La moda de los estoicos: ¿autoayuda o filosofía?
La actual curiosidad por este pensamiento refleja más las angustias del presente que interés por la antigua sabiduría

Estatua ecuestre del estoico emperador Marco Aurelio situada en la Plaza del Campidoglio, en Roma. | Marta Carenzi (Zuma Press)
Cualquiera que aún conserve la vieja costumbre de penetrar en esos templos antiguos que son las librerías y pasearse entre anaqueles y mesas de novedades, habrá observado de un tiempo a esta parte que hay una sección dentro del campo de humanidades dedicada al estoicismo. No la integran cuatro o cinco volúmenes heterogéneos, sino una selección bien nutrida que conforman un apartado específico y coherente. En Internet, en las redes sociales, pasa algo parecido y no en solo en la esfera literaria o cultural sino en las discusiones triviales y hasta en el ámbito de empresas, profesionales y ejecutivos. Pasen y vean: «Gestiona tu tiempo como un estoico», «el directivo estoico», «el poder del estoicismo»… O este pintoresco «Gestiona insultos como un estoico».
En este mundo en que vivimos, en el que nos hemos acostumbrado con la mayor naturalidad a que las tendencias y movimientos sean cada vez más efímeros, y hasta las simples novedades dejen de ser tales apenas pasadas 24 horas, la persistencia del interés por el estoicismo se perfila como una moda asaz duradera. ¿O quizá algo más que una moda? La conceptuación concreta del fenómeno me parece lo que menos importa dilucidar. Moda, tendencia o afinidad, tanto da, pues nos concierne e interpela más el hecho en sí, ajeno a una simple causalidad, de que hayamos dado en poner el foco en una corriente filosófica de más de 20 siglos atrás.
No seamos empero ingenuos o, al menos, no más de lo estrictamente indispensable. El fenómeno del revival estoico es tan evidente y ubicuo que muchos analistas se han lanzado desde hace ya varios años a tratar de desentrañar sus razones. He leído algunos de esos análisis y me ha parecido vislumbrar, tras unas consideraciones disparejas, de agudezas a obviedades, un lamento impostado por cómo se articulaba esta supuesta recuperación de un legado filosófico: esto que hoy se nos trata de vender con la prestigiosa etiqueta de lo estoico, se nos dice, poco tiene que ver con aquella corriente helenística que fundó Zenón de Citio. ¡Menudo descubrimiento! ¡Naturalmente! ¿Qué esperaban? Para llegar a estas conclusiones, como para ciertos viajes, no hacen falta alforjas de ningún tipo.
Por descontado, al ciudadano de hoy en día poco o nada le interesa viajar un par de milenios atrás para encuadrar el movimiento estoico en una época que le es del todo ajena. Ni historia ni filosofía, claro, pues, por ende, tampoco hará ningún esfuerzo para entender los postulados de una corriente compleja que solo puede entenderse cabalmente –como todas, por otra parte– en las circunstancias concretas en las que surge y se desarrolla. El ciudadano del siglo XXI se limita a extrapolar de aquel contexto algunas recomendaciones estoicas e intenta transplantarlas al mundo de hoy de modo tan simplificado y unilateral que solo cabe hablar de máximas estereotipadas. El estoicismo convertido en manual de autoayuda. Nada que nos pueda asombrar.
Ahora bien, lo que trato de mostrar es que esa no debe ser en modo alguno nuestra conclusión sino tan solo el punto de partida o una de nuestras premisas. La segunda de estas sería que esta curiosidad actual en torno al estoicismo nos dice mucho más acerca de las necesidades y angustias de nuestra época que sobre el contenido filosófico de aquel movimiento. Aunque, en este sentido, deben evitarse simplificaciones que en algún caso parecen producto de una pereza mental rayana en la estupidez. Me refiero al consabido paralelismo que algunos analistas quieren establecer entre aquella época y la nuestra, para reducir así la actitud estoica a reacción moral ante períodos de crisis.
Séneca y Marco Aurelio
No puede establecerse sin más tal equivalencia, primero, porque las diferencias entre el mundo antiguo y el nuestro son, al menos, tan importantes y numerosas como las concomitancias. Pero, sobre todo, porque el estoicismo es una corriente que mantiene su vigor durante al menos cinco siglos (¡cinco siglos!) y en ámbitos tan distintos como la Grecia helenística y el Imperio romano. Utilizar en estos contextos –y en una fase tan dilatada– el criterio unilateral de crisis carece de sentido. La desorientación de nuestra era obedece a móviles y rasgos privativos del momento y ello explica precisamente que se modulen los preceptos estoicos en un sentido individualista que escandaliza a los puristas… o simplemente a los que no han entendido nada del «préstamo».
Este último concepto debe entenderse en su acepción más cínica (¡mira por dónde, otra alusión filosófica!), indisociable de la conveniencia más prosaica. Así, la versión actual del estoicismo se presenta en forma de doctrina –lo que en rigor en sí nunca fue-, sobre la base de una apropiación tan oportunista como selectiva de algunos preceptos, desgajados del tronco original. En el mejor de los casos, el esquematismo o la simplificación –si solo se queda en eso- puede aceptarse cuanto más se limite la ambición interpretativa: quiero decir que salen mejor parados aquellos libros que se limitan a tratar el pensamiento de un solo autor (normalmente Séneca o Marco Aurelio) que aquellos que pretenden trazar un panorama in extenso del movimiento estoico. Son, por cierto, los estoicos romanos los que concitan con gran diferencia la mayor atención en el panorama bibliográfico actual.
