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Cultura

Jacobo Bergareche y Mariano Sigman exploran las múltiples caras de la amistad

El escritor y el neurocientífico indagan en un nuevo libro sobre el significado de ser amigos a través de 75 entrevistas

Jacobo Bergareche y Mariano Sigman exploran las múltiples caras de la amistad

El escritor Jacobo Bergareche (i) junto al neurocientífico Mariano Sigman (d). | Olivia Torbado

En 2017, el destino decidió que Jacobo Bergareche (Londres, 1976), periodista y escritor, y Mariano Sigman (Buenos Aires, 1972), neurocientífico y divulgador, compartieran más que la casualidad de un barrio. Fueron vecinos, puerta con puerta en el barrio madrileño de Chamartín, un encuentro que se gestó cuando Sigman, recién llegado de Buenos Aires con su familia, se instalaba en la ciudad, y Bergareche regresaba a Madrid tras una larga estancia en Estados Unidos. Como ocurre con aquellas amistades que nacen sin esfuerzo, que se tejen en el incesante correr de los días, las circunstancias se alinearon para que algo perdurara, sin que ellos lo planearan.

Así, entre charlas sobre la vida, la ciencia y la literatura, entre mucha música y copas, surgió una relación que acabó dando lugar a Amistad. Un ensayo compartido (Libros del Asteroide y Debate, 2025), un libro en el que los autores exploran las diversas formas de este vínculo humano, a través de 75 entrevistas que revelan historias y reflexiones. La periodista Marta Peirano, la escritora Rosa Montero, la editora Eva Serrano, los cantantes David Otero y Jorge Drexler, entre otros de los muchos participantes. Algunas se podrán escuchar en forma de podcast en Onda Cero. A lo largo de esta investigación, Bergareche y Sigman invitan a repensar cómo entendemos la amistad, mientras nos cuentan cómo su propia relación, nacida de la cercanía cotidiana, se ha convertido en el motor de este proyecto.

Durante esta entrevista, la complicidad entre ambos resulta inevitable. Entre bromas, risas y algunas miradas cómplices, Bergareche y Sigman se comportan como dos viejos amigos, cuyas conversaciones no se estructuran, ni se hacen esperar. No existe un guion ni una formalidad; lo que hay es una conexión que surge de años de compartir ideas, dudas y descubrimientos. Cada respuesta, cada gesto, está impregnado de esa familiaridad que solo se consigue cuando el tiempo y la amistad se han fusionado. 

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Jacobo Bergareche y Mariano Sigman
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PREGUNTA:- Habéis entrevistado a 75 personas. ¿Qué criterios utilizasteis para asegurar una diversidad de perspectivas sobre la amistad? ¿Cómo elegisteis qué personas entrevistar y cuáles dejar fuera?

JACOBO BERGARECHE.- El experimento tiene más de improvisación de lo que le parece, o más de secuencia de ocurrencias. Teníamos pocos meses. Llamamos a amigos, los más distintos que podíamos encontrar.  No pensamos «que vengan tres musulmanes, cuatro judíos, uno de Bilbao, hombres, mujeres…». Realmente era mucho más cercano. Esta persona tiene algo que contar y la conocemos, y tenemos acceso a ella. Procuramos que hubiese mucha variedad y que la gente tuviese algo que contarnos, que nos alumbrara ideas sobre la amistad. Más que un empeño de paridad, intentamos identificar a personas que pensaran en profundidad. 

P.- ¿Hubo alguna historia o testimonio que os sorprendiera especialmente durante las entrevistas?

