The Objective
Ilustres olvidados

Los papas (y antipapas) españoles de la historia

El último pontífice nacido en nuestro país gobernó la Iglesia católica entre 1492 y 1503

Los papas (y antipapas) españoles de la historia

Rodrigo Borja o 'Borgia', el más conocido de los papas españoles.

Este lunes, a las 7.35 de la mañana, fallecía a los 88 años el papa Francisco. Durante toda esta semana, los medios de comunicación se han llenado de análisis que hacen balance del pontificado del primer papa hispanoamericano de la historia y también de artículos que miran al futuro: qué pasa ahora con el gobierno de la Iglesia, cómo se desarrollará el cónclave y, sobre todo, quién será el próximo obispo de Roma.

En Ilustres olvidados, sin embargo, la muerte del papa Francisco nos sirve para mirar al pasado. En efecto, esta semana hablaremos de los españoles que han liderado la Iglesia católica. Y ya les adelanto que ha habido de todo: santos, pecadores y hasta dos antipapas. Vamos con ello.

Dámaso I

Empezamos nuestra crónica de los papas españoles con Dámaso I. Lo primero que hay que decir sobre él es que nació en la ciudad de Egitania, que hoy en día forma parte de Portugal. Pero, como Egitana formaba parte de la provincia romana de Gallaecia, una de las divisiones de Hispania y que incluía actual territorio español, vamos a considerarle español en parte.

Dámaso fue el Papa número 37 de la historia de la Iglesia, reinando entre el año 366 y el 384. A él le debemos la introducción en la liturgia del ‘Aleluya’, vocablo que significa «alabad a Dios», y también del Gloria. Esta última oración se introdujo en el contexto de la herejía arriana que por esos tiempos azotaba a la Iglesia. El objetivo era dejar claro que Dios Padre y Dios Hijo tienen la misma naturaleza y que ambos son eternos.

Otro hito destacado del pontificado de Dámaso fue que él encargó la redacción de la Vulgata, es decir, de la traducción al latín de la Biblia. Además, durante sus años en el trono de Pedro, el emperador Teodosio promulgó el edicto de Tesalónica, por el que el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio romano.

Calixto III

Continuamos nuestro periplo papal con Calixto III, el primero de los Borgia. Alfonso de Borja, que ese era su nombre civil, nació en Canals (Valencia) en 1378. A pesar de nacer en una familia todavía humilde, su buen hacer al servicio del rey Alfonso el Magnánimo de Aragón y también en la resolución del cisma de Occidente —del que hablaremos en un momento— le hicieron subir en el escalafón eclesiástico. Sin ir más lejos, la mediación entre el monarca aragonés y el papa Eugenio IV le valió ganarse el capelo cardenalicio.

Llegó entonces el cónclave de 1455. La elección para suceder a Nicolás V llegó  a un impasse, por lo que los cardenales optaron por un papa de transición de edad avanzada. El elegido no fue otro que nuestro valenciano, pontífice número 209 de la historia de la Iglesia. En sus tres años de pontificado (1455-1458), Alfonso, que se coronó con el nombre de Calixto III, se centró en cuestiones políticas, como era habitual en el siglo XV. Lo más destacado en este aspecto fue su impulso a una cruzada para recuperar Constantinopla, que había caído en manos de los turcos dos años antes.

Si bien los reyes europeos no hicieron gran caso del proyecto de Calixto, este reunió dinero y hombres por su cuenta, lo que resultó clave en la decisiva batalla de Belgrado (1456), que logró cortar el avance turco en Europa. Las campañas contra los otomanos y la inestabilidad política en Italia consumieron su corto papado.

Alejandro VI

1492 fue un año de lo más destacado en el reinado de los Reyes Católicos, con la conquista de Granada y el descubrimiento de América. Y, entre esos dos acontecimientos, sucedió también la elección de un papa de la Corona de Aragón. Es sin duda el papa español de la historia más mediático, si se puede hablar en estos términos.

