THE OBJECTIVE
El podcast de El Liberal

Eduardo Serra: «La crispación la trajo Zapatero, que presume de demócrata y ni lo es ni lo será»

«La izquierda está llena de palabras vacías, como ‘progresismo’, que usa para excluir al rival y negarle interlocución»

Eduardo Serra (Madrid, 1946) es abogado del Estado y ha tenido una dilatada y casi completamente transversal trayectoria pública, porque ha ocupado cargos con Gobiernos de centro, de izquierdas y de derechas. Con la UCD, fue jefe de Gabinete del ministro de Industria y Energía y subsecretario de Defensa; con el PSOE, secretario de Estado de Defensa; y con el PP, ministro de Defensa.

A la vista de este currículo cualquiera diría que es el típico arribista de la política, ducho en insidias y conspiraciones, pero da más bien la impresión de que la política le ha costado dinero, porque fuera de ella no ha tenido precisamente problemas para ganarse la vida. Ha sido presidente de Peugeot-Talbot, de Airtel y, hasta hace muy poco, del Grupo Everis. Todavía se sienta en los consejos de varias grandes compañías, pero sus desvelos mayores los dedica a la Fundación Transforma España.

Precisamente por esta última arranca la conversación que mantuvimos en THE OBJECTIVE y de la que sigue a continuación una transcripción extractada y editada.

PREGUNTA.- ¿Por qué Transforma España? ¿Cómo surgió y cuál es el propósito de la fundación?

RESPUESTA.- Los españoles tendemos al pesimismo y, a lo largo de mi vida, no he visto a nadie equivocarse tanto como a los pesimistas. Cuando murió Franco la mayoría creía que acabaríamos en una nueva guerra civil, pero hicimos una transición modélica. Una década más tarde nos incorporamos a la Comunidad Económica Europea y la mayoría pensaba que, con nuestra industria de invernadero, duraríamos un suspiro y, aunque la industria lo pasó mal, ahí seguimos. Luego nos propusimos entrar en el euro y la mayoría decretó: «Imposible, de ninguna manera, no cumplimos ninguno de los cuatro criterios [de convergencia]», pero entramos. Y cuando estalló la crisis financiera [de 2008] la mayoría dijo: «Esto se ha terminado, volvemos a la pobreza», y nos ha costado mucho, pero hemos salido… Justamente en esos años yo presidía la Fundación Everis y decidimos realizar un documento que nos ayudara a levantar el ánimo y nos quitara de encima ese negatividad que pesaba como una losa.

P.- Poníais negro sobre blanco los grandes logros de nuestras empresas.

R.- Fue un trabajo elaborado a partir de un centenar de entrevistas a expertos temáticos y líderes empresariales. Había veces que empezábamos diciendo: «¿Cómo ve usted España?» y algún experto nos respondía escuetamente: «Mal», y había que pasar a la siguiente pregunta. Pero los empresarios son optimistas por naturaleza, han sacrificado el presente por el futuro y no tienen más remedio que ser positivos, así que dieron una imagen nada victimista de las transformaciones que había que llevar a cabo. Y con toda aquella información elaboramos la reflexión TransformaEspaña y se la presentamos al entonces rey Juan Carlos, y aquello molestó mucho al Gobierno de [José Luis Rodríguez] Zapatero y tuvo por ello mucha repercusión…

P.- No hay como pisar callos para que hablen de uno.

