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La civilización de España

Se publica por primera vez en España el libro de John Brande Trend, una síntesis de los fenicios a la II República

La civilización de España

El libro 'La civilización de España' de John Brande Trend. | Editorial Renacimiento

La civilización de España es el título del libro escrito en 1944 por el hispanista inglés John Brande Trend (1887-1958) y publicado ahora, por primera vez en España, por la Editorial Renacimiento. La gran virtud del título es que puede entenderse de dos formas diferentes, pero que se complementan a la perfección. Por un lado, cómo es nuestra civilización, nuestra sociedad, nuestra forma de ser y, por otro, cómo ha sido el proceso hasta llegar a ser un país civilizado. A ambos aspectos está dedicado el libro.

Cuenta William Chislett en la introducción que el trabajo de Trend es «una síntesis de la historia de España, buscando el carácter español desde los fenicios en el año 1104 hasta la Guerra Civil». Si siempre es interesante el punto de vista de un extranjero, en este caso lo es mucho más, ya que Trend «celebró el advenimiento de la República» y «colaboró activamente en su propaganda internacional». Incluso ayudó a organizar la evacuación de casi cuatro mil niños vascos a Inglaterra en 1937, tras el bombardeo de Guernica.

Era amigo de Antonio Machado y de Juan Ramón, se alojó en la Residencia de Estudiantes  -«mi colegio en Madrid», al que equiparaba con Oxford o Cambridge-, se relacionó con los intelectuales más influyentes y viajó por toda España recabando información para sus estudios de musicología. «Quiso hacer ver a sus lectores ingleses -escribe Chislett- que España no era un país de bárbaros, atrasado e ignorante, sino un país europeo. Más similar a Inglaterra de lo que podían pensar».

La lectura de La civilización de España es una delicia por repasar nuestra historia en apenas 200 páginas, contada de una manera amena y sencilla, alejada de academicismos. Pero resulta especialmente interesante porque Trend aborda de forma desapasionada y aséptica aspectos de nuestra historia que aún hoy despiertan encendidas polémicas. Del papel jugado por los Reyes Católicos en la unificación de España a la Inquisición, de la leyenda negra al endémico problema del separatismo, de los excesos de la colonización americana al atraso secular del pueblo español, hasta la esperanza frustrada que supuso la República para ponerse a la altura de las democracias europea.  

En esos asuntos controvertidos de nuestra historia, encontramos opiniones que no esperaríamos de un férreo defensor de la República, como que la construcción de una nueva iglesia dentro de la mezquita en el siglo XVI haya sido importante para contribuir a su conservación.

Del ancestral problema del separatismo, Trend ofrece una explicación geográfica. «Las montañas, que cortan a España en todas direcciones -escribe-, han contribuido a dividir el pueblo en pequeños grupos independientes. A esta naturaleza geográfica se debe la tradición hispánica más arraigada y de la que dependen todas las demás tradiciones españolas: la división política».

John Brande Trend dibujado por José Moreno Villa.

El autor recuerda que la importancia del gobierno representativo empezó en España, no en Inglaterra -como pretenden muchos de sus compatriotas- con las cortes de León en 1188. «Antes de que la monarquía absoluta limitase sus libertades, el pueblo español no carecía tanto de sentido político como a veces se supone -aclara-. Por el contrario, era perfectamente capaz de administrar sus propios asuntos y de crear por sí mismo instituciones progresivas».

Sobre los Reyes Católicos, recalca que «no puede dudarse de que la nueva monarquía tenía el apoyo del pueblo». «La confianza concedida al gobierno por los gobernados -asegura- fue lo que hizo de la España de Isabel y Fernando una cosa viva y un gran comienzo». Especial simpatía demuestra hacia la reina Isabel: «Tenía buen corazón y un fondo de sentido común práctico mezclado con credulidad, piedad y horror a la hechicería». Lo cual no es óbice para recordar la repetida anécdota protagonizada por la reina cuando Nebrija le presentó su gramática. La reacción de la monarca fue preguntar «¿para qué sirve esto?». La respuesta del insigne filólogo fue taxativa: «La lengua siempre fue compañera del imperio».

