The Objective
Historias de la historia

Dictadores en fuga: el último zar

Hace justo un siglo se estrenó la mejor película de la Historia del Cine en la Exposición Universal de Bruselas de 1958

Dictadores en fuga: el último zar

La Familia Imperial rusa. Todos bellos, todos asesinados.

El acorazado Potemkin no solo es una obra maestra; el director soviético Sergei Eisenstein, el cineasta favorito de Stalin, logró una de las mejores películas históricas que se han hecho. Stalin quería celebrar el 20 aniversario de la Revolución Rusa de 1905, y la película recoge uno de sus acontecimientos más dramáticos, la sublevación de los marineros de un acorazado de la escuadra rusa.

La Revolución de 1905 fue el primer gran estallido social contra el despótico régimen zarista, y aunque fracasó y fue duramente reprimida —por lo que llamaron al zar Nicolás «el Sanguinario»— se considera antecedente y anuncio de la de 1917, que acabaría con la monarquía rusa. Ministros liberales o conservadores lo vieron venir e intentaron políticas reformistas, que modernizasen Rusia y la acercaran a Europa, pero el zar Nicolás II boicoteó todo proyecto que oliese a progreso.

Nicolás II, el último Romanov, era una persona amable y bienintencionada, pero le faltaba inteligencia y no fue capaz de entender los avisos de la Historia. Era un autócrata sincero, estaba convencido de que Dios le había conferido una autoridad suprema, que no debía rendir cuentas a nadie, pero en realidad no le gustaba ni sabía gobernar. 

La Gran Guerra, con sus secuelas, matanzas inútiles, hambre… provocaría la crisis definitiva. A principios de 1917 estalla la rebelión general: motines en el ejército, disturbios por toda Rusia, es la Revolución de Febrero. El 15 de marzo, Nicolás el Sanguinario abdica y una coalición de partidos de distintos colores comienza a gobernar buscando implantar el sistema parlamentario, como en Europa.

El zar pasa a arresto domiciliario en Tsárskoye Seló (la Villa de los Zares en ruso) un majestuoso palacio campestre cercano a la capital, como Versalles, rodeado de inmensos jardines. Paradójicamente, su encierro allí es una liberación para Nicolás II. Por primera vez desde que subiera al trono en 1894, se libra de las responsabilidades y trabajos de gobierno que tanto le agobiaban.

El autócrata se convierte en horticultor, encuentra que plantar lechugas es mucho más gratificante que los actos protocolarios a los que estaba sometida su vida cuando reinaba. Sus hijos, el zarévich de 12 años y las grandes duquesas, cuatro bellezas de entre 15 y 21 años, también se lo pasan bien en Tsárskoye Selo, hay fotos reveladoras. Cuando a causa de una epidemia les tienen que rapar el pelo, su padre les hace una fotografía en el jardín en la que aparecen muy divertidas. 

El ambiente de bromas con las «pelonas» les lleva a hacer otra foto en que, ocultos los cuerpos, colocan las cabezas sobre una tabla, como si fueran cabezas cortadas. Aunque las caras son de risa, hay una siniestra premonición en esa imagen, porque las cuatro princesas serán dentro de poco ejecutadas, o mejor dicho, asesinadas junto al resto de la Familia Imperial.

Una de las causas de la felicidad encontrada por Nicolás II en su confinamiento es que desaparece el obsesivo temor a la revolución, porque la revolución ya ha sucedido. Eso es lo que piensa Nicolás, que tiene pocas luces y nula visión política. Sin embargo, la revolución no ha acabado con el derrocamiento de la monarquía en marzo de 1917, hay fuerzas extremistas que maquinan para continuar el proceso revolucionario.

Una mentira interesada se ha expandido durante un siglo, según la cual es la Revolución de Octubre comunista la que acaba con la tiranía zarista. En realidad, con lo que acabará la Revolución bolchevique es con la democracia burguesa implantada en marzo de 1917, que, hasta el mes de octubre, le da a Rusia lo que quizá haya sido el único periodo auténticamente democrático de su Historia.

El hombre fuerte del gobierno de coalición de esa etapa democrática es Alexandr Kerenski, miembro del Partido Social Revolucionario, una organización que aunque ha practicado el terrorismo hasta hace poco representa a la izquierda moderada, que acepta el sistema de democracia liberal burguesa. Frente a la falta de realismo del zar derrocado, Kerenski sabe que los bolcheviques dirigidos por Lenin no se conforman con la democracia, que quieren cortar cabezas e implantar la «dictadura del proletariado», o sea, la dictadura comunista.

En su cárcel dorada de Tsarskoye Selo, Nicolás II está más en peligro que nunca, y por eso será Kerenski quien organice su fuga. La búsqueda de un lugar seguro para él apunta de forma natural a Inglaterra, una monarquía con sistema parlamentario en el que «el rey reina, pero gobierna», pero que mantiene las tradiciones, incluida la «solidaridad de clase» con las otras realezas. 

