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La otra cara del dinero

Las consecuencias económicas de que Putin lance una bomba atómica, aunque sea táctica

Usted quizás opine que, siempre que no vaya seguida de una escalada, una explosión circunscrita a Ucrania no tendría mayor impacto. No se equivoque

Las consecuencias económicas de que Putin lance una bomba atómica, aunque sea táctica

El presidente de Rusia, Vladimir Putin, ha amenazado con recurrir a todos los sistemas de armas disponibles para defender la integridad de Rusia. | Europa Press

Cuanto más progresa la contraofensiva ucraniana, más pastillas de yodo venden las farmacias occidentales. En Finlandia y Suecia se han agotado las existencias y algunas ciudades noruegas han comenzado a distribuirlas ante el riesgo de contaminación radiactiva. La CIA, el presidente de Estados Unidos e incluso Angela Merkel temen que un Vladimir Putin acosado por el fracaso militar en el exterior y las intrigas políticas en el interior intente revertir su suerte mediante un golpe de mano nuclear. Él mismo no lo oculta. El pasado 21 de setiembre advirtió de que recurriría a «todos los sistemas de armas disponibles» para defender la integridad de Rusia. «Y no es un farol», añadió.

«Solíamos pensar que, una vez que todas las grandes potencias disponían de un arsenal suficiente como para destruirse entre sí varias veces, la amenaza atómica era un asunto resuelto», escribe el economista Tyler Cowen. «Pero no es verdad».

La propia evolución tecnológica ha contribuido a desdibujar el fantasma de la destrucción mutua asegurada o MAD, por sus siglas en inglés. Los explosivos convencionales, señala Cowen, se han vuelto más potentes y las ojivas tácticas, más precisas y, por tanto, menos indiscriminadas en su devastación. ¿Cuál es la diferencia entre echar mano de unos u otros?

«El uso de armas nucleares ya no es impensable», concluye Cowen.

¿En qué consistiría y cuáles serían sus consecuencias para el resto del planeta?

Las diferentes opciones

Los expertos barajan tres escenarios principales. El Kremlin podría optar por (1) una detonación sin víctimas, pero que exhibiera su musculatura; (2) una operación quirúrgica contra posiciones militares, y (3) el bombardeo de un objetivo civil.

La primera sería probablemente una prueba atmosférica. Además del efecto intimidatorio, generaría un pulso electromagnético que inutilizaría temporalmente el instrumental electrónico de los ucranianos. Pero si Putin se limitara a obligarles a apagar y encender los ordenadores y no frenase su ardor guerrero, «habría incurrido en el oprobio internacional», dice The Economist, sin obtener a cambio ninguna ventaja material.

Ya puestos, los generales del Kremlin serán seguramente más partidarios de aprovechar para llevarse por delante un contingente significativo de enemigos. Pero hacer una mella significativa en un frente tan disperso como el ucraniano requeriría «docenas de bombas tácticas», explica el analista Hans Van Leeuwen. Y The Economist recuerda un estudio sobre un conflicto hipotético entre India y Pakistán que concluyó que un dispositivo de cinco kilotones apenas acabaría con 13 carros de combate.

Finalmente, emular el ejemplo de Estados Unidos en Hiroshima y forzar la capitulación de Volodímir Zelenski borrando de la faz de la Tierra una ciudad comportaría probablemente la personación inmediata de la OTAN en el conflicto, y Putin es consciente de que no está en condiciones de batirse contra Estados Unidos y sus 29 aliados.

Cereales por las nubes

Vistos los pros y los contras de cada alternativa, los expertos asignan una probabilidad modesta a que Moscú apriete finalmente el botón rojo. Pero, ¿y si sí? Usted quizás opine que, siempre que no vaya seguida de una escalada, una explosión circunscrita a Ucrania no tendría mayores consecuencias.

No se equivoque.

La onda expansiva sacudiría, para empezar, la cesta de la compra. La sospecha de contaminación radiactiva expulsaría del mercado buena parte de la producción agraria de Ucrania y ya vimos el impacto que su retirada causó al principio de la guerra. Tras el acuerdo alcanzado en julio entre Kiev y Moscú para desbloquear los puertos del mar Negro, los precios de los cereales habían empezado a moderarse. Una bomba táctica los devolvería a las nubes.

Huida hacia la calidad

Las secuelas más graves serían, no obstante, financieras. Ante la eventualidad de una escalada, se produciría la tradicional huida a la calidad: los inversores desharían posiciones en los mercados emergentes (y no tan emergentes) y se refugiarían en los activos más seguros, como el bono del Tesoro estadounidense.

Este movimiento es típico de los momentos de incertidumbre y, de hecho, ya estaba en marcha. Al subir los tipos para enfriar su economía, la Reserva Federal ha vuelto más atractiva la deuda estadounidense, succionando ahorro de todos lados. El índice MSCI All Country World, que sintetiza la evolución de medio centenar de bolsas, ha perdido el 23% en lo que va de año. Y los bonos corporativos con grado de inversión se están colocando a tipos del 6%, los más altos desde 2009.

La afluencia de fondos a Estados Unidos también ha impulsado el dólar frente al resto de las divisas y, como las materias primas están denominadas en el billete verde, su revaluación encarece las compras al resto de los países, retroalimenta su inflación y obliga a los bancos centrales a endurecer sus políticas monetarias, con independencia de la fase del ciclo en que se encuentren.

Naturalmente, la Fed se limita a cumplir su mandato de controlar los precios y en su descargo hay que decir que procura desempeñarlo con la máxima cautela. Pero si así y todo no puede evitar hacer daño, imaginen los estragos que ocasionaría una salida desordenada de capitales. Fue lo que vimos en México en 1982, en Tailandia en 1997, en Rusia en 1998 o en Argentina en 2000. Cada una de aquellas crisis consistió básicamente en una huida hacia la calidad que dejó tras de sí un rastro de dolor y desolación.

Ojo a los niveles de deuda

Las tormentas financieras se asocian con las economías emergentes y serían ellas las que sufrirían la sacudida inicial de una detonación nuclear en Ucrania, por limitada y táctica que fuese. Pero el balance de muchas naciones desarrolladas aún no se ha recuperado de los excesos de gasto que debieron afrontar por la pandemia, y sus abultados niveles de deuda las hacen vulnerables a los cambios de humor de los inversores.

Un brote aislado y puntual de pánico sería manejable. Pero si la incertidumbre se prolonga, no descarten fuertes tensiones en la prima de riesgo, una deficiencia que, por desgracia, no puede aliviarse con unas pastillas de yodo.

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