THE OBJECTIVE
El podcast de El Liberal

Daniel Lacalle: «La actual deuda lleva a una ruina gradual, nos vamos a cocer como cangrejos»

«El socialismo no redistribuye de los ricos hacia los pobres, sino de la clase media hacia los políticos»

Los comentaristas somos profesionales de bajo riesgo.

Seguimos los acontecimientos desde la comodidad del tendido, gritándole a todo el mundo lo que tiene que hacer. «¡Pero cambia de mano, por Dios! A ese toro le repugnan los derechazos, hay que hacerle la faena con la izquierda». Luego, si el matador cambia de mano y el animal lo cornea de mala manera y acaba todo en un drama, nadie viene a pedirnos explicaciones (y si viene, seguro que se nos ocurre alguna).

Ese es el orden natural de las cosas, qué le vamos a hacer, pero no quita para que no sepamos apreciar a esos raros individuos que hacen lo que dicen y predican con el ejemplo.

Daniel Lacalle (Madrid, 1967) es uno de ellos. Economista por la Autónoma de Madrid y máster por el IESE, ha escrito media docena de libros, es un prolífico columnista y un activo tertuliano y, además, ha bajado a la arena a torear toros de verdad, no sillas, que a todos se nos dan estupendamente. Estuvo 10 años en Repsol, ocupó a continuación la dirección de relaciones con los inversores de Enagás y, hacia 2003, decidió saltar al mundo financiero.

Lo que sigue es una transcripción extractada y editada de la conversación que mantuvimos en The Objective/El Liberal, y que puedeescucharse íntegra en nuestra web.

Pregunta.- En la Wikipedia he leído que tu abuelo fue ministro de Franco y tu padre, militante del Partido Comunista. Habría que ver vuestras comidas familiares, ¿no? Estarían animadas…

Respuesta.- Mi abuelo fue efectivamente ministro del Aire. En cuanto a mi padre, en aquella época, si buscabas enfrentarte al régimen, la opción más efectiva era el Partido Comunista. Hasta que, claro, te dabas cuenta de lo que realmente era aquello, empezando por las purgas. Muchos que eran amigos y conocidos y que venían por casa cuando yo era niño, de repente desaparecían de la circulación. Por eso mi padre se desencantó. Lo mismo que mi abuelo con Franco. Los dos, cada uno con su visión, buscaban lo mejor para España.

P.- Ese entorno familiar no es el más propicio para que saliera alguien liberal como tú.

R.- España es en general poco propicia para que salgan liberales. Recuerdo que un profesor de la facultad tenía en su despacho un póster con los grandes economistas de la historia y así, en pequeñito, aparecían [Friedrich] Hayek y [Ludwig von] Mises. Un día le pregunté: «¿Y estos quiénes son?». «Bah —me dijo—, nadie importante». Allí mandaban [Paul] Samuelson y [John Maynard] Keynes. Era todo Keynes, Keynes y más Keynes… Luego he descubierto que el Estado, ya sea fascista, socialista o comunista, solo puede facilitar o frenar la creación de riqueza. La fuente del progreso son los empresarios, los autónomos, la cooperación libre entre individuos libres. Solo me di cuenta después de la carrera, trabajando ya, cuando empecé a leer sobre liberalismo y me dije: «Espérate, esto es lo que tiene sentido, ¿no?».

«Si deseas progreso, no puedes entregarle el poder a unos señores que han sido elegidos no por su capacidad, sino por sus promesas»

P.- Como es muy difícil escarmentar en cabeza ajena, igual que tu padre y que tu abuelo, acabaste metido en política. Asesoraste a Pablo Casado [expresidente del PP entre 2018 y 2022]. Incluso fuiste en las listas al Parlamento de 2019 y saliste elegido, pero nunca tomaste posesión de tu acta. ¿Qué ocurrió?