R.- De todas las reformas que apuntábamos, la más importante era la de la formación. Así como en otros momentos de la historia la clave de la prosperidad ha sido tener mucho petróleo o mucha población o mucho territorio, ahora lo es tener mucho talento, y nuestro sistema educativo deja bastante que desear y está poniendo a nuestros jóvenes en inferioridad de condiciones respecto de sus homólogos franceses, ingleses, alemanes, coreanos o norteamericanos. Pensábamos, y seguimos pensándolo, que el modo de resolver esta carencia es alcanzar un gran pacto sobre el talento. «Oiga —decíamos a los políticos—, pongan ustedes una asignatura de religión o de educación para la ciudadanía, pero no dejen que nuestros estudiantes ignoren la programación o la digitalización, no les hagan esto». Este sería el argumento central de nuestro siguiente documento, Transforma Talento, presentado en 2012, pero que tampoco sirvió de nada y que incluso tuvo menos éxito, porque no le molestó al Gobierno de [Mariano] Rajoy. Así que, tres años después, constituimos la Fundación Transforma España, que ya no depende de una sola empresa y ha cumplido una década.

P.- La clave de la Transición fue el famoso consenso. ¿Ha cambiado la forma de hacer política en España? Algunos partidos, como Podemos, consideran que la política no es diálogo y concesión, sino antagonismo e imposición.

R.- Es una ideología muy periclitada, muy antigua, muy vieja y, a mi juicio, errónea. Desde que hace 500 años surge el Estado moderno en Europa, queda claro que en materia de gobierno se puede discutir casi todo, pero, mire usted, las políticas exterior y de defensa no pueden alterarse, porque los países que imponen respeto son los que ofrecen una trayectoria coherente y ello requiere pactarla con la oposición. En mi época [como ministro de Defensa] se planteó la carrera militar del entonces príncipe y hoy rey Felipe y recuerdo que lo hablamos con todos los partidos. Hubo alguno que dijo que no, porque todo el mundo no puede estar de acuerdo todo el tiempo, pero de lo que se trataba era de forjar un acuerdo lo suficientemente comprensivo como para impedir que se quebrara por una alternancia en el poder. ¿Y qué ocurre hoy? Pues que con la globalización los ámbitos de consenso se han ido ampliando, porque ¿tiene sentido que España desarrolle iniciativas medioambientales que choquen con las francesas, las inglesas o las italianas? ¿Y en educación y en política industrial?

«La clase política ha ido degradándose y degenerando y se limita a luchar por su subsistencia. ¿Y cómo subsiste uno? Metiéndose con el otro… Estamos en un momento triste y malo»

P.- Cada vez son más los terrenos en los que hay que buscar consenso…

R.- Es verdad que hace 40 años eran más fáciles. Yo pasé de subsecretario de Defensa con la UCD a secretario de Estado con el PSOE y ministro con el PP y le aseguro que nunca he tenido que morderme la lengua. Decía lo que pensaba y hacía lo que consideraba correcto. ¿Es posible eso hoy? Perfectamente. Mire usted la economía. Las empresas pactan cada día, y lanzan opas, y qué se yo. El problema no es de la sociedad, sino de la clase política, que ha ido degradándose y degenerando y se limita a luchar por su subsistencia. ¿Y cómo subsiste uno? Metiéndose con el otro. No quieren pactos en educación, quieren enfrentarse… Estamos en un momento triste y malo, en el que, salvo alguna honrosa excepción, los políticos no hacen lo que conviene a los intereses nacionales, sino lo que les conviene a ellos.

P.- ¿Y quién empezó con la crispación? Recuerdo haber leído que Felipe González desarrolló su acción exterior en torno al eje franco alemán y que [José María] Aznar quebró esa línea para aliarse con Estados Unidos y el Reino Unido. Ese fue un cambio considerable, pero es que a continuación [José Luis Rodríguez] Zapatero imprimió otro giro de 180 grados.

R.- Se ha acusado efectivamente al presidente Aznar de romper el consenso. Yo no lo creo. Yo estaba allí y se hicieron cosas que demuestran que no fue así. La ruptura llegó con Zapatero y la firma [en diciembre de 2003] del pacto del Tinell, que prohíbe a los socialistas llegar a cualquier acuerdo de gobernabilidad con el PP [ni en la Generalitat ni en el Estado]. Ahí se rompió la democracia, que solo funciona con una cierta dosis de relativismo. Cuando uno se considera en posesión de la verdad, no tolera que la opinión contraria prevalezca. Eso fue el pacto del Tinell y eso fue Zapatero, que va por ahí presumiendo de demócrata. Ni lo ha sido ni lo será nunca.