No oculta el hispanista la crueldad ejercida con frecuencia por los conquistadores españoles, pero, siempre en busca del lado positivo de los acontecimientos,  reconoce que «ésta se debió a veces al miedo y otras a la justa indignación». «Los españoles aclara-, aunque bien armados, se hallaban siempre en exigua minoría y, como cruzados, se sentían obligados a predicar un cierto nivel de moralidad a los demás».

Recuerda que Vasco de Quiroga, enviado al nuevo territorio como juez colonial, llevó consigo a México un ejemplar de la Utopía de Tomás Moro y lo tuvo por libro de texto para el gobierno de las razas indígenas. Junto con la crueldad de algunos conquistadores, también habría que recordar la labor de los llamados «apóstoles de las Indias» en referencia al propio Vasco de Quiroga y a Bartolomé de las Casas.

A propósito de Carlos V, que ni siquiera hablaba castellano, asegura el hispanista que fue víctima de estar siempre rodeado por «típicos turistas incapaces de comprender España. Sus consejeros flamencos «crearon una barrera» entre él y los nobles, los prelados y el propio pueblo español, mientras entre ellos se repartían  los «lucrativos cargos administrativos».

Sobre su hijo, Felipe II, explica que «no era español ni en sus defectos, que eran la sordidez y la mezquindad -ajenos al temperamento hispánico y asimismo al Renacimiento-, ni en sus virtudes, que eran las de un burócrata alemán». Felipe llevó al extremo sus teorías de ortodoxia ideológica contra la Reforma con sus sangrientos autos de fe, con la ejecución de los herejes, la censura de todas las ideas que se apartaran de la corrección o la prohibición de estudiar en universidades extranjeras no católicas, lo que dejó a España aislada por completo de las nuevas corrientes de pensamiento y modernidad.

A propósito de la Inquisición, Trend explica el funesto papel jugado por personajes como Torquemada. Y hace especial hincapié en que sería engañarse el utilizar la excusa, tantas veces esgrimida, de que en otros países también se cometieron excesos, incluso mayores, y que esas crueldades responden a los criterios de la época. «Siendo todo ello verdad, no debería servir de justificación».

El rey Felipe había creado la España que retrata el Quijote, aunque el autor disiente de la idea generalizada de calificar a los españoles de quijotescos. «La personalidad del pueblo español -escribe- no consiste solo en el quijotismo o el espíritu de cruzada, ni en aquellas cualidades (la mayor parte, resultado del ulterior desgobierno) que los escritores no españoles han incorporado a la leyenda negra: el fanatismo, la crueldad, la falta de puntualidad. La leyenda negra se ha ennegrecido excesivamente afuera».

Trend ofrece un interesante apunte sobre la personalidad de Cervantes y desmiente su hipocresía para eludir las amenazas de la Inquisición. «No era, como algunos han dicho, un hipócrita, ni un infiel escondiendo su pensamiento secreto tras untuosas  protestas de religiosidad. Era, por el contrario, un ‘creyente ilustrado’ para el que no todo en la religión estaba al mismo nivel de credibilidad o de importancia». 

Con Felipe II comienza la tantas veces esgrimida «decadencia de España». «Más que a ninguna otra causa especial, la decadencia política de España se debió a no haberse creado cortes españolas conjuntas para todo el país -argumenta Trend-, con representantes de Cataluña, Aragón, las provincias vascas y todas las demás regiones. Estas Cortes hubieran podido resistir el poder del rey y conservado la viabilidad política del pueblo español. Tal como estaban las cosas, cuando España tuvo por fin un Parlamento nacional (las Cortes de Cádiz, 1810-1814), la gran tradición medieval de gobierno representativo estaba muerta o se mantenía sólo en los concejos de las aldeas».

Sobre la decadencia investigó nuestro Nobel Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), por el que Trend demuestra gran admiración. Cajal se preguntó por qué España había permanecido tan retrasada en el campo de la ciencia, por qué el pueblo español carecía del don del pensamiento científico.  «La inestabilidad de las instituciones ibéricas en los tiempos modernos -opina el hispanista- habían constantemente dispersado a un grupo de prometedores hombres de ciencia jóvenes antes de que pudiesen realizar algo de valor permanente, como recientemente ha dispersado a los discípulos del mismo Cajal y del doctor Negrín».