R.- Muy sencillo. Si lo hubiera hecho, María del Mar Blanco [hermana del concejal de Ermua asesinado por ETA en 1997] no habría entrado en el Congreso, y me pareció injusto y completamente innecesario desde el punto de vista de la batalla de las ideas. Aparte de que los miembros de un grupo parlamentario asumen automáticamente una visión y un argumentario y yo nunca he militado en ningún partido. En muchas cosas iba discrepar y no quería pasarme la legislatura dando titulares de si Daniel Lacalle había votado en contra de esto o de aquello. Lo mejor era preservar mi independencia, pero sin dejar de hacer todo lo que estuviera en mi mano por un proyecto liberal.

P.- ¿Y qué tal ahora con Casado?

R.- Muy bien, tengo una relación estupenda y siempre le estaré agradecido por haber hecho lo que no ha hecho ningún otro líder político: abrir el partido a gente de fuera, con opiniones independientes y con formas de pensar diferentes.

«¿España va bien? Hombre, si le metes 350.000 millones más de deuda pública a la economía y no se nota, es que eres un inútil absoluto»

P.- Para un liberal como tú debió de ser una tristeza ver cómo se enfrentaba con Isabel Díaz Ayuso.

R.- Y más con el entorno que se estaba ya forjando de avance constante del autoritarismo y de utilización de las instituciones por parte del Gobierno con fines partidistas. Fue una pena enorme.

P.- Tú presides el Instituto Mises Hispano, que promueve los postulados de la escuela austriaca. Para los profanos, diré que la austriaca es la más liberal de todas las escuelas económicas; si eres más liberal es que ya eres anarquista. Y antes has citado a dos de sus representantes, a Hayek y Mises, pero no a Murray Rothbard. Rothbard decía que había que odiar profundamente el Estado, incluso se burlaba de Milton Friedman, al que consideraba poco menos que socialista

R.- Desafortunadamente, es típico de los liberales que cada uno alardee de ser el único y genuino liberal… Es un debate innecesario. Para mí basta con querer una sociedad plural, en la que se respete la propiedad privada y el proyecto de cada persona. Luego, los dos o tres grados de separación que pueda haber entre unos y otros me dan igual. Rothbard y Friedman tenían diferentes concepciones de la sociedad norteamericana. A Rothbard el Estado le parecía gigantesco.

«El paro efectivo en España en 2019 era de 3,5 millones de personas. El paro efectivo en España en 2024 es de 3,5 millones de personas. Lo único que ha pasado entre medias es que a alguna gente se la contaba como parada en 2019 y ahora no se la cuenta. Punto»

P.- Y eso que su referente era Estados Unidos.

R.- Claro, imagínatelo en Francia. Y si viniese a España y leyese el BOE [Boletín Oficial del Estado], directamente se moría… Rothbard tiene algunos de los mejores libros para entender cómo el Gobierno abusa de los ciudadanos, traspasándoles las ineficiencias de sus excesos vía monetaria y fiscal [o sea, dilapidando el dinero y, cuando se queda sin él, tapando los boquetes con inflación y subidas tributarias]. A mí me encanta, es un autor esencial, pero también creo que un Estado facilitador forma parte del proyecto liberal.

P.- ¿Un Estado facilitador?

R.- Como decía Benedicto XVI, el Estado no puede ser un Leviatán que se autoconcede la potestad de hacer a los hombres felices y que se acaba convirtiendo en una bestia que ataca a sus propios ciudadanos. El Estado facilitador es simplemente una serie de reglas de conducta y de normas que nos permiten a todos participar en la sociedad como individuos libres.

P.- O sea, no podemos prescindir del Estado…

R.- Cuando pensamos en el Estado pensamos en el poder político, pero incluso aunque ese poder político desapareciera, los ciudadanos necesitaríamos ponernos de acuerdo para gestionar nuestros asuntos comunes, y eso es el Estado. Lo que no puede ser, y ahí Rothbard tenía razón, es que se transforme en una organización que invada un montón de terrenos, desde la economía hasta la geografía.

«Al socialismo se le juzga por sus intenciones y al capitalismo, por sus peores resultados. Ojo, no por sus resultados a secas, sino por sus peores resultados»

P.- El otro día pasó por aquí Carlos Rodríguez Braun y le pregunté algo que pregunto a todos los liberales y es que, siendo el Estado tan malo, ¿cómo es que los países más prósperos, como los escandinavos, tienen Estados grandes?

