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La otra cara del dinero

Tras la coronación de Xi Jinping, todo parece indicar que el XXI ya no va a ser el siglo de China

La economía china se está «pudriendo por la cabeza», alerta gráficamente Daron Acemoglu, catedrático del MIT y autor de ‘Por qué fracasan los países’

Tras la coronación de Xi Jinping, todo parece indicar que el XXI ya no va a ser el siglo de China

El presidente Xi Jinping llega a la sesión inaugural del XX Congreso del Partido Comunista Chino en el Gran Salón del Pueblo de Pekín. | Foto de Noel CELIS / AFP

«Cuando los estudiosos de las relaciones internacionales predicen que el XXI será el siglo de China, no pecan de imprudentes», argumentaba en octubre de 2018 The Economist. Los registros del gigante asiático son excepcionales. En apenas una generación ha multiplicado por 10 su PIB per cápita y ha erradicado prácticamente una pobreza severa que en 1978 afectaba al 90% de la población. Domina el ranking mundial de patentes y, en términos de paridad de poder de compra, su economía ya ha rebasado a la estadounidense.

Igual que el vigoroso crecimiento de la URSS en los años 50 y 60 indujo a muchos a plantearse si el modelo comunista no sería después de todo superior al capitalista, el éxito de China ha vuelto a poner sobre la mesa «una cuestión largamente debatida por los expertos en desarrollo», escribe el profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts Daron Acemoglu: «¿Puede una autocracia aventajar a una economía de mercado en innovación y crecimiento?»

A pesar de que la historia no registra ningún caso y de que todavía deberíamos tener fresco en la memoria el descalabro soviético (y el cubano y el norcoreano), «la opinión generalizada», dice Acemoglu, «es que China mantendrá su sorprendente desarrollo».

Esta es, desde luego, la convicción que anima a la cúpula salida del último Congreso del Partido Comunista (PCCh). Un informe de Arcano Partners elaborado por los analistas Bjorn Beam y Milo Jones explica que el presidente Xi Jinping «está pidiendo esencialmente a China y el mundo que crean que esta vez es diferente; que un sistema autoritario beligerante, encerrado en sí mismo y personalista, que prioriza el control sobre la eficiencia, la racionalidad económica o la equidad, llevará a las ganancias de productividad necesarias para abordar los profundos problemas estructurales» que tiene por delante. Y alerta de que «la meta ya no es simplemente ‘enriquecerse es glorioso’». Ahora se trata de recuperar la hegemonía planetaria.

¿Lo logrará?

El origen de la riqueza de China

Desde que Adam Smith publicó su famoso tratado, han corrido ríos de tinta sobre el origen de la riqueza de las naciones y la realidad es que, a pesar de esta exuberancia teórica, todos los grandes milagros económicos se han producido al margen de la academia. China no es una excepción. En lugar de ponerse en manos de un equipo de prestigiosos, como haría décadas después el infortunado Boris Yeltsin, Deng Xiaoping y sus colegas del PCCh se dedicaron a hacer probaturas. A los gobernadores provinciales y locales no se les daban instrucciones precisas de lo que debían hacer, como en la época de Mao, sino que se les animaba a experimentar en áreas específicas. Luego, las iniciativas que salían bien se exportaban a otras regiones y las que salían mal se cerraban.

En ninguna otra sociedad se ha aplicado de forma tan inmisericorde el principio schumpeteriano de la destrucción creadora. Se conoce, por una parte, que solo la determinación de unos marxistas convencidos puede llevar el capitalismo a sus últimas consecuencias, pero, por otra, ¿no habíamos quedado en que la libertad era indivisible? Dejar que las compañías compitan entre sí fomenta la innovación, pero genera también focos de poder periféricos que acaban enfrentándose a la autoridad central. ¿Por qué no ha sucedido eso en China?

Responsabilidad sin democracia

Si como quería Karl Popper la democracia no es más que un mecanismo que permite deshacerse de los gobernantes incompetentes pacíficamente y los mandarines comunistas lo han hecho tan bien como revelan las estadísticas citadas más arriba, ¿qué sentido tendría destituirlos? Estaríamos ante lo que la politóloga del MIT Lily L. Tsai llama responsabilidad sin democracia, un régimen en el que los políticos se preocupan por la suerte de los ciudadanos a pesar de que estos no los eligen. Y aunque abundan las comunidades rurales cuyos alcaldes se desviven por sus paisanos por motivos puramente morales o de afecto, no está claro que este mecanismo pueda articularse a gran escala.

Más verosímil es que la propia prosperidad genere legitimidad, y bastante potente, como pueden atestiguar quienes vivieron los años del desarrollismo franquista. El dictador no murió por casualidad en la cama, ni eran de atrezo las interminables colas que se formaron delante de su capilla ardiente.

El ascenso de los pelotas

Pero las legitimidades que las expansiones te dan, las contracciones te las quitan y en China el horizonte se ensombrece a pasos agigantados. La previsión es que cierre 2022 con un aumento del PIB del 3,2%, muy inferior al objetivo oficial del 5,5% y no digamos ya a las tasas del 10% de principios de siglo. Las causas son conocidas. La estrategia de covid cero «está causando estragos», escribe la corresponsal de la BBC en Asia. El estallido a cámara lenta del sector inmobiliario también ha golpeado el país y, finalmente, ha sufrido una serie de catastróficas desdichas ambientales.

Pandemias, burbujas, sequías e inundaciones son, por supuesto, cosas que pasan hasta en las mejores democracias, pero sus consecuencias suelen ser más graves cuando las cúpulas están aisladas del público por camarillas de pelotas. Beam y Jones observan en este sentido que Xi ha liquidado a los pesos pesados de la economía, como Liu Ge y Guo Shuqing, y los ha sustituido por figuras cuya única credencial es la lealtad inquebrantable. Muchos empresarios han tomado nota y, después de ver las medidas adoptadas contra Alibaba, Tencent y otras tecnológicas, están más pendientes de no dar un mal paso que del I+D.

Choque de trenes

La posibilidad de que el ritmo de innovación de décadas pasadas se mantenga en un entorno tan intervenido es remota. La pujanza de un ecosistema depende de su diversificación, de la existencia de una miríada de startups que se dedican a abrir las vías más insospechadas. Muchas de ellas no llegarán a ningún lado, pero unas pocas alumbrarán la bombilla, el automóvil, el ordenador personal o el smartphone.

Esta dispersión desordenada es vital y se pierde cuando la actividad se organiza en torno al Estado, por alta que sea la inversión. «A pesar de un gran aumento en el apoyo del Gobierno desde 2013», dice Acemoglu, «la calidad de la investigación china mejora muy lentamente. Hasta en inteligencia artificial, la prioridad nacional, se están rezagando respecto de los líderes mundiales, la mayoría de ellos estadounidenses».

El propio Acemoglu corrobora en un reciente artículo que «muchos académicos eligen sus áreas de investigación para granjearse el favor de los jefes de los departamento o de los decanos, que ejercen un poder considerable en sus carreras».

Este creciente control sobre la economía agravará los problemas y Acemoglu concluye que, «como ocurre en todas las autocracias», nadie alertará del choque de trenes que se avecina.

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