Crece el turismo extremo de lujo: «Pagan 200.000 euros por una tarde»
El aumento en el tráfico de turistas a estas zonas supone, a su vez, un gran problema medioambiental
Visitar el Titanic a más de tres kilómetros de profundidad, subir el Everest o viajar al espacio son algunos de los ejemplos claros de turismo extremo de lujo, el cual ya no se limita a exploradores o atletas. Desde hace unos años, estas actividades se han popularizado para ciertos públicos, todos con gran poder económico.
Pablo Díaz, profesor de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), en declaraciones recogidas por THE OBJECTIVE explica que «el turismo extremo de lujo tiene rasgos de excentricidad y de exhibicionismo. Surgió como resultado de la democratización del turismo, el ascenso del turismo de bajo coste (low cost) y la masificación turística, que empujó a que este turismo excéntrico tome relevancia para personas con alto poder adquisitivo que quieren vivir unas experiencias que solo unos pocos en el mundo podrán gozar».
«El interés por este tipo de actividades o prácticas de turismo extremo de lujo viene por su exclusividad, son excéntricas y, en muchos casos, hacen subir la adrenalina y se enmarcan en un ambiente de personas con un altísimo poder económico que prácticamente compiten entre ellos, como Jeff Bezos u otros multimillonarios», prosigue.
Por su parte, Mireia Cabero, profesora colaboradora de psicología de la UOC argumenta que existen otras razones que llevan a alguien a probar estas prácticas extremas: «Aburrimiento o desmotivación vital que se compensa con experiencias emocionales extremas, necesidad de superación personal y anestesia emocional serían las motivaciones internas».
El turismo de ricos, más allá del golf y los spas
Todo se debe a la democratización de los destinos ‘básicos’, como son destinos exóticos o los famosos safaris, dando paso a los viajes de lujo, extremos, que quedan reservados a personas con gran capital. Según la revista Forbes, este negocio, en 2013, movía cifras cercanas a los 4.000 millones de euros al año.
Así como explicó National Geographic, a día de hoy, alrededor del 90% de los montañeros que realizan la ascensión al Everest son clientes de expediciones guiadas, muchos de ellos sin una mínima competencia en alpinismo.
Para subir al pico más alto del mundo, los precios varían entre los 45.000 y los 200.000 dólares, pudiendo acceder a calefacción, cocineros o, incluso, helicópteros -dependiendo de lo que se pague-.
El mismo caso es el de la Antártida. Según la IAATO (Association of Artarctica Tour Operators), en 1996, el número de turistas se acercaba a los 7.000, mientras que, en 2020, la cifra alcanzó los 74.000. A día de hoy, en 2023, se calcula que el turismo a la Antártida a final de año alcanzará los 100.000.
Según fuentes consultadas por este medio, «hay jóvenes que han llegado a pagarnos 200.000 dólares para escalar el monte Vinson, en la Atártida, sacarse unas fotos y bajar, pues ya no tenían nada que hacer. Son 200.000 dólares por una tarde».
Un problema medioambientalmente caro
Sin embargo, esta clase de turismo supone un grave problema a nivel medioambiental. La huella ecológica, los residuos, la basura etc., representan la problemática, pues son lugares inadecuados.
«Hay ciertas prácticas de turismo extremo que se han masificado (como la subida al Everest) que no tienen en consideración los efectos colaterales de su actividad, los efectos dañinos o las externalidades que tienen estas prácticas, ya que generan situaciones de insostenibilidad que en un futuro traerán consecuencias, y veremos cómo se gestionan», argumenta Díaz.
Según un estudio publicado por la revista Nature, cada persona que visita la Antártida causa la desaparición de 83 toneladas métricas de nieve debido a las emisiones del trasporte utilizado para llegar -habitualmente barcos-.
La empresa SpaceX, propiedad del magnate Elon Musk, busca enviar al multimillonario japonés -y magnate de la moda- Yusaku Maezawa a la primera órbita lunar privada de la historia. Otras empresas, como Virgin Galactic, ofrecen asientos por 450.000 dólares para vuelos suborbitales en microgravedad de 90 minutos.
«Hay un mercado creciente para estos turistas extremos y que buscan experiencias únicas, dirigido a multimillonarios. Pero, después de lo ocurrido con el Titan y con otras experiencias, lo que buscan es seguridad y lo que está aumentándose es eso, que la práctica sea extrema, pero la seguridad sea alta para que, en caso de que ese extremo se vea sobrepasado y haya peligro para el cliente, la posibilidad de rescate sea real», finaliza Díaz.