MARIANO SIGMAN.- Hubo varios. De hecho, cada uno, mientras hacíamos las entrevistas, tenía su cuaderno. Luego compartíamos ideas y los apuntes. Algunas nos conmovieron casi en el sentido más literal, por ejemplo, Jacobo se puso a llorar en un momento [le mira de reojo]. Algunas eran de una enorme tristeza. La amistad ocupa los espacios más luminosos, pero también los más trágicos de la vida. Cuando un chico de veintipocos años te cuenta que siendo niño salió con dos de sus amigos a cruzar el desierto para tratar de llegar al «país de los blancos», y en medio del relato te explica que uno murió en el camino, apela a una conmoción. A mí, de hecho, me conmovió especialmente la conversación con nuestros hijos, o sea, no nuestros hijos compartidos que no tenemos aún [ríen con mirada cómplice], sino con el mío y con la hija de Jacobo. Porque creo que de repente hablamos desde un lugar muy distinto con ellos. Es raro entrevistar a tu hijo porque la mesa, con el micrófono, es un lugar de mucha introspección y de mucha claridad de ideas. Es un sitio justamente parecido a lo que está pasando aquí: paras un tiempo, piensas e intentas esposar ideas con cierta claridad. Diría que el libro nace de aquellas cosas que nos conmovieron durante las conversaciones. Ese fue el punto de partida.

P.- ¿Cómo fue ese trabajo «en bruto», el de la transcripción de todas estas entrevistas? ¿Cómo os organizasteis? ¿Ibais escribiendo a cuatro manos?

JB.- Como dice Mariano, teníamos un cuaderno y las ideas que nos llamaban la atención. Había historias que, efectivamente, conmovían directamente por su dureza o por su singularidad, pero había otras ideas tremendamente atractivas y había que explorarlas. Por ejemplo, la interferencia entre ideología y amistad o la amistad entre hombres y mujeres. Había una serie de ideas que parecía que eran muy evidentes y otras que no lo eran tanto y que fueron apareciendo más adelante. 

MS.- Deliberadamente nosotros elegimos pluralizarnos. Nos fundimos y salimos muy rápido del estereotipo tentador de que él se ocupara de la parte más de humanística y filosófica, y yo, de la científica. Las ideas en los cuadernos eran como ventanas o puertas de entrada. Lo que hacíamos era convertir ideas en historias. Había un trabajo de investigación periodística de nuestro propio repositorio. Hubo un momento donde las cosas tenían ya tal grado de mezcla, que era muy difícil reconocer quién había escrito qué. Teníamos momentos, que para mí fueron muy virtuosos, reales, de escribir a cuatro manos. O sea, los dos sentados delante de la pantalla, buscando la palabra precisa. Y eso sí que es una búsqueda creativa para mí. Porque de la otra manera es más convencional: tú escribes y pasas por el filtro del otro…, al principio sí trabajamos así. Pero hay un momento en el que realmente creas a dos cabezas. 

«El sueño de un científico es poner en cuatro letras una verdad del universo. Creo que la amistad no admite esa explicación»

P.- Si tuvierais que escribir la definición de amistad para una enciclopedia del futuro o para un diccionario, basada en esta investigación, ¿cómo sería?

MS.- Podría ser una enciclopedia entera. O habría que hacer un juego de palabras, paradojas, como las de Russell, como aquello de que se trata de una definición que no puede definirse a sí misma. Además, es curioso. Está bien que salga esa pregunta porque es una especie de pulsión de nuestro sistema de intelecto y de cómo funcionamos. Entendemos algo en el momento que lo podemos abarcar con unas pocas palabras. Si yo tengo que explicarte algo con 80.000 palabras, entonces es que no lo entiendo. Y eso aparece en la ciencia. Como la fórmula E= mc². El sueño de un científico es poner en cuatro letras una verdad del universo. Creo que la amistad no admite esa explicación. Hay cosas que son muy elusivas en las definiciones. Hay otros vínculos que no son exactamente de amistad, pero las definimos así. El trato que tienes con el verdulero, por ejemplo, a lo mejor lo tienes porque te da algo. La amistad está plagada de intereses. Lo que pasa es que no está constituida solo de eso. O sea, tiene interés en el sentido de que hay una transacción. Te dan risa. Te dan cariño. Algunos también te dan acceso a sitios a los cuales no irías. Y, por supuesto, lo que sí está es esta idea aristotélica de que si tú agarras cualquiera de estos ejes de la amistad y lo llevas al extremo, en el caso del interés, por ejemplo, entonces se vuelve pernicioso. La amistad es una cosa polimórfica. Creo que uno se vincula mucho mejor con la amistad si uno acepta que no sabe lo que es, sin tratar de definirla.

P.- Mariano, si la amistad fuera una ciencia, ¿qué leyes o principios la regirían según lo aprendido en este libro?

