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Economía

La milmillonaria apuesta (ganadora) de los Warriors

El campeón de la NBA remontó el trago del coronavirus tras invertir en un faraónico estadio y mantener la plantilla más cara de la liga, pese a que muchos la consideraban ya acabada

La milmillonaria apuesta (ganadora) de los Warriors

Stephen Curry levanta el trofeo tras ganar a los Celtics. | Kyle Terada (Reuters)

Los Golden State Warriors celebraron su séptimo anillo de la NBA en el lugar más inopinado. Sobre todo para su máximo accionista, Joe Lacob, que respiraba aliviado tras ganar una apuesta descomunal. El sexto y definitivo partido de la serie final por el título tocó en la cancha del rival, los Boston Celtics, una de las encarnaciones culturales del concepto de Costa Este tan crucial en el imaginario colectivo estadounidense. Epicentro de Nueva Inglaterra, rodeada de las universidades de más solera, Boston representa la tradición y, por lo tanto, la élite, el abolengo algo estirado que contrasta viva y productivamente (muchos piensan que el éxito del país se nutre de esa mezcla) con el hogar de los Warriors: San Francisco, emblema de la Costa Oeste, a tiro de bahía de Silicon Valley y su tecnología rompedora, vestida de hippy (pero un hippy alicatado de dólares hasta el router) y con la mirada siempre en el futuro.  

Joe Lacob es un judío de New Bedford, Massachusetts, a tiro de piedra de Boston. Allí creció y maduró hasta que su familia emprendió el arquetípico viaje al oeste para asentarse en la tierra promisoria por antonomasia: California. El estado de los Warriors. Tras graduarse en Biología a finales de los años 70 por la sede en Irvine de la Universidad de California, prosperó como inversor en fondos especializados en tecnología médica, aunque también agitó, por supuesto, las varitas mágicas de la energía e Internet. Una vez convenientemente forrado, dejó que la nostalgia y la afición al deporte se colaran en su portfolio, aunque sin olvidar (la gente como él nunca lo hace) la rentabilidad: en 2006 compró un buen fajo de acciones del equipo más mítico de su estado natal y de toda la NBA, los Boston Celtics. Pero lo hizo, eso sí, de la mano de H. Irving Grousbeck, un emprendedor y profesor de Stanford, el cuartel general académico de Silicon Valley. Un pie en cada costa. Por si acaso… No apuntaron mal. Los Celtics mantenían su potencia icónica, pero estaban baratos porque no ganaban un título desde hacía justo 20 años, o sea, la época de Larry Bird, allá por el (brillante) apogeo clásico del baloncesto. En 2008 se hicieron con el anillo. Entonces Lacob, en una de esas historias a lo Paul Auster que tanto gustan por aquellos pagos, volvió a recorrer el camino de su familia el siglo pasado: en 2010, pese a que los Celtics llegaron otra vez a las finales, perdiéndolas por muy poco, vendió sus acciones en la franquicia para comprar la mayor parte de las de los Golden State Warriors, un equipo que no terminaba de arrancar deportivamente pese a su próspero entorno. 

Esta vez tuvo que esperar cinco años, pero a cambio su equipo no ganó uno, sino tres títulos casi seguidos. Tras aquellos años de gloria, los Warriors empezaron a declinar. Ley de vida. ¿Y una metáfora para el mito empresarial de Silicon Valley, para muchos actualmente en pleno canto del cisne? Sospechosamente, esta vez Lacob no buscó otra astuta compra a la baja, sino que redobló la apuesta por los Warriors. Adario Strange, avezado analista de la industria americana del ocio, calculó en un artículo en Quartz el montante del órdago: 1.600 millones de dólares. Además, al poco de lanzarlo, la suerte empezó a repartirle a Lacob las peores cartas. Una de ellas, tan imaginable como una pandemia mundial. 

Justo antes del covid, Lacob abría las puertas del flamante nuevo hogar de los Warriors, el Chase Center, un palacio en el que la franquicia había invertido nada menos que 1.400 millones de dólares. Tenía de todo, eso sí, lo más de lo más en tecnología, como demandaba la vecindad con Silicon Valley. El rival más evidente era el Barclays Center, construido, además, para mantener el morbo de la tradicional disputa americana, en la Coste Este, aunque en esta ocasión en Nueva York, sede del dinero más que de la élite intelectual: los Brooklyn Nets se gastaron en él mil millones para abrirlo en 2012. Lo primero que hicieron los Warriors con su palacio fue venderle el nombre a JPMorgan Chase, 300 millones por 20 años. Buena jugada, pero todavía quedaba un mundo por amortizar. Para eso había que llenarlo de aficionados. Entonces llegó el confinamiento. 

Además, los Warriors tenían otro lastre financiero notable, este sí conocido desde el primer momento. De hecho, se trata de un problema recurrente en los grandes proyectos empresariales, no solo los deportivos: con el éxito, el proyecto crece, y con él, los gastos, con lo que cuando hay que cambiar de dirección para adaptarse a los nuevos tiempos, la movilidad es menor que la de quienes vienen empujando desde abajo. Las barbaridades de los Curry, Thompson, Durant, Green y compañía sobre la cancha fueron, lógicamente, incrementando sus nóminas. Esta temporada, los Warriors tenían la plantilla más cara de la NBA: 178 millones de dólares. El ejemplo más evidente lo aportaba Stephen Curry: uno de los jugadores del siglo (con permiso de Lebron James) no podía ganar menos que 45,7 millones de dólares… pese a haber rebasado ya los 34 años (de hecho, las lesiones comenzaron a visitarle con mayor asiduidad en las últimas temporadas). Peor le fueron las cosas a otra de sus estrellas, Klay Thompson, lesionado desde 2019 hasta ya avanzada esta temporada… con un sueldo que sobrepasaba los 30 millones. Ese mismo año, el otro gran nombre de la franquicia, Kevin Durant, se largó en busca de horizontes más prometedores; a los Brooklyn Nets, para más inri. 

Aunque el riesgo de la apuesta no hacía más que crecer, Lacob y los suyos aguantaron el pulso. Cuando llegaron al sexto partido de las finales en Boston, la adrenalina estaba por las nubes. Los periodistas intentaron sacarle una nota de color a la peripecia de Lacob, a punto de arrebatarle un trofeo tan importante a su ex-equipo en la tierra en la que nació y creció. Su respuesta, a pie de cancha: «Boston fue muy importante, y sus muchachos son amigos… Pero no muy cercanos. Quiero matarlos ahora mismo, voy a ser sincero. Soy muy competitivo y seguro de que ellos también. Va a ser una batalla en la cancha y también un poco en la propiedad». Había que matar a Bambi. Y Bambi murió. La abatió a triples Curry, que ganó el trofeo al jugador más valioso, y los accionistas de los Warriors están troceando el cuerpo en forma de expectativas de ingresos que se convierten en inversores privados deseosos de pagar parte del Chase Center (y el Golden Gate también, si hace falta) a cambio de entrar en el negocio de una franquicia que se va a hinchar a vender camisetas, gorras y lo que sea, además de llenar su palacio de aficionados dispuestos a pagar lo que haga falta por ver en directo lo único que los americanos quieren realmente ver: ganadores. 

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