Cómo el ecoprogresismo ha contribuido a avivar los pavorosos incendios de Los Ángeles
Las restricciones a la quema controlada han despojado a los gestores forestales de una herramienta indispensable

Un restaurante arde el pasado 8 de enero en Pacific Palisades, un próspero barrio residencial de Los Ángeles situado entre las montañas de Santa Mónica y el océano Pacífico. | Michael Ho Wai Lee (Zuma Press)
Los Ángeles se levanta en el límite de la civilización. «Somos la única gran ciudad del mundo por cuyas calles deambulan pumas —observa la redactora de Los Angeles Times Carla Hall—. De día permanecen ocultos, pero de noche salen y las cámaras de videovigilancia los captan saltando cercas y escabulléndose por los jardines».
Los angelinos disfrutan aparentemente con esta vecindad de lo salvaje. Viven sobre una falla y ahí han trazado calles y construido casas, han soterrado cañerías y tendido líneas eléctricas. Hall habla de una «tregua» con la naturaleza, pero la relación va más allá. Raya en la veneración. No encontrarán en todo Estados Unidos a ciudadanos más comprometidos con la preservación del entorno que los californianos. Lideran todos los rankings medioambientales: están más preocupados que nadie por el cambio climático, dejan menos huella de carbono, reciclan más.
Paradójicamente, tanta conciencia ecológica podría haberles jugado una mala pasada.
La politización de lo inevitable
De un tiempo a esta parte, cualquier desastre natural trae su cortejo de demagogia. «Compare —escribe Noah Smith— la reacción ante el terremoto de Loma Prieta en 1989 […] con la que ha acompañado los incendios de Los Ángeles. Entonces, los medios mostraban fotos y videos de los daños, hablaban de las víctimas y, en general, proferían lamentos: ‘Qué cosa más terrible’. Pero nadie responsabilizó del colapso del puente de la Bahía [de San Francisco] a la discriminación positiva o al aumento del gasto en defensa de [Ronald] Reagan».
Hoy, por el contrario, no ha faltado quien denuncie que los bomberos de Los Ángeles se han quedado sin fondos por culpa de la ayuda militar a Ucrania (o a Israel, la estupidez no conoce filiación política).
Los siniestros de esta magnitud raramente responden a una única causa. «Una confluencia de eventos extraordinarios, como la ausencia de precipitaciones significativas y un vendaval despiadado, atizaron la hoguera en un patio trasero […] hasta convertirla en un infierno inconcebible», cuenta Carla Hall. El cambio climático ha desempeñado su papel. Como demuestran los investigadores Jon Keeley y Alexandra Syphard, desde mediados de los años 50 se ha registrado un claro aumento de los grandes fuegos en California. «Contra esto —señala Smith juiciosamente—, poco se puede hacer de momento». Lo que sí podemos intentar es no empeorar las consecuencias de esa confluencia de eventos extraordinarios.
La demagogia de limitar los precios
Al ver cómo ardían barrios enteros de Los Ángeles, muchos europeos pensaron que el estrago económico no sería tan grande, porque la mayor parte de los americanos tienen sus casas aseguradas.
Por desgracia, California es muy poco americana en este aspecto. «En 1988 —cuenta Smith— los votantes del estado aprobaron la Proposición 103, que prohíbe a las compañías subir sus pólizas sin el permiso del Comisionado de Seguros [Ricardo Lara]». Y como este cargo se elige democráticamente, «[Lara] intenta mantener contenta a la gente prohibiendo que se toquen las primas», lo que ha hecho inviable la cobertura de miles de hogares.
Las compañías podrían contratar un reaseguro, pero cuesta dinero y California, siempre tan progresista, es el único estado que no dejaba trasladar al precio final este sobrecoste. Solo en diciembre de este año Lara se ha dejado convencer, pero su decisión (todavía contestada por las asociaciones de consumidores) no llegará a tiempo para las víctimas de los incendios.
Temores injustificados
El segundo gran modo de rebajar la devastación del fuego es una gestión forestal adecuada.