R.- Hay ahí un error de atribución. Dices: «Hombre, los países ricos tienen estados grandes, luego si queremos ser ricos, necesitamos estados grandes». Pero es al revés. Es como si dijeras: «Jeff Bezos es multimillonario y se dedica al culturismo (creo que le ha dado últimamente por ahí), así que si quiero ser multimillonario, tendré que hacer culturismo». Por otra parte, los países escandinavos se consideran un escaparate del socialismo, cuando en realidad ejemplifican todo lo contrario: el fracaso incuestionable del socialismo. La izquierda se las ha arreglado para crear una nueva narrativa en la que llama a eso socialismo, cuando no lo es. Disponen de Estados grandes, pero también lideran todos los índices de libertad económica y de facilidad para emprender. Lo que sucede es que además han decidido darse una amplia cobertura pública, pero con factores absolutamente diferenciales respecto de lo que aquí entendemos por Estado grande. Para empezar, la burocracia es pequeñísima y, desde luego, no hay coches oficiales ni asesores por todos lados. A mí me entra la risa cuando oigo a un político español señalar que su modelo son los nórdicos. ¡Pues empieza por despedir a tus 890 asesores y por desmantelar esa telaraña clientelar que has tejido!

P.- Los escandinavos pagan más impuestos…

R.- Tampoco muchos más. La presión en el IRPF y en sociedades es parecida a la nuestra. Lo que sí tienen son unos impuestos indirector mucho más altos. Y un control presupuestario muy riguroso. Aquí te encuentras con muchos que vienen y dicen: «Yo es que soy keynesiano». «¿Ah, sí? —les digo yo—. Pues no parece que te lo hayas leído mucho, porque lo que Keynes decía es que, en las fases de expansión, el Estado debe ahorrar e invertir en proyectos con rentabilidad económica real, para que sirvan de colchón en los momentos de crisis»… Dicho esto, a mí tampoco me parece que los nórdicos sean un modelo de nada, y los primeros en reconocerlo son ellos mismos. Se han equivocado con la inmigración y su política de subsidios les ha generado unos problemas sociales enormes… Pero, resumiendo, yo a la gente que defiende el socialismo le recomiendo que vaya a disfrutarlo a los países socialistas.

«Juzgar una política por sus buenas intenciones ya es absurdo, pero es que encima es falso que las intenciones del socialismo sean buenas»

P.- Eso se decía mucho antes. «Si tanto te gusta la Unión Soviética, vete a vivir allí».

R.- A mí me lo han soltado más de una vez. «Si tanto te gusta el capitalismo, vete a vivir a Estados Unidos». Y no tengo ningún problema. De hecho, he vivido y tenido mucho éxito en Estados Unidos, y sin contar con ninguna prebenda, lo que dice bastante en su favor y revela la gran diferencia con el estatismo al que estamos habituados en la Unión Europea, que es asfixiante.

P.- ¿A qué atribuyes tú la mala fama del capitalismo y de los mercados?

R.- Lo dice siempre Rodríguez Braun: al socialismo se le juzga por sus intenciones y al capitalismo, por sus peores resultados. Ojo, no por sus resultados a secas, sino por sus peores resultados. De un líder comunista que mata de hambre a su población, se subraya: «Pero tenía buena intención». Lo mismo pasa con el peronismo en Argentina o con el llamado socialismo del siglo XXI: la pobreza se ha disparado, pero los programas estaban cargados de buenos propósitos… Juzgar una política por su intención ya es absurdo, pero es que encima es falso que sea buena. El socialismo no redistribuye de los ricos hacia los pobres, sino de la clase media hacia los políticos. Los ciudadanos, por desgracia, no entienden eso. Piensan: «A mí no me van a tocar, van a tocar a «los ricos»», mientras lo empobrecen y vuelven cada vez más dependiente, tejiendo una red clientelar que se multiplica sin descanso. [El columnista estadounidense] Dale Dauten dice: «La burocracia es un animal que se da a luz a sí mismo y exige baja por maternidad», y tiene razón. La burocracia se presenta como la solución a los problemas que ella misma ha creado. Por eso hay que tener tanto cuidado con la idea del Estado paternalista, y el caso es que, en principio, la gente acierta con el diagnóstico. Tú le preguntas a cualquier persona de cualquier ideología cuáles son los principales problemas de España y te responde: «Los políticos». Pero a continuación le preguntas por la solución y te dice: «Regular más», o sea, dar más poder a los políticos. ¡Enhorabuena, lo has clavado!