«Estamos en manos de una clase política muy poco competente, que necesita el conflicto para sobrevivir y que ha conseguido contagiar la crispación al resto de la sociedad»

P.- Un ritornelo que se repite una y otra vez en boca de la oposición es el deterioro de la calidad institucional. ¿Existe efectivamente o se trata de exageraciones de la derecha extrema, como dice el Gobierno?

R.- Es posible que la oposición incurra en alguna exageración, pero insisto en la falta de relativismo de la izquierda. Su discurso está lleno de palabras vacías, como «progresismo», que emplea para excluir al adversario y negarle cualquier posibilidad de interlocución. Estamos en manos de una clase política que (salvo honrosas excepciones, repito) es muy poco competente. Necesita el conflicto para sobrevivir y ha contagiado la crispación al resto de la sociedad, que se parece más a un estadio de fútbol que a un recinto académico, donde debe brillar el conocimiento, la mesura y la moderación.

P.- El PP denuncia el deterioro institucional, pero también se resiste a renovar el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) porque su composición le favorece. Eso tampoco debería ser así.

R.- Desde luego, no debería ser así, pero me temo que lo que el PP trata de impedir es que el Gobierno de [Pedro] Sánchez degenere en una autocracia. Hemos visto cómo ha ido colonizando una institución tras otra y un principio fundamental de la democracia es la separación de poderes. Como dijo alguien, y cuando se dice «alguien» siempre es un lord inglés, «solo el poder es capaz de limitar al poder». Esa es la idea de Montesquieu: la división en un Ejecutivo, un Legislativo y un Judicial que se vigilan mutuamente. Pero como en España a los diputados no los elige el votante, sino el secretario general del partido [que es quien decide quién va y quién no en las listas electorales], se cuidan mucho de contrariarle y lo aplauden como fans. De modo que el Legislativo ya no controla al Ejecutivo, es el Ejecutivo el que controla al Legislativo. Eso es impropio de una sociedad civilizada, moderna y culta. Nos queda el Judicial y me imagino que lo que el PP está intentando evitar es que también el CGPJ caiga en manos del PSOE y sus aliados, porque entonces asistiríamos al fin de la democracia.

«Al resistirse a la renovación del CGPJ, el PP intenta evitar que el Poder Judicial caiga en manos del PSOE y sus aliados, porque entonces asistiríamos al fin de la democracia»

P.- En junio del año pasado, poco después de que Sánchez convocara elecciones generales, ya alertaste de que el PSOE, que había sido un pilar del régimen de 1978, se había ido con quienes querían romper el sistema.

R.- El problema de fondo es que tú sales a la calle y preguntas a la gente: «¿Qué es la división de poderes?», y un porcentaje altísimo no lo sabe. Por eso, incluso aunque los medios de comunicación denunciéis el menoscabo de este principio fundamental de la democracia, no existe una inquietud generalizada. Y esa ignorancia, digamos, fomentada permite que la degradación continúe.

P.- ¿Qué habría que hacer en Cataluña? Un referéndum de autodeterminación es implanteable con la redacción actual de la Constitución, pero tampoco podemos estar toda la vida aplicando el artículo 155.

