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Historias de la historia

Chiitas y sunitas, trece siglos de guerra

El origen del conflicto de sacude a Siria está en la Alta Edad Media y, como casi todos los problemas de Oriente Medio, es religioso

Chiitas y sunitas, trece siglos de guerra

La batalla de Kerbala, en 680, marcó el inicio de la guerra secular entre chiitas y sunitas. | Ilustración tradicional

No intenten comprender los acontecimientos de Oriente Medio aplicando claves políticas, el factor determinante es siempre la religión. La noticia bomba de la semana pasada fue el derrumbe del régimen sirio y la huida de Bachar el Asad, lo que ponía fin a la guerra civil iniciada en 2011, según todos los medios informativos.

En realidad la guerra no empezó hace 13 años, sino hace 13 siglos, concretamente en el año 680, cuando se enfrentaron en la batalla de Karbala los ejércitos de Hussein, nieto de Mahoma, y el califa Muawiya, fundador de la dinastía Omeya. El conflicto era por la sucesión de Mahoma, es decir, por la jefatura de los musulmanes, que a partir de ese momento quedaron divididos en dos facciones irreconciliables, chiitas y sunitas.

Los chiitas eran los partidarios de Hussein, lo que podemos llamar la sucesión familiar. Los sunitas eran los partidarios de los califas (substitutos, en árabe) la camarilla política que rodeaba a Mahoma. Aquella primera guerra interna del Islam la ganaron los sunitas, que se convirtieron en la ortodoxia musulmana, muy mayoritarios en el mundo árabe. Los chiitas fueron los perdedores, pero nunca se rindieron, y pese a ser minoritarios han dado mucha guerra durante todos estos siglos, implantándose en Irán, la antigua Persia.

Ya en nuestro tiempo, en el siglo XX, se produjo en Siria una de esas paradojas que nos ofrece la Historia para nuestro desconcierto. Hace 60 años los chiitas, pese a ser minoría, dieron un golpe de estado y se hicieron con el poder. Para mantenerse allí, en contra de la mayoría de la población del país, que es sunita, recurrieron naturalmente a un régimen dictatorial, al que no le temblaba el pulso a la hora de la represión. La dictadura chiita tomó en 1970 la forma de dictadura familiar, primero con Hafez el Asad durante 30 años, luego con su hijo Bachar el Asad desde el año 2000, pero esto es anecdótico.

El caso sirio puede parecer excepcional, pero no lo es, sigue un patrón que ha funcionado en varios escenarios de Oriente Medio desde el inicio del siglo XX. Podría decirse que tras muchas centurias en que las minorías religiosas de la región soportaron el yugo de la religión dominante, el Islam ortodoxo sunita, encarnado por el despotismo brutal del Imperio Otomano, al desaparecer éste las minorías decidieron cambiar las tornas. Se prepararon, se fortalecieron, se hicieron más violentas que aquellos que siempre las habían oprimido y se tomaron la revancha.

El paradigma es Israel. Actualmente es un estado religioso, el «Estado Judío», que reúne a 7 millones de judíos, que viven en un universo hostil compuesto por más de 500 millones de musulmanes, árabes o iraníes. Sin embargo esos 7 millones tienen aterrorizados a los 500. A principios del siglo XX en Israel (entonces llamado por todos Palestina) solamente había un puñado de inmigrantes judíos europeos, seguidores de la ideología sionista. En 1921 eran ya 76.000, y en 1948, cuando se proclamó la independencia del Estado de Israel y se produjo la Primera Guerra Árabe-israelí, los judíos habían crecido extraordinariamente hasta 650.000.

Esta cifra era sin embargo irrisoria frente a varios cientos de millones de musulmanes, aunque hay que tener en cuenta que aquellos primeros sionistas traían de Europa un bagaje científico y profesional, una capacidad de organización propia del mundo moderno capitalista, frente al nivel propio de la Edad Media que existía en Oriente Medio. Por eso los judíos ganaron la guerra de 1948, y sobre todo, provocaron un cataclismo histórico en la Guerra de los Seis Días de 1967, cuando en menos de una semana hicieron trizas a los ejércitos de Egipto, Siria y Jordania, multiplicando su territorio por tres.

