña también sucumbiese ante el rodillo alemán, él decidió morir antes que rendirse, pero morir degustando sus caprichos, religiosamente irrenunciables.
Y es que Winston Churchill era hijo de Lord Randolph Churchill, a su vez hijo del VII duque de Malborough, pero hijo tercero, lo que quería decir que no le tocó nada de la fortuna familiar, tan solo el derecho a ser llamado «Lord». Lord Randolph resolvió ese problema haciendo lo que ya habían aprendido a hacer muchos nobles ingleses, casándose con una millonaria americana. De esta manera se pudo dedicar a la política, que era su vocación, pero que en la época era un oficio que no daba dinero, sino que lo costaba.
La millonaria americana, Jennie Jerome, era una perla, pues además de rica era bella, inteligente y protagonista en cualquier evento social, lo que se llamaba una socialicé. Desgraciadamente, no le quedaba tiempo para atender a sus hijos. El único afecto que tuvo Winston en su infancia fue el que le dio la señora Everest, su nanny, como llamaban genéricamente a las niñeras en las casas nobles.
En cuanto a su padre, Churchill cuenta en sus memorias que solamente habló con él una vez en toda su infancia, aunque sería determinante. Tenía unos 12 años y había estado jugando con su enorme colección de soldaditos de plomo, desplegando las distintas unidades en perfectas formaciones que cubrían todo el cuarto de juegos. La señora Everest creyó que el niño había hecho algo notable y convocó al padre. Una decisión que determinaría la carrera de Winston Churchill.
Una Nanny tenía mucho poder, estaba por encima de la servidumbre, se la consideraba casi de la familia, de modo que Lord Randolph, por primera vez en su vida, se ocupó de su hijo. Llegó al cuarto de juegos, estuvo un rato contemplando el despliegue y mantuvo su primera conversación con Winston. Al final le preguntó: «¿Te gustaría ser militar?», y el niño dijo que sí.
Winston estaba muy satisfecho, creía haber impresionado a su padre. En realidad, Lord Randolph pensó que el interés de Winston por los soldaditos demostraba su poca capacidad intelectual, y que, por lo tanto, la única carrera que podía seguir era la de las armas. Lo cierto es que el rendimiento de Winston en los tres colegios a los que asistió fue mediocre, por no decir francamente malo, y en la Academia Militar de Sandhurst siguió en ese nivel, sacando muy malas notas.
Con ese expediente, Winston Churchill sólo pudo optar a una plaza en un regimiento de húsares. Aparte de que los regimientos prestigiosos eran los de Infantería, los de húsares resultaban carísimos. El glamur se paga caro: un oficial de húsares tenía que vestir una gran variedad de uniformes que salían por un ojo de la cara, mantener una numerosa cuadra de caballos, incluidas jacas de polo, y pagar unas elevadísimas cuotas en la Mess, es decir, el comedor de oficiales, donde cada comida o cena era un banquete en el que corrían los vinos y champagnes de más precio del mercado. El sueldo que ganaba un teniente de húsares no cubría, ni de lejos, esos gastos, por lo que sólo podían ser húsares los hijos de familias muy ricas, pero ya hemos dicho que Winston no disponía de rentas suficientes. Por eso tuvo que desarrollar otra faceta de su personalidad que le llevaría a ganar el Premio Nobel de literatura.
Guerrero nato
El personaje de Churchill encerraba varias paradojas. Tenía un valor, una determinación y una confianza en sí mismo que demostró enfrentándose a Hitler cuando todo el mundo pensaba que era inútil. Pero al mismo tiempo padecía crisis depresivas que él llamaba, con sentido literario, «el perro negro». Era un conservador en política, un clasista sin complejos, un imperialista convencido, se oponía al voto femenino, y, sin embargo, salvó la democracia en Europa.