R.- La Constitución no permite ni el referéndum de autodeterminación ni la amnistía, y los primeros en afirmarlo han sido los propios ministros socialistas, pero tras perder la mayoría por siete escaños, todos se han convencido de que la amnistía no solo es constitucional, sino que es el medio de devolver la concordia a Cataluña. ¡Es una mentira barriobajera! Mire usted [señor Sánchez], esto no lo hace para pacificar nada, no me engañe. Hágalo si puede, pero no me engañe. Usted hace la amnistía para seguir en la Moncloa, punto final… En este asunto se equivocó ya gravemente el Gobierno de [Mariano] Rajoy, y no me refiero solo al artículo 155, que aplicó nunca, mal y tarde y no sirvió de nada. También nos dijo que no se celebraría ningún referéndum [el 1 de octubre de 2017], que no iba a haber urnas y que estaba todo controlado, y luego resultó que no estaba nada controlado. Aquello fue lamentable y ojalá Cataluña se pacifique ahora… Yo confío mucho en la sociedad catalana, que ha tenido siempre fama de culta e ilustrada y de ser más europea que el resto de España. A estas alturas deberían haberse dado cuenta de lo que es el nacionalismo: es pobreza, es animadversión, es conflicto… En suma, un mal camino.

«¿La reforma de las pensiones de José Luis Escrivá? Parece mentira que alguien tan preparado como él cometa semejantes errores»

P.- Por THE OBJECTIVE pasó hace unas semanas [el catedrático emérito de Economía Aplicada de la Complutense] Francisco Cabrillo y nos dijo que los políticos que diseñaron la financiación autonómica no tenían ni idea. El Estado central no puede ceder el gasto a las autonomías y quedarse con la recaudación de impuestos, porque eso genera incentivos perversos.

R.- Yo creo que estamos en puertas de una segunda transición, porque en los años 70 se hicieron muchas cosas bien, pero otras han quedado viejas, aunque yo no hablaría de perversiones, sino de equivocaciones. Si usted le dice a un señor que gestione la sanidad, pero encarga el cobro de los impuestos con que se sufraga a otro, al cabo de un tiempo van a acabar enfrentados. Habría que buscar un sistema más ecuánime que el actual, en el que las autoridades regionales han asumido la tarea agradable de prestar el servicio y las estatales, la desagradable de pagar la factura.

P.- Porque el que gasta no tiene que dar la cara ante el contribuyente y, cuando se le acaba el dinero, pide más y, si no se lo dan, recurre al victimismo: España nos roba, etcétera.

R.- Es un sistema equivocado y debería corregirse.

«La Constitución no permite la amnistía, y los primeros en afirmarlo fueron los propios ministros socialistas, pero tras perder la mayoría por siete escaños, todos se han convencido de que la amnistía no solo es constitucional, sino que va a devolver la concordia a Cataluña»

P.- A pesar de todos los problemas que llevamos comentados, la economía va bien. El Fondo Monetario Internacional acaba de decir que España será la segunda gran economía industrializada que más crezca en 2024 y 2025.

R.- Es innegable, como lo es también que, de un tiempo a esta parte, nos hemos ido descolgando de Europa.

P.- Si, hemos retrocedido en convergencia. [En 2007 la renta media española suponía el 103% de la europea; en 2022 había caído al 84,4%].

R.- Tenemos que aprovechar el tirón actual para corregir algunas graves deficiencias, como la deuda pública y el déficit fiscal. El asunto de la vivienda también requiere una intervención urgente y no se está abordando. De hecho, llevamos años sin abordarlo.

«A estas alturas los catalanes deberían haberse dado cuenta de lo que es el nacionalismo: pobreza, animadversión, conflicto… En suma, un mal camino»

P.- Año tras año, el Estado gasta un 3% más de lo que puede. ¿Qué habría que hacer para atajar ese déficit estructural? ¿Hay que subir los impuestos o recortar el consumo de las Administraciones?

R.- Uno de los, a mi modo de ver, más graves malentendidos consiste en decir: «Ayude usted al pobre, perjudicando al rico, que eso nos irá mejor». Yo creo que no es así. Recuerdo que Mario Soares, un presidente socialdemócrata que hubo en Portugal, visitó una vez a Olof Palme, el presidente igualmente socialdemócrata de Suecia, y le preguntó: «¿Qué hacen ustedes aquí para acabar con los ricos?» «Perdón —le respondió Palme—, nosotros estamos intentando que en Suecia no haya pobres, no que no haya ricos». Yo entiendo que todo el mundo quiere ayudar y, a primera vista, ¿cómo no va a estar de acuerdo con que se suba el salario mínimo interprofesional? Pero, a segunda vista, te encuentras con que muchas empresas no pueden pagarlo y quiebran y acabas con más paro, más economía sumergida y más déficit. Todo esto habría que explicárselo a los ciudadanos, pero se han impuesto visiones como la de la vicepresidenta Yolanda Díaz, que no sabe de economía y nos está llevando al borde de un precipicio.