España, como Cajal la veía, «no era un país degenerado, sino ineducado y su ignorancia era la consecuencia de su pobreza». ¿Las causas? El fanatismo religioso, por supuesto, pero no únicamente cómo parecía atribuirse. Cajal no negaba «una exageración de la religiosidad por parte de los españoles», pero consideraba que se habían extremado sus efectos. El problema estaba más bien en el «aislamiento del resto de Europa», en el que tanto había insistido Larra, al ignorar el renacimiento cultural europeo tras la Reforma.

Antonio Machado había resumido esa decadencia en sus célebres versos: «Castilla miserable, ayer dominadora; envuelta en  sus andrajos, desprecia cuanto ignora». Y Cajal la definió como el «enquistamiento espiritual» de España. Ese atraso hay que buscarlo siglos atrás.

Las reformas introducidas por Carlos III no bastaron para salvar la situación, porque «España no había tenido la ciencia en el siglo XVII, ni el pensamiento político en el XVIII». Íbamos camino de perder tres siglos en la Historia. Trend incluso llega a afirmar que «la verdadera razón por la que la mayoría de los españoles se sintió impulsada a levantarse contra Napoléon no fue porque se tratase de un invasor extranjero, sino porque representaba la Revolución Francesa».

Cita como prueba que cuando, poco después,  en 1823, se vuelve a producir una nueva invasión francesa (Los cien mil hijos de San Luis) para poner fin al levantamiento liberal del coronel Riego no se opone resistencia. Y, a propósito de la insurrección de 1808, vuelve a aportar un nuevo argumento de la falta de sentido de nación, ya que fueron los distintos pueblos de las diferentes Juntas regionales, y no la autoridad central (que ya no existía), los que declararon la guerra contra el invasor francés.

La solución para el atraso  del pueblo español se encontraba en la educación. Y quien más hizo por sacar a los españoles fue un personaje muy admirado por Trend,  Francisco Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza. «La decadencia de la educación académica -sostiene Trend- paraliza el proceso vital del pueblo, detiene su desarrollo económico y lo hace hambriento, enfermizo y atrasado. La solución de don Francisco era leer y escribir, historia y matemáticas, filosofía y ciencias. Atacaba el problema en su raíz».

Sostiene Trend que «a los institucionistas se debe lo mejor que ha salido de España en casi un siglo; no sólo en educación sino en ciencia, en erudición y en arte». Y  menciona una cita muy esclarecedora de Giner de los Ríos. «Los mejores hombres mueren sin dejar sucesor. Se produce una generación o dos de gente inteligente. Luego llega una catástrofe política y tenemos que empezar  de nuevo. ¡Si sólo pudiésemos aprovechar lo que tenemos ya! Pero estamos tan profundamente divididos entre católicos y liberales, derechas e izquierdas, que una de las mitades no puede nunca aprovecharse de los conocimientos y las creaciones de la otra».

Finalmente, la República tuvo que enfrentarse a los problemas que España llevaba tres siglos sin resolver (la cuestión agraria, el ejército, la Iglesia… ). Sobre la Iglesia, manifesta Trend,  «contra lo que se estaba no era la fe católica, sino la intolerancia del clero en materias ajenas a la religión». Erró la República, según su criterio. Al plantear un ataque frontal, se procedió con excesiva precipitación queriendo suprimir las escuelas de las órdenes religiosas antes de tener con qué sustituirlas.

Al final, como es sabido, el conflicto interno se vio envuelto y superado por el conflicto internacional. Hasta 1936, los comunistas eran tan pocos como los falangistas, los liberales aún eran la punta de lanza de la España moderna. Pero, a partir de entonces, la situación  se precipitó y se distorsionó. La guerra lo arrasó todo.

Resulta asombroso que La civilización española, de John Brande Trend, sea un trabajo más optimista y entusiasta de lo que somos los propios españoles. Se trata de un trabajo profundo y ameno que al, mostrarnos nuestra historia en su conjunto, nos ofrece luz y nos obliga a reflexionar sobre nuestra civilización, a aprender de nuestros errores y a aprovechar las lecciones del pasado para enfrentarnos a los problemas del  presente. 

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