La primera de esas contradicciones fue la de hacerse militar, cuando claramente no servía para ello, no podía someterse a la rígida jerarquía castrense cuando se consideraba más listo y mejor que sus superiores. Y es que junto a su inadecuación para el cuartel resultó ser un guerrero nato, el inventor entre otras cosas de los tanques y de las fuerzas especiales. Le gustaba el olor de la pólvora, acudir a primera línea, exponerse al peligro. Es famosa una foto de 1911 del «asedio de Sidney Street», una operación contra una banda de terroristas en la que hubo que recurrir al ejército. Churchill, que era ministro del Interior con 35 años, aparece dirigiendo la operación con sombrero de copa y abrigo de cuello de piel, delante de los policías y justo detrás de un soldado que se prepara a disparar.
Por ese carácter belicoso y su aversión a la vida de cuartel, en cuanto recibió su despacho de teniente, comenzó a conspirar para irse a una guerra, la que fuese. Fue entonces cuando su madre, la socialité Jennie, que no le había hecho caso en los 20 primeros años de su vida, decidió preocuparse de su hijo. Jennie estaba en su elemento en las fiestas donde se reunían las fuerzas vivas del reino, y era capaz de seducir a cualquier ministro o general para conseguir mandar a Winston a donde quisiera.
En ese primer año de oficial, 1895, Inglaterra no mantenía ninguna guerra, pero daba igual, ¡su mamá mando a Winston a una guerra española! España se enfrentaba a los independentistas en la Guerra de Cuba, y Winston Churchill fue enviado como «observador» agregado al ejército español. Según los usos decimonónicos, no resultaba elegante que un oficial observador de un país neutral permaneciese al margen de los combates, y Churchill obtuvo su bautismo de fuego combatiendo en escaramuzas junto a los oficiales españoles.
Cuba sería determinante para Churchill por varias razones. Adquirió para toda la vida la costumbre de la siesta, que determinó su forma de dirigir la Segunda Guerra Mundial, pasando las noches en blanco. Se aficionó a los puros habanos, que serían el elemento más identificativo de su imagen -a los caricaturistas les bastaba con dibujar un puro humeante para que se identificara a Churchill- Y se le ocurrió escribir una serie de crónicas para el periódico Daily Graphic de Londres. A partir de Cuba, la escritura sería su principal medio para ganarse no el pan, sino el caviar, y esa carrera literaria le llevaría al Premio Nobel.
La corta hoja de servicios de Churchill en el ejército -sólo cinco años- se desarrolló siguiendo una pauta: su madre lo enchufaba con algún general que iba a emprender una expedición en cualquier parte del Imperio, y Churchill se incorporaba con el privilegio de ser a la vez oficial y periodista, para ganar dinero como corresponsal de guerra. Luego publicaba un libro que alcanzaba mucho éxito, y ganaba más dinero. Así estuvo en una expedición de castigo contra las tribus rebeldes de la Frontera del Noroeste de la India, en la que estuvo a punto de perder la vida, y en la reconquista del Sudán, una dura campaña en la que participó en una de las últimas cargas de caballería de la Historia.
A la tercera va la vencida. Su tercera experiencia bélica fue en Sudáfrica, donde Inglaterra intentaba imponer su dominio sobre los Boers, colonos holandeses que habían llegado allí en el siglo XVII. Churchill se incorporó a una fuerza que cayó en una emboscada y tuvo mucha suerte, porque muchos murieron, pero a él lo hicieron prisionero. Lo encerraron en un campo de prisioneros ingleses, pero logró escapar.
Durante el tiempo en que estuvo en fuga, la prensa británica comenzó a hablar de su hazaña, y cuando alcanzó las líneas británicas se había convertido en un héroe del Imperio. Él aprovecharía esta peripecia no sólo para escribir otro best seller, sino para iniciar una carrera política, presentándose a un escaño de la Cámara de los Comunes y ganándolo.
A los 26 años, Winston Churchill se convirtió en parlamentario e inició una carrera política que duraría 64 años, abarcado seis reinados, desde Victoria hasta Isabel II. Puede afirmarse que fue el más grande primer ministro de la Historia de Gran Bretaña, el mayor estadista mundial del siglo XX. Pero esto es ya otra historia.