P.- Entiendo que no eres partidario de la reforma laboral de Díaz…

R.- No, claramente no. El Gobierno actual es muy sectario: «Nosotros somos los buenos y ustedes los malos y, entre medias, vamos a levantar un muro». Yo pienso exactamente lo contrario: nadie es completamente bueno ni completamente malo, todos tenemos nuestras virtudes y nuestros defectos y lo que hay que procurar es remar todos en la misma dirección, no unos en una y otros en otra. Avanzaremos más.

«Estamos en puertas de una segunda transición, porque en los años 70 se hicieron muchas cosas bien, pero otras han quedado viejas, como el sistema de financiación»

P.- ¿Y qué te parece la reforma del ministro [José Luis Escrivá]? Básicamente, se ha limitado a subir las cotizaciones sociales…

R.- Parece mentira que alguien tan preparado como él cometa semejantes errores. Recuerdo que en los años 70 ya se hablaba de que tres trabajadores sostenían a cada pensionista. ¿Qué quiere decir eso en román paladino? Que cada trabajador debía ceder una tercera parte de su salario a un pensionista. Hoy ya son dos trabajadores y pico los que sostienen a cada pensionista. ¿Y en cuánto está la pensión media? En alrededor de 1.000 euros [1.198,65, exactamente]. ¿Y en cuánto el salario mínimo? En torno a los 1.000 euros [1.134, exactamente]. Así que todo el que gane 1.000 euros sabe que tiene que dar 400 a un pensionista. Y cuánto más le subamos la prestación a este, más habrá que quitarle al trabajador.

P.- Usted fue ministro de Defensa, ¿qué opina del panorama internacional, de la guerra de Gaza y la invasión de Ucrania?

R.- La tensión en Gaza tiene su origen en el intento de Estados Unidos para que reconozcan a Israel los países árabes. El más importante de todos es Arabia Saudí y, cuando se lo propusieron, dijo probablemente: «Pues, mire, estoy dispuesto, pero no voy a ser el primero». ¿Y quién fue el primero? Curiosamente, Marruecos, el mismo Marruecos al que hemos cedido el Sáhara sin hablar con la oposición. Pero eso no podían tolerarlo los iraníes, porque para ellos el único derecho que posee Israel es el de ser exterminado y, por medio de sus milicias en Palestina, el 7 de octubre lanzó un ataque terrorista increíble. Israel ha devuelto el golpe a Hamás e inicia una campaña cuyo hito más reciente ha sido la muerte de siete generales de la Guardia Revolucionaria en el Consulado de Damasco, lo que a su vez ha desencadenado un diluvio de misiles y drones del que lo más llamativo ha sido que en un 99% de los casos no haya alcanzado sus objetivos.

«A primera vista, ¿cómo no va uno a estar de acuerdo con que se suba el salario mínimo? Pero, a segunda vista, te encuentras con que muchas empresas no pueden pagarlo y quiebran y acabas con más paro, más economía sumergida y más déficit»

P.- Teherán se ha apresurado a proclamar que la operación ha sido un éxito.

