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¿Vivir para siempre? Lecturas para buscar la inmortalidad

Ensayos y novelas coinciden en otorgar a la lucha contra el envejecimiento un espacio central en las librerías

¿Vivir para siempre? Lecturas para buscar la inmortalidad

Mélanie Laurent en la película 'Oxígeno' (2021), de Alexandre Aja. | Echo Lake Productions, Wild Bunch, Getaway Films, Netflix

Todo cambio científico y tecnológico es también un cambio generacional. Alineado con esta idea, el recién publicado Por qué morimos (Pasado & Presente, 2024), del biólogo molecular Venki Ramakrishnan, parte de una evidencia que solemos pasar por alto: nuestra esperanza de vida, comparada con la de hace 150 años, es casi el doble. Si finalmente resolvemos los procesos que conducen al envejecimiento, no hay motivo para dudar que nuestros hijos puedan superar la barrera natural de los 120 años

Los tres consejos de Ramakrishnan para retrasar nuestra fecha de caducidad casi parecen obvios: comer de forma saludable, evitar el estrés y dormir bien. No niega que sigamos ganando años, pero se pregunta qué tipo de sociedad genera este deseo. ¿Acumularán más riqueza y poder quienes puedan costearse la superlongevidad? ¿Supondrá esto un bloqueo generacional? ¿Habrá una epidemia de personas que padezcan demencia a medida que nuestro calendario se alargue?

Convencido de que posponer lo inevitable también sirve como hipótesis, Ramakrishnan, premio Nobel de Química por sus investigaciones acerca de los ribosomas, seduce al lector con una fantástica posibilidad: arreglar la acumulación de daños químicos que conducen, antes o después, a un fallo crítico del organismo.

Mientras eso llega, la certeza de la muerte es tan escalofriante, dice, que preferimos apartar la mirada. «Cuando alguien muere, nos cuesta aceptarlo de forma directa». Eso sí, por cada científico como Ramakrishnan hay una docena de millonarios tecnológicos que sufren una crisis nerviosa cuando alguien les habla de envejecer y morir.

El millonario y ‘biohacker’ Bryan Johnson junto a su hijo. | Instagram de Bryan Johnson

El más popular es el magnate Bryan Johnson. Convertido en la cobaya humana de su propio proyecto de longevidad, Johnson ha escrito un libro, Don’t die (Zero, 2023), en el que nos explica su alucinante receta. Encantado de engañar a los demás con su apariencia, se somete a análisis constantes por si una célula inquieta empieza a mutar. Ingiere más de 100 suplementos al día. Lleva una dieta estricta, entrena como un atleta, duerme a las 8.30 de la noche y ha probado tratamientos tan imaginativos como transfundirse plasma sanguíneo de su hijo adolescente. «En realidad, se trata de la evolución de las especies», asegura.

La vejez es mi enemiga

Blindarnos contra el paso del tiempo. Esa es la gran motivación de los partidarios del transhumanismo y de otras prácticas experimentales. Ramakrishnan reconoce que «con el ritmo actual de descubrimientos, cualquier libro que se centre solo en la investigación más reciente sobre el envejecimiento quedaría desfasado incluso antes de salir de la imprenta». Aunque propone un maratón de novedades científicas, Por qué morimos también trata de ensamblar esa tendencia con una sabiduría que ya no es efímera, sino que se sustenta en pruebas muy sólidas.

Por ejemplo, gracias a María Blasco, directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), sabemos que el ritmo de acortamiento de las estructuras que protegen los genes en los cromosomas. los telómeros, predice la duración de nuestras vidas. Así lo contó ella misma en un libro de título esperanzador, escrito junto a Mónica González Salomone, Morir joven, a los 140 (Paidós, 2016).

Entre científicos y charlatanes

Ensayos tan rigurosos como el de Blasco o el de Ramakrishnan son la punta de un iceberg editorial en el que hay un poco de todo: desde estudios socioeconómicos como La nueva longevidad (Galaxia Gutenberg, 2021), de Andrew J. Scott y Lynda Gratton, hasta long-sellers que se mueven en el marco de la neurociencia, como El sueño de la inmortalidad (Alianza Editorial, 2003), de Francisco Mora.

Sin embargo, lo que más abunda es la divulgación sensacionalista. Es decir, obras que convierten cualquier experimento en un empeño épico y que están atiborradas de fantasía. Este tipo de títulos son los más comerciales, sobre todo desde que el físico Robert Ettinger publicó The Prospect of Immortality (1962) y Man into Superman (1972).

Ettinger no fue ni mucho menos el primero en confundir la ciencia con la seudociencia. Leídas en la actualidad, sus reflexiones parecen un eco de los libros de ciencia ficción que reunía en su biblioteca.

De niño, Ettinger descubrió en la revista Amazing Stories un relato futurista escrito por Neil R. Jones, «El satélite Jameson» (1931). En este cuento, el protagonista sobrevive cuarenta millones de años en una capsula que orbita a bajísimas temperaturas. Tras esa eternidad, es descubierto por los zoromes, una raza alienígena que -atención al detalle- alcanza la inmortalidad transfiriendo sus cerebros a cuerpos cibernéticos.

En 1948 Ettinger publicó en otra revista, Startling Stories, un cuento similar al de Jones. En él, describe cómo los humanos son criopreservados, a la espera de que sus descendientes posean la tecnología necesaria para revivirlos. Poco más o menos, la misma idea que repitió, esta vez tomándoselo en serio, en The Prospect of Immortality.

Una cámara criogénica en la película ‘Prometheus’ (2012). | 20th Century Fox

Innumerables lectores creyeron que la ‘criogenia humana’ descrita por Ettinger era un paso hacia la inmortalidad. Es más, no tardó en circular una leyenda urbana según la cual el cuerpo de Walt Disney no reposaba en un féretro de caoba, sino congelado en una sofisticadísima nevera, con la idea reanimarlo cuando existiera una cura para el cáncer de pulmón que lo llevó a agonizar en un hospital.  

