THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

Todos los años, todos nosotros

«La serie ‘Los años nuevos’ es una historia universal. Porque trata de la indecisión crónica, de las idealizaciones y disonancias cognitivas del amor»

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Todos los años, todos nosotros

Fotograma de 'Los años nuevos'.

Todo el mundo a mi alrededor está viendo Los años nuevos, la serie de Rodrigo Sorogoyen en Movistar Plus. Es una serie generacional. Sigue a una pareja en la treintena a lo largo de diez años, entre 2014 y 2024. Pero solo narra la Nochevieja y el 1 de enero de cada año. Uno imagina o intuye lo que ha ocurrido antes, construye su propia historia con lo que le ofrecen. Es un prodigio de economía narrativa. 

Como es una serie naturalista e hiperrealista, activa en el espectador un mecanismo de identificación. En redes muchos que se sienten interpelados por la historia bromean con el chiste de «mi cultura no es tu disfraz»: esto lo viví yo tal cual, me siento utilizado. Otros, en cambio, dicen no sentirse identificados: yo no habría hecho eso, son unos pijos por esto otro. Es una concepción muy literal del arte: si es una historia realista, de gente de mi generación y clase social, ¡tiene que ser la mía! Es la lógica de nuestra época. 

En su podcast Hotel Jorge Juan, Javier Aznar hablaba con el actor protagonista, Francesco Carril, y comentaban ese fenómeno. Aznar decía que en una película con un guion más inverosímil, menos cotidiano, la gente busca similitudes; en cambio, si la historia es muy realista, buscan desemejanzas. Porque en Iron Man no te ves; en una película de Jonás Trueba sí, por mucho que no te sientas realmente identificado. 

El criterio de juicio es la identificación. Se debate sobre la serie como se debatiría sobre la historia de amor de unos amigos, o la de uno mismo. Uno proyecta sus neurosis y afinidades. Se ha hecho siempre (¿estaban Ross y Rachel, de la serie Friends, en un break? Cada espectador tiene su teoría, y en ella se proyecta también a sí mismo), pero no es lo mismo una sitcom que una serie hipernaturalista.

Y, sin embargo, como el mejor arte, Los años nuevos es, a pesar de su contexto específico (es el ecosistema Jonás Trueba, ese Madrid de profesionales liberales y bohemios, ligeramente privilegiado), una historia universal. Porque trata de la indecisión crónica, de las idealizaciones y disonancias cognitivas del amor, reflexiona sobre la imposibilidad de la compatibilidad absoluta y sobre cómo nos cambia el amor. To be loved is to be changed. Y esa lección la vivimos todos, también los que no salen de fiesta por Malasaña. 

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