MS.- Se parece a la biología. Casi que constitutivamente se trata de encontrar la regularidad en la diversidad. En la biología tienes bacterias que están a 8.000 metros abajo del mar. Tienes pájaros que vuelan, elefantes, plantas, musgos, personas que hablan y constituyen sociedades y que escriben libros. Cada una de estas es la manifestación de la vida. Este libro tiene algo de punto de encuentro donde cada uno de nosotros venimos de nuestra propia historia, desde distintos lugares. El libro es profundamente científico porque es un experimento, y de hecho con cierta jactancia voy a decir que creo que hemos hecho algo en la ciencia de la amistad que para mí es sorprendente, nuevo e interesante. Toda la historia de la ciencia de la amistad se basa justamente en este tipo de preguntas «¿cuántos amigos tiene una persona?». Siempre tiene que ver con tratar de promediar algo, pero nosotros, en vez de intentar resumir la amistad en un número, lo que intentamos es abarcar su diversidad de acuerdo con ciertos principios. Me parece que esa forma de abordar científicamente la amistad es más rica, y la ciencia más parecida a ese tipo de abordaje creo que es la biología. Hemos hecho una especie de abordaje taxonómico a la amistad. Como Ramón y Cajal que agarraba las neuronas y veía que eran todas distintas, grandes o pequeñas, y hacía una especie de taxonomía y trataba de festejar esa diversidad, encontrando que todas tienen axones. Yo soy Ramón y Jacobo es Cajal [ríe].

Jacobo Bergareche (i) y Mariano Sigman (d). | Olivia Torbado

P.- En el libro se menciona que la amistad no tiene la misma consideración social que el amor o la familia. ¿A qué creéis que se debe esta diferencia en la percepción social?

JB.- Hay películas como, por ejemplo, las de Bud Spencer y Terence Hill, pero no es tan frecuente. Lo que pasa es que depende de la época. Cada época tiene modas y una de ellas, que lleva unos cuantos siglos, es la del amor romántico que se ha impuesto. ¿Por qué? Porque es especialmente conmovedor y te ata a la silla. La telenovela juega con el amor romántico, pero también Tristán e Isolda, Romeo y Julieta, etc. Desde que eso se ha convertido casi en la estructura misma de nuestras ficciones favoritas, uno quiere una gran historia de amor, ¿no? Las historias de amistad no son muy interesantes en ese sentido porque no hay secreciones. Pero bueno, luego también están Los Goonies, que es una historia de amigos que, a la generación a la que yo pertenezco, nos encantó. Están Tintín y Haddock o Astérix y Obélix… Pero está claro que el amor romántico engancha más al espectador. La amistad es tranquila.

P.- Hablan muchas personas en vuestro ensayo. A mí me gustaría saber sobre vuestra amistad. ¿Cómo la definiríais? 

MS.- Para empezar, seguimos siendo amigos después de este libro, lo que es un milagro bastante sorprendente. Nosotros supusimos que cuando te aventuras en algunas cosas con un amigo, pones en riesgo la amistad. Eso pasa cuando montas una empresa, por ejemplo. Aquello mismo que te resulta atractivo pone en riesgo el vínculo. Nunca pensé así, en tipificar nuestra amistad. Hubo un invitado que se llamaba Andrés, que dijo que la amistad tiene muchas fibras. Y con cada uno, uno tiene fibras distintas. Entonces hay amistades donde, por ejemplo, la admiración puede ser una fibra de la amistad; la confianza otra, el divertimento. La amistad que tenemos Jacobo y yo tiene muchas fibras. Tenemos una amistad que creo que transitamos muy cómodamente. Somos un confesionario para el otro. Luego nos divertimos bastante, nos la pasamos bien: fiesteamos, jugamos a las cartas, escribimos libros. Yo toco a Jacobo más de lo que querría que lo tocara, pero…[ríe]. Y Jacobo me saca de paseo más de lo que yo querría que me sacara, y de fiesta y de juerga y de copas. Creo que nos admiramos y nos queremos. Es esta idea de que si una amistad está agarrada por muchas fibras es más fuerte. Hay amistades que tienen una sola fibra y son muy intensas, pero si esa fibra se rompe, es el fin. En cambio, hay otras que tienen estos cables gruesos que se agarran de muchos lugares distintos.