«Los países escandinavos ejemplifican el fracaso, no el triunfo del socialismo. Disponen de Estados grandes, pero también lideran todos los índices de libertad económica y de facilidad para emprender»

P.- Deirdre McCloskey, a quien tú citas mucho, suele decir que la fascinación del socialismo hunde sus raíces en la infancia, cuando nos decimos a nosotros mismos: «Qué bonito sería que la sociedad, el país entero fuera como una gran familia, con un padre y una madre que velasen por nuestros intereses».

R.- Mi tesis es otra. Yo siempre digo que el mayor choque económico que sufren los ciudadanos es cuando, de pequeños, se enteran de que los Reyes Magos no existen. Es un trauma brutal y el resto de la vida la vamos a pasar deseando que los Reyes Magos regresen y que dos más dos no sumen cuatro, sino 22, y ahí está el socialismo para complacernos con sus tres técnicas. La primera es la inexistencia del cálculo económico, es decir, no te preocupes, que aquí hay de todo y para todos y dos más dos suman 22. La segunda es la propaganda: te voy a vender que cualquier cosa que haga el socialismo es buena. Finalmente, la técnica número tres es la represión: en el momento en el que te quejes, te cancelo. Lo estamos viendo ahora mismo en España con los agricultores. Si te echas a la calle y protestas, formas parte de la fachoesfera y eres un terrateniente y no sé cuántas cosas más. Al que no compra la propaganda del Gobierno, se le anula mediáticamente, no se le pregunta más porque no repite el mensaje oficial… O sea, que puede que el socialismo sea como una familia, pero liderada por un maltratador, que te machaca la autoestima repitiendo constantemente que tú no puedes, que tú no sabes, que nadie te va a querer si no te quiero yo.

«Tú le preguntas a cualquier persona cuáles son los principales problemas de España y te responde: “Los políticos”. Pero le preguntas por la solución y te dice: “Regular más”, o sea, dar más poder a los políticos. ¡Enhorabuena!»

P.- Otro problema del capitalismo es el miedo a la libertad: si eres el dueño de tus actos, lo eres también de tus fracasos y la vida es más dura…

R.- Pero no es verdad que la vida sea más dura… El socialismo nos intenta convencer de ello y nos cuenta que las personas somos egoístas y malvadas. Aceptemos por un momento esa premisa. Lo último que deberíamos hacer en ese caso es darles más poder para que lo gestionen. ¿Y no es eso exactamente lo que hace el socialismo, confiar el poder a individuos egoístas y malvados y que, por tanto, defienden sus intereses personales a costa de los demás? Por fortuna, la presunción socialista es falsa, e históricamente ha podido comprobarse en desastres como la reciente pandemia, en las que el Estado genera un problema de dimensiones catastróficas y son los individuos los que se comportan solidariamente.

«El mayor trauma que sufrimos es cuando, de pequeños, nos enteramos de que los Reyes Magos no existen, pero ahí está el socialismo para devolvernos la ilusión con sus tres técnicas…»

P.- Intelectualmente, lo del mercado también es un lío. Es mucho más fácil concebir una economía en la que un señor decide lo que hay que producir y consumir que otra en la que millones de agentes se coordinan para asignar los recursos.

R.- Es un lío porque partes de tres mentiras. La mentira número uno es que la riqueza es algo estático que hay que compartir y, por consiguiente, lo único que necesitas es un hombre de buena voluntad que la reparta equitativamente. Pero la riqueza no es estática, se crea y se destruye y lo único que puede hacer el Estado es facilitar o entorpecer esa creación. La mentira número dos es que el comercio es un juego de suma cero, en el que lo que uno gana lo pierde otro. Eso es completamente falso, el comercio libre es mutuamente beneficioso, porque tú no compras ni vendes si no te conviene. Finalmente, la mentira número tres es pensar que la mejor manera de repartir algo, lo que sea, no es mediante el comercio y la cooperación, sino encomendándole la tarea a unos señores que han sido elegidos no por su capacidad, sino por sus promesas. Porque, ¿qué sucede entonces? Lo que decía Benedicto XVI: que se endiosan y se convierten en una bestia que, además, exige adhesiones incondicionales… Si deseas progreso, no puedes entregarle el poder a un grupo de sujetos que van a decidir lo que más conviene a sus intereses políticos y que no van a sufrir las consecuencias de sus equivocaciones. La única manera de hacerlo es cooperando todos libremente.

