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Economía

El capital riesgo se vuelca con la IA mientras los gobiernos dudan cómo regularla

El marco regulatorio es una incógnita, las empresas pelean por su infraestructura y las voces más autorizadas advierten que la humanidad se asoma al abismo

El capital riesgo se vuelca con la IA mientras los gobiernos dudan cómo regularla

Pixabay.

La inteligencia artificial (IA) generativa es un concepto relativamente antiguo. Ya en los años sesenta el chatbot ELIZA funcionaba como una suerte de terapeuta cuyas respuestas al paciente en realidad se basaban en tablas y datos previos, igual que sucede ahora con ChatGPT a mucha mayor escala.

Ningún antecedente eclipsa sin embargo las dimensiones de una tendencia que se mueve entre el hype, la auténtica revolución y el desafío de un horizonte infinito. 

Desde enero hasta mayo, las startups vinculadas a la IA levantaron 20.000 millones de dólares (unos 18.600 millones de euros). El capital riesgo confía tan ciegamente en esta tecnología que incluso los fondos más importantes del mundo (la mayoría estadounidenses) incorporan ya entre sus criterios de evaluación el grado de dominio de la posible empresa invertida en el campo de la inteligencia artificial. 

En su informe sobre el futuro del mercado laboral, el Foro Económico Mundial pronostica que la revolución tecnológica, propulsada en gran medida por esta ola del algoritmo, generará empleo durante el próximo lustro pese a que en términos globales y netos se perderán unos 14 millones de trabajos.

El interés por la materia es tan magnético que la web de OpenAI, dirigida por Sam Altman y propietaria de las diferentes iteraciones de ChatGPT, es actualmente la 17ª más popular del planeta (1.800 millones de visitas mensuales). Y aquí empieza lo interesante. Altman, uno de los papás del tsunami, destaca también como una de las voces de la prudencia. 

Igual que el histórico Joffrey Hilton, paladín de la escuela de Toronto que inundó de mentes brillantes el organigrama de los titanes tech de EEUU con sus enseñanzas en IA, el CEO de OpenAI advierte junto a muchos otros colegas que el mal uso de los super algoritmos colocará a la humanidad al borde de la extinción. ¿Qué ocurriría, por ejemplo, si los drones de combate que usa Rusia en Ucrania disponen de autonomía para tomar decisiones frente al enemigo? 

Disrupción permanente

Entretanto, el ritmo no para y amenaza con dejar obsoleta la Ley de Moore. Si ChatGPT simboliza la excelencia de la creación sintética en los textos, DALL-E-2, Midjourney y Stable Diffusion dominan el terreno de la imagen y VALL-E coquetea con la clonación perfecta de voces. La sofisticación de este mix es tal que uno puede caer en la trampa de celebrar anticipadamente la próxima película animada de Wes Anderson (Star Wars, The Galactic Menagerie) sin olisquear siquiera que se trata de un travieso deep fake.

¿Qué se cuece entre bambalinas? Por una parte, la carrera financiera por hacerse con la infraestructura computacional necesaria para desarrollar herramientas aún más potentes. El principal problema de las compañías tecnológicas medianas, pequeñas y emergentes no es ya la captación y retención del talento, sino la obtención de recursos de hardware para alimentar la musculatura de una IA cada día más sofisticada y voraz. 

El ajedrez geopolítico

Por otro lado, el marco regulatorio que los gobiernos están dispuestos a poner sobre la mesa. La Comisión Europea muere ficha con su AI Act, en EEUU la carrera del liderazgo parece abierta y desde China las primeras señales no son halagüeñas si se atiende al sistema de puntuación que se utiliza (con ayuda de la tecnología) para medir el compromiso de cada ciudadano con el régimen. 

Sobrevuelan, claro, muchas otras implicaciones. El festival de la productividad y la automatización. La redefinición de lo creativo y la posible desaparición de oficios muy vinculados a las letras, la memoria y el pensamiento. Los contornos últimos de la digitalización. E incluso la resistencia de lo analógico como fórmula de romántica agitación. 

El capítulo clave de este thriller formidable no se escribe mañana. Se está cocinando hoy. 

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