¿Debería Tebas (o Florentino o Rubiales o Čeferin) cobrar más que Messi?
A diferencia de mercados más maduros como el estadounidense, la gestión del fútbol europeo aún presenta sospechosas inconsistencias
Antes de abrir las compuertas en forma de interrogantes para que la bomba del titular caiga donde quiera, permítame presentarle a un tipo interesante. Aquí Roger Goodell, aquí un lector. Probablemente no se conocían, aunque a los dos les guste el fútbol. Él se dedica a ello profesionalmente, en concreto al fútbol americano, esa sofisticada e hiperviolenta versión del rugby que vuelve loco a los estadounidenses. No se le da mal. Según The New York Times, en los dos últimos años ha ganado unos 128 millones de dólares.
Goodell no lanza el balón ovalado como el mítico Tom Brady, ni corre con él como el fatídicamente mediático O.J. Simpsons. De hecho, ni siquiera lleva casco, sino chaqueta y corbata. Su puesto: comisionado de la NFL, la liga profesional del deporte favorito de la patria del dólar. Sus ingresos se multiplicaron por los bonus que le reportaron un acuerdo con los jugadores y, sobre todo, un contrato con un pool de medios –CBS, NBC, Fox, ESPN y Amazon– por nada menos que 100.000 millones de dólares en 11 años, el doble de lo que sacaban hasta ahora por los derechos audiovisuales.
Antes de trazar paralelismos (y hacer salivar a Jvier Tebas, presidente de LaLiga, y Luis Rubiales, presidente de la federación española, la Rfef), recordemos que la NFL no es una federación, como nuestra federación, ni siquiera su evolución a una patronal, como LaLiga. En realidad es un negocio de franquicias: básicamente, uno compra un equipo como quien compra uno de los restaurantes McDonald’s, adhiriéndose al estilo, la estética y las normas de la marca, e incluso fichando solo a los jugadores que le tocan según el muy restrictivo sistema de draft y agentes libres que organiza la empresa matriz.
Por eso, entre otras cosas, Tebas no cobra ese dineral. Vale, tampoco LaLiga produce lo que la NFL, pero… ¿podría? LaLiga no, pero… ¿y una Superliga? Alguno diría que eso ya existe y se llama Uefa. Pero, si LaLiga es la evolución profesionalizada de la Federación Española de Fútbol, el equivalente de la Uefa es… Bien, parece que tenemos una cuestión aquí.
¿Qué tal si intentamos desenmarañarla en términos salariales? Al final, no nos engañemos, el sueldo que llevamos a casa a fin de mes tiene cierto peso específico en nuestras decisiones. ¿O no? Rubiales cobra como presidente de la RFEF un fijo de 160.000 euros y un variable condicionado a los ingresos por patrocinios (alrededor del medio millón al año). Incluso sumándole los 250.000 euros como presidente de la Uefa no llegá al millón… y aun así sobrepasa el doble de su antecesor, Ángel María Villar.
El LaLiga, Tebas cobra 3,5 millones de euros al año. Como un jugador normalito de un club de la parte alta de la tabla. Sin embargo, la revelación de la cifra abrió la caja de los truenos. Para convencer al mundo del fútbol que no se trataba de ningún despilfarro, hubo que apelar a la competitividad intrínseca al mundo del fútbol. Igual que los culés aceptaban cubrir de oro a Messi para que no se lo llevara el Madrid (como a Figo, Laudrup…), los clubes de la LaLiga habían tenido que igualar una oferta a Tebas del Calcio italiano.
Hace tres años, el Calcio intentaba enderezar el rumbo tras perder la primacía del fútbol mundial que ostentaba en los 90. Las ligas británica, primero, y española, después, habían dado el salto desde sus federaciones, con estructura propia de la administración pública, a unas organizaciones de tipo empresarial, una suerte de patronales a las que denominaron Premier League y LaLiga, respectivamente. Los italianos se resistieron demasiado tiempo a aceptar que el viejo mundo sobre el que edificaron un imperio ya no existía, pero cuando se decidieron a dar el paso, al menos tenían las referencias del extranjero. Y se fijaron en Tebas, un abogado veterano que se había curtido en el viejo fútbol, había pilotado la transición al nuevo y, ya en este, había conseguido cerrar un acuerdo para la venta centralizada de los derechos televisivos de todos los clubes, una operación considerada simbólicamente como el rito de paso de una verdadera patronal deportiva (durante años, envidiábamos a los ingleses por ser capaces de hacerlo mientras el cainismo de la excepcionalidad española nos la hacía, al parecer, imposible).
Este logro simbólico, sumado a otros avances en asuntos como la internacionalización o la consolidación de la imagen de marca, convirtió a Tebas en algo así como una estrella de la gestión deportiva en el mercado internacional, aunque aquí quizá fuéramos más conscientes de las limitaciones de sus logros, del camino que aún queda por recorrer para realmente acercarnos al modelo de éxito por excelencia (nunca mejor dicho) de la Premier League. En cualquier caso, el mensaje de fondo decía que, de repente, los directivos del fútbol empezaban a exhibir ofertas cual delanteros prometedores de la cantera. Tebas se hizo con un buen sueldo, pero todavía le faltan un par de ceros para llegar a los niveles del amigo Goodell.