P.- En el libro Nosotros, los mercados cuentas que en 2003, cuando decidiste dar el salto a la gestión financiera, no entendías cómo no habíamos aprendido nada de las dos crisis rusa y latinoamericana que acabábamos de sufrir [en 1998 y 2000]. Pero es que luego vino la de 2008, que fue muchísimo peor. De la Gran Recesión se han dado muchas explicaciones, pero la más popular es que fue consecuencia de la desregulación y el capitalismo salvaje.

R.- Piénsalo por un momento. Si la causa de la crisis hubiera sido la desregulación, se habría solucionado rápidamente, porque los que lo hubieran hecho mal habrían caído de inmediato. Es más, si la culpa hubiera sido de la desregulación, la crisis se habría circunscrito al sector desregulado y no habría afectado a toda la economía. Para que un problema de un sector que representa el 10% de los activos de la banca genere una crisis mundial solo hay una explicación posible: el estatismo. ¿Qué narrativa se nos ha vendido? Que los bancos concedían préstamos a gente que no podía devolverlos. ¿De verdad ibas tú a un banco y te daban alegremente una hipoteca a sabiendas de que no ibas a pagarla? ¿Puede creerse algo así cualquiera que haya pedido alguna vez un crédito? Imposible… A ver si lo que pasó es que las agencias de rating le daban la triple A a las titulizaciones que se formaban a partir de aquellos créditos. Y a ver si las agencias de rating les daban la triple A a aquellas titulizaciones porque estaban garantizadas por el Estado, que había decidido: «Vamos a darle una casa a todo el mundo, aunque no se la pueda pagar».

«Si la causa de la Gran Recesión hubiera sido la desregulación, se habría solucionado rápidamente, porque los que lo hubieran hecho mal habrían caído de inmediato»

P.- ¿Y por qué todos señalan al mercado?

R.- Porque siempre se le echa la culpa al que enciende la luz y apaga la música, nunca al que llena la fiesta de pastillas de éxtasis y de alcohol. Y como se te ocurra recordarlo en plena celebración, lo menos que te llaman es agorero. «Hay que ver qué cenizo eres. ¡Si la deuda ya no importa! ¡Si impulsar el gasto público es social!» Y cuando inevitablemente salta todo por los aires, te dicen dos cosas. Una: «Nadie lo previó». Y dos: «Para salir necesitamos hacer lo mismo, pero duplicado». Porque piensa en cómo llevamos solucionando una crisis detrás de otra: aumentando el peso del Estado y la injerencia del banco central. Eso solo sirve para acumular riesgos. Si permitiéramos que los tipos de interés flotaran libremente, siempre habría quien hiciera las cosas mal y se arruinara, es inevitable. Pero cuando el Estado impone un tipo artificial, porque lo que busca es financiación abundante y barata, mucha gente va a hacerlo mal. Por eso ocurren estas crisis.

«Nos han contado que los bancos daban préstamos a gente que no podía devolverlos, pero el problema fue que las agencias de rating le daban la triple A a las titulizaciones que se formaban a partir de aquellos préstamos porque el Estado las garantizaba»

P.- Nouriel Roubini dice que viene la madre de todas las crisis de la deuda, y también tú sostienes que, con los actuales niveles de endeudamiento, esto no puede acabar bien.

