THE OBJECTIVE
La otra cara del dinero

Los ingleses vuelven a repensar el negocio del fútbol (y el City está en la diana)

La creación de un regulador, la mención del Rey en su primer discurso y el castigo al Everton indican un cambio de actitud

Los ingleses vuelven a repensar el negocio del fútbol (y el City está en la diana)

Partido entre el Manchester City y el Liverpool, los dos gigantes de la Premier League. | Carl Recine (Reuters)

Parece que los ingleses saben algo de fútbol. Primero lo inventaron, allá por el siglo XIX, más o menos. Después estuvieron a punto de cargárselo, cuando la violencia de los hooligans provocó incluso que las competiciones europeas vetaran a sus clubes. Entonces lo reinventaron con una cosa llamada Premier League, que se convirtió en el campeonato nacional más rico y mejor vendido por todo el mundo. 

Ahora vuelven a estar preocupados: clubes estado, despilfarros obscenos, aficionados escandalizados por el proyecto de Superliga… Pero, a diferencia de otros, parece que vuelven a ponerse manos a la obra. 

A principios de este mes, nada menos que el primer ministro británico, Rishi Sunak, confirmó tras el tradicional Discurso del Rey, el primero de Carlos III, la creación de un regulador independiente del fútbol para salvaguardar el futuro de los clubes ingleses. Explica Ed Osmond en The Independent que el IREF (nombre del organismo por sus siglas en inglés) «estará facultado para intervenir en el flujo de caja y otros problemas sistémicos de los clubes, muchos de los cuales son financieramente vulnerables».

Poco antes, su mismísima Majestad el Rey Carlos III había compartido con sus súbditos que «se presentará legislación para salvaguardar el futuro de los clubes de fútbol para las comunidades y los aficionados».

Otro documento del Gobierno, menos solemne y más informativo, afirmaba que la fragilidad de la pirámide futbolística inglesa había quedado al descubierto en los últimos años: «El colapso del Bury FC [un histórico club de la tercera división inglesa expulsado de la competición por problemas financieros tras 125 años de historia], el devastador impacto de la pandemia en los clubes y el chapucero plan para crear una Superliga europea han puesto de manifiesto la insostenibilidad financiera de algunos clubes y la necesidad de una mayor responsabilidad para con los aficionados».

Osmond resume que «el Regulador gestionará un sistema de licencias que se aplicará a las cinco categorías superiores del fútbol masculino inglés, con competencias para actuar en cuestiones como el cumplimiento de la normativa financiera, la gobernanza corporativa y el compromiso de los aficionados». Y lo más interesante: «Se impondrán pruebas más estrictas a los propietarios de los clubes, se introducirán normas mínimas de participación de los aficionados y no se permitirá que los clubes se unan a ligas disidentes o sin licencia».

Las «pruebas más estrictas» podrían haber evitado bochornos pasados como el del inefable Roman Abramovich. Las sanciones al muy millonario amigo de Putin le han costado al Chelsea pérdidas de 136 millones de euros y un desprestigio lamentable. 

El prestigio del fútbol inglés entre sus aficionados disminuye a un ritmo bastante parecido al que aumentan las cifras que manejan. El resumen que hizo el Economic Times del discurso del Rey incluía la mencionada regulación del fútbol en el mismo saco que la lucha contra el tabaquismo o la vigilancia de los chanchullos de Netflix

La semana pasada comenzaron a escucharse los primeros clarines de batalla. Se especulaba incluso con un posible descenso del Manchester City, actual campeón de Premier League y Champions.  Y no se trataba de la típica astracanada de medios estrafalarios tipo The Sun o Daily Mail. Jason Burst decía en el prestigioso diario conservador The Telegraph que «si el Manchester City es culpable, el descenso es una posibilidad después de que la Premier League golpeara duramente al Everton».

Porque antes de enfrentarse a la maquinaria multimillonaria del club (de propiedad) emiratí, la Premier League se entrenó a fondo con el más modesto (aunque también histórico, incluso más) Everton. En marzo, los hombres de negro de la Premier acusaron al segundo club de Liverpool que de sobrepasar los límites del Financial Fair Pay al acumular pérdidas de más de 400 millones de euros en los últimos tres años (el límite es de 120). 

La espoleta del «caso Everton» fue el agravio comparativo. La Premier llevaba tiempo haciendo la vista gorda a los tejemanejes de sus socios millonarios (el Everton es propiedad de Farhad Moshiri, un británico-iraní con domicilio en Mónaco), pero clubes más modestos como el Leeds y el Burnley, hartos de competir contra rivales dopados financieramente, denunciaron y la liga no tuvo más remedio que tomar cartas en el asunto. El Everton fue sancionado con 10 puntos en la clasificación. Ahora mismo está penúltimo. El dueño dice que quiere vender.

Mientras tanto, Jason Burst recuerda que el City se enfrenta a 115 cargos del mismo estilo que los del Everton…  El informe contra el club de Guardiola y Haaland salió en febrero, pero nadie hizo mucho caso. No era la primera vez. Pero lo del Everton fue un aldabonazo importante. La irrupción del Gobierno en el asunto terminó de crear un caldo de cultivo propicio. El discurso del Rey huele a jaque… ¿Mate?

En el norte de Inglaterra se tientan la ropa. El Manchester Evening News menciona un tuit del abogado Stefan Borson, antiguo asesor de City, en el que asegura que la sanción del Everton «refuerza» la posibilidad del descenso. De paso, recuerda que el Chelsea también está siendo investigado por presuntos pagos fraudulentos en la era Abramovich.   

Tras su sanción, el Everton, por su parte, se incorpora al grupo de agraviados. El comunicado oficial del club tras conocerse la noticia especificaba que «supervisaría con gran interés las decisiones tomadas en cualquier otro caso relacionado con las Reglas de Sostenibilidad y Beneficios de la Premier League».

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