Messi, que en 2020 cobraba más de 70 millones anuales netos (138 brutos) del Barça, era más importante para el fútbol español que Tebas, pero… ¿tanto más? En la NFL, el mayor sueldo de un jugador es el de la megaestrella Tom Brady, ganador de seis superbowls: 45 millones de dólares. O sea, menos que Goodell, «su» Tebas. Aunque la revista Forbes le calcula a Brady otros 31 millones por otras cuestiones, como el patrocinio, que Goodell, por supuesto, ni aspira a oler. ¿A quién le extrañaría, por lo tanto, que a Tebas le hiciera ilusión que su carrera progresara en el mismo sentido, o sea, arrastrando el modelo de LaLiga hacia el norteamericano de franquicias? Personalmente, puedo entender que a Tebas le apetezca ganar lo mismo que Goodell. Y a usted, oiga, no nos engañemos. Pero, frente a los fanáticos del progreso lineal como ley inapelable, yo no creo que el formato empresarial del fútbol europeo llegue nunca a equipararse al estadounidense. Ni creo que Tebas, que algo sabrá de esto, lo piense. El punto es: ¿hasta qué punto se le puede acercar?
Tebas va dando los pasos que le dejan en esa dirección. El último zarpazo de centralismo en su gestión de LaLiga ha sido el acuerdo con el fondo británico CVC: 1.994 millones de euros a cambio del 9% de los derechos audiovisuales durante 50 años. Una operación propia del CEO (consejero delegado) de una gran empresa con diferentes divisiones. ¿Han visto la serie Succession? Todos quieren ser el CEO de Waystar Royco: ser el director del departamento de Cruceros, Parques Temáticos o incluso de Noticias se reduce a un bajón importante ante la posibilidad de gobernarlo TODO. Tebas quería que el fondo CVC regara de dinero a TODOS los clubes. Cuatro de ellos –Real Madrid, Barcelona, Athletic e Ibiza– se han negado. Justo ayer vi un episodio de Succession sugerentemente titulado «Secesión». Lo que cambia una vocal…
Un directivo de un gran club español puede acumular mucho poder si va por libre. Los presidentes de, digamos, Real Madrid y Barça no están ahí por el sueldo. Ambos clubes se han acogido a la excepción de la ley del deporte que convirtió a la mayoría en sociedades anónimas. Sus máximos mandatarios no cobran, aunque la falta de transparencia de la estructura societaria deja algunas dudas; por ejemplo, Joan Lapora no lo hace como miembro de la Junta Directiva –mientras que el resto de esta se repartió cuatro millones de euros en sueldo en la última temporada de la que hay registros oficiales públicos, la 2018-2019–, pero no consta si lo hace como como autoridad máxima del Comité de Dirección. Por otro lado, las malas lenguas aseguran que, en ciertas alturas, se puede el cargo a través de, digamos, sinergias con negocios personales (por ejemplo, que el primer equipo haga la pretemporada en un país tan poco futbolero como, digamos, Australia, en el que alguna constructora puede obtener un contrato para construir, digamos, una autopista; por no hablar, si su vida fuera del fútbol no se orienta a la construcción sino a la abogacía, de la cantidad y calidad de clientes que pueden empezar acudir a su bufete).
Pero lo que puedan raspar o no por un lado u otro los verdaderos mandamases del fútbol no compensaría la presión y el riesgo en prestigio y patrimonio con el que avalan sus candidaturas. Para este perfil, unos pocos millones no son importantes. Que las fuerzas vivas de tu país/región/ciudad se sienten alrededor de tu trono en el palco presidencial ya es otra cosa. Y que pasen cosas con solo levantar el teléfono, por ejemplo. Eso nos puede equivaler al salario, en los términos de motivación que estamos utilizando como criterio para el análisis. A los socios les parece bien mientras fichen al Mbappé o retengan al Messi de turno y/o se ganen títulos.
Ese estipendio intangible, no (directamente al menos) pecuniario, no lo cobran ni el dueño de los Dallas Cowboys de la NFL ni el de los New York Knicks de la NBA. O no tan claramente. Se imponen las reglas del juego de las franquicias: a los otrora todopoderosos Chicago Bull de Jordan les ha tocado un par de décadas de travesía del desierto, y lo que les queda. Aunque por supuesto hay resquicios, en general el sistema de elección de jugadores vía drafts va así y punto. Todos lo aceptan. A cambio, los contratos que los comisionados consiguen para TODOS los equipos son escandalosamente sustanciosos. Los dueños de los Dallas Cowboys y los New York Knicks “cobran” por el aumento del valor de sus equipos en cuanto miembros de una NFL y una NBA que generan más ingresos. Y porque mola tener un equipo, claro (véase el narcisismo de Mark Cuban en Dallas, por ejemplo, aunque no parece muy distinto del de Abramovich en Chelsea, la verdad).
