Sangre de millonarios en la arena de la Super Bowl
El mayor espectáculo del deporte estadounidense llega ensombrecido por una parada cardiaca que volvió a poner en entredicho el riesgo que asumen los jugadores
El domingo que viene tiene lugar el evento deportivo más fastuoso del mundo. En EEUU, el (todavía) núcleo del capitalismo global, todo se para para ver la Super Bowl, la final de la NFL de fútbol americano. El país se concentra alrededor de un televisor con la consecuencia inmediata de, claro, un negocio descomunal. A cambio, los jugadores se dejan la piel. A veces, literalmente.
Según Statista, se espera un consumo relacionado con el partido de 16.500 millones de dólares. Una media de 85 dólares por estadounidense (no se contabiliza el resto del mundo) que va, sobre todo, a comida y (mucha) bebida, con la cerveza como estrella, pero también a ropa y merchandising variado de los equipos, Kansas City Chiefs y Philadelphia Eagles, por cierto, aunque eso es casi lo de menos.
El evento trasciende lo deportivo. Incluso los que no se saben las reglas (pocos en EEUU) se sientan a disfrutar del espectáculo. El show del intermedio, por ejemplo, supone poco menos que la coronación definitiva del artista que lo protagoniza. Este año le ha tocado a Rihanna. El anuncio medio de 30 segundos de la edición del año pasado se pagó a seis millones y medio de dólares.
Ni hablar ya de ver el partido en directo, este año en el State Farm Stadium de Glendale, Arizona. Las entradas más caras de TicketSmarter se van a los 41.430 dólares, y lo más baratito que se despacha, a los 5.368 dólares, en la terraza 421. Y los precios suben a medida que se acerca la fecha. En la reventa se pueden llegar al absurdo.
Cifras escandalosas que, lógicamente, han disparado el valor de los protagonistas últimos del evento. Este verano, Forbes daba cuenta del pelotazo que están pegando las franquicias de la NFL justo cuando el delicado momento económico ha dejado casi cualquier otra inversión, ya sea renta fija o variable, en sus horas más bajas.
«Con unos ingresos por las nubes y una rentabilidad que hace la boca agua, los equipos de la NFL valen ahora 4.470 millones de dólares de media, un 28% más que hace sólo un año», dicen Mike Ozanian y Justin Teitelbaum, los expertos de Forbes. Una inversión que está de moda, además, entre las grandes fortunas. Este verano, por ejemplo, Rob Walton, heredero de Walmart con una fortuna valorada en 58.700 millones de dólares, compró los Denver Broncos por 4.650 millones. Aparte de lo que mola tener un equipo de fútbol americano, en Forbes consideraron la operación un «game changer para la NFL no sólo por la cantidad récord en dólares, sino por una métrica financiera clave de la transacción, el múltiplo empresa-valor-ingresos. Con 8,8, representó un aumento significativo en comparación con las dos ventas anteriores de equipos».
Los trabajadores de estas empresas están bastante bien pagados. Desde el primero hasta el último. Pero las estrellas se llevan la palma. Según Spotrec, el jugador mejor pagado actualmente, el quarterback de los Gran Bay Packers Aaron Rodgers, tiene un sueldo de 59 millones de dólares anuales. El segundo es el también quarterback de los Kansas City, favoritos en esta Super Bowl, con 40 millones… Pero su juventud (27 años frente a los 39 de Rodgers) prolonga su contrato una década. O sea, tiene asegurados 450 millones de dólares.
Los salarios, además, son solo la punta del iceberg de los ingresos de estas megaestrellas. En estas páginas ya contamos el caso paradigmático de Tom Brady. Los Tampa Bay Buccaneers le pagan solo 15 millones de dólares, pero Forbes lo coronó el año pasado como deportista con más ingresos del mundo: 83,9 millones de dólares. El fútbol en sí es lo de menos. Su ubicua presencia en los televisores estadounidenses le ha proporcionado una red empresarial que va desde la moda a la producción audiovisual, pasando por todo tipo de contratos de patrocinio y publicidad e incluso un novedoso negocio de autógrafos digitales.
Un mercado muy tentador que le ha hecho apurar su carrera hasta los 45 años. Justo la semana pasada anunció que se retira… «otra vez», como remarcaban los medios. Ya lo hizo el año pasado, eligiendo también los alrededores de la Super Bowl para hacer el anuncio. La ambición (¿o la avaricia?) le pudo y decidió continuar un año más. Le costó el matrimonio con la supermodelo Gisele Bundchen. Él sabrá si le ha compensado. En cualquier caso, asegura que esta vez es la definitiva.
