China planta una pica en el Golfo Pérsico
Los más optimistas anticipan incluso la firma del tratado de libre comercio que Pekín y el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) negocian desde 2004
En 1944, cuando ya todo parecía perdido para el Eje, Japón envió a Alemania un submarino cargado de oro, tungsteno y otros materiales vitales para su esfuerzo bélico. Fue una misión suicida: tras atravesar el Índico y circunvalar África, un bombardero de EEUU lo hundió en el golfo de Vizcaya. Berlín y Tokio quisieron reconfigurar la geopolítica global, pero la crueldad de la geografía se interpuso.
Las potencias revisionistas del siglo XXI —Rusia, China, Irán, Corea del Norte— no tienen ese problema. Según escribe Hal Brands en Foreing Policy, su continuidad geográfica y dominio de la ‘isla mundo’ (Heartland) —como llamó John Mckinder (1861-1947) a la masa continental euroasiática que se extiende desde el Volga al Yangtzé y del Himalaya al Ártico— permite a Pekín y Moscú reducir la ventaja estratégica que dan a Estados Unidos su formidable poder naval: siete flotas navales desplegadas desde Hawai y Barein a Rota y el Caribe.
Rusia y China no son aliados, pero integran un bloque cada vez más cohesionado por los gasoductos, las redes de transporte y organizaciones como los BRICS y la Organización de Cooperación de Shanghái, cada vez más fuera del alcance del largo brazo del dólar y el Pentágono.
Según el Center for Economic and Policy Research de Washington, hoy el 27% de los países del mundo, que suman el 29% del PIB, están sujetos a algún tipo de sanciones, la mayor parte del departamento del Tesoro. A fines de 2021, Washington tenía en su lista negra a 9.241 personas y organizaciones, 900% más que hace 20 años. En 1999, las sanciones afectaban solo a países que representaban el 5% del PIB. En esas condiciones, no es extraño que en febrero el yuan superara al dólar como la divisa más negociada en la Bolsa de Moscú.
Horizontes ilimitados
En su última reunión en Moscú con Putin, Xi Jinping estuvo rodeado de asesores militares. El mensaje era claro: la defensa —que ya incluye ejercicios militares conjuntos y transferencias de tecnología— es la piedra angular de la relación. A chinos y rusos les interesa atraer a su órbita al mundo árabe y Oriente Próximo.
Tras la desaparición en 1918 del antiguo orden otomano, las disputas —entre saudíes, iraníes, sirios, iraquíes, turcos…— condenaron a la inestabilidad a la región. Pero ahora los antiguos rivales tienen algo en común: todos hacen buenos negocios con China, como mostró la reciente X Conferencia de Negocios Árabe-China (11-12 junio), la primera celebrada en Arabia Saudí y que reunió a 3.500 directivos, expertos y funcionarios de 23 países.
En el marco de la reunión, el Gobierno saudí firmó un acuerdo con la china Human Horizons Technology para invertir 5.600 millones de dólares en la construcción de una planta de vehículos eléctricos. Los saudíes tienen ya su propio fabricante, Ceer, que comenzará a vender turismos y todoterrenos en 2025.
Desde 2018 China, el mayor importador de petróleo, es el principal socio comercial de Arabia Saudí, a su vez el mayor exportador de crudo, que representa el 40% de su economía. En 2022, los saudíes enviaron al gigante asiático 641 millones de barriles, con lo que superaron a Rusia como su principal proveedor.
Gran parte de los proyectos de la franja y la ruta (BRI) –carreteras, puertos, vías férreas– enlazan, como la antigua ruta de la Seda, China con el mar Caspio y el Golfo, donde el dragón abreva el crudo que le da vida. En 2022, el comercio bilateral entre China y el mundo árabe rondó los 430.000 millones de dólares.
Arabia Saudí supuso el 25% con un intercambio de 106.000 millones de dólares, un 30% más que en 2021. En 2001, esa cifra apenas llegaba a los 4.000 millones de dólares, un 10% del comercio que mantenía con EEUU y la UE. Ya en 2021 fue de 87.000 millones, más que con ambos juntos.
Poderes paralelos
El poder económico casi siempre se traduce en influencia política, como mostró la exitosa mediación de Pekín entre Riad y Teherán, que el 5 de junio reabrió su embajada en la capital saudí, cerrada desde 2016. Los saudíes están descubriendo las ventajas de la poligamia geopolítica.
Un divorcio con su antiguo protector no parece probable pero sí el adulterio, especialmente con pretendientes que no se detienen en supuestas minucias, como las del asesinato de un columnista saudí del Washington Post , Jamal Khashoggi, en el consulado saudí de Estambul.
Riad se puede permitir los devaneos e infidelidades. En 2022 la economía saudí creció un 8,7%, más que ninguna otra en el mundo, seguida muy de cerca por Kuwait y Emiratos Árabes Unidos (EAU).
Los cuatro mayores fondos soberanos de los países del Golfo tienen unos tres billones de dólares en activos después de aumentarlos 42% en los dos últimos años. Riad espera que el suyo, el Public Investment Fund, llegue a los dos billones en 2030, lo que lo convertirá en el mayor del mundo.
Enemigos gratuitos
Aunque produce muchos petróleo y gas, EEUU importa aun grandes cantidades de ambos recursos y necesita a los saudíes para influir en la política de precios de la OPEP. El problema es que en su campaña Biden prometió convertir al reino en un «paria internacional» por sus violaciones de los derechos humanos.
En su visita a Jeddah en julio 2022, a la que Biden viajó para pedir a los saudíes un aumento de su producción para bajar el precio del barril, su comitiva fue recibida con banderas y estandartes desde el aeropuerto hasta el palacio real, pero el presidente se regresó con las manos vacías. Nada sale tan caro como un enemigo gratuito.
En diciembre, en cambio, el príncipe heredero, Mohammed bin Salman, dio una bienvenida por todo lo alto a Xi, que firmó con Riad un acuerdo de asociación estratégica. En la nueva terminal del aeropuerto de la capital saudí las señalizaciones son ya en árabe, inglés y mandarín.
Celos occidentales
Ante las suspicacias occidentales, el príncipe heredero saudí, Mohammed bin Salman, suele decir que como «hombre de negocios» él va siempre adonde están las oportunidades. Y en China le sobran. En marzo, Saudi Aramco, que en 2022 tuvo beneficios de 153.130 millones de euros, anunció que invertirá 10.000 millones de dólares en una refinería y una planta petroquímica en la provincia china de Liaoning. En mayo, firmó un acuerdo con Baosteel para construir una planta siderúrgica en el reino.
Los más optimistas anticipan incluso la firma del tratado de libre comercio que China y el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) vienen negociando desde 2004 y que podría incluir el uso del yuan en el comercio bilateral, como propuso Xi en su visita de diciembre al reino.
Los saudíes son uno de los principales clientes de la industria de defensa de EEUU, un vínculo que limita su margen de maniobra por la incompatibilidad de los sistemas de defensa de la OTAN con los de otros países. Pero sin el anticomunismo que les unió a Washington durante la Guerra Fría, las monarquías suníes del Golfo parecen creer que ha llegado el momento de soltar amarras.
Qatar Energy ha anunciado un acuerdo de 60.000 millones de dólares con la China National Petroleum Corporation (CNPC) para la compra cuatro millones de toneladas métricas anuales de gas natural licuado (LNG) y que se sumará al que ya firmó con Sinopec por una cantidad similar de gas. Según The Washington Post, EAU está planeando reanudar las negociaciones con Pekín para albergar una base naval china, que se uniría a la que ya tiene en Yibuti, a la entrada del mar Rojo.