Desde entonces los países árabes han ido capitulando en su mayoría, sobre todo los más cercanos a Israel, que sólo esperan no irritar a su despiadado vecino. Todos tiemblan ante la impunidad con la que Israel perpetra el genocidio palestino en Gaza, con la que castiga al Líbano por intentar ayudar a los palestinos, con la que ha destruido en unos días todas las infraestructuras militares de Siria, aprovechando el vacío de poder y que el ejército sirio se ha esfumado. Tiembla incluso el supuestamente poderoso Irán, donde Israel ha realizado ya las acciones de castigo que ha querido, pero que se teme que sea su siguiente objetivo.

Cristianos

Otra minoría religiosa que ha sido capaz de dominar un país son los cristianos del Líbano. Desde los tiempos de la expansión musulmana los cristianos de Oriente Medio han padecido un pesado yugo islámico, con episodios de genocidio periódicos, sobre todo de parte de los turcos. Algunos se refugiaron en los territorios montañosos del Líbano, donde tenían mejor defensa. Cuando se desintegró el Imperio Otomano tras la Primera Guerra Mundial, el Líbano quedó bajo administración francesa, que favoreció a los cristianos.

En 1943, cuando Francia reconoció la independencia del territorio, se creó una República Libanesa en la que los cristianos tenían los principales resortes del poder. Esta supremacía cristiana fue constantemente atacada por los estados árabes musulmanes, pese a lo cual logró aguantar más de tres décadas. La llegada masiva de palestinos (musulmanes) en los años 70 desató en 1975 una guerra civil que duraría 17 años, en la que resultó decisiva la invasión de Siria, que llevaría a un cambio radical de la situación en Líbano, pues los cristianos dejaron de ser el grupo dominante y dieron paso a los chiitas de Hezbolah. Cuando Israel terminé con Hezbolah, que parece su objetivo actual, nadie sabe quien mandará en el Líbano.

Iraq es otro escenario donde se ha producido el dominio de una minoría religiosa. Curiosamente, Iraq es como el negativo de Siria, lo mismo, pero al revés. Es decir, es un país musulmán de mayoría chiita, por su proximidad a Irán, pero al igual que en Siria, en los años 60 se produjo un golpe de estado en el que tomó el poder la minoría religiosa sunita, estableciendo una dura dictadura sobre la mayoría chiita. Unicamente la invasión americana de 2003 logró destronar al dictador iraquí Sadam Hussein, y acabar con la supremacía de la minoría sunita. De la misma forma que la intervención de Estados Unidos, Israel, Turquía y las monarquías sunitas del petróleo, han acabado con la supremacía chiita en Siria.

Para terminar con este juego de concordancias entre Siria e Iraq, hay que señalar que en ambos países las minorías religiosas al asalto del poder se buscaron una misma identidad política, el Partido Baaz. Tanto Sadam Hussein como los Asad se declaraban baasistas. La adopción de esa etiqueta ideológica responde a la lógica.

El Partido Baaz (Resurrección, en árabe) fue fundado en Bagdad en 1947 por Michel Aflaq como un partido laico, nacionalista, socialista y panárabe. Algo tan moderno solamente se le podía ocurrir a un cristiano, ya que Aflaq pertenecía efectivamente a la minoría greco-ortodoxa de Siria, y tuvo una formación francesa, pues estudió Ciencias Políticas en la Sorbona de París.

Para cualquier minoría religiosa de Oriente Medio la ideología baasista resultaba atractiva, puesto que eliminaba las etiquetas religiosas que generaban su opresión. Daba lo mismo sunitas o chiitas, en donde fueran minoría se afiliaban al Baaz, lo mismo que hicieron muchos cristianos. El número dos de Sadam Hussein, su ministro de Exteriores Tariq Alí, era un cristiano iraquí. Sería ejecutado tras la invasión americana, de la misma manera que han masacrado a numerosos cristianos y miembros de otras minorías religiosas en Iraq desde que se terminó allí la dictadura de la minoría sunita.

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