P.- Después de este libro, ¿veis la amistad de diferente manera? ¿Os ha abierto frentes que no teníais tan claros, o de los que no erais conscientes? 

MS.- Tuve la sensación con este libro de ser un niño que entra por primera vez en un zoológico y encuentra que hay todo tipo de criaturas. A mí esa diversidad no me genera rechazo, sino una curiosidad muy genuina. Aquí me pasó un poco eso. Hubo muchas expresiones de la amistad que a mí me enseñaron mucho. De ahí que no intentemos encapsularla en una definición, sino ensancharla en su espacio de posibilidades, de cosas que yo no hubiese pensado que eran amistades y que podían serlo. Salgo ávido de curiosidad de este libro. Entendí que por más de que yo pensaba que tenía una mirada realmente ancha, aun así, no era suficiente. Era mucho más miope de lo que pensaba por el filtro inevitable que uno tiene.

«La amistad tiene un claro perfil cultural y que en determinados sitios se es amigo de diferente manera»

P.- En el libro habláis de ese concepto de cuadrilla propio del País Vasco. Esas sociedades gastronómicas. De hecho, Jacobo, tu padre cuenta una anécdota en la que pregunta a qué amigo se refiere, a uno como en Bilbao o a uno como en Madrid. ¿Tú, que has vivido en Estados Unidos, ves esa diferencia entre amigos de diferentes ciudades o culturas? 

MS.- Cada persona tiene una experiencia vital distinta cuando está en otro sitio y en otras circunstancias. Lo de la cuadrilla es muy idiosincrásico del País Vasco. Parte de la identidad vasca es que hay una forma vasca de ser amigo. Creo que en realidad eso existe en casi todas las culturas, pero a lo mejor quienes viven esas culturas no tienen un foco puesto en que su seña de identidad y su manera de ejercer, por ejemplo, su argentinismo o su sevillanismo, pase por tener esta estructura en la amistad. Es que hay hasta sketches en la televisión vasca de lo que se llama la cuadrilla. Todos los vascos tienen chistes de la cuadrilla. Tienen muy, muy claro, que ser vasco pasa por tener una determinada estructura social en tu círculo afectivo. Eso realmente no les hace singulares, porque, como hemos estado viendo, en realidad la amistad tiene un claro perfil cultural y que en determinados sitios se es amigo de diferente manera porque hay unos códigos que rigen esas relaciones de la amistad. Un amigo nos contó que tenía un amigo indio que vivía en Nueva York y que cuando venía de visita se iban a dormir juntos en la misma cama. No es que fuesen homosexuales. Es que, por lo visto, en la India está la costumbre de que cuando vas a ver a un amigo te hace tanta ilusión estar con él que duermes a su lado. En Marruecos los hombres van de la mano. Eso es impensable 500 kilómetros más al norte. Entonces, realmente, sí, la cultura determina un montón los códigos de la amistad. 

P.- Pero luego también está esa parte, que uno de los entrevistados menciona… que «las verdaderas amistades solo pueden darse de uno a uno». Eso choca un poco con el concepto de cuadrilla, ¿no?

MS. Claro, son niveles de comunicación. La cuadrilla te da un lugar de pertenencia, te arropa, te permite ser grupo. Te aporta, además, actividades que son de grupo, como comerse un chuletón, o jugar un partido de fútbol, pero no te permiten descender a las honduras de «te voy a abrir mi corazón» porque inmediatamente salta uno «¡Pachi, qué maricona!» [ríe]. Claro, se extingue rápidamente cualquier tentación de hablar de tu corazoncito.

P.- Entonces si eres muy sensible, no llevas bien lo de la cuadrilla…

JB.- Entonces, no eres de Bilbao [entre risas]. 

P.- Si vuestra amistad fuera una playlist, ¿qué canción no podría faltar?

Ojalá, de Silvio Rodríguez. 

Los dos la dicen casi a la vez. No hay sorpresa entre su complicidad. Para otra entrevista quedan las historias que trae a sus recuerdos esta canción. O para otro libro.

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