Además, existe una estrecha relación familiar entre las dinastías rusa y británica. Las madres de Jorge V y Nicolás II son hermanas, ellos son primos, aunque se parecen tanto físicamente que les toman por hermanos. La primera vez que «el primo Nicky» visitara Balmoral, en tiempo de la Reina Victoria, las damas de la reina comentaban: «Es exactamente como el duque de York (el futuro Jorge V) en morenito». Por si fuera poco, la esposa de Nicolás, la zarina Alejandra, es nieta de la reina Victoria.

En el momento que pierde el trono, Nicolás II recibe un telegrama del rey inglés: «Mi pensamiento está constantemente contigo, y siempre permaneceré como tu auténtico y devoto amigo». Kerenski piensa que ha llegado la hora de recurrir a esa amistad y se pone en contacto con el primer ministro británico, el liberal Lloyd George, para organizar la fuga a Inglaterra de la familia imperial.

Lloyd George acepta el plan y comienza los preparativos para sacar a Nicolás de Rusia y recibirlo en Inglaterra. Se dirige al secretario privado del Rey, lord Stamfordham, para que fije el lugar de acogida de la Familia Imperial rusa. La noticia corre y la servidumbre de los distintos palacios reales británicos se frota las manos. ¿A quién le tocará la lotería de los huéspedes rusos? Porque todos recuerdan que en las frecuentes visitas que el primo Nicky hacía al castillo de Balmoral, la residencia de verano de la monarquía británica, siempre dejaba una propina para los criados de 1.000 libras, una auténtica fortuna en la época.

Un huésped incómodo

Pero Jorge V no comparte la euforia de su servidumbre, le dan miedo las consecuencias políticas de recibir a Nicolás el Sanguinario. El Partido Laborista es todavía en esos momentos una organización revolucionaria antisistema, ha celebrado en el Albert Hall de Londres un gran mitin político para celebrar la caída del zarismo, y su líder, Ramsay McDonald, llegará a proclamar exultante en Glasgow: «¡La Bandera Roja flota sobre el Palacio Imperial en San Petersburgo!».

El rey teme que con Nicolás II llegue también a Inglaterra la revolución, y en sus genes hay un temor ancestral, porque su antepasado Carlos I de Inglaterra fue en el siglo XVII el primer rey ejecutado por una revolución. Por encargo de Jorge V, lord Stamford comienza a ponerle pegas a Lloyd George, a inventar razones políticas para no recibir a la familia imperial rusa. El primer ministro británico tiene que tragarse el sapo de comunicarle a Kerenski que se vuelve atrás en su oferta de asilo.

En julio de 1917, sucede lo que tanto teme Kerenski: los comunistas dan un golpe para tomar el poder. La intentona fracasa, pero el jefe del gobierno provisional sabe que Lenin volverá a intentarlo. Entonces idea un segundo plan de fuga para los últimos Romanov. Kerenski ha intentado que Nicolas II se asile en Francia, incluso en Alemania, que es el enemigo en la guerra, pero cuyo emperador era un gran amigo de Nicolás II antes del conflicto. Ninguna tentativa tiene éxito y Kerenski hace lo único que puede hacer, mandar a la familia imperial lo más lejos posible de San Petersburgo, a Siberia.

Antes de emprender la escapada, Kerenski siente la obligación de advertir a Nicolás: «Los soviets quieren mi cabeza, pero después irán por usted y su familia». En agosto de 1917, el exzar, su familia y un pequeño séquito de servidores leales marchan hasta Tobolsk, la antigua capital de Siberia, fundada por los cosacos que en el siglo XVI comenzaron la expansión rusa por Siberia. La ciudad ha quedado, sin embargo, fuera de la línea del ferrocarril transiberiano, lo que la convierte en un lugar marginal, algo que conviene al plan de mantener a Nicolás lejos del peligro.

La familia imperial se instala en el Palacio del Gobernador, desde donde antes se gobernaba a Siberia. Aunque no se pueda comparar con Tsárskoye Selo, es la mejor residencia de la ciudad, y allí Nicolás y los suyos vuelven a sentirse a gusto. La gente de Tobolsk es monárquica, e incluso los pocos guardias que los custodian simpatizan con la familia imperial. Si lo hubiese querido, y si hubiera tenido algún sitio a donde ir, Nicolás II podría haberse fugado de Tobolsk, pero otra vez se encuentra a gusto en su jaula dorada.

En octubre de 1917, sin embargo, ocurre lo que temía Kerenski, estalla una nueva revolución y los comunistas se hacen con el poder. Kerenski escapa al exilio disfrazado de mujer. Pese a las distancias, el nuevo poder comunista no ignora que tiene un prisionero problemático en Siberia. 

Trotsky quiere traerlo a San Petersburgo y montar un juicio gran espectáculo, pero las grandes distancias pesan y trasladar a Nicolás a su antigua capital encuentra grandes dificultades. Al fin, del entorno de Lenin sale la orden de ejecutar a Nicolás. El asesinato de la familia imperial, con sus sirivientes y hasta el perro, será uno de los grandes crímenes de la Historia, pero eso es ya otra historia.

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