THE OBJECTIVE
Literatura

En busca del sentido de las fotos

Si se sabe esperar, si se confía, las fotos de todos los teléfonos que nos robaron regresarán algún día

En busca del sentido de las fotos

El libro 'Las fotos' de Inés Ulanovsky. | Comisura

Hace pocas semanas, los dueños de una tienda de ropa que hay a pocos metros de mi portal debían de haber dado permiso a una clienta para colocar un cartel desesperado: «Alguien me robó mi celular en esta tienda el sábado. Por favor: les regalo el aparato, les pago una recompensa si hace falta, pero necesito recuperar las fotos». No sé cómo acabaría el dramático asunto, pero lo que importa es comprobar hasta qué punto nos resulta insoportable perder las imágenes que van recogiendo nuestras vidas y las de aquellos a quienes queremos, las cosas que hacemos, los sitios que nos importan, los días que nos pasan a nosotros entre todos los días del gran tiempo.

Estoy totalmente persuadido de que las fotografías contribuyen de una forma decisiva a dar sentido a nuestra vida. La vida tendría sentido sin ellas, claro, aunque siguiéramos sin poder saber cuál es, pero al mirarlas (o al mirar, cuando menos, algunas de ellas, las más valiosas y especiales) la cosa se hace evidente, aunque sea una evidencia que mantiene bien protegida una buena cantidad de misterio. El caso es que pensamos que las fotos reflejan nuestra vida o, si nos ponemos sentimentales o solemnes, la registran, cuando lo que en realidad hacen muchas veces es completarla, generar un significado secreto y superior. Por eso las fotos son como poemas, y es una analogía más poderosa cuanto más pensamos en ella. Un poema tiene mucho más que ver con una fotografía que con una novela. La hermandad entre los «idiomas» no se da por la materia prima utilizada (en este caso palabras), sino por el espíritu, o acaso por los recursos a aplicar: novela-película, cuento-cortometraje, documental-ensayo… Definitivamente: poema-foto.

Inés Ulanovsky (Buenos Aires, 1977) publicó en 2020 en Argentina un libro bellísimo y exitoso que, prensas de Comisura mediante, ha conocido a finales de 2023 su edición española. Es un libro acerca de la fotografía, y es un libro lleno de hallazgos («de revelaciones», dice la contracubierta), un libro sobre la naturaleza de la realidad, sobre los diferentes modos como puede pasar el tiempo (que nunca pasa igual para nadie, o no pasa igual en temporadas distintas de una misma persona), sobre los secretos que nuestras propias vidas nos ocultan o nos revelan cuando quieren. No es cosa de magia, es que es lo que hay. Y la fotografía (como una vez más, la poesía, o en este caso en general la literatura) es una de las formas más directas e indiscutibles de demostrar que ahí mismo, delante de nosotros, hay acontecimientos que no vemos, verdades cruciales que explicarían o insinuarían muchos pequeños fenómenos nuestros, toda una cantera de posibles explicaciones o conclusiones plausibles a un montón de cosas que nos afectan de un modo profundo e inefable. Todos, por azares a veces inverosímiles, hemos descubierto alguna vez alguna de esas pequeñas bromas del destino («las rimas de la vida», las llamó Paul Auster), y entonces no podemos sino quedarnos pensativos y un tanto melancólicos ante la certeza de la inmensa cantidad de cosas que también están ahí, a la vuelta de una sola casualidad, inaccesibles, ocultas seguramente para siempre.

La autora de este libro, por ejemplo, fotografió al que sería su marido varios años antes de conocerlo. Suena a puro encantamiento, pero después, según se explica en el anticlimático epílogo, dejó de ser su marido. Primero triunfó la vida, y después la realidad. Primero la magia y luego el tiempo. La vida (por fortuna…) no fue tan corta como para que esa historia tan hermosa no acabara. 

La escritora Inés Ulanovsky.

Pero ése es sólo el primer capítulo de un libro que trae muchos, todos breves, y que nos trasladan historias así, menos personales ya, o menos casuales, pero igual de impactantes, de importantes para sus protagonistas, de reveladoras. Hay varias historias de desaparecidos por la dictadura militar (a los que Ulanovsky dedicó tiempo atrás todo un proyecto, Fotos tuyas), o la parábola de un indigente de larga duración que fue encontrado por sus hermanos precisamente gracias a las fotos, o personas que se agarran a las fotos como versión física y tangible de recuerdos que a su vez son metonimias de hijos perdidos o abuelas desconocidas o personas esfumadas…

Como sucede con Los Modlin o Los Wattlebled de Paco Gómez (verdaderas obras maestras de ese subgénero del que habla Ulanovsky de la fotografía encontrada, y ejemplos sublimes de lo que puede llegar a suceder al tirar de algunos hilos), o con el Tractatus Lógico-Photographicus de Ricky Dávila, o con fotolibros de viajes tan fascinantes y catárticos como Anarene de Mikel Bastida…, este libro huele a laboratorio, a cloruro de plata, a tintas y nitratos, pero sobre todo transmite verdad, entreverada con una incertidumbre ante la existencia que produce a la vez un poco de tristeza y un poco de alegría, no sólo compatibles sino bien comunicadas.

Y ya sé que he repetido varias veces lo de «magia», pero es que se trata de eso. Y es importante distinguir que al terminar los espectáculos de los magos hay niños que se abalanzan al escenario para examinar las barajas, los sombreros, las mesas, y descubrir los trucos, trampillas o cámaras que explicaban las sorpresas, mientras que otros nos quedamos en el sitio sonriendo, satisfechos, no por falta de curiosidad (ni mucho menos…) sino por respeto instintivo ante los ritmos y los tiempos que cada hecho se toma para salir a la superficie. Creo que es un error querer entenderlo todo, o por lo menos apresurarse, forzar las cosas. Hay que dejar que cada «milagro» ocurra cuando deba. Si se sabe esperar, si se confía, las fotos de todos los teléfonos que nos robaron (o incluso quienes en ellas figuraban, sonrientes) regresarán algún día.

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