Las quemas controladas dificultan la formación de incendios catastróficos, pero «los ecologistas y los legisladores progresistas siguen presionando para que se restrinjan», denunciaba hace un año en Forbes Patrick Gleason. Las razones de esta oposición son varias. Sostienen, por ejemplo, que causan un daño irreparable al ecosistema, pero se trata de un temor injustificado. La Universidad de Córdoba publicó en 2023 los resultados de un estudio realizado en la sierra de Hornachuelos. Recogieron muestras del suelo antes y después de un fuego iniciado con el apoyo del Servicio de Extinción de Incendios Forestales de Andalucía y comprobaron cómo, al cabo de ocho meses, «las alteraciones en las propiedades físicas-químicas y biológicas fueron recuperando los valores» previos a la quema.
Otro temor de los ecologistas es el empeoramiento de la calidad del aire y su impacto en la salud, pero si la combustión se lleva a cabo en condiciones meteorológicas favorables, la contaminación se disipa mucho antes de que pueda alcanzar a la población más sensible.
Combustibles de escalera
«Las quemas controladas son una herramienta fundamental para prevenir los incendios catastróficos —explica la revista Newsweek—. Eliminan la maleza y otros materiales inflamables que funcionan como combustibles de escalera y elevan las llamas desde el suelo hasta las copas de los árboles, donde son más destructivas y se propagan más rápidamente».
«Provocar más ‘fuego amigo’ no solo es fundamental para la seguridad pública, sino para la restauración de los ecosistemas», alertaba hace dos años un portavoz de Gavin Newson, el gobernador de California. Newson calculaba que habría que calcinar unas 150.000 hectáreas cada año, pero jamás le dejaron alcanzar ese objetivo. La explicación es un tercer argumento que los ecologistas oponen a las quemas controladas, y es que pueden salirse de madre.
Fue lo que ocurrió en abril de 2022, cuando el Servicio Forestal prendió en el bosque nacional de Santa Fe dos hogueras que se convirtieron en el siniestro más devastador de la historia de Nuevo México.
Los expertos recordaron que estos accidentes son muy infrecuentes. «El programa de quema controlada tiene una tasa de éxito del 99,84%», escribe Alex Wigglesworth en Los Angeles Times. Desafortunadamente, las estadísticas influyen poco en la reelección de los cargos públicos, a diferencia de la alarma social, y las autoridades respondieron imponiendo nuevas restricciones al fuego amigo. Antes, una autorización valía para varios días y tú elegías el que más te convenía para la quema. Ahora tienes que llevarla a cabo en la fecha que la Administración te asigna y en presencia de un técnico.
En setiembre de 2022, Lenya Quinn Davidson, directora de la Red del Fuego de la Universidad de California, alertó de que esas trabas podían ocasionar «un atasco de solicitudes» mientras los combustibles de escalera seguían acumulándose.
Una rueda de molino al cuello
«La historia reciente —filosofa Patrick Gleason— ofrece numerosos ejemplos de grupos de defensa del medio ambiente que, en el nombre del planeta, promueven medidas que conducen a una mayor degradación».
Noah Smith es aún más contundente. «La NEPA [Ley Nacional de Política Ambiental] se ha convertido en una rueda de molino alrededor del cuello de Estados Unidos», asegura. Aunque la normativa era necesaria, ha permitido que un particular, de buena fe o por mera ideología, obstaculice cualquier proyecto, público o privado, y lo obligue a someterse a «años de trámites onerosos y a menudo inútiles».
Algo similar puede decirse de otras iniciativas progresistas, como la limitación de las primas de seguros: su propósito es encomiable, pero los resultados son indeseables.
«El papeleo, la burocracia, todo eso debe desaparecer», ha anunciado la alcaldesa de Los Ángeles. Se refiere a los permisos para la reconstrucción, pero si la ciudad quiere seguir disfrutando de su vecindad de lo salvaje, tendrá que reconsiderar también la normativa inspirada por su celo ecoprogresista.