Ettinger fundó en 1975 el Instituto Criónico de Michigan. Eso le concedió un estrellato duradero. Desde entonces, infinidad de libros y de películas han popularizado esa imagen de cuerpos o cerebros a temperaturas bajo cero, criopreservados como si fueran embriones para la fertilización in vitro, listos para resucitar en algún laboratorio futurista o en un remoto destino interplanetario.

Ray Kurzweil. | Wikimedia Commons

Ese ciborg al que quieres parecerte

El relato que inspiró a Ettinger, «El satélite Jameson», no solo es un precedente del movimiento criónico. También puso las semillas del transhumanismo. Ray Kurzweil, que desde 2012 es director de Ingeniería en Google, lo define como una fusión de nuestros cuerpos con la tecnología en La era de las maquinas espirituales (Planeta, 1999)

¿Qué promete Kurzweil? Pues nada menos que un futuro en el que podremos descargar nuestra conciencia como si fuera un software.

Es significativo que tanto Ettinger como Kurzweil escribieran sus libros durante la crisis de la mediana edad. Es decir, en ese momento en que los años que uno deja atrás empiezan a provocar vértigo y melancolía.

Otra forma de verlo es que Kurzweil, moviéndose en un negocio del que conoce todas las claves, ha sido útil para los intereses de Silicon Valley. Solo así se explica que en su siguiente obra, La singularidad está cerca (Lola Books, 2021), haga esta predicción: la IA escalará en la pirámide evolutiva y los simples mortales recurrirán a ella para no enfermar o ser inmortales. «Nos convertiremos en superhumanos», repite, a sus 76 años.

La doctora Morgan E. Levine, autora de ‘True Age: Cutting-Edge Research to Help Turn Back the Clock’ (Avery, 2022), es una de las principales investigadoras de Altos Labs. | Avery

La conspiración de Matusalén

Esta línea de trabajo basada en la IA convive con la de científicos como Aubrey de Grey, otro sabio excéntrico, persuadido de que es posible alcanzar una vida inagotable mediante la medicina regenerativa.

De Grey es una de las figuras entrevistadas en un magnífico ensayo, Aferrados a la vida: la extraña ciencia de la inmortalidad (Galaxia Gutenberg, 2012), de Jonathan Weiner. En sus páginas, Weiner se hace preguntas incómodas. ¿Por qué, cuanto más vivimos, más pequeñas son las familias que elegimos? ¿Seremos más felices cuando haya biobots y organismos reprogramables que puedan reparar nuestro ADN? ¿Son fiables las empresas que prometen aplicar fórmulas de rejuvenecimiento celular?

De esto último nos da pistas el multimillonario Jeff Bezos. El fundador de Amazon figura entre los principales inversores de Altos Labs, Inc., una compañía biotecnológica cuyo objetivo es borrar las huellas de la vejez y renovar la ilusión de una vida eterna.

Otro magnate, Peter Thiel, cofundador de PayPal, donó 3,5 millones de dólares a la Fundación Matusalén, cofundada por Aubrey de Grey y especializada en terapias de vanguardia.

Una eternidad para ricos

Todo esto suena a lujo elitista y probablemente lo sea. En la Francia del siglo XVI, los nobles obsesionados por prolongar su esperanza de vida bebían oro. Hoy los millonarios de Silicon Valley disfrutan de lujosos tratamientos de biohacking y sueñan con modificar su ADN o en convertirse en ciborgs.

Pero no son los únicos. El escritor Frédéric Beigbeder narra en el superventas Una vida sin fin (Anagrama, 2020) su personal búsqueda de la eterna juventud. Aunque se trata de una novela, el libro incluye entrevistas reales con médicos, biólogos, genetistas y tecnólogos.

Todo comienza cuando su hija le dice a Beigbeder: «Papá, no quiero que te mueras…». El tratamiento al que este se somete para conseguirlo incluye, entre otras primicias, transfusiones de hemoglobina artificial creada a partir de células madre: «un verdadero reset» al alcance de muy pocos bolsillos.

El premio Nobel Venki Ramakrishnan. | Wikimedia Commons

Dilemas morales de la eterna juventud

Con esta posibilidad en ciernes, lo que preocupa a Venki Ramakrishnan es la cuestión ética que subyace a toda la investigación antienvejecimiento: «Aunque podamos, ¿deberíamos hacerlo?».

No es una duda banal. ¿Deberíamos vencer a la muerte a cualquier precio? Poco antes de morir en 2011, víctima de un cáncer de esófago, el escritor Christopher Hitchens respondió a esa pregunta mediante una cita incluida en su libro póstumo, Mortalidad (Debate, 2012). La cita procede de la novela que leía Hitchens durante su agonía, Los sueños de Einstein, de Alan Lightman.

Dice así: «Con la vida infinita llega una lista infinita de parientes. Los abuelos nunca mueren, ni los abuelos, ni las tías abuelas… y así, generaciones atrás, todas vivas y brindando consejos. Los hijos nunca escapan de la sombra de sus padres. Nadie llega nunca a ser él mismo... Ese es el coste de la inmortalidad. Ninguna persona está completa. Ninguna persona es libre».

Hitchens aceptó la necesidad de la muerte como mecanismo evolutivo, pero no todos piensan igual. «Desde que la humanidad existe se cuentan cien mil millones de muertos ‒nos recuerda Beigbeder‒. No pretendo que la inmortalidad sea fácil de alcanzar.
Estoy celoso de la edad de mis hijas. Ellas verán el siglo XXII».

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