Quienes no se hayan acercado al fenómeno podrán quizá reputar como severas las apreciaciones anteriores. No puedo entrar en argumentaciones detalladas, pero me bastará hacer un somero repaso de títulos, por cuanto a menudo ellos solos –y a veces también las portadas de los volúmenes– nos proporcionan pautas inequívocas de por dónde van los tiros.
Uno de mis títulos favoritos porque no precisa de glosa alguna es el de Donald Robertson: Piensa como un emperador romano (Temas de Hoy). Su subtítulo no es menos impagable: La filosofía estoica de Marco Aurelio para dominar tus emociones y gobernar tu vida. Es sintomático que otro libro, de Robert Clear, titulado escuetamente Estoicismo (Chasecheck) lleve en portada este largo subtítulo, que parece casi calcado del anterior: Doble beneficio. Piensa como un emperador romano. La guía para principiantes sobre la resiliencia emocional y la filosofía estoica de Marco Aurelio. Y hay algunos más, casi clónicos, que no cito por razones de espacio.
Calma y felicidad
Más mesurados pero en el fondo con el mismo mensaje, son los libros de un prestigioso filósofo italiano, Massimo Pigliucci, que ha encontrado en la divulgación de la filosofía estoica un auténtico filón. Mencionaré tan solo su libro más conocido, Cómo ser un estoico (Ariel), que lleva como subtítulo Utilizar la filosofía antigua para vivir una vida moderna. Sin comentarios. No menos diáfano en sus intenciones es el libro de Willian Mulligan: Ser un estoico. Guía práctica para vivir bien cada día (Paidós). Y la obra de Jonas Salzgeber tiene la virtud de sintetizar tras el título de El pequeño libro del estoicismo (Urano), los conceptos clave que interesan a estos autores y su público: Sabiduría, resiliencia, confianza y calma de la mano de los filósofos clásicos. La antología de textos clásicos que ha preparado Jorge Freire acierta al resumir todos esos conceptos en uno supremo, la felicidad: Felices como estoicos (Roca). En definitiva, si se trata de resumir, no cabe mayor precisión. Más que filosofía, lo que buscan los lectores en esta literatura es la piedra filosofal.
No caeré yo ahora en la tentación elitista de condenar dicho empeño. Cada cual es muy libre de buscar en los libros lo que crea oportuno. Y, ¿por qué no reconocerlo?, de esta ebullición estoica pueden extraerse, aparte de muchos beneficios para algunas editoriales, algunos provechos colaterales. Pues no todas las novedades bibliográficas flotan al nivel de autoayuda.
Merece destacarse en este sentido el esfuerzo de la editorial Arpa con introducciones y antologías que buscan un digno tono divulgativo. Las Lecciones de estoicismo, de Antonio Cascón Dorado tratan de moverse en ese registro, aunque no logran evitar algunos errores conceptuales, como atribuir la noción de «Dios Creador» a los filósofos grecorromanos. Puede complementarse con la antología que firman Javier Gomá, Carlos García Gual y David Hernández con el título de El estoicismo romano. Y también, como colofón, se puede acudir a los mismos filósofos, que sería lo más productivo de todo: el Manual de vida, de Epícteto; las Meditaciones, de Marco Aurelio y las Cartas sobre la vejez y la muerte, de Séneca. Acaso no lleguemos con su lectura a la felicidad, ni quizá nos sirvan para tratar con el jefe, pero por lo menos sabremos mucho más acerca de lo que era verdaderamente el estoicismo.
Referencias bibliográficas
Cascón Dorado, Antonio: Lecciones de estoicismo (Arpa).
Clear, Robert: Estoicismo. Doble beneficio. Piensa como un emperador romano. La guía para principiantes sobre la resiliencia emocional y la filosofía estoica de Marco Aurelio (Chasecheck).
Epicteto: Manual de vida (Arpa).
Freire, Jorge (ed.): Felices como estoicos (Roca).
Gomá, Javier; García Gual, Carlos y Hernández de la Fuente, David (eds.): El estoicismo romano (Arpa).
Marco Aurelio: Meditaciones (Arpa).
Mulligan, William: Ser un estoico. Guía práctica para vivir bien cada día (Paidós).
Pigliucci, Massimo: Cómo ser un estoico. Utilizar la filosofía antigua para vivir una vida moderna (Ariel).
Robertson, Donald: Piensa como un emperador romano. La filosofía estoica de Marco Aurelio para dominar tus emociones y gobernar tu vida (Temas de Hoy).
Salzgeber, Jonas: El pequeño libro del estoicismo. Sabiduría, resiliencia, confianza y calma de la mano de los filósofos clásicos (Urano).
Séneca: Cartas sobre la vejez y la muerte (Arpa).