Otros jugadores tienen que pagar precios más altos por seguir en tan millonaria (aunque siempre menos que Brady) pomada. A veces, casi la vida. El pasado 2 de enero, el defensa Damar Hamlin, de los Buffalo Bills, protagonizó una espectacular jugada en un partido contra los Cincinnati Bengals. Había conseguido aplacar a un rival que se dirigía a toda velocidad hacia su línea de touchdown. Los aplausos y alaridos típicos del estadio pararon en seco cuando los espectadores se dieron cuenta de que el resto de los jugadores y los árbitros entraban en pánico. El corazón de Hamlin, de 24 años, se había parado. El partido se suspendió y Hamlin fue trasladado al hospital con la vida pendiente de un hilo. Parece que se va recuperando.
El problema es que no se trata del primer caso. Ni mucho menos. Un artículo académico de la McCombs School of Business de la Universidad de Texas asegura que un jugador de la NFL que juegue 24 partidos aumenta la probabilidad de muerte prematura en un 16%, y que un estudio de 2019 de los cerebros de 223 jugadores de fútbol con encefalopatía traumática crónica y 43 jugadores sin ella mostró que, por cada 2.6 años adicionales de juego, el riesgo de desarrollar la enfermedad se duplicó.
Otro artículo de la Universidad de Chicago analiza el juego legal al que se enfrentó la NFL cuando el asunto empezó a preocupar a la opinión pública y concluye que, aunque la liga «ha tomado algunas medidas para cambiar sus reglas en un intento de evitar que se produzcan conmociones cerebrales», en 2015, los jugadores «seguían sufriendo una media de 0,43 conmociones cerebrales por partido, y el número de conmociones cerebrales notificadas sufridas en la temporada 2016-17 estaba a la par con el número medio de las sufridas en las últimas cuatro temporadas».
El cerebro es el principal perjudicado de este deporte extremo. El caso de Hamlin añade el corazón, pero prácticamente todo el cuerpo está expuesto. Al hilo del caso Hamlin y como contrapunto a los fastos de la Super Bowl, Ken Belson y Jenny Vrentas publicaron un extenso reportaje la semana pasada en el New York Times sobre las consecuencias de saltar a la arena de los gladiadores millonarios.
Arrancaban con la historia de Zeke Motta, otro chico de 24 años que sufrió una fractura de la vértebra C1, que se encuentra en la base del cráneo y mantiene la cabeza erguida. Supuso el final de su carrera… cuando acababa de empezar. Le dio para comprarse una casa, pero como era un novato cuando se lesionó, no podía optar a una pensión ni a la asistencia sanitaria posterior a su desempeño como futbolista. Desde los tiempos de las concusiones, la NFL y el sindicato de jugadores tienen unas prestaciones por incapacidad, pero Motta no cumplía los requisitos.
Hamlin tuvo mejor suerte, dentro de lo que cabe. Era su segundo año en la liga, cuando el derecho a pensión y otras prestaciones fundamentales llega en el tercero, pero lo espectacular de su caso ha hecho que su equipo se comprometa a ocuparse de él si no vuelve a jugar. «Pero Motta y cientos de otros jugadores cuyas jóvenes carreras descarrilaron por culpa de las lesiones suelen ser menos afortunados. Abandonan el fútbol con cuerpos dañados y perspectivas laborales dispares, y algunos luchan por conseguir la ayuda que necesitan», dicen Belson y Vrentas .
Dramas como el de Motta resultan particularmente significativos, pero en realidad las secuelas afectan a todos. «El dolor forma parte de mi vida» es el lema de los ex jugadores de fútbol americano. Se ha convertido incluso en un tópico de película o serie de televisión: la antigua estrella adicta a los calmantes. ¿Por qué lo hacen? Por la fama, el juego y… mucho dinero. Incluso jugadores de bajo perfil consiguen cantidades muy importantes. Hamlin, por ejemplo, fue elegido en una posición muy baja del draft, en la sexta ronda, pero firmó un contrato de novato de cuatro años y 3,6 millones de dólares: 660.000 el primer año y 825.000 el segundo, los salarios mínimos establecidos en el convenio colectivo. El salario medio de la NFL supera los dos millones.
La tentación es mayúscula. El dilema entre salud y dinero se diluye en esa edad en la que une tiende a sentirse inmortal. Aunque los jóvenes tampoco son tontos. En la negociación de las condiciones laborales de 2011, los jugadores pidieron ampliar la cobertura de salud. A los propietarios de los equipos les pareció bien… siempre que el coste se descontara de los ingresos de los jugadores, que actualmente supone el 48% de los costes de una franquicia. Los jugadores se negaron. Y todo sigue igual.