Yolanda Díaz crea «Yolandia, el país de las maravillas», para las almas amables y solidarias
La ineficacia de todas y cada una de las bienintencionadas iniciativas que plantea Yolanda Díaz está bastante contrastada
Hace unos años, el dictadorzuelo de un país africano que estaba de visita oficial en España solicitó ver urgentemente al jefe de Gabinete del presidente.
«Había pensado ir de compras a El Corte Inglés y necesitaba dinero», le explicó con abierta franqueza. «Me temo», le respondió el jefe de Gabinete, «que no es habitual sufragar ese tipo de gastos y no disponemos de una partida presupuestaria al efecto». Al dictadorzuelo aquello debió de parecerle una excusa de lo más peregrina. «Bueno», repuso con genuina extrañeza, «pues llame al Banco de España y que le impriman unos billetes».
Nos hace gracia la desfachatez del dictadorzuelo africano, pero (salvo en el beneficiario último) su lógica no difiere de la que anima el pensamiento mágico en economía.
Por ejemplo, si los pisos están caros, se limitan los alquileres y, si los sueldos son bajos, se suben por decreto. Se reduce la semana laboral para facilitar el empleo y la conciliación y, en fin, cuando va uno corto de efectivo, se fabrica más.
El principio de realidad
La ineficacia de todas y cada una de estas bienintencionadas iniciativas está bastante contrastada.
Los controles introducidos en los mercados de la vivienda de Nueva York, Berlín o París se han traducido invariablemente en reducciones de la oferta y, por tanto, en mayores dificultades de acceso. Por su parte, la subida del SMI decretada en España en 2019 provocó «un menor crecimiento del empleo del colectivo con menores salarios».
La evidencia histórica tampoco es muy halagüeña con la reducción de la semana laboral.
Alemania hizo un experimento en 1985 y la ocupación cayó. En Canadá tampoco mejoró cuando entre 1997 y 2000 se pasó de 44 a 40 horas. Y en Francia, las 35 horas tuvieron un efecto doble: allí donde se respetaron los niveles retributivos, aumentó el paro, y allí donde se redujeron, lo que aumentó fue el pluriempleo. El balance agregado fue que la ocupación se mantuvo y la conciliación empeoró.
La alternativa de Díaz a la teoría cuantitativa
¿Y qué pasa con las consecuencias de darle a la máquina de imprimir billetes?
Cualquiera pensaría que la humanidad ha escarmentado tras los episodios devastadores de la Alemania de Weimar, la Zimbabue de Robert Mugabe o la Argentina de Raúl Alfonsín, pero Yolanda Díaz todavía insiste en que los «márgenes de beneficios tan elevados son los causantes de la inflación». Su alternativa a la teoría cuantitativa del dinero es que «alguien se está forrando», como castizamente proclamaba en enero pasado.
El misterio ya no es, a estas alturas, por qué insiste un político en fórmulas trasnochadas.
El político es, a fin de cuentas, un maximizador de votos. Echa las redes allí donde detecta una demanda insatisfecha. Lo que procede preguntarse es de dónde sale tanto ciudadano crédulo, y la explicación es el tipo de relación que los humanos establecemos con las ideas.
Las grandes teorías son egoístas
A todos nos ha sucedido alguna vez.
Conocemos una gran teoría y quedamos deslumbrados. Pensamos que hemos encontrado la pasión definitiva y, al principio, es fantástico. Nos encanta exhibirnos a su lado. Nos sentimos más seguros, más atractivos, más altos y, si algún amigo nos señala sus defectos, reaccionamos con hostilidad, le retiramos la palabra, lo bloqueamos en Twitter.
Las grandes teorías son egoístas y te quieren solo para ellas.
Ortega y Gasset lo explicaba de otra manera más elegante. Decía que hay ideas que se tienen e ideas en las que se está, es decir, que te tienen a ti. No carece de lógica. ¿Se imaginan que cada uno de nosotros tuviera que repensar el universo desde cero? Es mucho más razonable recurrir al prêt-à-porter intelectual. Acudir al gran almacén de las ideologías y escoger alguna que nos favorezca y realce nuestros encantos naturales.
La Reina de Corazones
Ahí, por desgracia, el capitalismo lleva todas las de perder.
Aunque da mejor resultado que las alternativas, es muy poco agraciado, con su desagradable énfasis en el interés propio y la destrucción creadora. El socialismo, por el contrario, es solidario y amable, y una posición política es para toda la vida, igual que un diamante. Sería una vulgaridad descartarla porque no funciona. Como decía aquella campaña contra el abandono de mascotas en verano: «Ella nunca lo haría».
Para estas almas sensibles, Yolanda Díaz ha creado «Yolandia, el país de las maravillas».
Se crece a voluntad, con solo mordisquear una galletita que dice cómeme. En lugar de los cumpleaños, se celebran los no cumpleaños, que son muchos más, y las carreras no tienen duración definida ni reglas, salvo que a su término todos son proclamados ganadores, para que nadie se frustre.
No hay, en fin, restricciones de gasto y, si alguien las trae a colación, la Reina de Corazones ordena que le corten la cabeza y que se suban los impuestos o se impriman más billetes.