En el fútbol europeo, Premier League, LaLiga y Calcio comparten el mismo «pecado original»: los clubes han llegado a la actualidad con muy diferente potencial de ingresos. Aunque en EEUU también se habla de franquicias (clubes, diríamos nosotros) con mayores mercados que otros, los telespectadores (la verdadera clave) prefieren ver un partido de los Milwaukee Bucks de Antetokounmpo, actuales campeones, aunque se compren una gorra de los New York Knicks. ¿Tendría más audiencia en Italia un partido de un Sassuolo campeón que de una Juventus en mitad de la tabla? Habría que probar para averiguarlo.
Aunque algo parecido pasa en otra esfera de nuestro fútbol. La Champions League es una competición diseñada para evitar «Sassuolos» y aglutinar equipos con tirón comercial. Sin embargo, el verdadero pastel del deporte rey aún no ha dado el primer paso en el proceso de profesionalización. La Uefa sigue siendo, teóricamente (y legal y fiscalmente, por lo tanto), una asociación civil privada sujeta al derecho suizo. Para entendernos, una especie de ONG: como Greenpeace, pero preocupado por la Juventus o el Bayern de Munich en vez de por las ballenas. Sin ánimo de lucro, tiene que reinvertir lo que genera en el desarrollo de la práctica del fútbol. La temporada 2019-2020 llegó a los 3.000 millones de euros, pese a los problemas pandémicos; en la 2015-2016 alcanzó su pico: 4.500 millones.
Su actual presidente, Aleksander Čeferin, representa una indudable evolución comparado con, por ejemplo, su predecesor Michel Platini, genio como jugador, más bien marrullero en la gestión, hasta el punto de ser fulminado por el Comité de Ética del organismo. Čeferin, en cambio, pertenece a una familia de abogados eslovenos que se especializó en la representación deportiva. Con 38 años, comenzó a curtirse en la asesoría legal de un club de fútbol sala, al año siguiente se unió a la directiva de uno de los principales clubes de fútbol del país, el Olimpija de Ljubljana, al que reflotó de una profunda crisis con tal éxito, que en 2011 fue nombrado presidente de la Federación Eslovena de Fútbol. Desde ahí comenzó a medrar en la Uefa hasta que le llegó su momento. Actualmente cobra 2,2 millones de euros. Menos que Tebas. ¿Le apetecerá dar el primer paso hacia la patronal que supuso LaLiga para la federación española?
El número de clubes de la Uefa es mucho mayor que el de las federaciones nacionales, obviamente, pero eso tiene fácil solución. En España, cuando llegó el momento, solo dieron el paso a LaLiga los clubes de Primera y Segunda División, quedando el resto para la federación (con propinas lucrativas como la selección o la Copa del Rey). Con la Uefa podría hacerse otro tanto: la Europa League (incluido el nuevo engendro de la Conference) quedaría como hasta ahora y la Champions la gestionaría una patronal al estilo de LaLiga. En ese caso, habría que poner un Tebas… que intentaría acaparar protagonismo (para cobrar más, entre otras cosas), limitando ese pago no (directamente) pecuniario de los presidentes del Real Madrid, Barça y compañía.
¿Qué pueden hacer estos para evitar una potencial sangría de poder? Anticiparse. La famosa Superliga es una propuesta alternativa… a lo que podría llegar a ser la Uefa. Aunque estaría por ver que la Uefa quiera llegar a ser algo diferente de lo que ya es. De momento, parecen más empeñados en una huida hacia adelante, o sea, en ser lo mismo pero estirando el chicle. La infausta precipitación en el anuncio de la Superliga por Florentino y compañía se debió a un inteligente movimiento de Čeferin, que presentó un formato con más ganancias para los clubes… sin ningún atisbo de cambio de la estructura gerencial de la Uefa.
Como la Fifa, a la Uefa no parece apetecerle a completar su transformación en algo parecido a una empresa. Aunque lo son, de hecho, prefieren vivir en un limbo opaco. Cuando dieron el paso a las actuales patronales, las federaciones nacionales de fútbol eran parte del organigrama de la administración pública de unos estados nacionales con un mínimo de pudor. El suficiente como para reclamar un equivalente a aquel harakiri de las cortes franquistas: había que ceder el poder del dinero a quienes lo gestionan (para eso estudian, desarrollan sus carreras, asumen responsabilidad… y cobran un buen sueldo a cambio). La Uefa y la Fifa son entes transnacionales con sede en Suiza, el paraíso fiscal por antonomasia. Y en los paraísos, la cuestión de los sueldos… digamos que se difumina entre vaporosas nubes pobladas de querubines con secretos bancarios en vez de liras. Aunque, últimamente, a los San Pedros les está fallando la plomería. A ver si llueve un día de estos…