R.- Eso es propaganda, no información… En mi opinión, la tensión va a menos, y es una buena noticia, porque cuanto más alta sea la temperatura mundial, más probable es que un pequeño chispazo la inflame. Por ahí podía llegar una tercera guerra mundial… Mi opinión es que no debería, pero hay algunos países, como Rusia, a los que no les ha venido mal la invasión de Gaza. Cuando estás atacando sin razón ninguna a un país soberano como Ucrania, cualquier hecho que distraiga la atención es bueno. Dicho esto, no creo que Moscú haya tenido nada que ver…

P.- Ya tiene suficiente con Ucrania. Ese es el otro gran frente. ¿Qué pasa allí?

R.- Tenemos mala memoria. Cuando [Vladimir] Putin llega al poder en 2000, pretende que se trate a los rusos como una gran potencia, y son un país con unas riquezas naturales asombrosas: petróleo, gas, tierras raras, de todo. Pero tienen también algo a lo que en Occidente no solemos prestar atención, que es miedo, mucho miedo. Con casi 20 millones de kilómetros cuadrados y 145 millones de habitantes, a duras penas pueden controlar sus fronteras, así que se ha ido expandiendo. La historia de Rusia es la historia del pánico y, cuando Occidente se niega a reconocerle el estatus de gran potencia, algo en lo que probablemente nos equivocamos, empiezan a invadir unas partes de Georgia, Osetia del Sur, atacan Transnistria, Crimea. Esta inestabilidad suscita la inquietud de Ucrania, que ve que va a ser la siguiente, e inicia un acercamiento a la OTAN que Moscú no puede o no quiere tolerar. Y así nos hemos metido una situación muy incierta, en la que la victoria de una de las partes es difícil.

«Yolanda Díaz no sabe de economía y nos está llevando al borde de un precipicio»

P.- El Papa ha sugerido que Ucrania enarbole la bandera blanca y se siente a negociar.

R.- El Papa hay veces que se mete en cosas que no son de su negociado.

P.- Pero habría que negociar en cualquier caso, ¿no?

R.- Sí, pero decirle a uno que levante la bandera de paz y se rinda…

«El Gobierno actual es muy sectario: “Nosotros somos los buenos y ustedes los malos y, entre medias, vamos a levantar un muro”. Yo pienso lo contrario: nadie es completamente bueno ni completamente malo, todos tenemos nuestras virtudes y nuestros defectos y lo que hay que procurar es remar en la misma dirección»

P.- ¿Y si gana Donald Trump las presidenciales en Estados Unidos? Ya ha dicho que la OTAN igual no defiende a los miembros que no estén al día en el pago de sus cuotas. Esto sería el fin de la relación transatlántica, que es uno de los pilares de la defensa europea.

R.- La relación transatlántica no es uno de los pilares de la defensa europea, es el único pilar. Desde la Segunda Guerra Mundial, hemos hecho muy mal en considerar que la guerra era un asunto de los americanos y que nosotros podíamos gastar el dinero en mantequilla, y no en cañones. Ojalá no nos tengamos que arrepentir… Y, por cierto, no es una ocurrencia de Trump. Ya hubo un secretario de Defensa americano, [Robert] Gates, que nos dijo en 2011 que teníamos que destinar el 2% del PIB a gasto militar. Lo que no puede ser es que naciones ricas y con amplios estados de bienestar subcontraten la defensa a los americanos y que, además, les obliguen a poner los muertos, porque se pueden cansar… Debemos cobrar conciencia de que Estados Unidos es el sheriff del mundo. Y digo bien «cobrar conciencia», no se trata de estar a favor o en contra. Es la constatación de un hecho. Aunque, sinceramente, yo prefiero vivir en un mundo con sheriff que sin sheriff. Y si Trump se olvidara efectivamente de nosotros y abdicara de sus funciones de sheriff, sería tremendo.

P.- Eso ya ha pasado antes. George Bush también era partidario de replegarse del teatro internacional después de las malas experiencias que había tenido Bill Clinton en Somalia, pero le tiraron las Torres Gemelas y tuvo que reconsiderar su aislacionismo.

R.- La globalización significa que el mundo es uno, y no digo que tengamos un sistema de gobernanza mundial, pero sí un sheriff.

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