Literatura

Viaje alrededor de mi biblioteca

Viaje alrededor de mi biblioteca

«En esa inmensa librería de viejo en que se han convertido nuestras bibliotecas domésticas, no hay miedo de aburrirse si bien se busca, aunque tendría que decir, si bien se encuentra»

Biblioterapia para la rentrée

Biblioterapia para la rentrée

¿Volver a madrugar, al tráfico, a los compañeros insoportables y las conversaciones intrascendentes? No os preocupéis, los libros están aquí para salvarnos. En serio.

La vida no es así

La vida no es así

La vida no es de ninguna manera si nos atrevemos a corregir su curso y su discurrir con incisos y abreviaturas, pronombres y delicadeza

La tumba sin sosiego

La tumba sin sosiego

«¿Conque la gente no lee? Menos lobos… Basta un breve paseo por la playa para observar centenares de personas aplastadas por libros»

Un recuerdo para Carmen Jodra Davó

Un recuerdo para Carmen Jodra Davó

Su muerte me ha sorprendido lejos de casa, sin sus dos libros a mano, pero los recuerdo bien porque son de hecho memorables, tan distintos y, de nuevo, tan libres en comparación con lo que se estaba haciendo en su momento. Ella vino a cambiar las sábanas de la joven poesía española, y lo hizo, curiosamente, aplicándole de nuevo los ropajes más clásicos.

Andrea Camilleri: adiós a todo eso

Andrea Camilleri: adiós a todo eso

Ahora sé que aún quedan cuatro libros de su serie por publicarse en castellano, incluido el último, que escribió cuando se dio cuenta de que, quizá, pero sólo quizá, algún día todo aquello terminaría para siempre. Pero vivió hasta el último día como si eso fuese una posibilidad remota.

Toma de tierra

Toma de tierra

Una de las primeras frases que aprendió a decir fue «¿Cuánto falta?». Sus padres solían llevarlo de excursión y en ese hábito cifra Erling Kagge su kilómetro cero. Cumplidos los 55, este editor noruego ha hilado su experiencia andante en Caminar, una deliciosa invitación al paseo, al mensurable gozo de soñar erguido, acompasando los pasos y las ideas, y proyectando esa fricción, por la que el cuerpo pasar a ser mente andariega, sobre el horizonte mismo; sobre esa montaña, ves, a la que hemos ido aproximándonos hasta dejarnos engullir por ella: ¡y pensar (¡pensar!) que hace nada estábamos ahí abajo! (No hay nostalgia más punzante que la que surge de la certeza de avistar el pasado; volver la vista atrás, en su más recto sentido.) Bien sabe Josep Maria Espinàs (que ha dejado, ay, de llegarse a Lázaro a la hora del almuerzo) que el simple acto de interpelar al paisaje poniendo un pie delante del otro, es desentrañar el mundo. Sobre ese y otros aspectos discurre Kagge, y no sólo a partir de sus vivencias, sino también de la indagación en el campo de la neurología, cuyos últimos hallazgos validan las observaciones que, sobre este punto, nos legaron filósofos como Montaigne, Kierkegaard, Heidegger…

A hombros de gigantes

A hombros de gigantes

Si no fuera por la incipiente alopecia y por las arrugas que le plisan el rostro, habría dicho que Pepelu está igual que la última vez que lo vi, hace ya dieciséis años. Afirmaría, de hecho, que cuando nos encontramos la semana pasada en la cola del cine llevaba la misma ropa que en el Bachillerato: camiseta de Dragon Ball, pantalones cortos y zapatillas Converse. Me invitó a que me acercase otro día al centro de terapias alternativas donde imparte clases de biomagnetismo y de reiki. Quizá compuse algún mohín de extrañeza, porque a continuación me soltó una perorata sobre una cuestión que siempre hace que se me erice el lomo como a un gato en posición de ataque: el manido cientificismo.

Mario y mis perros

Mario y mis perros

Permita el lector que termine dándole las gracias a don Mario, por aquellas clases, por estas conferencias, y por ese pasado que, en algún lugar, enlaza con el mío.

La alegría de la lucidez

La alegría de la lucidez

Decía el personaje de Federico Luppi en la película Lugares comunes de Adolfo Aristarain que existe algo así como “el dolor de la lucidez”, el daño y la responsabilidad que conlleva saberse dueño de una cierta verdad. En el caso de Marta Peirano hay, más bien, una “alegría de la lucidez”.

¡Dios santo, Widmerpool!

¡Dios santo, Widmerpool!

En una de sus novelas, Julian Barnes se burlaba de las coincidencias un tanto inverosímiles que poblaban la gran saga de Anthony Powell, “Una danza para la música del tiempo” –escrita entre 1951 y 1975-, en la que los personajes –muchísimos, casi quinientos- se encontraban fortuitamente a lo largo de los años en fiestas de debutantes y en cantinas militares y en hoteles solitarios y en congresos de literatura celebrados en Venecia. Y para ello, Barnes se inventaba la historia de doce comensales que coincidían en una cena y que al poco rato descubrían que todos ellos acababan de empezar a leer “Una danza para la música del tiempo”.

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