Tipos al alza, cortes de gas, inflación… ¿Cómo de mala es la crisis que se nos viene encima?
Los datos económicos son inquietantes, pero (por el momento) anticipan una desaceleración, no un cambio radical, una convulsión o el fin de la abundancia
Un joven matrimonio hace la compra en el supermercado del barrio. Al fondo de su carrito advierto varios sobres de jamón ibérico sobre los que van amontonándose en rápida cadencia todo tipo de gollerías: patés, embutidos, angulas (de surimi), vinos y licores que un empleado debe extraer de vitrinas candadas… Por la alegría con que se aprovisionan en esta lúgubre rentrée, da la impresión de que no se han enterado de lo que sucede en el mundo. En la puerta del establecimiento un africano mendiga una barra de pan, el euríbor está en máximos de una década, acabo de oír por la radio que Vladimir Putin nos ha cortado el gas y Emmanuel Macron dice en la tele que «asistimos a una gran convulsión, un cambio radical […] el fin de la abundancia».
«Debemos prepararnos para una fuerte sacudida», escribe el director de Coyuntura de Funcas Raymond Torres. El panorama se deteriora a ojos vista. La industria europea ha podido vivir los últimos meses de los pedidos acumulados, pero estos se agotan y los nuevos no llegan. «La insana dependencia alemana de los clientes chinos», argumenta The Economist, «corre el riesgo de reducir la demanda de sus productos». Y si la locomotora germana flaquea, su debilidad no tardará en transmitirse al resto del convoy. La Airef cree que el PIB español caerá cuatro décimas en el tercer trimestre y los últimos datos de afiliaciones a la Seguridad Social corroboran la ralentización.
¿Cómo de malo es lo que se nos viene encima?
El gris importa
Llevo ejerciendo el periodismo económico el tiempo suficiente como para saber que es un negociado en el que las cosas raramente son blancas o negras. Como dice mi compañero de podcast, el profesor del IESE Javier Díaz-Jiménez, «el gris importa» y, pese al tono uniformemente lúgubre que domina las informaciones de los medios, la coyuntura actual está llena de matices. El propio comentario de Raymond Torres sobre «la fuerte sacudida» que he reproducido más arriba está tramposamente sacado de contexto. He omitido que añade a renglón seguido: «Pero sin descuidar los puntos de resistencia», que no son pocos. El Informe Mensual del Comercio Exterior de junio señalaba que las exportaciones españolas habían aumentado un 25% hasta junio y, a pesar de todos los augurios que anticipaban un desplome del turismo en cuanto pasara el verano, la ocupación hotelera continúa «disparada para otoño», como titula La Vanguardia.
Incluso la inflación podría haber tocado techo. El trigo, el maíz y el arroz han vuelto a niveles precovid y el gas está perdiendo fuelle. Los futuros para el segundo trimestre de 2023 cotizaban ayer (6 de septiembre) en torno a los 200 euros el megavatio hora, una caída de casi el 40% respecto de los 320 que han llegado a marcar.
Por desgracia, como alerta Santiago Carbó, estas mejoras no suponen que el IPC vaya a bajar «de golpe». Las tensiones en los alimentos y la energía se han trasladado al resto de los componentes de la cesta de la compra. «El número de subclases con una tasa de inflación superior al 4%», explica Funcas, «se ha elevado hasta 119, el 60% del total de subclases, frente […] al 9% de antes de que se iniciara el proceso actual». Incluso aunque no se desate una espiral de reivindicaciones salariales (un gran aunque, vistas las irresponsables propuestas de la vicepresidenta Díaz), el año se cerrará con una media anual del 8,9%.
Lo que dicen los números
¿Entonces, qué?, me dirán. Esto es como una partida de sogatira. De un extremo de la cuerda tiran todos esos datos tremendos con los que nos machacan día tras día en el telediario: las amenazas de Putin, el euríbor en máximos, el frenazo de Alemania, el fin de la abundancia. Del otro, la buena marcha de las exportaciones y el turismo y la suave moderación de los precios del gas. ¿Cuál dirían ustedes que es el resultado de este duelo desigual? A primera vista, no hay color, ¿verdad? Recesión segura.
Pues no.
Si echamos un vistazo al panel de previsiones de julio de Funcas, verán que el servicio de estudios más pesimista del país, que es el de Repsol, nos da un aumento del PIB del 3,7% para este año. El más optimista, el Centro de Predicción de la Universidad Autónoma, llega hasta el 4,9% y el consenso se queda en el 4,2%.
Si esto es el fin de la abundancia, que viva el fin de la abundancia.
¿Cómo es posible? ¿No van los economistas al supermercado, no oyen la radio, no ven la televisión?
En absoluto. Es pura estadística. El crecimiento anual es la suma de los crecimientos de los cuatro trimestres y, como los dos primeros han sido buenos, para arrojar un total negativo el tercero y el cuarto tendrían que ser muy malos. ¿Cuánto de malos?
Díaz-Jiménez ha elaborado un simulador y, suponiendo que la Airef acierte y la variación del tercer trimestre sea ese -0,4%, haría falta una catástrofe como los 17 puntos de caída que provocó el confinamiento para que la suma anual fuera también del -0,4%.
«Por supuesto», dice Díaz-Jiménez, «que si se nos cae el cielo en la cabeza eso puede hacer que colapse la economía mundial», pero no es el escenario central.
¿Y si Rusia nos corta el gas?, le digo.
«Todo eso», responde, «está descontado, le hemos puesto precio ya», y en ningún caso desataría un desplome de 17 puntos. Díaz-Jiménez apuesta por una contracción de 0,6 puntos en el cuarto trimestre y, con ello, «la tasa de crecimiento del PIB español en 2022 será del 3,9%».
Sentido (común) y sensibilidad
Por supuesto, el que vayamos a sufrir una contracción y no un desplome no significa que no vaya a ser desagradable, pero no nos dejemos llevar por la histeria del momento. Tendemos a exagerar las desgracias presentes y esa sensibilidad no sirve para estimar la profundidad de una crisis, como tampoco sirven las jeremiadas de los políticos, ni siquiera el africano que mendiga una barra de pan a la puerta del supermercado, porque el pobre hombre está ahí tanto en tiempos de bonanza como de tribulación y es más el testimonio de nuestra incapacidad para integrar a los inmigrantes que un indicador fiable de la fase del ciclo económico.
Esta debe evaluarse a partir de los datos y estos son inquietantes, pero (por ahora) anticipan una desaceleración, no un cambio radical ni el fin de la abundancia.