R.- Aunque nunca sabes cuándo una crisis va a estallar, sí sabes cuándo se están creando las condiciones para que estalle y lo que estamos viendo es que los Estados gastan más cuando hay recesión y gastan mucho más cuando no la hay. El Banco Central ya no es el prestamista de último recurso. Se ha convertido en el financiador de primer recurso, y eso está generando un gigantesco desequilibrio, que es de lo que alerta Roubini, una persona muy informada, y no solo él. ¿Qué es lo que pasa? La gente se piensa que la burbuja de deuda pública va a reventar igual que la inmobiliaria o la de las puntocom, y no es así. Un endeudamiento como el actual se resuelve con un empobrecimiento gradual, nos vamos a ir cociendo como los cangrejos, poco a poco. Y cuando la gente me dice: «¡Si no pasa nada, Daniel!», yo les digo que claro que pasa, que son mucho más pobres y que les cuesta mucho más llegar a fin de mes, porque tienen más inflación, porque les han reducido las prestaciones y porque les han subido o van a subirles los impuestos. Y cuando cobren conciencia porque ya se han cocido y digan: «Oye, pues tenía razón Daniel», les explicarán que la culpa es del neoliberalismo y que lo que hay que hacer es intervenir todavía más.

P.- Pero España va bien…

R.- Hombre, si le metes 350.000 millones más de deuda pública a la economía y no se nota, es que eres un inútil absoluto. Pero vamos a los números. Entre 2019 y 2023, el PIB aumentó en 2,5 puntos. Muy bien. De esos 2,5 puntos, 2,3 son gasto público; la inversión ha caído el 5%, el consumo está completamente plano y las exportaciones han mejorado por la economía global, pero como las importaciones también han subido, el sector exterior aporta unas décimas. ¡Y eso con un aumento de 10 puntos de la deuda pública! ¡Que es que debemos 1,56 billones de euros, el 112% del PIB!

P.- Pero cuando esa deuda vence, se refinancia sin problemas.

R.- Seguro, pero cada vez más cara. Porque primero te dicen que los intereses suponen el 10% de los gastos totales del Estado, luego el 20%, luego el 25%… Es un empobrecimiento lento, pero inexorable, y que perjudica más a quienes pretende proteger, porque para los ricos, ancha es Castilla, no hay el más mínimo problema. Sí, te suben los impuestos, pero eso también aleja a los competidores, es como un arancel y actúa de barrera de entrada. Por eso no es ninguna sorpresa que los billonarios estén encantados con las políticas socialistas, porque siguen siendo billonarios, pero ahí no entra nadie más.

P.- ¿Qué harías tú para acabar con el paro?

R.- Empezaría por no penalizar la contratación. En España hay tres millones y pico de empresas, el 55% son microempresas, es decir, no tienen ningún empleado. Simplemente dejando que esas compañías crezcan y pasen de cero a un empleado estamos hablando de millón y pico de nuevos puestos. Lo que hay que hacer, por tanto, es facilitar el crecimiento de las pymes, pero en España, en el momento en el que tienes 50 empleados, empiezas a recibir visitas de gente a la que no habías visto en la vida y cuyo único propósito es fastidiar [inspectores de Trabajo y de Hacienda]. Hay que dejar de ahogar a las empresas y al sector privado.

P.- El Gobierno alardea de creación de empleo…

R.- El paro efectivo en España en 2019 era de 3,5 millones de personas. El paro efectivo en España en 2024 es de 3,5 millones de personas. Lo único que ha pasado entre medias es que a alguna gente se la contaba como parada en 2019 y ahora no se la cuenta. Punto. Pero sigue parada… Hay que dejar de contar cuentos y facilitar el crecimiento del tejido empresarial. Ese es el gran problema. Decía Paco Umbral que el español es una combinación de árbitro de fútbol y de inspector de Hacienda, o sea, alguien que dice a los demás lo que tienen que hacer y luego pone la mano para que le paguen… Lo que necesitamos son menos árbitros y menos inspectores y más jugadores de fútbol que metan goles.

P.- Mi última pregunta era si estamos los españoles preparados para el futuro, pero ya me la has respondido…

R.- España reúne todos los ingredientes para ser un país líder, incluso hemos hecho el diagnóstico correcto de nuestro problema, que es un poder político extractivo y confiscatorio. Ahora tenemos que convencernos de que la solución no es un poder político más extractivo y más confiscatorio.

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