Rodrigo de Borja nació en Játiva en 1431. Era sobrino de Alfonso de Borja, de quien acabamos de hablar y que llegó a ser el papa Calixto III. Este fue quien promovió su carrera eclesiástica y quien le llevó a Roma, donde el joven Rodrigo aprendió a moverse como pez en el agua. Mientras aglutinaba cargos, prebendas y rentas, a Borgia le iban creciendo también los enanos. Hasta nueve hijos tuvo el cardenal valenciano a pesar de su condición de príncipe de la Iglesia.

Tras la muerte del papa Inocencio VIII, salió elegido como papa, el número 214 de la historia. Por cierto, fue el primer cónclave de la historia en celebrarse en la Capilla Sixtina. Dos factores favorecieron su candidatura. En primer lugar, su talento para las intrigas vaticanas, hasta el punto de que se sospecha que pudo llegar a sobornar a varios de los cardenales electores. El segundo elemento tiene que ver con el clima político de la época, centrado en la lucha contra el infiel y en la amenaza de Francia para el papado. Borja tenía muy buenas relaciones con los Reyes Católicos e Isabel y Fernando eran, al mismo tiempo, los reyes europeos que más celo habían mostrado en la guerra contra el Islam, con la reciente reconquista de Granada, y la monarquía que mejor podía hacer frente a Francia.

A pesar de estas altas empresas, el pontificado de Rodrigo Borja puede resumirse en sus luchas contra los estados italianos y con Francia, y el afán por colocar a sus hijos en el mayor número de cargos posible. Se podría decir que, con las particularidades de un romano pontífice, fue un monarca absoluto más en el escenario europeo de su época. Además de todo esto, a él se debe la división territorial del mundo entre España y Portugal tras el descubrimiento de América, que quedaría dibujada en la bula Inter cœtera.

Murió el 18 de agosto de 1503 entre rumores de envenenamiento, aunque hoy en día se apuesta más por la hipótesis de la malaria.

Los antipapas Luna y Gil Sánchez

Hasta aquí los papas españoles, a la espera de que el próximo cónclave pueda darnos una sorpresa. Sin embargo, no podemos terminar este episodio sin hacer una mención, aunque sea somera, a los dos españoles que fueron antipapas.

Para entender esto, tenemos que referirnos brevemente al llamado cisma de Occidente. Esta crisis en la historia de la Iglesia se prolongó de 1378 a 1417. Todo comenzó tras la muerte del papa Gregorio XI. Al elegir a su sucesor, el pueblo de Roma presionó para que fuera italiano, y así fue elegido Urbano VI. Sin embargo, muchos cardenales, en desacuerdo con su carácter autoritario, declararon inválida su elección y nombraron a otro papa: Clemente VII, que se instaló en Aviñón, Francia. Esto dividió a Europa: algunos reinos apoyaban al papa de Roma y otros al de Aviñón.

Durante casi 40 años, ambos papas se excomulgaban mutuamente. Finalmente, el Concilio de Constanza (1414–1418) logró terminar el cisma: se depusieron a los tres papas en disputa y se eligió uno nuevo, Martín V, restaurando la unidad papal. En este contexto, entra en juego Pedro Martínez de Luna, más conocido como el papa Luna. Fue el papa de Aviñón desde 1394 hasta 1423, reinando con el nombre de Benedicto XIII. Aunque fue considerado legítimo por sus seguidores durante gran parte del cisma, finalmente fue declarado antipapa cuando se negó a renunciar incluso después del Concilio de Constanza. Fue el último en resistirse, refugiándose en el castillo de Peñíscola, donde siguió proclamándose papa hasta su muerte. Sus adeptos llegaron incluso a nombrar a otro antipapa español para sucederle, Gil Sánchez Muñoz y Carbón, que se puso el nombre de Clemente VIII.

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